lunes, 27 de julio de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( IV )


Cuando el alma recibe el choque de las Escrituras sagradas se produce una espontaneidad espiritual; en el espacio interior, lugar de las ideas, todo es recepción, relación y unificación. Un texto sagrado, por ejemplo el versículo de un salmo, no producirá una «idea» idéntica en todos cuantos lo lean. No existe aquí uniformidad ni unilateralidad, todo se captará según la calidad de apertura, de espacio interior y sobre todo de exigencia más o menos limitada o ilimitada. En la comprensión misma se presentan intervalos, especies de vacíos que llaman a lo lleno, deseándolo con violencia, o deseando desearlo durante los movimientos oscuros. Así, la Sagrada Escritura corresponde a un apetito sentido: «mi alma tiene sed de ti» (Ps. XLI,3). Cuando no se siente ese apetito, conviene, no obstante, alimentar al hombre interior de la misma manera que el que existe ha de alimentarse para vivir. El sujeto se da cuenta de que no comprende sino una parte de toda una totalidad; experimenta cruelmente esa carencia que hace más aguda su atención, acecha el instante en el que un conocimiento más denso va a surgir.

No habría que creer que la lectura de la Biblia conviene tan sólo a los monjes, pues la Palabra se dirige a todos los hombres indistinta e independientemente de su profesión y de su modo de vida, tanto a los sabios como a los individuos incultos. Pensar lo contrario sería tan irrisorio como afirmar que sólo los ricos han de alimentar su cuerpo y que los demás están condenados a morirse de hambre, incluso si tienen alimentos ante ellos.

sábado, 25 de julio de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( III )


En el Fedro, explica Sócrates que toda cosa es vista por otra que nosotros no vemos. Se accede a un conocimiento nuevo en la medida en que se lo posee anteriormente. Toda experiencia exige, o más bien implica, un preconocimiento (74, e). «¿Habrá una experiencia antes de la experiencia?», escribe Jean Trouillard en su obra L´Un el l´âme selon Proclos. Y añade: «Pero esta experiencia antecedente exigiría por sí misma otra experiencia, anterior por las mismas razones, y así hasta el infinito. Es, pues, preciso que ese preconocimiento sea anterior, no según el tiempo, sino según el orden. No puede pertenecer a un saber adquirido, ha de entrar en la contextura del alma conocedora.»

Esta experiencia anterior se manifiesta por la reacción espontánea experimentada con respecto al contenido de un texto sagrado. El alma «reconoce» de un modo más o menos claro su parentesco, la idea recibida no le parece ajena a aquello hacia lo que él tiende. El alma es movida por la Vida, se mueve en la Vida; en ese sentido existe un desarrollo constante para el hombre interior. A este respecto, la enseñanza de los neopitagóricos permite comprender tal movimiento. El alma es un número que se mueve sobre sí mismo, «procediendo por una procesión y una conversión interna cuyo movimiento parte de la unidad para concluir en la unidad»

miércoles, 22 de julio de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( II )


La inteligencia del texto sagrado no tiene que ver con una formación intelectual, depende únicamente de la calidad de apertura del corazón. Esta pertenece a la estructura del hombre interior; puede estar coagulada o ser fluida, es decir, puede estar bloqueada o privada de nudos en la medida en que la espontaneidad interior se ha conservado o se ha reconquistado. Según Proclo –y esa misma idea se encontrará también en el cristianismo– la atracción sentida por lo espiritual se inscribe en el alma; así, «rezar» es «liberar una oración interior». Cuando Agustín escribe: «no me buscarías si no me hubieres encontrado ya», esta frase posee idéntico sentido. La conversión obrada bajo el choque que producen las palabras que llegan al corazón es consecutiva a una orientación anterior cuya eficiencia podía ignorarse anteriormente: todo procede de la moción divina; precede a la diversidad de sus manifestaciones.

Esta manifestación corresponde a una espontaneidad. No es con un esfuerzo con lo que el hombre interior se abre a los signos y el texto sagrado lo libera. El hombre interior se encuentra atento a ellos por su propia estructura; la amplifica en la medida en que da interiormente su consentimiento a su verdadera naturaleza espiritual, el texto sagrado permite, pues, unirse de nuevo, y por ello mismo responder, al movimiento inicial que se sitúa en la interioridad; puede haber estado bloqueado, pero la Escritura licúa ese bloqueo, en la misma medida en que libera una energía latente que esperaba poder manifestarse. «La forma final de la oración –escribe Proclo– es la unidad que establece al uno del alma en el propio uno de los dioses...» permanecemos en la luz divina y estamos envueltos en su ciclo. Esa es la cúspide de la oración verdadera, alcanzar de nuevo por la conversión la manencia inicial, reintegrar en uno lo que procede del uno de los dioses, recoger la luz que hay en nosotros en la luz de los dioses.

