martes, 15 de diciembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( XIV )



PUENTES ENTRE LO VISIBLE Y LO INVISIBLE

Este comentario en torno al tema del «misterio de ciertos espacios» no ha sido abordado de manera exhaustiva. Algunos ejemplos han sido simplemente presentados con el fin de provocar una reflexión. Es importante despertar en la memoria recuerdos más o menos escondidos. Cada uno posee su propia experiencia con referencia a los lugares insólitos, espacios sutiles, del exterior y del interior, cargados de vibraciones a veces antinómicas. Quizás conviene interpretar estos espacios como otros tantos signos, mensajes que nos son dirigidos. Signos de ternura para recordar al hombre a la vez su origen y la doble posibilidad de su destino del cual él hace una elección en la medida de la plenitud de su libertad y de su propia capacidad con vistas al mundo invisible.

«Asómbrate y comprenderás», aconsejaba Hesiquius de Jerusalén. El poder de asombro coincide con un estado de espontaneidad, de frescura pertenecientes a la juventud del corazón. Esta está privada de relación con la edad, y por tanto con la temporalidad. Durante su viaje terrestre el hombre encuentra lugares insólitos por el hecho de su sutilidad; su fuego interior está animado por briznas o brasas de paja. Así la llama se mantiene. Ciertamente, llega un momento en el que su horno interior no se encuentra ya en la necesidad de ser alimentado. Se ha vuelto comparable a la zarza ardiente que «arde sin consumirse». Todo se vuelve camino de luz, puente entre lo visible y lo invisible.

Que el hombre intente la maravillosa aventura del viaje interior, él irá de descubrimiento en descubrimiento. Son las huellas de la dimensión divina las que él descubre en su profundidad. Y ya no padecerá en adelante ninguna necesidad de investigarlas fuera. Sin embargo, en la medida de sus encuentros con los espacios sutiles, él podrá sonreírles para agradecerles su presencia, considerándolas como los arcos de paz y de luz emergiendo del mar sombrío y caótico del mundo.

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Extraído de: Questión de... nº116: Marie-Madeleine Davy, Les Chemins de la profondeur. Revue trimestrielle - Albin Michel, B.P. 21 - 84220 Gordes (Francia).

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jueves, 10 de diciembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( XIII )



EL MISTERIO DEL ESPACIO INTERIOR


La voz divina llega dando brincos por encima de los montes y las colinas, según el lenguaje bíblico. Y habitualmente se atribuye su origen al exterior. En ciertos casos, convendría mencionar la alianza secreta, la connivencia entre los espacios insólitos del universo, y el espacio secreto del interior. Este espacio interior puede recibir un eco del lugar que él visita. O al revés, es la profundidad del interior la que permite descubrir los espacios insólitos que le llegan como ecos. Lo que está oculto accede a la luz y muestra su rostro. Lo oculto se revela. Anteriormente, la realidad se disimulaba con el fin de provocar la búsqueda, de estimularla. Encontrado el punto esencial, se trata entonces de un ahondamiento. El secreto retrocede ya que posee siempre un contenido que es importante de investigar aun más.

«Digo mis misterios a aquellos que son dignos de mis misterios», leemos en el Evangelio según Tomas. Y además:

... yo soy el Todo:

el Todo ha salido de mí, y el Todo a llegado a mi.

Partir la madera: yo estoy ahí; elevar la piedra, y ahí me encontrareis.



Así, todo es portador de la realidad luminosa. Sin embargo, ciertos espacios privilegiados la condensan. Esos espacios son faros durante el claro-oscuro de la existencia. A veces, ellos desvelan la claridad o todavía el crepúsculo. El amante de la claridad sabe que la sombra acompaña a la luz. En lugar de pararse en la sombra, en lo negativo, a aquel que divisa y da la vuelta totalmente, como lo susurra el himno de Completas retomando un texto de Pedro (5,8), él es seducido por la enseñanza dada por la aurora o por el pleno mediodía. El misterio de ciertos espacios aparece insólito para aquellos que ignoran la presencia de lo invisible que de vez en cuando nos interpela invitándonos a proseguir nuestra ruta yendo siempre más lejos.

sábado, 5 de diciembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( XII )



Así, el espacio insólito y sutil no es obligatoriamente conocido de antemano. Descubrirlo empuja a un estado nuevo. Lo más a menudo la enseñanza recibida no proviene de fuera. Se puede creer que es percibida del exterior, pero de hecho, emana lo más a menudo de adentro. La fuente oculta en el misterio mana, fluye y se desliza en un murmullo o en el silencio. En ciertos casos, lleva el ruido de las grandes aguas con el fin de ser escuchada operando así una ruptura.

Por que es de una ruptura de lo que se trata. Hay un antes y un después. Entre ambos, el tiempo se detiene: una enseñanza que proviene del mundo invisible, es recibida. Lo que es «escuchado» es visto. «Escucha hija mía y ve» (Sal. 45, 10). El oído y la vista se juntan. Voz divina, voz del Si mismo, voz de la profundidad rompiendo los obstáculos, las envolturas protectoras; revelación del misterio, del secreto. Como no acordarse aquí de un texto del Eclesiates (16,22):

Escúchame, hijo mío, y aprende la sabiduría

Y vuelve tu corazón atento...

Yo te descubriré una doctrina pesada en la balanza

Y yo te haré conocer una ciencia exacta.




Así, el secreto oculto se descubre en parte a todo hombre atento en capacidad de recibirle.

domingo, 29 de noviembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( XI )




De todas maneras, los «altos lugares» sobrepasan el acontecimiento histórico y el tiempo. Ya, los textos del Antiguo Testamento se refieren a lugares sacralizados los cuales se construyen, destruyen, santifican o mancillan. Los Libros 1 y 2 de los Reyes se refieren a ellos particularmente así como los Profetas. Los lugares santos se distinguen de los altos lugares al mismo tiempo que presentan una semejanza con ellos. El profeta Ezequiel (43,8 sg.) hace alusión a los lugares santos a propósito de la vuelta de YHVH a su templo: «Tal es la ley de la casa: en la cumbre de la montaña, su territorio todo alrededor es santo de los santos» «Este lugar es una tierra santa» (3,5), dirá el autor del Exodo. En el Antiguo Testamento, por su santidad el Eterno sacraliza los espacios. La sacralidad del Tiempo revela su presencia. Cuando Jacob parte de Bersabe para ir a Haran, llega a un lugar donde pasa la noche ya que el sol se ha puesto. Tomando una piedra, hace de ella su cabecera. Visitado por un ensueño, él ve una escala uniendo tierra y cielo. En la escala, los ángeles suben y bajan. El Eterno se mantiene en la cumbre y él escucha su voz. A su despertar, Jacob exclama: «El Eterno está en este lugar y yo no lo sabía» (Gen. 28, 10 sg.)

viernes, 27 de noviembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( X )



HISTORIA Y TIEMPO


Estos espacios sutiles se sitúan en la historia y en el tiempo a la vez que escapan a esta doble empresa. Para designar el impacto, se podría apelar a un lenguaje incluido en las Escrituras sacras y también en las leyendas y cuentos con las expresiones: «Erase una vez» o también «En aquel tiempo» (in illo tempore). Se trata de un tiempo especial, original y originario, perteneciendo a la historia y sobrepasándola.


((Llevas contigo una ermita, que nadie puede quitarte
Caminas por un desierto jamás soñado. Eres -en verdad- monje y solitario en tu corazón, y más todavía cuando nadie lo sabe. ¡Cuánta maravilla encierra esa inmediatez, que no acertaremos a describir!
La ermita del corazón..
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http://flordelyermo.blogspot.com/ Publicado por Alberto E. Justo ))

Tiempo rasgando el continuo histórico, religando lo relativo a lo absoluto, lo perecedero a lo imperecedero, la duración momentánea a la eternidad. Tiempo accesible al hombre cuyas raíces han cambiado de lugar, no encontrándose más en la movilidad del movimiento sino emergiendo en la estabilidad de su más allá. Josué detiene el sol, lo que significa que bloquea el tiempo, él suspende de alguna manera el ritmo de lo creado. Según Mircea Eliade, «el judeo-cristianismo presenta la hierofanía suprema: la transfiguración del acontecimiento histórico en hierofanía. Se trata –precisa el historiador de las religiones– de algo más que la hierofanización del Tiempo, ya que el Tiempo sagrado es familiar a todas las religiones» (5). El judeo-cristianismo sitúa el acontecimiento histórico en un «máximum de trans-historicidad» (6).

5.- Mircea Eliade, Images et symboles, Paris, Gallimard, 1952, pp. 223-224.

