viernes, 1 de mayo de 2009

LA SOLEDAD - COMUNIÓN CON EL MISTERIO INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY (I)



Se presentan tantas formas de soledad como sujetos para intentar vivirla. Considerada en su apariencia exterior, el acceso a la soledad debe resultar de una elección deliberada. Impuesta desde adentro, por motivos independientes de la voluntad, se vuelve rápidamente una insostenible prueba que es necesario rigurosamente evitar. Si no, la soledad engendra un estado depresivo tanto más cruel en cuanto que no se puede superar.

El error sería creer en la uniformidad de la existencia solitaria. Los tipos de soledad son diversos; corresponden a las particularidades, a las diferencias esenciales y también a las vocaciones a descubrir por un precedente conocimiento de si.

De todas maneras -poniendo aparte los casos excepcionales- la opción hacia la soledad no concierne a los jóvenes ni tampoco a los individuos de edad madura. Es al final de la existencia cuando es posible privilegiarla. Marginal, el solitario se retira conscientemente de la travesía, de los acontecimientos, del mundo exterior. Y esto por motivos que le son estrictamente personales.

Salvo excepciones, aquellos que tienen responsabilidades de familia, padres, hijos, no tienen la aspiración de vivir en soledad. Elegirla concierne a personas privadas de responsabilidades y provistas de un temperamento independiente. Conscientes de su ignorancia, quieren colmarla antes de su muerte.

Siguiendo un pasaje del Eclesiastés (Quoelet 3,1,sg) «hay un tiempo para plantar, y un tiempo para arrancar lo que ha sido plantado... un tiempo para guardar, y un tiempo para arrojar... un tiempo para callarse, y un tiempo para hablar.» Glosando estos textos, sería posible añadir: «hay un tiempo para viajar y un tiempo para la estabilidad; un tiempo para enseñar a los demás, ser conocido, y un tiempo para entrar de una manera definitiva en el incógnito, el perfecto anonimato antes y después de la muerte». Esta decisión conviene a ciertos solitarios y debería ser totalmente respetada por sus amigos y también por los desconocidos que desearían tomarlos como protagonistas de artículos...

Las soledad reviste varios sentidos: vivir solo, sin compañero o compañera. Encontrarse raramente con alguien. Ausencia de visitas. Lucha incesante contra el vagabundeo de los pensamientos. Las distracciones –de dentro o de fuera– provocan un tambaleo ligero o violento.

Creerse solitario porque se vive solo en una ciudad –grande o pequeña– no coincide con la verdadera soledad. Encontrase con personas en el metro, los autobuses, la calle, conlleva elementos de dispersión.

Según los Apotegmas, Abba Arsenio retirado a la vida solitaria, formulaba esta plegaria: «Señor, condúceme por la vía de la salvación». Entonces escucho una voz decirle: «... huye, calla. Guarda el recogimiento» (Fuge – Tace – Quiesce).



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