jueves, 27 de agosto de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( I )


La meditación puede definirse como un estado. De todas maneras, la adquisición de ese estado exige un entrenamiento. De ahí la necesidad, antes que nada, de meditar de una manera cotidiana y a horas fijas. De la misma manera, un músico hará infatigablemente sus ejercicios y escalas de piano, con el fin de obtener la ligereza de dedos y de muñecas. En otro nivel, la Iglesia pide a sus adeptos que asistan el domingo a un oficio litúrgico. Es importante monopolizar la atención en momentos precisos. Si no la atención corre el riesgo de vagabundear. Cada uno sabe lo difícil que es concentrarse y recogerse. Siendo esencialmente móvil, el hombre se encuentra continuamente invadido por pensamientos, deseos que no cesan de distraerle y de acapararle. Puede rechazarlos pasajeramente a la manera de los mosquitos que un gesto de la mano aleja para volver enseguida a revolotear ante el rostro.

Al cabo de semanas, de meses, de años, un cambio se produce con respecto a la meditación. Esta, hasta entonces, aparecía como algo apremiante, hela aquí, ahora, deleitable. La media hora o la hora de meditación se instala, se despliega. Los límites del tiempo se borran. La meditación colorea la existencia, la impregna; llega a ser una atmósfera, un ambiente. Ante este cambio operado con lentitud, el meditante corre el riesgo de inquietarse. Tomando consciencia de una novedad que se manifiesta en él a su pesar, y no de una manera voluntaria, puede tener momentos de angustia. En esos momentos experimenta su propia singularidad y como consecuencia su diferencia. Helo aquí aislado, zambulléndose en una especie de vertiginosa soledad, emergiendo de la omnitud. Lo que interesa a la mayoría de los individuos parece no concernirle ya. Los juegos de los demás le dejan indiferente. Constatación dolorosa. No está todavía perfectamente unificado, pero la unidad comienza a manifestarse en él. Un nuevo conocimiento de si mismo se esboza. La visión de sus yoes corre el riesgo de hacerse intolerable. El meditante querría volver hacia atrás, reencontrar la agitación que le procuraba la sensación de existir. Ninguna vía de vuelta se comprueba como posible. Su caminar parece suspendido. Los deseos que, anteriormente, le impulsaban hacia el futuro se borran poco a poco. Está de alguna manera suspendido entre dos vacíos. Si opta por el instante presente, podrá progresar. Si rechaza esta opción, se sumergirá en la desesperación. La sabiduría consistiría en hacer frente, en aceptar la mutación que le zambulle en una novedad de vida que es importante que él asuma. El peligro sería tomar consejos de aquí y de allá, o también evadirse de su singularidad y de su soledad buscando mezclarse con la multitud.

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lunes, 24 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( IX )


Cuando la lectura de las Escrituras sagradas se convierte en meditación, evoca además la oración; sin embargo, se diferencia netamente de ella. Monseñor Antoine Bloom escribe: «la meditación es una actividad del pensamiento, mientras que la oración es el rechazo de todo pensamiento»(4).

Sin embargo, la lectura de los textos sagrados conduce inevitablemente a la oración: «...Cuando oramos, hablamos a Dios, pero, cuando leemos, es Dios quien nos habla»(5). La lectura de la Escritura sagrada, como también la oración, supone previamente la fe, al menos para los judíos y los cristianos. Fe en una Presencia que se afirma en la medida en que se actualiza. La comprensión de las Escrituras se muda en conocimiento y amor, pues es ante todo relación entre dos personas. En este sentido la lectura de la Biblia puede ser llamada divina (lectio divina). No son las palabras lo que se ama, sino la verdad que divulgan(6). Todo ha de pasar en la vida, no se trata, pues, de una cuestión de duración dedicada a la lectura, sino de una abertura a la vida en la cual la Escritura se encarna.

