jueves, 11 de junio de 2009

HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( I )


En todas las épocas, en el seno de las tradiciones y fuera de ellas, hombres y mujeres seducidos por lo Absoluto han elegido la experiencia de una vida eremítica, es decir de una vida silenciosa excluyendo todo comercio con los demás: comercio de negocios, de ideas, incluidos los intercambios llamados "espirituales". Lo más a menudo, la soledad a sido precedida de una vida de pareja. Una vez los hijos ya criados, los padres –o uno de ellos– podían retirarse en el bosque o a orillas de los ríos. Primero realizar sus deberes hacia la sociedad, después, quedando libre, entregarse a lo esencial; tal era generalmente el sentido del camino oriental. De hecho, el individuo no está cargado de ninguna obligación específica hacia la sociedad. Es, para él mismo, como el paso por una vida llamada «normal» o también «natural» puede comprobarse como equilibrante en la medida en la que él sienta la necesidad de esa vida. El hombre tiene necesidad de amar y ser amado. Renunciar al ejercicio de la ternura puede parecer mutilante en tanto que no es traspuesta a otro nivel.

En Occidente, alejarse de la multitud para ponerse aparte consiste en imitar una de las fases de la vida de Cristo. Después de la marea eremítica del siglo IV que invadió los desiertos, la Edad Media tomo el relevo con una maravillosa amplitud. Las raíces espirituales de Europa son monásticas. La Europa medieval es cisterciense, y también benedictina y cartuja. La famosa Regla de San Benito exige el paso por el cenobismo antes de dedicarse al eremitismo. Sabiduría prudencial de una extrema importancia. Se puede espontáneamente hablar, manchar hojas blancas ¡sin embargo el eremita no se improvisa!. En la época medieval, el eremita ocupa un papel en la literatura al mismo nivel que el clérigo o el caballero. Se le otorga gustosamente la lectura del corazón. Su función pasajera es la de volver a poner a los errantes en el camino derecho, tanto si están perdidos en el bosque como si están perdidos en ellos mismos. El servicio exclusivo de Dios hace apto a la lucidez y al discernimiento. Un amor tal no exige la reciprocidad.

Ciertamente, en todo tiempo, ha sido posible constatar la existencia de pseudo-eremitas. Criminales que se ocultaban para no caer en manos de la justicia, paranoicos que se aislaban, asociales que rechazaban vivir con los demás. A veces caracteres difíciles –o almas simplemente amorosas de su independencia– preferían asumirse fuera de sus monasterios. En Athos, el cenobismo precede también al eremitismo.

Poco importan los descréditos. Los verdaderos eremitas jalonan maravillosamente la historia. Lo más a menudo han sido anteriormente formados en un monasterio. Ellos se alejan de él para realizar más intensamente su experiencia. Llegar a ser monje exigía previamente una conversión. Elegir el eremitismo reclama una nueva metanoia. Padres espirituales podían asistir de vez en cuando a los solitarios. La comunidad los tomaba gustosamente a su cargo materialmente. Los laicos los alimentaban con predilección llevándoles pan, leche y frutos. Además, la mayor parte de los eremitas se autoabastecían cocinando bayas y hierbas salvajes según las estacion

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