martes, 27 de agosto de 2013

En un solo instante


Nada más inmediato y posible que la adhesión profunda del corazón. En un solo instante puedes salir de los estrechos límites que te ahogan para hallarte bajo el cielo abierto y azul, más arriba y en el destino más insospechado. Quiérelo con toda el alma, acepta la invitación y la vocación de Dios, acogiendo su gracia y, ante todo, disponiéndote para recibirlo a Él mismo... Es un instante, es el instante, ese presente único, que se te brinda y que acogerás con entera confianza. Quien confía es, al mismo tiempo, generoso. No hay generosidad sin confianza. Y quien se arroja de esta manera cae siempre en el Corazón de Dios. Muchos se detienen y por eso no llegan jamás. Se detienen en esas "burocracias" que multiplica la "inseguridad" humana, del brazo de escrúpulos que el enemigo favorece para cortar y romper. Es ese que siempre dice que "no". Dios, en cambio, te invita y Él mismo te levanta y te lleva. No temas el desierto. Deja consideraciones y dependencias sin sentido. Tu corazón ha de latir en libertad para Dios. Aquí y ahora.

Alberto E. Justo  
http://flordelyermo.blogspot.com.ar/

lunes, 19 de agosto de 2013

El escondite del silencio


Hoy sabemos, por la experiencia de cada día, que nuestros tiempos parecen haber desterrado el silencio. Los ruidos se multiplican de mil maneras, pocos pueden resistir algunos minutos sin decir "esta boca es mía", sonidos, alarmas, llamadas, operaciones de todo tipo, aparatos y equipos que producen de todo... ¿Entonces? ¿Es imposible vivir el silencio en estas horas nuestras, donde por gracia de Dios nos hallamos?
Si contemplamos la realidad con cuidado comprobaremos algo muy importante: el sonido es efímero, externo, y afecta sólo la superficie... El "centro" de las cosas y de la vida, lo profundo, es enteramente silencioso. Es urgente mirar hacia adentro... Es urgente detenerse MÁS ALLÁ. Es posible observar una planta admirando su vida, su principio, su sentido. Cuando algún estrépito nos mortifica es preciso despertar la PIEDAD en el corazón, que nos permite juzgar las cosas no como molestas o agradables, sino según un sentido superior: quizá el papel que juegan en la historia de la tragedia humana.
Los pasos de la historia son silenciosos. Su sentido no grita. Quizá clama, precisamente en silencio, con una plegaria ignorada, la propia de los peregrinos que tienden a un fin más alto e insospechado. Por ello enmudece. Sí, enmudece por un asombro que detiene el andar apresurado y carente de paz... Es posible, y muy posible, dejar que la consideración de estas cosas ascienda a la superficie. Pero sólo puede lograrse por medio de un respeto renovado y con la delicadeza propia del alma que abre los ojos al misterio del ser...

Alberto E. Justo  
http://flordelyermo.blogspot.com.ar/

domingo, 4 de agosto de 2013

¿Estamos realmente solos?


Se ha dicho, con toda razón, que nadie está menos solo que el solitario que abre su corazón a Dios. Esto es verdad. Pero me atrevo a añadir que ciertas experiencias, cuando se padece la soledad y el abandono de la "noche oscura", invitan -aunque parezca una paradoja- a prestar entera fe y confianza a la Presencia inefable... No, no vamos solos. Nuestro camino es, siempre, camino de Dios. Y en esos momentos de prueba, cuando nos damos cuenta de la impotencia, cuando nos envuelve no sé qué indignación ante el mal inevitable, nos hallamos, de golpe, en la oración del Huerto, sin otra explicación. La fatiga nos ahoga, el camino parece no acabar, las vueltas y vueltas se hacen más dolorosas por lo imprevistas... Todo esto es así, pero cada vez la soledad disminuye para llenarse toda de Dios.
De nuevo... "No temas". Las peores intrigas de este mundo (de cualquier mundo, aunque tenga no sé cuál "prestigio"), no son, no existen. Sabemos que en nuestros días abunda el resentimiento y la envidia, cuanto falta la misericordia y se echa de menos la compasión. Y esto en los ambientes donde la magnanimidad y la pureza debieran brillar hasta en los gestos más pequeños. No ha de importar constatación tan dolorosa, sino animarnos a confiar , cada vez más, en la Presencia inefable de Dios.

Alberto E. Justo