miércoles, 15 de agosto de 2012

Pequeña meditación



Sin otro título...

Percibimos el canto que continúa en lo profundo, en lo más hondo, donde los perfiles no se descubren como nuestro antojo lo quisiera.
Dice que no temas... No, amigo que ahora lees o que sospechas, no temas ni te juzgues derrotado. ¿Caíste por allí, por esos senderos perdidos y te pegaste un buen porrazo? Pues levántate sin más preámbulos ni trámite alguno. No te detengas en ningún lugar ni en el tiempo que sea. Deslígate, corta con energía las ataduras y sigue los pasos que llevabas. Te olvidarás del golpe... No lo dudes, eso ya pasó.
Sumérgete, nuevamente, en el silencio de tu corazón. Esto es: retorna a la ermita escondida, en medio de tu desierto. Ya lo conoces, ya estás en él. Desde siempre estás en él. Vive según ese mismo desierto te enseña: DESPRÉNDETE, suelta. Te hallas aún encadenado a un muelle en medio de la tormenta y con el agua agitada. Tu nave golpea una vez y otra vez contra el muro y, sin libertad, acabará por hundirse. Suelta esas amarras. Déjate llevar muy lejos. Abandona el muelle. En el desierto carece de sentido.
No prestes atención a los cantos de las sirenas. Aprende a no escuchar. Eleva los muros de tu jardín y de tu ermita. Son muchos los que se asoman por allí. Tú, nada; recupera el silencio, déjalo resurgir, olvidando y dejando...

¿Novedades?

Tal vez alguna sorpresa... Pero es hora de decir lo de siempre, la verdad de nuestra vida, descubierta en Cristo-Jesús. Desde lo más hondo llega esta palabra de salvación: calla y sufre, fortalécete en el mismo Misterio del Señor... Él es la Resurrección y la Vida.

Fr. Alberto E.

jueves, 9 de agosto de 2012

¿Más sendas en el silencio?


¿Más sendas en el silencio?

Éstas son al revés de lo que suponemos. Los caminos del silencio comportan siempre un retorno, volver a casa, a la Casa del Padre, al secreto siempre más profundo del corazón. No es hora de hacer "fuerza", ni de inventar "fervores". Es hora de paz y de coraje: atravesar de nuevo el dintel de la puerta que dejáramos atrás y adentrarnos allí mismo. ¿Comporta un retroceso? De ninguna manera. Comporta nacer de nuevo, cada vez. Dejar que el Verbo venga... ¡Ven Señor Jesús! O, quizá, cuando llama a la puerta entramos ahora nosotros con Él y en Él.
Si has juntado demasiados ladrillos, déjalos a un lado. Simplemente levanta en tu alma los muros de tu jardín. ¡Es hermoso este jardín! Ahora bien, tus sentidos no se procuren muros de materiales, aunque parezcan muy protectores. Tus sentidos han de disciplinarse y aplicarse, siempre de camino, al verdadero jardín interior. Cuando suenen esas lejanas trompetas, te dirás a ti mismo: -eso no es para mí, están muy lejos. Cuando algún grito cercano te desconcierte, dirás rápidamente, -Señor Jesús, ten piedad... Porque el silencio y la vida, porque todo es Él. Reposa en su Corazón, esa es tu casa, ese mismo, tu silencio.
Fr. Albertus