Por eso puede decirse que la iniciación es operativa en el interior, anteriormente a toda iniciación conferida desde el exterior; lo que inicia, consagra y sitúa al alma en el seno del misterio es la obra creadora; en este sentido puede hablar Sócrates, en el Fedro, de la más perfecta de las iniciaciones; de ahí la «simpatía» que se establece entre los textos sagrados y el hombre, entre el hombre y los textos sagrados. Por este término de «sympatheia», hay que entender una atracción recíproca, una atracción ineluctable que orienta la mirada, acentúa la percepción y provoca la revelación.

domingo, 19 de julio de 2009

LOS ALIMENTOS DEL HOMBRE INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( I )



Así como el hombre tiene necesidad de «alimentos terrenos» para su cuerpo exterior, así el hombre interior, es decir el corazón, ha de alimentarse. Mucho tiempo y energía se consagran al cuerpo. A menudo el hombre puede asegurar los gastos necesarios para el mantenimiento de la existencia con un trabajo asiduo. El hombre interior, subalimentado, se torna frágil, se deteriora y perece.

El alimento más sustancial del hombre interior reside en el contacto asiduo con los textos sagrados, que le permiten alcanzar un nivel más profundo de la comprensión de sí mismo y del sentido de su búsqueda. Para el hombre interior la lectura cotidiana de los textos sagrados es análoga a las comidas que cada día ofrece a su cuerpo. Aquí lo que tiene importancia no es tanto la duración o la cantidad, sino la intensidad.

Lo esencial para el hombre interior, consiste en la lectura y en la meditación de los textos sagrados. Según la tradición judeo-cristiana el hombre no está solo, Dios le habla y es contemporáneo de su palabra. Lo que Yahvé dice a Israel, lo pronuncia para cada ser tomado en su singularidad. Si abre el pecho de Lidia, la vendedora de púrpura (Actos, XVI, 14), abre también el corazón de aquel que le escucha, a fin de darle la inteligencia del texto. Los personajes bíblicos se encuentran, como «situaciones» sucesivas o imbricadas, en cada ser. El hombre interior reducido a una indigencia interior, momentáneamente abandonado, se queja como Job en la confianza y en la amargura; obedece con Abraham; como Moisés, entra a veces en la nube. A los monólogos de la Divinidad y el Hombre, sucede a veces el diálogo. No se trata de refugiarse en sueños que la imaginación alimenta; todo sucede en el interior, en el secreto de la dimensión de profundidad.

El lector de los textos sagrados tiene en cuenta interpretaciones que le presentan comentadores; a veces le visita la inspiración y el texto se ilumina. Capta «un algo» que un instante después se le hará oscuro.

Las palabras de la Escritura se rumian, se mastican como alimentos, y luego se saborean, sin embargo, hace falta una preparación para favorecer el apetito. Con respecto a la Escritura hay una apertura, un deseo de alimentarse que mantiene la oración y el ayuno del corazón, en la medida en que son medios de recogimiento que estimulan la atención y la escucha.

domingo, 12 de julio de 2009

HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( VII )



UN EREMITISMO INTERIORIZADO

¿Es posible un eremitismo tal, enfocado en su esencialidad? El conocimiento de uno mismo y de los demás permite dudar de ello, al menos actualmente. Ya no subsisten más que los cartujos para mantener un verdadero eremitismo. Eremitismo además mitigado puesto que los cartujos viven en comunidad. Esta protege a los silenciosos contra sus sueños, sus fantasmas, sus ilusiones. Uno de los riesgos del eremita consiste en tomarse en serio y en darse importancia. El orgullo acecha a los solitarios como el gato a los ratones. Los maestros espirituales cartujos permanecen presentes para desvelar la inflación intempestiva, siempre posible, del «yo» de algunos religiosos. En ciertos casos, el intelectualismo se vuelve un refugio. La mente se nutre y el corazón dormita. Sin embargo, la cultura puede llegar a ser una ayuda preciosa en los instantes de escasez. El recurso a los modelos no es intempestivo.