6.- Ibidem.

domingo, 22 de noviembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( IX )



En razón de las nuevas modas de viajes que aseguran la rapidez, el hombre moderno está privado de la posibilidad de descubrir los espacios susceptibles de aportarle no solamente energías nuevas, sino también vibraciones sutiles provocando mutaciones y metamorfosis. No se trata en absoluto de añorar los tiempos pasados sino simplemente de evocar un pasado del que corremos el riesgo de olvidar su importancia. Uno solo ejemplo será aquí evocado. A lo largo del Loira, villas como Orleans, Blois, Tours, Saumur, Angers, Nantes están separadas por cortas distancias de entre cincuenta a sesenta kilómetros, recorridos que podría efectuar un caballo durante una jornada. El reposo estaba reservado para la noche. La pequeñas carreteras, los senderos, a veces los atajos –los recaladeros, según la antigua expresión– encubrían sus tesoros. Entendemos por ello los espacios abarcando lugares reveladores de esta innegable sutilidad a la cual hemos hecho alusión anteriormente. Cabalgando una montura –caballo o mula según la fortuna personal–, el caballero no tenía prisa. Gustosamente se paraba. Y esto no solamente en los lugares que le habían sido señalados, sino que poseía a veces el privilegio de descubrirlos. Fuera de los espacios que le retenían en razón de su celebridad, el viajero iba a visitar por ejemplo la cueva de un solitario, o su cabaña situada en el seno de un frondoso bosque. En la literatura medieval, el eremita ocupa un papel tan importante como el caballero. Lo más a menudo su anonimato le situaba en un más allá de toda apelación, indicando así que él pertenecía a otro mundo. visionario, leyendo igual de bien los corazones como los lugares, recorriendo en una misma mirada los espacios de dentro y de fuera, él formulaba juiciosos consejos. Siendo su función la de orientar hacia lo esencial, distinguía los niveles que van de los lugares terrestres a los lugares espirituales.

jueves, 19 de noviembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( VIII )



De la misma manera que el hombre interiorizado no emite ningún juicio de valor concerniente a los demás, estos espacios sagrados no juzgan a nadie. Es por eso que el hombre «justo» que los visita no está forzosamente favorecido con relación al «pecador» –para emplear el lenguaje de antaño hoy prescrito. En otros términos, el puro y el impuro son enseñados. El ser se juzga a si mismo. En efecto, el lugar sacralizado se hace «balanza» al respecto. Aquí no es el ángel el que pesa las almas, el lugar, por si mismo, se hace «operante»

domingo, 15 de noviembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( VII )



Un lago en calma toma el color del firmamento. Los altos lugares comparables a espejos reflejan el misterio del mundo invisible. En cierta manera hacen frente a la eternidad. No se podría hablar en su caso de una visión divina, sin embargo, ellos están visitados por la luz increada, la luz de gloria, la del Thabor. El misterio de ciertos espacios se impone a todos y provoca una emoción. Sin embargo, solo los ojos iluminados y el corazón unificado son capaces de degustar su sabor. En razón de su sutilidad, los sentidos interiores pueden discernir la realidad de una presencia privada de nombre. La belleza oculta se revela y su despliega a aquellos que mantienen la capacidad de contemplar. Así, el padre Tikhon, que deseaba orientar a uno de sus auditores hacia la luz, le relató lo siguiente (4): «Las mariposas de noche, a causa de su apariencia gris, no llaman nuestra atención. Pero a los ojos de las otras mariposas que son diferentes de los nuestros, brillan, chispean con todos los colores del arco iris». Así la mirada iluminada contempla la naturaleza de una manera diferente; la belleza secreta eclosiona.

4.- Serge Bolshakoff, Rencontre avec la prière du coeur, éd. Martingay, Genève, 1981, p.35.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( VI )



PRESENCIA SECRETA


Parece que ciertos lugares sean esencialmente reveladores de una presencia, de algo que se relaciona no con la existencia sino con la Esencia. Estos lugares son comparables a puentes entre lo visible y lo invisible, a llamas verticales iluminadoras. A uno le gustaría construir su morada en tales espacios, aunque solo nos sea permitido plantar momentáneamente nuestra tienda. Esos lugares están demasiado cargados de energía para poder vivir en ellos. Solo el ser alado podría soportar su densidad. Ahora bien, el ser alado vive en el elemento aire que le es suficiente. El pez no podría dejar el agua, su elemento nativo, sin correr el riesgo de morir. Los altos lugares pueden ser visitados. Querer construir allí su casa sería un error.

Ciertos espacios, que pueden aparecer bienhechores gracias a las leyendas que los envuelven, están a veces cargados de ambigüedad. Lo positivo y lo negativo se mezclan. Según las viejas tradiciones monásticas, los demonios no atacan más que a los santos monjes, ¡para los mediocres no hay peligro! Ocurre lo mismo en ciertos altos lugares: fuerzas oscuras hacen su nido y proliferan en los emplazamientos privilegiados. En el siglo IV, los hombres iban a vivir al desierto con el fin de afrontar a los demonios en sus madrigueras.

domingo, 8 de noviembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( V )


EL LUGAR Y EL ESPÍRITU

Según el pastor sajón Valentin Weigel (1533-1588), al cual Bernard Gorceix ha consagrado su tesis, «lugar y espíritu son fundamentalmente incompatibles: el espíritu no puede estar circunscrito a ningún lugar, porque ningún círculo podría ser lo suficientemente grande para contenerlo» (3). Un semejante punto de vista es discutible aún pareciendo justo en una primera apreciación. Ciertamente, el Espíritu no está encerrado tal como un pájaro en una jaula. Libre, él no es nunca cautivo ni de los lugares ni de los hombres. Una vez más, se trata de la entera gratuidad de un amor surgido quizás de una compasión. Semejantes a los escasos refugios en las montañas, los espacios sacralizados son puertos que permiten suspender su paso, retomar el aliento y orientar su mirada interior hacia otra dimensión. Así, una iglesia románica conserva en sus flancos la oración de los orantes, los antiguos monasterios cartujos o cistercienses devenidos centros culturales propulsan a «aquellos que tienen oídos para oír» a un silencio sonoro animado por la mirada de los contemplativos.

3.- B. Gorceix, La Mystique de Valentin Weigel et les origines de la théosophie allemande, Université de Lille III, 1972.

lunes, 2 de noviembre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( IV )



EL CORAZÓN VIGILANTE

Los lugares habitados por el Espíritu no podrían emitir distinciones entre los seres. Ellos ofrecen lo que ellos encierran y cada uno se sirve según su apetito. Se pueden también compararlos a las campanas, a los gongs formulando una llamada. Respondiendo a la invitación, uno acude; uno se dirige hacia... Las respuestas serán diversas.

Existen espacios que se mantienen en estado de vigilia a la manera de un corazón del que una de sus funciones es la de estar vigilante. Estos lugares sobre los cuales planea el misterio, como el pájaro cubriendo con sus alas el huevo del mundo, son doblemente en estado de atención. Por una parte, parecen contener un secreto. Por otra, desean revelarlo. A la espera de dar, dichosos en su prodigalidad totalmente gratuita, ellos desean que se les visite con el fin de ejercer su amor. Su generosidad no podría empobrecerlos. La cisterna demasiado llena desborda y el vacío engendrado permite recibir un aporte nuevo.

viernes, 30 de octubre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( III )



Los santuarios, ermitas, monasterios han sido lugares privilegiados. Muy a menudo en Europa, es alrededor de las iglesias donde el agrupamiento rural se normalizó del siglo VI al IX . La parroquia amaba a los muertos con la proximidad del cementerio y de las habitaciones de los vivos, o mejor las protegía con un amor idéntico, como un ave con las alas extendidas. Durante mucho tiempo, vivos y difuntos mantuvieron relaciones afectuosas. Las sepulturas de los padres y amigos eran visitadas frecuentemente. Las montículos abandonados podían retener a los que pasaban. Ocurría a veces que una tumba hablara. El difunto quería ayudar al vivo un instante recogido. El muerto no estaba ya realmente presente en su carne y huesos y sin embargo él se expresaba en un lugar donde su cuerpo había sido enterrado. No olvidemos que las reliquias de los santos irradiaban ante los ojos asombrados de sus admiradores. Ahora bien la canonización no es siempre significativa. Cajas conteniendo osamentas atraen siempre a las multitudes. Los peregrinajes a lugares santos se perpetúan. Tales lugares no son sin duda más evocadores que otros espacios ignorados, constantemente a descubrir. En la medida en la que el hombre se vuelve capaz de transfigurar la tierra, él la percibe en su belleza luminosa que se vuelve para él una amiga, una hermana, su madre o su propio hijo. En Europa, el emplazamiento de las parroquias estuvo a menudo ligado a los ámbitos galo-romanos; algunos santos –legendarios o reales– han dado sus nombres a pueblos y aglomeraciones, desde las aldeas a las ciudades. La localización de la divinidad tiene a veces necesidad de soledad, de alejamiento de los hombres. Se presenta entonces un contraste entre regiones divinas y regiones humanas. Estudiando las Religiones de la Prehistoria, el Padre Maigage ha precisado los lugares sagrados situados en parajes inaccesibles.

