lunes, 14 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( IV )


La apertura del oído, de los ojos, de los labios y del corazón es el objeto en la Biblia de una demanda atendida, «Tu me has abierto los oídos», canta el salmista (40,7); el corazón de Lydia está abierto (Act. 16,14). Todavía más, ante el meditante, se produce una apertura inefable: las puertas de los cielos se abren (Sal. 78,23): «Desde ahora veréis el cielo abierto» (1,52). Las cercas se derrumban: un mundo transfigurado surge. El meditante distingue reflejos, todo se vuelve espejo de la belleza. El amor provisto de conocimiento no retiene más que la belleza. Ante él, la fealdad se desvanece y el mal no queda registrado en la memoria. El símbolo de los «cielos abiertos» significa un acercamiento de la Verdad. La Verdad no se ve en su plenitud, se contempla de lejos. «Amour de loingt» decían los autores medievales a propósito del amor cortés para designar el amor sentido hacia una mujer a la que no se podría abrazar. No se presenta todavía frente a frente con la luz. No obstante, su realidad no se pone en cuestión. No se podría dudar de su esplendor encaminándose hacia él.

Ciertamente, el meditante no está todavía transformado en la plenitud de la luz. Sin embargo un desvelamiento se opera. A través de las tradiciones y las religiones, una abertura da lugar a un mundo nuevo. Un más allá de las formas, de las contrariedades, de las leyes, de las obligaciones, de las autoridades. El acercamiento de los misterios comporta un más allá del tiempo y de la historia. Naciendo al espíritu, el cuerpo y la mente se aclaran y se mantienen mutuamente en un reposo activo.