No se podría dudar del valor del eremitismo en el pasado como en el presente. Eremitismo surgido de los monasterios o desplegándose fuera de ellos. El eremitismo no pierde nada hoy en día de su verdadero significado y de su valor: ha sido, es, y será. No obstante, se puede pensar que los aciertos perfectos son de una extrema rareza. Antiguamente, el eremitismo era sin duda más realizable, cuando el hombre estaba más integrado en la naturaleza, cuando las religiones mantenían una mente más libre. La aglomeración paraliza, multiplicando por diez la aparición de las preguntas y de los problemas. El ser humano se ha vuelto complicado, y ha perdido una cierta inocencia.

En una época de mezclas, de explosión del decir, de la escritura, el eremitismo parece más que nunca difícil de vivir. El siquismo se ha debilitado, la depresión se extiende, el equilibrio se vuelve cada vez más raro. La hipocresía camuflante de ayer cede ante la puesta al día de lo sórdido. Más aún, los formadores son raros a pesar de la multiplicidad de los maestros. La «agitación de las alas» de la que hablaba Sócrates, ha sido reemplazada por «la agitación de enseñar». Todo el mundo sueña con enseñar a los demás sus propios balbuceos. Las sectas, los grupos surgen como las malas hierbas en los jardines.

Movidos por otro espíritu, los monasterios abren sus hospederías a los visitantes con el fin de hacerles compartir su vida espiritual recibiendo al mismo tiempo alguna ayuda monetaria. Los eremitas aceptan que se les venga a ver y que se permanezca en su cercanía. ¡Así los monasterios y los ermitaños favorecen con toda generosidad el «turismo de la interioridad»! Dentro de poco, es posible que a la «Guía de los Monasterios» se añada otra relativa a los eremitas. Los turistas podrán fotografiarlos y llevar así preciosos recuerdos para enseñarlos a las amistades. Nada nuevo: en el siglo XII, Aelred de Rievaulx recomendaba a su hermana eremita que dejara a los curiosos cotillear en su puerta.

Las condiciones económicas y sociales complican el acceso a la soledad. Sería anormal hoy en día que un eremita no se mantuviera económicamente. Si no, se trataría para él de «vivir a costa» de un donante o de una comunidad. ¿Por qué privarse de algo, para dar a otros el privilegio de no hacer nada? ¿La plegaria y la santa ociosidad serán incompatibles con el trabajo?. Es evidente que no. En numerosos casos, parece inoportuno fomentar la pereza, el rechazo de la sociedad, la imposibilidad de mantenerse. Solo los verdaderos eremitas emergen de la mediocridad.

Durante siglos, las comunidades religiosas contemplativas han vivido de donaciones y herencias. Un cierto candor facilitaba esas generosas ofertas. Se creía firmemente que la oración y la ascesis de los monjes y de los ermitaños podían no solamente suplir sino borrar completamente la mediocridad o la perversión de su propia vida y de su conducta. El intercambio se consideraba como algo normal. Se trataba así de contratar un seguro con vistas a la salvación, a la vida post-mortem.

Una cierta lucidez desemboca en otra visión. Permite a la vez que adheriendose firmemente a la «comunión entre los hombres», el comprender que cada uno está invitado a tomarse en cargo. La liberación es una obra personal.

Lo mismo que existe un desierto interior, se presenta un eremitismo interiorizado, vivido dentro, en una ascesis constante de la inteligencia y del corazón. Además, en ciertos casos, el eremitismo podría vivirse «a tiempo partido». Una expresión así es chocante, no lo podemos negar. ¿Cómo el verdadero eremita podría separarse de la revelación de lo interior, de la seducción del Dios escondido?

En razón de la rareza del verdadero eremitismo, ¿por qué no consagrar un cierto tiempo a una total soledad en un lugar desértico, rechazando la vida en comunidad? El eremitismo no es un lujo. Hoy en día las estancias en Extremo Oriente se multiplican. La desambientación posee su valor. La verdadera desambientación sería aquí el romper los lazos con su ego en una lucidez constantemente renovada. El verdadero eremitismo está siempre ante uno. Nunca se alcanza.

El silencio se descubre en la medida en la que se vive sin trampas, más allá de los juegos, de las mentiras, de las seudo-compasiones, de las pulsiones de la carne y de la mente, del tumulto de los pensamientos y de los deseos. Es evidente que la palabra y por consiguiente la escritura tienen que ver con la cáscara y no con la nuez que solo el silencio interior alcanza.

Pero ¿quién degustando el sabor de la nuez puede dejar de hablar de él?.