Para el judeo-cristianismo, Dios solo es santo. Lo sacralizado siendo reflejo, extensión proveniente del despliegue de lo que emana de la divinidad única. Con el cristianismo todo bascula: Dios se encarna. Y el cosmos se difumina en beneficio de la historia. Lo sagrado y lo profano cesan de oponerse. Sacralizar la historia sería un error de óptica. Es el hombre que, vuelto TEOFORO, debería irradiar el sol divino.

sábado, 24 de octubre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( II )


GEOGRAFÍA SAGRADA

En una época en la que la desacralización no solamente se extiende sino que se generaliza, puede parecer infantil hacer alusión a los espacios que la consciencia común no podría de ninguna manera distinguir. La Antigüedad poseía el culto de los lugares sagrados, saboreaba multitud de ellos y su herencia no podría ser discutida. Esta forma una trama sobre la cual los ornamentos se dibujan. Incluso el hombre contemporáneo conserva en sus genes vestigios de la Antigüedad. Y estos reclaman -a veces a su pesar- su alimento.

Conviene no olvidar nunca que el politeísmo ha favorecido a las montañas, las islas, las rocas, los ríos, las grutas. Los claros sagrados de los bosques de los Galos, de los Germanos y de los Lituanos eran lugares secretos. Los judíos tenían el gusto de las montañas, de los lugares elevados. El Eterno aparece a Moisés en el Sinaí. (1)

Puede ser, se podría decir, que los lugares sacralizados formulaban antiguamente una enseñanza oral. Toda comunicación verbal supone una boca y unos labios y ellos no los tenían. Sin embargo, las fuerzas telúricas son operantes en el silencio, ellas modifican las estructuras y los comportamientos. Un lugar sagrado se expresa. La piedra se vuelve parlante, como el bosque y sus claros. El agua murmura su mensaje. Los lugares sacralizados se emparentan con «el lenguaje de los pájaros». Todo puede volverse templo, Sancta Santorum revelando los secretos que hacen franquear el umbral de la cámara nupcial.

(1) Sobre este tema ver Pierre Deffontaines, Geographie et Religions, Paris, Gallimard, 1948

domingo, 18 de octubre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( I )



Los lugares insólitos, significantes de una alteridad, pertenecen tanto a Oriente como a Occidente. Ningún país posee el monopolio de ellos. De todos modos, es evidente que en la Antigüedad la geografía sagrada privilegiaba a Egipto y Grecia. Estos lugares han sido habitados por los dioses. Al abandonarlos, han dejado huellas permanentes casi imborrables, incluso donde los fieles han abandonado el resplandor de su fe y quizás de su credulidad ingenua.

Huellas de los dioses o del Dios único según el politeísmo o el monoteísmo. Huellas de pasos de los espíritus del intermundo, ángeles y demonios. Huellas de los hombres de luz. Espacios vírgenes visitados por la brisa en la cual el Eterno está. Espacios extraños que no manifiestan ni dioses ni hombres, en los que el alma del mundo se manifiesta y provoca visiones, alucinaciones revelándose así. Espacios comparables a aperturas en las que las energías vitales y divinas se mezclan. Especie de aperturas, de ventanas, de puertas dando acceso al mundo invisible. Puntos de eternidad, festines, reposos para el pasante; especie de albergues permitiendo a la montura (el cuerpo) y a su conductor (la psique) tomar un bocado. Mejor todavía, altos lugares paradisíacos estimulando la búsqueda, permitiendo rozar el paraíso y vivenciar la dulce beatitud que emana de él. Paradas del viajero donde se multiplican por diez sus sentidos interiores, simientes fecundas, esponsales celebrados en el misterio de lo invisible. La bien amada pertenece al tiempo y el bien amado es percibido en un resplandor, del cual Henri Le Saux podrá decir en su Diario: «Tu has visto el resplandor, guarda tu secreto». Es de secretos de lo que se trata. Aquel del que el profeta Isaias (24,16) murmuraba. «Secretum meum mihi»; «Mi secreto está en mi», ya que se sitúa en ese fondo abisal del hombre de donde las palabras no podrían surgir. Todo sale a la luz en el silencio y se despliega en el no-decir.

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viernes, 9 de octubre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( XI )


LA MIRADA CONTEMPLATIVA

La lucidez permite desprenderse de las ilusiones. Corremos siempre el riesgo de confundirnos sobre nosotros mismos y sobre nuestros pretendidos progresos. Ahí, una vez más, opera el renunciamiento a uno mismo. La cercanía de los misterios oculta la sombra y el vano cuestionamiento.

Las intuiciones provocan iluminaciones. Estas son preciosas. No obstante, la inteligencia, que intelige dentro, parece preferible. Ella tiene la ventaja de manifestarse en un continuo ejercicio. Intuición e inteligencia sutil pueden unirse y corresponderse. Se enriquecen mutuamente. La experiencia enseña que las revelaciones se sitúan obligatoriamente más allá del oído, de la vista y de las sensaciones. Una certeza se impone, su inmediatez sorprende. De ahí un sobrepasar la fe y las diversas creencias, la entrada en el desvelamiento de los misterios.

La mirada contemplativa atraviesa las envolturas protectoras. Como una flecha rápida, hace diana alcanzando el centro. Bruscamente uno sabe, sabiendo que no se sabe nada con relación a la amplitud del verdadero conocimiento. Los velos se desgarran, pero siempre hay otros nuevos que es importante quitar. «El tesoro está escondido». Conviene aceptar el hecho de verlo a través de grietas, de enrejados. Atravesadas las zonas de sombra, la luz brota. La oscuridad no proviene, como se podría creer, de fuera. Ella no es fruto de los acontecimientos. Esta negrura emana de nosotros mismos, de nuestra falta de apertura, de dilatación, de la importancia dada a hechos nimios que cargamos con una importancia irrisoria. Llega un momento en el que todo se vuelve trampolín, incluso las pruebas son consideradas como pistas de despegue. El gusto de lo amargo, de lo ácido, no tarda en endulzarse y en transformarse en miel. ¡degustación extraordinaria!

Pocos hombres son concernidos por la meditación. Y esto no tiene ninguna importancia. La meditación no presenta una panacea para intentar animar la profundidad de la interioridad. Las vías son diferentes. Ningún camino podría ser privilegiado. A cada uno toca encontrar el suyo, y a veces en un más allá de las habituales rutinas. Una misteriosa comunión se establece entre los hombres, que se manifiesta en perpetuos intercambios según la ley de los vasos comunicantes. Un donador se vuelve, un instante después, en receptor. Los papeles y las funciones se mezclan, con la única condición de mantenerse en una perpetua apertura. En el ámbito de la autenticidad, el rico puede volverse pobre y el miserable, colmado.

En lo exterior, el meditante no se distingue de los demás hombres. Se mantiene discretamente en lo incógnito en el sentido de Kierkegaard. Amante de la soledad, experimenta la necesidad de esta. No busca la marginalidad, pero a él le es necesario vivir la plenitud de su diferencia siempre respetando la del otro. Es en la profundidad de la soledad donde recupera sus energías y descubre su fondo, su interioridad siempre nueva y viva. Para nada busca la consideración. Además, ningún egoísmo le retiene, ya que se desliga incansablemente de si mismo. Una suave compasión no cesa de moverle. Todo en él es apertura en las dimensiones humana y divina que florecen en su interioridad sin por ello instalarse fuera.

¿Quién puede percibir entre la multitud al hombre interiorizado? ¿Quién puede descubrir en su mirada contemplativa una chispa de eternidad? Angelus Silesius responde a esta pregunta diciendo: «Un corazón que tiene ojos y que vigila».



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Extraído de: Questión de... nº116: Marie-Madeleine Davy, Les Chemins de la profondeur. Revue trimestrielle - Albin Michel, B.P. 21 - 84220 Gordes (Francia).

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domingo, 4 de octubre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( X )



Tras estos principios de base, tendrá que meditar como le sea conveniente. El error de los hombres es querer asemejarse y imitarse sin respetar las vocaciones personales. En El Sentido de la Creación, el filósofo ruso Nicolas Berdiaev ha hablado de la «santidad de la audacia» oponiéndola a la «santidad de la obediencia». La audacia consiste en perforar un agujero a través de la obediencia. A partir de ese momento la obediencia está en él, pero él no está ya más en ella. Así la obediencia cesa de ser un peso, se vuelve alada.