A las Escrituras sagradas, consideradas como alimento esencial del hombre interior, hay que añadir la lectura de los Padres de la época patrístrica y del desierto, los tratados hesicastas, y los pertenecientes a la Filocalía. Algunos textos del siglo XII que emanan de autores cartujos (Guigues I y Guigues II) y cistercienses (San Bernardo y su escuela) son inapreciables. El maestro Eckhart se impone y, en su órbita, los textos de la escuela renana. Así se presenta el tesoro esencial del hombre interior. Cabe añadir, naturalmente, escritos del siglo XVII. El hombre interior, a de ser prudente respecto a las lecturas llamadas «edificantes» de los últimos siglos, aparte el padre Foucauld. Parece necesario volver a las fuentes y atenerse a ellas. Hagamos notar que los escritos orientales y, en particular, la literatura siríaca constituyen después de la Sagrada Escritura un alimento substancial.

Lo importante, en la lectura de las Escrituras Sagradas, es ponerse en contacto con una Presencia: la de la luz inmediata. Al situarse en el instante, esta Presencia engendra una experiencia. Así, la Presencia se sitúa en el presente. Al propio tiempo implica una comprensión más lúcida que determina un nuevo nacimiento y un nuevo amor. El despliegue se produce por repercusiones de esperas y de recepciones. Arraigando en la intuición, la espera y la recepción son otras tantas experiencias; no se suman, se multiplican. Por lo demás, esta Presencia no es exterior, la palabra que se expresa en el interior encuentra la Palabra que emana de la Escritura: no hacen sino una.

Gracias a la presencia de la Palabra, el hombre escapa de la soledad; eso no significa que sepa siempre dirigirse en la andadura de su existencia hacia la interioridad; por eso le es necesario, a veces, aconsejarse con hombres experimentados, aptos para traducir el sentido de una llamada y de una vocación personal.

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NOTAS

1.- En un capítulo anterior del libro del que está extraído este fragmento.

2.- Son conocidos y están perfectamente documentados los estudios hechos en Francia en comunidades de monjes y monjas de clausura que habían abandonado el canto gregoriano tras el Concilio Vaticano II, y cuyos miembros sufrían depresiones y otras alteraciones del ánimo y físicas. La mayoría de estas alteraciones se resolvieron solo con volver al canto tradicional. (N.D.R)

3.- En los monasterios que dan alojamiento, parece normal utilizar la lengua del país. En cambio, no es muy comprensible el abandono del latín en ciertas órdenes contemplativas estrictamente cerradas al exterior.

4.- Cf. Mgr. Antoine Bloom, Living Prayer, London, 1966, p. 57.

5.- Véase a este respecto, Sr. Mrie-François Herbaux, Formation a la lectio divina, en Collectanea Cisterciensia, t.32, 1970, 3, pp. 219 ss.

6.- San Isidoro de Sevilla, Sentencias III, 8, P. L. LXXXIII, 679.



(M. M. Davy - El Hombre Interior y sus Metamorfosis - Editorial Integral - Colección: Rutas del Viento)

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sábado, 22 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( VIII )


La concentración se convierte en contemplación cuando el hombre recogido alcanza a fijarse en su centro y esa operación se lleva a cabo de una manera suave y no rígida. En cuanto huyen los pensamientos, comienza la contemplación... El espíritu original se derrama en el ser por la contemplación. Así, el texto sagrado pone en movimiento imágenes comparables a corredores que se encaminan hacia el centro. Cuando se efectúa la entrada al centro, conviene abandonar esas imágenes simbólicas, ellas han conducido hacia la orada interior pero no pueden penetrar en ella; de ahí la necesidad rigurosa de abandonar las imágenes que no son en realidad vehículos indispensables pero peligrosos para aquellos que avanzan en el camino de la perfección.

Poco a poco, el espíritu consciente se somete al espíritu original, que es lo que Lu Tsu llama el trabajo de fundación.

Se trata de las bases para la construcción de una morada de que habla el Evangelio (Cf. Mateo VII, 24). El apóstol Pablo dirá también: «He puesto el fundamento como un sabio arquitecto» (I Coritios III, 10).

La lectura de los textos sagrados requiere las mismas disposiciones que la oración cuando es considerada una toma de contacto consciente y no un estado; conviene entrar en su cámara y cerrar la puerta (Cf, Mateo vi, 6) es decir, interiorizarse en el interior, retirando la atención del exterior....

