domingo, 14 de noviembre de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XXV)


Todo símbolo hierofánico es un símbolo iniciático cuya captación implica sus pruebas y su iluminación correspondiente. Si las corporaciones, la profesión religiosa, o las novelas del Grial poseen sus símbolos iniciáticos, parece evidente que la verdadera iniciación esté ligada a la experiencia espiritual. El reconocimiento de los símbolos provoca la experiencia espiritual. Así pues, dichos símbolos cumplen una función inicática, ya que la experiencia espiritual –como hemos dicho– coincide con una iniciación.

El hombre iniciado, en el sentido espiritual del término, está desprovisto de todo poder temporal. El homo carnalis puede usar sus poderes y entregarse a la magia, pero el homo spiritualis, se sitúa en un plano muy distinto: poseedor de un secreto –el secreto del rey– puede exclamar con Isaías (XXXIV, 16) secretum meum mihi. Pero este secreto pertenece al orden del conocimiento y su operación se extiende únicamente respecto a la transfiguración del cosmos, en cuanto tal.

El símbolo es un modo de lenguaje que suscita un estado de consciencia. El que lo capta alcanza otro escalón sobre la escala cósmica. Una iniciación se opera entonces, surge un modo de conocimiento desconocido, y el hombre penetra en otro ritmo: es decir, cambia de plano. Los recientes trabajos sobre simbolismo han mostrado cómo éste no puede unirse con una fase psiquica infantil. Lo que resultaría infantil sería detenerse en el símbolo en sí mismo sin rebasarlo, es decir, limitándose al objeto sin captar su proyección. Habría aquí una elección de la sombra por oposición a la luz; en este caso la negación del símbolo se equipara con la actitud infantil hacia él: creencia e incredulidad pueden presentarse en idéntico plano.

La experiencia del símbolo se convierte así en experiencia espiritual, es deleite, dilatación del corazón, estremecimiento interior, expansión del alma. La experiencia espiritual del símbolo se equipara a la experiencia mística, el alma se transforma, e iluminada, penetra en la vía del discernimiento y la sabiduría. Así se encamina de claridad en claridad (cf. II Cor., III, 18), es decir, de símbolo en símbolo, hacia la luz. Y guiada por su amor en tanto que sentido espiritual, descubre finalmente la gloria divina.



( Fragmentos extraídos de: «Iniciación a la Simbología Románica», Marie-Madeleine Davy, Ediciones AKAL, ISBN 84-460-0594-8 )