Berdiaev dirá además: «Todo lo trágico de la vida resulta de los choques entre lo finito y lo infinito, lo temporal y lo eterno, de la divergencia que existe entre el hombre en tanto que ser espiritual y el hombre en tanto que ser natural, vivo en el seno del mundo natural...» (Royaume de l´esprù et royaume de César)

Se reconocen las especies de pájaros no solamente por su plumaje, sino por su canto. Las voces de los hombres difieren. Son ellas más significativas que los rostros. Las voces revelan el fuera y el dentro, y vehiculan el sentido de una existencia; desanudan la psyche y también el pneuma (el espíritu). Es a través de la voz y la mirada como aparecen las dimensiones humana y divina, y también la autenticidad o el juego. La voz y los ojos de un ser orientado hacia la liberación producen un eco, una prolongación. La presencia de un silencioso hace germinar el silencio en aquel que se le acerca. Todo es contagioso, el valor como la perversión.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( IX)


LOS PELIGROS

Sin embargo, la posición del meditante no esta nunca, de una manera definitiva, al abrigo de los peligros más diversos. Pero «es en vano pescar con redes a los que tienen alas» (Pr. 11,7). Conservando su fragilidad, ligada a la condición humana, el meditante corre el riesgo de caer en trampas cada vez más sutiles. Por ejemplo: tomarse en serio, afirmarse de una manera tajante, hundirse en la vanidad, devenir un dador de consejos, un maestro que se cree experto en el arte espiritual. La trampa más grave se encuentra al nivel de la mentira: esta se sitúa exactamente en la distancia entre el deseo y el acto, la desviación entre la palabra, la escritura y la vida personal. En el ámbito espiritual, hablar de lo que no se tiene experiencia sería rigurosamente erróneo. El maestro, enseñando aquello que él no practica en absoluto, no es más que un «comerciante en su tienda», como lo diría Alain. En el ámbito de la interioridad, de la búsqueda de la autenticidad, de la liberación, el objetivo nunca se alcanza; uno se dirige hacia él...

El discípulo puede encontrase también con otro escollo: el de querer continuar dependiendo toda su vida de una autoridad. Le gusta dejarse dirigir. Incapaz de pensar por si mismo, de tomar decisiones, de referirse a su maestro interior, desea hacerse mimar maternalmente. Ciertamente, él puede recibir una formación. Un «profesor» le enseñará como meditar a la oriental o a la occidental. Eso es un simple desciframiento.

domingo, 27 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( VIII )


EL AMIGO DEL COSMOS

Frente al cosmos, el meditante se vuelve un amigo. Todo se le vuelve fraternal: las piedras, los vegetales, los animales, los hombres. Ninguna herida podría alcanzarle, patinan sobre él. El meditante no se introduce todavía en el mundo invisible, es todavía visitante y no un habitante; sin embargo, se mueve en el seno de un espacio de una inmensa amplitud; adquiere una especie de inocencia, de virginidad de corazón. A pesar de la soledad misma del aislamiento, «la vida discurre como una cita de amor» siguiendo la expresión empleada por Novalis.

jueves, 24 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( VII )


Por su contemplación, el meditante se comunica con todas las criaturas vivas. Su amor se extiende sobre ellas, como un manto de protección. El viento transporta su inexpresable ternura por los diversos continentes. Helo aquí semejante a una zarza ardiente que arde sin consumirse. Calienta y anima sin por ello juntarse con los seres que él colma de beatitud. Ya la alegría eterna le atraviesa, ella irradia en un espacio incircunscrito.

Despierto, el meditante hace despertar. Adolescentes, jóvenes, viejos salen de su letargo. En los rostros depresivos, una sonrisa se dibuja. Una mujer abandonada domina su pena. Un hombre aislado, tentado por el suicidio, coge entre sus dedos la mano de «la niña de la Esperanza» (Péguy). Ante los enfermos enloquecidos por la proximidad de su fallecimiento, la muerte reviste una forma angélica y anuncia una buena nueva.

En cuanto a la naturaleza misma, ella también recibe los beneficios del meditante. El perfume y el color de las flores se amplifican. En los prados, las briznas de hierba se balancean con alegría. La brisa vehicula a la voz divina mientras que el viento y los insectos transportan el polen. Lo Eterno hace verdear los corazones, habría dicho Jacob Boehme. Porque es a través de lo Eterno como la mirada contemplativa transfigura, eliminando el plomo a favor del oro. En los espejos y los reflejos, el misterio del centro se revela. La novedad de vida deviene sobreabundante.

lunes, 21 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( VI )



LA TERCERA FASE

Tras este despliegue, una tercera fase sobreviene. Sin tener una consciencia inmediata de ello, el meditante pasa del tiempo a la eternidad. Lo constata con estupor cuando comprende que sus raíces ya no están sumergidas en su propia historia. Vive en el mundo sin ser del mundo, porque sabe que «el Reino no es de este mundo» (Jn. 18,26). Helo aquí tanto más encarnado cuanto más recibe la savia que lo alimenta de su propia interioridad comunicante con el mundo invisible. De ahora en adelante, se transforma, en la vida cotidiana, en hombre libre, liberado de todas las esclavitudes. Como un pájaro, saborea la ebriedad del vuelo. Sobria ebrietas, decían los místicos. La existencia aparece como una maravillosa aventura con sus momentos de sombra y de luz. Lo inconcebible, que la mayoría de los hombres ignoran, o de lo que se mofan por ignorancia, se vuelve una patria.

Viviendo en la eternidad, el contemplativo no distingue más que el esplendor. Lo eterno no puede retener más que la belleza. Toda fealdad se borra ante su visión. Es lo mismo para el meditante. Gracias a su mirada, él se va transformando en una Pascua continua, una especie de renovación primaveral, perpetuo rejuvenecimiento del corazón, energías renovadas.

viernes, 18 de septiembre de 2009

( Lapsus )La respuesta del Desierto- Alberto E. Justo



¡La ausencia descubre una presencia siempre nueva! No puedes encerrar a Dios en conceptos, definiciones, ni imágenes... Todo ello ha de dejar tu alma libre para recibir, para acoger a Quien ha llegado. ¡Inefable Presencia! Deja, ahora, todo discurso y simplemente abre tu corazón. Nada dicen esas palabras, tal vez muy superfluas, que ensayamos para "determinar" y encerrar también. Deja y abre. La Aurora no está demorada.

Alberto E. Justo
Publicado por Alberto E. Justo en http://flordelyermo.blogspot.com/

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( V )


Poco importa, desde este momento, la oscuridad o la luz; todo se vuelve translúcido. La noche, juzgada como espantosa, es ahora amada, ella da nacimiento al día. La sombra se desvanece ante el alba. Y cada mañana llega la luz, de ahí una perpetua festividad regocijando el corazón y haciendo brotar las aguas vivas. La unidad realizada entre lo de afuera y lo de adentro, los mundos invisible y visible, se manifiesta con claridad. Esta proviene del fondo antes de expandirse fuera. «Me despertaré a la aurora», dice el texto bíblico (Sal. 57,9). Aurora alada, precisa aún más el salmista (139,9). Aurora provista de aleas, atravesando los espacios más lejanos.

Comparable a un pájaro, el meditante no almacena nada, no tiene ninguna necesidad de alimento. El mundo invisible se lo proporciona. Su mente, y la fina punta de esta, se ha mudado en espíritu. No siendo ya prisionero de sus fantasmas, de sus deseos, de sus quereres, ninguna forma aprisionante podría retenerle.

En el fondo de ese fondo, un silencio abisal. A veces, sonidos. Una música de órgano puntuada con intervalos para asegurar la pausa, la reflexión.

lunes, 14 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( IV )


La apertura del oído, de los ojos, de los labios y del corazón es el objeto en la Biblia de una demanda atendida, «Tu me has abierto los oídos», canta el salmista (40,7); el corazón de Lydia está abierto (Act. 16,14). Todavía más, ante el meditante, se produce una apertura inefable: las puertas de los cielos se abren (Sal. 78,23): «Desde ahora veréis el cielo abierto» (1,52). Las cercas se derrumban: un mundo transfigurado surge. El meditante distingue reflejos, todo se vuelve espejo de la belleza. El amor provisto de conocimiento no retiene más que la belleza. Ante él, la fealdad se desvanece y el mal no queda registrado en la memoria. El símbolo de los «cielos abiertos» significa un acercamiento de la Verdad. La Verdad no se ve en su plenitud, se contempla de lejos. «Amour de loingt» decían los autores medievales a propósito del amor cortés para designar el amor sentido hacia una mujer a la que no se podría abrazar. No se presenta todavía frente a frente con la luz. No obstante, su realidad no se pone en cuestión. No se podría dudar de su esplendor encaminándose hacia él.

Ciertamente, el meditante no está todavía transformado en la plenitud de la luz. Sin embargo un desvelamiento se opera. A través de las tradiciones y las religiones, una abertura da lugar a un mundo nuevo. Un más allá de las formas, de las contrariedades, de las leyes, de las obligaciones, de las autoridades. El acercamiento de los misterios comporta un más allá del tiempo y de la historia. Naciendo al espíritu, el cuerpo y la mente se aclaran y se mantienen mutuamente en un reposo activo.

lunes, 7 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( III )



VACUIDAD

A propósito de esto, las consideraciones de Maestro Eckhart son significativas. El no-apego se sitúa por encima del amor y del conocimiento, a la vez que los incluye. El meditante se desapega no solamente de si mismo sino de sus descubrimientos. Enseguida, la angustia y el miedo le dejan. Una suave quietud hace su nido en él. Penetra en una vacancia, en un estado de vacuidad. Mantenido por las energías surgidas del mundo invisible, una transfiguración se opera. Ante ella, helo aquí maravillado. El maravillamiento nace en su fondo. Fondo inasible cuya puerta se entreabre en ciertos instantes. Audición furtiva, visión momentánea. Palabras secretas. Certeza de que el Reino de los Cielos está adentro. Nuevo Génesis. Suprema decantación. Consciencia de ser un microcosmos. Enriquecimiento desmesurado, a la vez teóforo y portador de todo el universo. Las dimensiones humana y divina se funden en una nueva alianza y celebran sus bodas. Necesidad para llegar a ser divino de ser profundamente humano. Todo estancamiento queda rechazado. Dentro, el dinamismo se acelera. Audición y visión se emparejan.

martes, 1 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( II )


Hasta ese momento, él era esclavo de si mismo. De repente, penetra en una tierra desconocida: la de la libertad. Esta libertad le parece pesada, imposible de soportar. Si renuncia a ella será presa de las diversas desviaciones. Si la acepta con gratitud, dominando su miedo, y helo aquí salvado de si mismo, desapegado de todos sus proyectos. En adelante, ya no será más el buscador moviéndose en una dimensión horizontal. El optará por el crecimiento en la verticalidad.