Los cantos sagrados... El hombre participa del ritmo y sobre la modulación de la melodía se acuerda la respiración: inspiración, espiración y retención del aliento. Así, el canto gregoriano sacraliza, hace que emerjan las energías latentes que esperan a ser llamadas para expresarse... Suprimiéndolo, en ciertos monasterios cristianos, se privan así de un orden y una medida introducidos por el canto de los neumas. De ahí los desórdenes psíquicos y las depresiones más numerosas que antaño y que hoy día afectan a numerosos monjes(2). No hay que olvidar que el canto gregoriano ejercía una función purificadora de carácter ascético concerniente a la respiración. Cierto es que el latín ...su uso correspondía a una experiencia que tenía por objeto sacralizar al sujeto(3). En los cantos religiosos de la India, por ejemplo, la melodía y la utilización del sánscrito en cuanto lengua sagrada ejercen una función idéntica. Podría decirse otro tanto del canto hebraico en los templos judíos.

miércoles, 12 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( VII )


La escritura, dirigiéndose al corazón del hombre, se convierte en su morada, pues la Palabra, semejante a una mano, llama a la puerta de lo interior; abrir es darle entrada, de ahí el texto del Apocalipsis (III, 29): «He aquí que me encuentro a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré... cenaré con él y él conmigo». Un sentido idéntico se encuentra en el texto del apóstol Juan (XV, 4-5): «si alguno me ama, conservará mi Palabra; entonces mi Padre también lo amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada». Se trata, pues, de una habitación de la Palabra en el hombre interiorizado.

Leer los textos sagrados considerándolos ajenos a uno mismo sería absolutamente vano. Así, numerosos meditantes no hacen ningún progreso, incluso si se consagran durante horas a la lectura de las Sagradas Escrituras. El sello de los libros sagrados sólo se rompe cuando el meditante abandona lo manifestado y pasa desde lo grosero a lo sutil, desde el discurso al silencio. Este estado de tranquilidad no concierne únicamente al cuerpo, la mente ha de mantenerse en reposo, de ahí la importancia dada a la vigilancia del corazón a fin de rechazar los pensamientos errantes y dispersantes. El corazón se mantiene en la contemplación apacible y se descubren los misterios, el texto sagrado entrega sus secretos ocultos, que arden por ser descubiertos, y toda posibilidad de ensoñación queda eclipsada.


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jueves, 6 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( VI )


Los acontecimientos históricos tienen su importancia, pero también han de ser interiorizados y desarrollarse en el interior; toman entonces relieve y una densidad más preñada. Hoy, los textos bíblicos se ven tamizados por una crítica científica exigente, a veces son analizados como cualquier texto profano. A menos que uno sea teólogo en el sentido occidental del término (el teólogo oriental, es, ante todo, un hombre de oración), el hombre interior debe alimentarse sobre todo con sencillez. No lee la Biblia como intelectual, sino como un ser hambriento que busca su alimento. Como el ángel, el hombre interiorizado es un «velador», su mirada quisiera imitar la de los querubines, y poder contemplar lo inefable a través de las palabras y, a veces, a pesar de las palabras; pues las palabras, como las imágenes, han de ser superadas.

domingo, 2 de agosto de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( V )


Cuando el hombre se deja modelar por la Palabra que se le dirige, comprende que ésta va ante él y que él va ante ella. Su escucha es una respuesta, pues él ha sido precedido. El Antiguo Testamento, particularmente, con el Génesis, los libros sapienciales y los profetas, sitúan y orientan. Los salmos, cuya belleza es incomparable, alimentan el corazón. El lector se encuentra, así, situado a la espera de la nueva alianza, preparado para reconocer a Cristo. Con el Nuevo Testamento, Dios se hace más próximo, se le ofrece un nuevo acceso que conduce al Padre, mientras que el Espíritu introduce en los secretos, es decir que le hace atravesar la corteza para saborear la almendra, que es lo único que puede alimentarlo. «El Verbo –dirá San Bernardo en su estilo figurado– se presenta en la carne, el Sol en la nube, la luz en el recipiente de la tierra, la miel en la cera, la llama en la lámpara». Cristo no es solamente un personaje histórico cuya vida conviene meditar; interiorizado, se convierte en un estado.