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Extraído de: Questión de... nº116: Marie-Madeleine Davy, Les Chemins de la profondeur. Revue trimestrielle - Albin Michel, B.P. 21 - 84220 Gordes (Francia).

http://usuarios.lycos.es/contemplatio/con-eremitismo.htm

miércoles, 8 de julio de 2009

HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( VI )


LA FECUNDACIÓN SILENCIOSA

En el Judeo-Cristianismo, en particular en el pensamiento judío, la importancia de la procreación está fundada en un texto del Génesis (1,28): «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra». Sin embargo, según dice Filon (Apología de los judíos, 11,14) y Flavio Josefo (Guerra de los judíos, 2,8,120-129), los Esenios renunciaban al matrimonio y a toda fecundidad física. Por vocación, el eremita está consagrado a la continencia, no solamente la de la carne sino también la de la psique. Todas sus energías se unifican; dispersarlas sería una mutilación. La libertad que tiene que conseguir no soporta ningún reparto. Él no puede esparcirse, por que ya no le pertenece el amar sino el ser amor. Un amor que llega a ser conocimiento, un conocimiento que el amor acrecienta.

Un eremita que hubiera llegado a ser un liberado-viviente (jivan mukta) puede sin temor permanecer mudo y renunciar a la escritura. Él extiende en el viento su conocimiento, su amor, su desapego de lo provisional. Comparable al «cabello que flota en el viento» del que hablan los Upanishads, se vuelve alguien que nutre al universo. Aporta la liberación sin saber quien recibe sus dones; no le preocupa, además, conocer o no el nombre de sus beneficiarios.

jueves, 2 de julio de 2009

HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( V )


LA SOLEDAD SILENCIOSA

Vivir solo y silencioso, tal es la vocación del eremita. «La Sabiduría –dirá Filón– gusta del aislamiento... ama la soledad.» Vivir en el silencio y la soledad parece contrario a la condición humana. En efecto, el hombre se desgasta en el decir. La comunicación le interpela y por eso mismo se siente existir.

Hablar puede dar la ilusión de despertar el pensamiento proyectándolo fuera. De cierta manera, se aprende en la medida en que se enseña. Para el eremita, la renuncia a la palabra conlleva también la renuncia a toda publicación. La marca distintiva del eremita reside en el incógnito. En tanto que homo viator, pasa sin ser mirado ni reconocido. Escondido, solamente es visto por el Eterno. A su desaparición, no ha dejado huellas tras de sí. Con toda evidencia, un eremita entregado a la escritura, firmando con su nombre sus obras, muy pronto sale de su eremitismo. Tener un seudónimo no cambiaría nada. Publicar bajo la mención de «eremita» sería una contradicción. Además ese término es publicitario, favorece la curiosidad. Por lo mismo, el eremita ejerciendo la función de gurú, de director de consciencia, ya no es un eremita. Penetra entonces en el circuito del decir, de los buenos consejos prodigados. Una mirada inalterada en el silencio equivale a una palabra. Cargándose de responsabilidades, el eremita pierde su libertad y su vacancia. Viviendo en el anonimato, su oración anónima es de orden universal.

Solo una fe ardiente y desnuda puede comprender la realidad de eso que llamamos «la comunión de los santos» o también «la comunión de los hombres». La tentación suprema del eremita –y sería normal que la padeciera en la medida de su fragilidad– sería la de ceder a la compasión de una manera concreta. Lo que es justo –para aquellos que pertenecen a la consciencia común– llegaría a ser para el eremita un error. En efecto, no hay ninguna necesidad de contacto directo con los hombres. El eremita lleva el mundo en su corazón y lo presenta al Eterno. No se puede comprender esta actitud más que en la medida en la que el eremita se sitúa en una dirección escatológica difícil de captar.

Cuando un solitario vive con autenticidad en el silencio, su fondo remonta. Y ese es todo el secreto de la vida eremítica. Este fondo significa la dimensión divina. Ninguna palabra puede dar cuenta de ello. Lo inefable escapa al lenguaje. Este fondo emerge en un profundo silencio. Un silencio abismal.

Se presenta así un más allá de la alabanza, un más allá de la llamada, un más allá del encuentro o del diálogo. Habiendo plantado su tienda en las peñas, en la montaña, los bosques, en las orillas de los ríos, en una isla, el ermita rodeado de belleza puede descubrirla en tanto que reflejos de la belleza divina. El canto de los pájaros, el perfume de las flores, el viento helado o tibio le encaminan hacia el Creador. Pasando del Dios formador a la Deidad oculta, él se vuelve el portador del cosmos y lo regenera.