Muy pronto otro cambio se produce. Los sentidos interiores van a nacer y estarán sujetos a un continuo crecimiento. Estos sentidos interiores rompen las cáscaras de la literalidad para descubrir el fruto. Cuando el meditante lee las Sagradas Escrituras –Biblia,...por ejemplo–, a través de las palabras, de los símbolos, de las alegorías, el contenido se vuelve continente: el espíritu surge. El sentido sutil le sacia la sed y a la vez la multiplica por diez. Habiendo llegado a ser la presa de una nostalgia cada vez más amplia, seducido por aquello que ha descubierto, todo en él se interioriza. El meditante se vuelca en la interioridad. Un descuartizamiento desconocido se instala pasajeramente en él. El exterior se distingue del interior, lo de afuera de lo de adentro. De ahí el desgarro que no se podría evitar.

División momentánea pero dolorosa. Hablar de ello sería vano. De vez en cuando, el meditante se experimenta como presente a una Presencia secreta que no tiene ningún nombre. En otros momentos helo aquí disgustado por la ausencia de esa Presencia. ¿Se ha retirado voluntariamente? No. La prueba suscita en él un movimiento dinámico en el cual se asume en la plenitud de la libertad. Devenido creador, desde ahora va a vivir en una dimensión nueva. El hombre, «un creador creado». Tomando conciencia de su responsabilidad, habiéndose vuelto humilde y modesto, va a poder recrearse, modelarse, devenir un ser nuevo. Un amor universal no tarda en invadirle. Este amor va parejo con un conocimiento cada vez más lúcido. Esta nueva creación consiste en expandirse en un constante renunciamiento.

jueves, 27 de agosto de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( I )


La meditación puede definirse como un estado. De todas maneras, la adquisición de ese estado exige un entrenamiento. De ahí la necesidad, antes que nada, de meditar de una manera cotidiana y a horas fijas. De la misma manera, un músico hará infatigablemente sus ejercicios y escalas de piano, con el fin de obtener la ligereza de dedos y de muñecas. En otro nivel, la Iglesia pide a sus adeptos que asistan el domingo a un oficio litúrgico. Es importante monopolizar la atención en momentos precisos. Si no la atención corre el riesgo de vagabundear. Cada uno sabe lo difícil que es concentrarse y recogerse. Siendo esencialmente móvil, el hombre se encuentra continuamente invadido por pensamientos, deseos que no cesan de distraerle y de acapararle. Puede rechazarlos pasajeramente a la manera de los mosquitos que un gesto de la mano aleja para volver enseguida a revolotear ante el rostro.

Al cabo de semanas, de meses, de años, un cambio se produce con respecto a la meditación. Esta, hasta entonces, aparecía como algo apremiante, hela aquí, ahora, deleitable. La media hora o la hora de meditación se instala, se despliega. Los límites del tiempo se borran. La meditación colorea la existencia, la impregna; llega a ser una atmósfera, un ambiente. Ante este cambio operado con lentitud, el meditante corre el riesgo de inquietarse. Tomando consciencia de una novedad que se manifiesta en él a su pesar, y no de una manera voluntaria, puede tener momentos de angustia. En esos momentos experimenta su propia singularidad y como consecuencia su diferencia. Helo aquí aislado, zambulléndose en una especie de vertiginosa soledad, emergiendo de la omnitud. Lo que interesa a la mayoría de los individuos parece no concernirle ya. Los juegos de los demás le dejan indiferente. Constatación dolorosa. No está todavía perfectamente unificado, pero la unidad comienza a manifestarse en él. Un nuevo conocimiento de si mismo se esboza. La visión de sus yoes corre el riesgo de hacerse intolerable. El meditante querría volver hacia atrás, reencontrar la agitación que le procuraba la sensación de existir. Ninguna vía de vuelta se comprueba como posible. Su caminar parece suspendido. Los deseos que, anteriormente, le impulsaban hacia el futuro se borran poco a poco. Está de alguna manera suspendido entre dos vacíos. Si opta por el instante presente, podrá progresar. Si rechaza esta opción, se sumergirá en la desesperación. La sabiduría consistiría en hacer frente, en aceptar la mutación que le zambulle en una novedad de vida que es importante que él asuma. El peligro sería tomar consejos de aquí y de allá, o también evadirse de su singularidad y de su soledad buscando mezclarse con la multitud.

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lunes, 24 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( IX )


Cuando la lectura de las Escrituras sagradas se convierte en meditación, evoca además la oración; sin embargo, se diferencia netamente de ella. Monseñor Antoine Bloom escribe: «la meditación es una actividad del pensamiento, mientras que la oración es el rechazo de todo pensamiento»(4).

Sin embargo, la lectura de los textos sagrados conduce inevitablemente a la oración: «...Cuando oramos, hablamos a Dios, pero, cuando leemos, es Dios quien nos habla»(5). La lectura de la Escritura sagrada, como también la oración, supone previamente la fe, al menos para los judíos y los cristianos. Fe en una Presencia que se afirma en la medida en que se actualiza. La comprensión de las Escrituras se muda en conocimiento y amor, pues es ante todo relación entre dos personas. En este sentido la lectura de la Biblia puede ser llamada divina (lectio divina). No son las palabras lo que se ama, sino la verdad que divulgan(6). Todo ha de pasar en la vida, no se trata, pues, de una cuestión de duración dedicada a la lectura, sino de una abertura a la vida en la cual la Escritura se encarna.

A las Escrituras sagradas, consideradas como alimento esencial del hombre interior, hay que añadir la lectura de los Padres de la época patrístrica y del desierto, los tratados hesicastas, y los pertenecientes a la Filocalía. Algunos textos del siglo XII que emanan de autores cartujos (Guigues I y Guigues II) y cistercienses (San Bernardo y su escuela) son inapreciables. El maestro Eckhart se impone y, en su órbita, los textos de la escuela renana. Así se presenta el tesoro esencial del hombre interior. Cabe añadir, naturalmente, escritos del siglo XVII. El hombre interior, a de ser prudente respecto a las lecturas llamadas «edificantes» de los últimos siglos, aparte el padre Foucauld. Parece necesario volver a las fuentes y atenerse a ellas. Hagamos notar que los escritos orientales y, en particular, la literatura siríaca constituyen después de la Sagrada Escritura un alimento substancial.

Lo importante, en la lectura de las Escrituras Sagradas, es ponerse en contacto con una Presencia: la de la luz inmediata. Al situarse en el instante, esta Presencia engendra una experiencia. Así, la Presencia se sitúa en el presente. Al propio tiempo implica una comprensión más lúcida que determina un nuevo nacimiento y un nuevo amor. El despliegue se produce por repercusiones de esperas y de recepciones. Arraigando en la intuición, la espera y la recepción son otras tantas experiencias; no se suman, se multiplican. Por lo demás, esta Presencia no es exterior, la palabra que se expresa en el interior encuentra la Palabra que emana de la Escritura: no hacen sino una.

Gracias a la presencia de la Palabra, el hombre escapa de la soledad; eso no significa que sepa siempre dirigirse en la andadura de su existencia hacia la interioridad; por eso le es necesario, a veces, aconsejarse con hombres experimentados, aptos para traducir el sentido de una llamada y de una vocación personal.

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NOTAS

1.- En un capítulo anterior del libro del que está extraído este fragmento.

2.- Son conocidos y están perfectamente documentados los estudios hechos en Francia en comunidades de monjes y monjas de clausura que habían abandonado el canto gregoriano tras el Concilio Vaticano II, y cuyos miembros sufrían depresiones y otras alteraciones del ánimo y físicas. La mayoría de estas alteraciones se resolvieron solo con volver al canto tradicional. (N.D.R)

3.- En los monasterios que dan alojamiento, parece normal utilizar la lengua del país. En cambio, no es muy comprensible el abandono del latín en ciertas órdenes contemplativas estrictamente cerradas al exterior.

4.- Cf. Mgr. Antoine Bloom, Living Prayer, London, 1966, p. 57.

5.- Véase a este respecto, Sr. Mrie-François Herbaux, Formation a la lectio divina, en Collectanea Cisterciensia, t.32, 1970, 3, pp. 219 ss.

6.- San Isidoro de Sevilla, Sentencias III, 8, P. L. LXXXIII, 679.



(M. M. Davy - El Hombre Interior y sus Metamorfosis - Editorial Integral - Colección: Rutas del Viento)

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sábado, 22 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( VIII )


La concentración se convierte en contemplación cuando el hombre recogido alcanza a fijarse en su centro y esa operación se lleva a cabo de una manera suave y no rígida. En cuanto huyen los pensamientos, comienza la contemplación... El espíritu original se derrama en el ser por la contemplación. Así, el texto sagrado pone en movimiento imágenes comparables a corredores que se encaminan hacia el centro. Cuando se efectúa la entrada al centro, conviene abandonar esas imágenes simbólicas, ellas han conducido hacia la orada interior pero no pueden penetrar en ella; de ahí la necesidad rigurosa de abandonar las imágenes que no son en realidad vehículos indispensables pero peligrosos para aquellos que avanzan en el camino de la perfección.

Poco a poco, el espíritu consciente se somete al espíritu original, que es lo que Lu Tsu llama el trabajo de fundación.

Se trata de las bases para la construcción de una morada de que habla el Evangelio (Cf. Mateo VII, 24). El apóstol Pablo dirá también: «He puesto el fundamento como un sabio arquitecto» (I Coritios III, 10).

La lectura de los textos sagrados requiere las mismas disposiciones que la oración cuando es considerada una toma de contacto consciente y no un estado; conviene entrar en su cámara y cerrar la puerta (Cf, Mateo vi, 6) es decir, interiorizarse en el interior, retirando la atención del exterior....

Los cantos sagrados... El hombre participa del ritmo y sobre la modulación de la melodía se acuerda la respiración: inspiración, espiración y retención del aliento. Así, el canto gregoriano sacraliza, hace que emerjan las energías latentes que esperan a ser llamadas para expresarse... Suprimiéndolo, en ciertos monasterios cristianos, se privan así de un orden y una medida introducidos por el canto de los neumas. De ahí los desórdenes psíquicos y las depresiones más numerosas que antaño y que hoy día afectan a numerosos monjes(2). No hay que olvidar que el canto gregoriano ejercía una función purificadora de carácter ascético concerniente a la respiración. Cierto es que el latín ...su uso correspondía a una experiencia que tenía por objeto sacralizar al sujeto(3). En los cantos religiosos de la India, por ejemplo, la melodía y la utilización del sánscrito en cuanto lengua sagrada ejercen una función idéntica. Podría decirse otro tanto del canto hebraico en los templos judíos.

miércoles, 12 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( VII )


La escritura, dirigiéndose al corazón del hombre, se convierte en su morada, pues la Palabra, semejante a una mano, llama a la puerta de lo interior; abrir es darle entrada, de ahí el texto del Apocalipsis (III, 29): «He aquí que me encuentro a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré... cenaré con él y él conmigo». Un sentido idéntico se encuentra en el texto del apóstol Juan (XV, 4-5): «si alguno me ama, conservará mi Palabra; entonces mi Padre también lo amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada». Se trata, pues, de una habitación de la Palabra en el hombre interiorizado.

Leer los textos sagrados considerándolos ajenos a uno mismo sería absolutamente vano. Así, numerosos meditantes no hacen ningún progreso, incluso si se consagran durante horas a la lectura de las Sagradas Escrituras. El sello de los libros sagrados sólo se rompe cuando el meditante abandona lo manifestado y pasa desde lo grosero a lo sutil, desde el discurso al silencio. Este estado de tranquilidad no concierne únicamente al cuerpo, la mente ha de mantenerse en reposo, de ahí la importancia dada a la vigilancia del corazón a fin de rechazar los pensamientos errantes y dispersantes. El corazón se mantiene en la contemplación apacible y se descubren los misterios, el texto sagrado entrega sus secretos ocultos, que arden por ser descubiertos, y toda posibilidad de ensoñación queda eclipsada.


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jueves, 6 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( VI )


Los acontecimientos históricos tienen su importancia, pero también han de ser interiorizados y desarrollarse en el interior; toman entonces relieve y una densidad más preñada. Hoy, los textos bíblicos se ven tamizados por una crítica científica exigente, a veces son analizados como cualquier texto profano. A menos que uno sea teólogo en el sentido occidental del término (el teólogo oriental, es, ante todo, un hombre de oración), el hombre interior debe alimentarse sobre todo con sencillez. No lee la Biblia como intelectual, sino como un ser hambriento que busca su alimento. Como el ángel, el hombre interiorizado es un «velador», su mirada quisiera imitar la de los querubines, y poder contemplar lo inefable a través de las palabras y, a veces, a pesar de las palabras; pues las palabras, como las imágenes, han de ser superadas.

domingo, 2 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( V )


Cuando el hombre se deja modelar por la Palabra que se le dirige, comprende que ésta va ante él y que él va ante ella. Su escucha es una respuesta, pues él ha sido precedido. El Antiguo Testamento, particularmente, con el Génesis, los libros sapienciales y los profetas, sitúan y orientan. Los salmos, cuya belleza es incomparable, alimentan el corazón. El lector se encuentra, así, situado a la espera de la nueva alianza, preparado para reconocer a Cristo. Con el Nuevo Testamento, Dios se hace más próximo, se le ofrece un nuevo acceso que conduce al Padre, mientras que el Espíritu introduce en los secretos, es decir que le hace atravesar la corteza para saborear la almendra, que es lo único que puede alimentarlo. «El Verbo –dirá San Bernardo en su estilo figurado– se presenta en la carne, el Sol en la nube, la luz en el recipiente de la tierra, la miel en la cera, la llama en la lámpara». Cristo no es solamente un personaje histórico cuya vida conviene meditar; interiorizado, se convierte en un estado.

lunes, 27 de julio de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( IV )


Cuando el alma recibe el choque de las Escrituras sagradas se produce una espontaneidad espiritual; en el espacio interior, lugar de las ideas, todo es recepción, relación y unificación. Un texto sagrado, por ejemplo el versículo de un salmo, no producirá una «idea» idéntica en todos cuantos lo lean. No existe aquí uniformidad ni unilateralidad, todo se captará según la calidad de apertura, de espacio interior y sobre todo de exigencia más o menos limitada o ilimitada. En la comprensión misma se presentan intervalos, especies de vacíos que llaman a lo lleno, deseándolo con violencia, o deseando desearlo durante los movimientos oscuros. Así, la Sagrada Escritura corresponde a un apetito sentido: «mi alma tiene sed de ti» (Ps. XLI,3). Cuando no se siente ese apetito, conviene, no obstante, alimentar al hombre interior de la misma manera que el que existe ha de alimentarse para vivir. El sujeto se da cuenta de que no comprende sino una parte de toda una totalidad; experimenta cruelmente esa carencia que hace más aguda su atención, acecha el instante en el que un conocimiento más denso va a surgir.

No habría que creer que la lectura de la Biblia conviene tan sólo a los monjes, pues la Palabra se dirige a todos los hombres indistinta e independientemente de su profesión y de su modo de vida, tanto a los sabios como a los individuos incultos. Pensar lo contrario sería tan irrisorio como afirmar que sólo los ricos han de alimentar su cuerpo y que los demás están condenados a morirse de hambre, incluso si tienen alimentos ante ellos.

sábado, 25 de julio de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( III )


En el Fedro, explica Sócrates que toda cosa es vista por otra que nosotros no vemos. Se accede a un conocimiento nuevo en la medida en que se lo posee anteriormente. Toda experiencia exige, o más bien implica, un preconocimiento (74, e). «¿Habrá una experiencia antes de la experiencia?», escribe Jean Trouillard en su obra L´Un el l´âme selon Proclos. Y añade: «Pero esta experiencia antecedente exigiría por sí misma otra experiencia, anterior por las mismas razones, y así hasta el infinito. Es, pues, preciso que ese preconocimiento sea anterior, no según el tiempo, sino según el orden. No puede pertenecer a un saber adquirido, ha de entrar en la contextura del alma conocedora.»

Esta experiencia anterior se manifiesta por la reacción espontánea experimentada con respecto al contenido de un texto sagrado. El alma «reconoce» de un modo más o menos claro su parentesco, la idea recibida no le parece ajena a aquello hacia lo que él tiende. El alma es movida por la Vida, se mueve en la Vida; en ese sentido existe un desarrollo constante para el hombre interior. A este respecto, la enseñanza de los neopitagóricos permite comprender tal movimiento. El alma es un número que se mueve sobre sí mismo, «procediendo por una procesión y una conversión interna cuyo movimiento parte de la unidad para concluir en la unidad»

miércoles, 22 de julio de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( II )


La inteligencia del texto sagrado no tiene que ver con una formación intelectual, depende únicamente de la calidad de apertura del corazón. Esta pertenece a la estructura del hombre interior; puede estar coagulada o ser fluida, es decir, puede estar bloqueada o privada de nudos en la medida en que la espontaneidad interior se ha conservado o se ha reconquistado. Según Proclo –y esa misma idea se encontrará también en el cristianismo– la atracción sentida por lo espiritual se inscribe en el alma; así, «rezar» es «liberar una oración interior». Cuando Agustín escribe: «no me buscarías si no me hubieres encontrado ya», esta frase posee idéntico sentido. La conversión obrada bajo el choque que producen las palabras que llegan al corazón es consecutiva a una orientación anterior cuya eficiencia podía ignorarse anteriormente: todo procede de la moción divina; precede a la diversidad de sus manifestaciones.

Esta manifestación corresponde a una espontaneidad. No es con un esfuerzo con lo que el hombre interior se abre a los signos y el texto sagrado lo libera. El hombre interior se encuentra atento a ellos por su propia estructura; la amplifica en la medida en que da interiormente su consentimiento a su verdadera naturaleza espiritual, el texto sagrado permite, pues, unirse de nuevo, y por ello mismo responder, al movimiento inicial que se sitúa en la interioridad; puede haber estado bloqueado, pero la Escritura licúa ese bloqueo, en la misma medida en que libera una energía latente que esperaba poder manifestarse. «La forma final de la oración –escribe Proclo– es la unidad que establece al uno del alma en el propio uno de los dioses...» permanecemos en la luz divina y estamos envueltos en su ciclo. Esa es la cúspide de la oración verdadera, alcanzar de nuevo por la conversión la manencia inicial, reintegrar en uno lo que procede del uno de los dioses, recoger la luz que hay en nosotros en la luz de los dioses.

Por eso puede decirse que la iniciación es operativa en el interior, anteriormente a toda iniciación conferida desde el exterior; lo que inicia, consagra y sitúa al alma en el seno del misterio es la obra creadora; en este sentido puede hablar Sócrates, en el Fedro, de la más perfecta de las iniciaciones; de ahí la «simpatía» que se establece entre los textos sagrados y el hombre, entre el hombre y los textos sagrados. Por este término de «sympatheia», hay que entender una atracción recíproca, una atracción ineluctable que orienta la mirada, acentúa la percepción y provoca la revelación.

domingo, 19 de julio de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( I )



Así como el hombre tiene necesidad de «alimentos terrenos» para su cuerpo exterior, así el hombre interior, es decir el corazón, ha de alimentarse. Mucho tiempo y energía se consagran al cuerpo. A menudo el hombre puede asegurar los gastos necesarios para el mantenimiento de la existencia con un trabajo asiduo. El hombre interior, subalimentado, se torna frágil, se deteriora y perece.

El alimento más sustancial del hombre interior reside en el contacto asiduo con los textos sagrados, que le permiten alcanzar un nivel más profundo de la comprensión de sí mismo y del sentido de su búsqueda. Para el hombre interior la lectura cotidiana de los textos sagrados es análoga a las comidas que cada día ofrece a su cuerpo. Aquí lo que tiene importancia no es tanto la duración o la cantidad, sino la intensidad.

Lo esencial para el hombre interior, consiste en la lectura y en la meditación de los textos sagrados. Según la tradición judeo-cristiana el hombre no está solo, Dios le habla y es contemporáneo de su palabra. Lo que Yahvé dice a Israel, lo pronuncia para cada ser tomado en su singularidad. Si abre el pecho de Lidia, la vendedora de púrpura (Actos, XVI, 14), abre también el corazón de aquel que le escucha, a fin de darle la inteligencia del texto. Los personajes bíblicos se encuentran, como «situaciones» sucesivas o imbricadas, en cada ser. El hombre interior reducido a una indigencia interior, momentáneamente abandonado, se queja como Job en la confianza y en la amargura; obedece con Abraham; como Moisés, entra a veces en la nube. A los monólogos de la Divinidad y el Hombre, sucede a veces el diálogo. No se trata de refugiarse en sueños que la imaginación alimenta; todo sucede en el interior, en el secreto de la dimensión de profundidad.

El lector de los textos sagrados tiene en cuenta interpretaciones que le presentan comentadores; a veces le visita la inspiración y el texto se ilumina. Capta «un algo» que un instante después se le hará oscuro.

Las palabras de la Escritura se rumian, se mastican como alimentos, y luego se saborean, sin embargo, hace falta una preparación para favorecer el apetito. Con respecto a la Escritura hay una apertura, un deseo de alimentarse que mantiene la oración y el ayuno del corazón, en la medida en que son medios de recogimiento que estimulan la atención y la escucha.

domingo, 12 de julio de 2009

HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( VII )



UN EREMITISMO INTERIORIZADO

¿Es posible un eremitismo tal, enfocado en su esencialidad? El conocimiento de uno mismo y de los demás permite dudar de ello, al menos actualmente. Ya no subsisten más que los cartujos para mantener un verdadero eremitismo. Eremitismo además mitigado puesto que los cartujos viven en comunidad. Esta protege a los silenciosos contra sus sueños, sus fantasmas, sus ilusiones. Uno de los riesgos del eremita consiste en tomarse en serio y en darse importancia. El orgullo acecha a los solitarios como el gato a los ratones. Los maestros espirituales cartujos permanecen presentes para desvelar la inflación intempestiva, siempre posible, del «yo» de algunos religiosos. En ciertos casos, el intelectualismo se vuelve un refugio. La mente se nutre y el corazón dormita. Sin embargo, la cultura puede llegar a ser una ayuda preciosa en los instantes de escasez. El recurso a los modelos no es intempestivo.

No se podría dudar del valor del eremitismo en el pasado como en el presente. Eremitismo surgido de los monasterios o desplegándose fuera de ellos. El eremitismo no pierde nada hoy en día de su verdadero significado y de su valor: ha sido, es, y será. No obstante, se puede pensar que los aciertos perfectos son de una extrema rareza. Antiguamente, el eremitismo era sin duda más realizable, cuando el hombre estaba más integrado en la naturaleza, cuando las religiones mantenían una mente más libre. La aglomeración paraliza, multiplicando por diez la aparición de las preguntas y de los problemas. El ser humano se ha vuelto complicado, y ha perdido una cierta inocencia.

En una época de mezclas, de explosión del decir, de la escritura, el eremitismo parece más que nunca difícil de vivir. El siquismo se ha debilitado, la depresión se extiende, el equilibrio se vuelve cada vez más raro. La hipocresía camuflante de ayer cede ante la puesta al día de lo sórdido. Más aún, los formadores son raros a pesar de la multiplicidad de los maestros. La «agitación de las alas» de la que hablaba Sócrates, ha sido reemplazada por «la agitación de enseñar». Todo el mundo sueña con enseñar a los demás sus propios balbuceos. Las sectas, los grupos surgen como las malas hierbas en los jardines.

Movidos por otro espíritu, los monasterios abren sus hospederías a los visitantes con el fin de hacerles compartir su vida espiritual recibiendo al mismo tiempo alguna ayuda monetaria. Los eremitas aceptan que se les venga a ver y que se permanezca en su cercanía. ¡Así los monasterios y los ermitaños favorecen con toda generosidad el «turismo de la interioridad»! Dentro de poco, es posible que a la «Guía de los Monasterios» se añada otra relativa a los eremitas. Los turistas podrán fotografiarlos y llevar así preciosos recuerdos para enseñarlos a las amistades. Nada nuevo: en el siglo XII, Aelred de Rievaulx recomendaba a su hermana eremita que dejara a los curiosos cotillear en su puerta.

Las condiciones económicas y sociales complican el acceso a la soledad. Sería anormal hoy en día que un eremita no se mantuviera económicamente. Si no, se trataría para él de «vivir a costa» de un donante o de una comunidad. ¿Por qué privarse de algo, para dar a otros el privilegio de no hacer nada? ¿La plegaria y la santa ociosidad serán incompatibles con el trabajo?. Es evidente que no. En numerosos casos, parece inoportuno fomentar la pereza, el rechazo de la sociedad, la imposibilidad de mantenerse. Solo los verdaderos eremitas emergen de la mediocridad.

Durante siglos, las comunidades religiosas contemplativas han vivido de donaciones y herencias. Un cierto candor facilitaba esas generosas ofertas. Se creía firmemente que la oración y la ascesis de los monjes y de los ermitaños podían no solamente suplir sino borrar completamente la mediocridad o la perversión de su propia vida y de su conducta. El intercambio se consideraba como algo normal. Se trataba así de contratar un seguro con vistas a la salvación, a la vida post-mortem.

Una cierta lucidez desemboca en otra visión. Permite a la vez que adheriendose firmemente a la «comunión entre los hombres», el comprender que cada uno está invitado a tomarse en cargo. La liberación es una obra personal.

Lo mismo que existe un desierto interior, se presenta un eremitismo interiorizado, vivido dentro, en una ascesis constante de la inteligencia y del corazón. Además, en ciertos casos, el eremitismo podría vivirse «a tiempo partido». Una expresión así es chocante, no lo podemos negar. ¿Cómo el verdadero eremita podría separarse de la revelación de lo interior, de la seducción del Dios escondido?

En razón de la rareza del verdadero eremitismo, ¿por qué no consagrar un cierto tiempo a una total soledad en un lugar desértico, rechazando la vida en comunidad? El eremitismo no es un lujo. Hoy en día las estancias en Extremo Oriente se multiplican. La desambientación posee su valor. La verdadera desambientación sería aquí el romper los lazos con su ego en una lucidez constantemente renovada. El verdadero eremitismo está siempre ante uno. Nunca se alcanza.

El silencio se descubre en la medida en la que se vive sin trampas, más allá de los juegos, de las mentiras, de las seudo-compasiones, de las pulsiones de la carne y de la mente, del tumulto de los pensamientos y de los deseos. Es evidente que la palabra y por consiguiente la escritura tienen que ver con la cáscara y no con la nuez que solo el silencio interior alcanza.

Pero ¿quién degustando el sabor de la nuez puede dejar de hablar de él?.



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Extraído de: Questión de... nº116: Marie-Madeleine Davy, Les Chemins de la profondeur. Revue trimestrielle - Albin Michel, B.P. 21 - 84220 Gordes (Francia).

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miércoles, 8 de julio de 2009

HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( VI )


LA FECUNDACIÓN SILENCIOSA

En el Judeo-Cristianismo, en particular en el pensamiento judío, la importancia de la procreación está fundada en un texto del Génesis (1,28): «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra». Sin embargo, según dice Filon (Apología de los judíos, 11,14) y Flavio Josefo (Guerra de los judíos, 2,8,120-129), los Esenios renunciaban al matrimonio y a toda fecundidad física. Por vocación, el eremita está consagrado a la continencia, no solamente la de la carne sino también la de la psique. Todas sus energías se unifican; dispersarlas sería una mutilación. La libertad que tiene que conseguir no soporta ningún reparto. Él no puede esparcirse, por que ya no le pertenece el amar sino el ser amor. Un amor que llega a ser conocimiento, un conocimiento que el amor acrecienta.

Un eremita que hubiera llegado a ser un liberado-viviente (jivan mukta) puede sin temor permanecer mudo y renunciar a la escritura. Él extiende en el viento su conocimiento, su amor, su desapego de lo provisional. Comparable al «cabello que flota en el viento» del que hablan los Upanishads, se vuelve alguien que nutre al universo. Aporta la liberación sin saber quien recibe sus dones; no le preocupa, además, conocer o no el nombre de sus beneficiarios.

jueves, 2 de julio de 2009

HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( V )


LA SOLEDAD SILENCIOSA

Vivir solo y silencioso, tal es la vocación del eremita. «La Sabiduría –dirá Filón– gusta del aislamiento... ama la soledad.» Vivir en el silencio y la soledad parece contrario a la condición humana. En efecto, el hombre se desgasta en el decir. La comunicación le interpela y por eso mismo se siente existir.

Hablar puede dar la ilusión de despertar el pensamiento proyectándolo fuera. De cierta manera, se aprende en la medida en que se enseña. Para el eremita, la renuncia a la palabra conlleva también la renuncia a toda publicación. La marca distintiva del eremita reside en el incógnito. En tanto que homo viator, pasa sin ser mirado ni reconocido. Escondido, solamente es visto por el Eterno. A su desaparición, no ha dejado huellas tras de sí. Con toda evidencia, un eremita entregado a la escritura, firmando con su nombre sus obras, muy pronto sale de su eremitismo. Tener un seudónimo no cambiaría nada. Publicar bajo la mención de «eremita» sería una contradicción. Además ese término es publicitario, favorece la curiosidad. Por lo mismo, el eremita ejerciendo la función de gurú, de director de consciencia, ya no es un eremita. Penetra entonces en el circuito del decir, de los buenos consejos prodigados. Una mirada inalterada en el silencio equivale a una palabra. Cargándose de responsabilidades, el eremita pierde su libertad y su vacancia. Viviendo en el anonimato, su oración anónima es de orden universal.

Solo una fe ardiente y desnuda puede comprender la realidad de eso que llamamos «la comunión de los santos» o también «la comunión de los hombres». La tentación suprema del eremita –y sería normal que la padeciera en la medida de su fragilidad– sería la de ceder a la compasión de una manera concreta. Lo que es justo –para aquellos que pertenecen a la consciencia común– llegaría a ser para el eremita un error. En efecto, no hay ninguna necesidad de contacto directo con los hombres. El eremita lleva el mundo en su corazón y lo presenta al Eterno. No se puede comprender esta actitud más que en la medida en la que el eremita se sitúa en una dirección escatológica difícil de captar.

Cuando un solitario vive con autenticidad en el silencio, su fondo remonta. Y ese es todo el secreto de la vida eremítica. Este fondo significa la dimensión divina. Ninguna palabra puede dar cuenta de ello. Lo inefable escapa al lenguaje. Este fondo emerge en un profundo silencio. Un silencio abismal.

Se presenta así un más allá de la alabanza, un más allá de la llamada, un más allá del encuentro o del diálogo. Habiendo plantado su tienda en las peñas, en la montaña, los bosques, en las orillas de los ríos, en una isla, el ermita rodeado de belleza puede descubrirla en tanto que reflejos de la belleza divina. El canto de los pájaros, el perfume de las flores, el viento helado o tibio le encaminan hacia el Creador. Pasando del Dios formador a la Deidad oculta, él se vuelve el portador del cosmos y lo regenera.

jueves, 25 de junio de 2009

HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( IV )


LA DIMENSIÓN NOCTURNA

Por vocación, el eremita está consagrado a la noche. Así, el solitario que se consagra exclusivamente a lo Absoluto está invitado a vivir en una dimensión nocturna. Y esto por varios motivos de los que el que más se impone resulta de la profundidad al nivel de la cual la experiencia se desarrolla. El Eterno se oculta en la medida en la que se revela, él habla cuando calla. Así la densidad de la ausencia sobrepasa la sensación de la dulce presencia. Nada se ve, nada se escucha, nada se toca. El lenguaje divino se expresa en el silencio. Lo inefable no podría concretarse en palabras. La desnudez le arranca del ornamento. Como la noche, el silencio se asemeja a la muerte. En cierta manera, dejando un aspecto del tiempo, el eremita vive en un más allá emparentado con la eternidad.

Ciertamente la luz es amada. Pero no podría ser la luz cósmica. Antes que nada el hombre es lunar, él recibe su claridad del sol divino. A continuación, en una fase correspondiente a otro nivel, se mantiene en un estado en el cual los astros del firmamento exterior no podrían tener acceso. Surgiendo en una nueva tierra y un nuevo cielo, este otro firmamento comporta astros sutiles. En fin, el eremita en la medida de su vocación, no tiene ya más ninguna necesidad de la luna para iluminar su noche, ni del sol para iluminar su día. «El (Dios) ha hecho la luna para marcar los tiempos» (104,19) y «el sol par presidir el día»(136,8), dirá el salmista. Ahora bien, el eremita escapa a esta forma de noche y de día iluminando al común de los hombres. Perteneciendo a otra dimensión del tiempo, él se sitúa en una vastedad ilimitada en la que es imposible encontrarle. A propósito de esto, sería posible hablar de «la tierra virgen» –Die jungfern Erde, dirá Angelus Silesio, de donde nace «el hijo de los Sabios» (El peregrino querubínico, libro 1, 147)

Es por eso que el eremita aparece semejante a la «mujer envuelta de sol» (Apocalipsis 12,1), encinta de un varón (el puer eternus). El dragón acecha su nacimiento con el fin de devorarlo. Pero él será «elevado junto a Dios», mientras que su madre se ocultará en el desierto. Así el solitario se aloja en el desierto y combate contra los dragones guardianes de los umbrales a la entrada de cada nivel ascensional que él debe recorrer.

Ante la mirada de los demás, el eremita podría tener un rostro de luz, si al menos encontrara a alguien susceptible de distinguir su irradiación. Para los demás, parece como alguien original viviendo en la marginalidad. Los hombres no aceptan que se pueda pasar sin ellos. Aquel a quien lo Absoluto basta no es más que un loco. Los «locos de Cristo» de la vieja Rusia eran más o menos rechazados por aquellos que juzgaban su modo de vida extravagante.

La dimensión nocturna se sitúa dentro. Ella puede parecer extraña e incluso inexplicable. Un texto de Angelus Silesius aclara una situación así:

La luz no es Dios mismo.

La luz es el vestido del Señor.


El movimiento dinámico desencadenado por la soledad silenciosa sobrepasa «el vestido del Señor». Louis de Blois describe de una manera evocadora una profundidad así: «En la unión secreta –dirá– el alma amante se va y escapa de ella misma, y se sumerge como si estuviera aniquilada, en el abismo del amor eterno, en el que ella está muerta a si misma y vive para Dios, sin saber nada, sin sentir nada más que el amor que ella degusta; ya que ella se pierde en el inmenso desierto y la tiniebla de la Deidad»

Por supuesto es de esta tiniebla de la que se trata. Tiniebla sugerida por numerosos autores, en particular por Dionisio el Místico. Y es en esta tiniebla que la soledad silenciosa se establece.