miércoles, 26 de noviembre de 2008

CAMINO DE CONTEMPLACIÓN




Andando por los distintos caminos, se llega a la certeza... A UNA certeza por lo menos. Lo que vemos, lo que hoy distinguimos, lo que tantas veces y con tanto calor aseguramos... Todo eso no es verdad tal cual lo suponemos.
La VERDAD es de un hondura tal que no admite discursos vanos. Aún cuando nuestra búsqueda continúe y perdure, aún cuando no acabemos, o nos parezca que no acabamos, de buscar, aún entonces -digo- nuestra situación debe ser algo así como un respeto infinito por lo que se nos oculta a simple ojo.
Quizá nos cuadre mejor decirlo de otro modo. Por lo que se nos oculta aunque lo estamos viendo siempre... Por eso que tenemos tan dentro y no alcanzamos a ver ... precisamente porque está demasiado dentro; porque nos es demasiado propio.
Queremos PARTIR, situarnos más allá de nuestra habitual desesperación y dolor. El hombre puja y busca, no puede conformarse con sus SITUACIONES, con lo que aparentemente se le impone desde fuera o desde donde sea... El ansia de liberación es enorme y no podemos callar ni ignorar el sonoro eco de sus voces.
Sobre todo cuando otro tipo de reclamos bullen en el alma, cuando los límites del tiempo y del espacio se revelan tan estrechos, es preciso luchar en pos de un horizonte que no acepte fronteras opresoras.
Pero las soluciones o las oportunidades que parecen ofrecerse al pobre peregrino son, por lo general, insatisfactorias. El hombre conoce una larga y penosa historia de fracasos y reveses, que, si a ella se atuviera, cayera abrumado por tanto peso y contradicción.
El secreto es... la CONTRADICCIÓN. Que no puede ser aceptada sin más. Que requiere una valoración, o una actitud...
La TENSIÓN entre el deseo, o entre lo deseado, y los menguados logros, nos vuelven totalmente escépticos y descreídos. Desde luego no es ésta la respuesta ni la actitud que corresponden.
Admitamos, con coraje, la existencia de esta QUEBRADURA, de esta herida, de tal distancia y de tal tensión. No quisiéramos... Pero el largo caminar ya nos indica que el paso se vuelve necesario.
El PASO..., el primer paso, es, pues, tal aceptación. Y no es fácil. No puede serlo. No nos parece digno ni propio aceptar así nomás.
Pero si lo realizamos, aprovechando para sumergirnos en el mar inmenso de un MISTERIO que nos excede por todos lados, y que es para nosotros, la perspectiva auténtica, tal vez lo más nuestro, lo más propio, nuestra SITUACIÓN resulte diferente.
En efecto, mientras busquemos AFIRMACIONES a partir de lo exterior y superficial, a partir de todo aquello que no depende de nosotros ni propiamente nos pertenece, quedaremos postrados por tensiones, quebraduras y fracasos...
El disconformismo halla todo el campo a su favor cuando pretendemos CRECER según medidas y cantidades, según una suerte de norma exterior, a imitación de alguna cosa o según algún ídolo de turno.
El camino parece fatigoso cuando aparecen tantos obstáculos por superar. Sin embargo, se trata más bien de una verdadera y auténtica liberación.
Esto que aquí llamamos "camino" aparece sembrado de un sinnúmero de sorpresas, entre las que no vacilamos en contar las llamadas DERROTAS. En efecto, se trata de la tensión que resulta de la sensación de perder oportunidades. El hombre padece, a menudo, esta especie de manifestación del fracaso, muy frecuente en los tiempos que corren.
Ahora bien, afirmamos -una vez más- que no es tal fracaso el que aquí se plantea o el que aparece ante la atónita y, a veces, desesperada mirada de quien juzga de sí mismo... Por el contrario, estas sensaciones, o como quiera llamárselas, representan otra cosa, llaman la atención acerca de otra cosa, de otra realidad... Son rampas de lanzamiento, obstáculos que casi obligan a que se los pase por encima; desde luego con no poco riesgo. Es un juego de saltos, donde lo que aparece aplastante y desilusionante es, en realidad, NOTICIA. Y noticia de otra cosa distinta, muy distinta de lo que se estaba intentando y proponiendo en ese mismo momento, cuando se aguardaba el triunfo de esta o aquella ambición.
El hombre se adormece en la inmovilidad de ciertos modelos, caprichosamente elegidos. Y las pérdidas apuntadas, las sorpresas no muy gratas, acuden a arrancar la modorra, particularmente dura cuando la provocan los esquemas acostumbrados.
El "modelo" se impone a partir de la "moda" o de costumbres perezosas. El modelo, del cual hablamos, es -casi siempre- un "lugar común". Así, al profesional le agradará el éxito en su profesión; al artista la celebridad que cree merecer (de acuerdo con esos modelos preestablecidos); al soldado le corresponderá la victoria y a tantos otros tantas otras cosas.
Pero la interrupción de esta cadena lógica no ha de ser siempre desgraciada. Por el contrario, aquí la plantearemos venturosa cuando abre perspectivas ignotas, según el orden de la Providencia... Entonces no será desgraciada ni triste la aventura de quien se escape de los moldes prefijados o "SU CASO" no se halle anticipado en los libros o en los tratados.
Y, también, y no con menor razón, cuando se aguardaba la ocurrencia de este o aquél suceso y, en vez de ello, aparece una sinrazón o, simplemente, no aparece nada. Sólo lo que llamamos... "tiempo perdido".
Hay aquí, desde luego, un amplio margen para el riesgo o para la duda. Pero permanece el valor del que sufre esta singular tensión o de quien cae en un intento imposible. Yo me atrevo a decir que se trata de algo precisamente POSIBLE, luego que se dio la caída o el fracaso. El cumplimiento es de otro orden, en otro lugar, en otro estilo, no menos sino mucho más VERDADERO.
Condición es, como puede verse, la existencia de la TENSIÓN, del mismo sufrimiento, que trasladan al espíritu a una dimensión diversa y real, que supera el mero cumplimiento exterior y ahonda en vetas desconocidas, donde verdaderamente ACONTECE lo mayor. Quiero decir que lo que no parece realizado exteriormente se opera en una dimensión más honda y real, cuando esa tensión y deseo (aún frustrados) los plantean en el universo interior. Y no dudamos en añadir: más allá (o más aquí) de la conciencia o de la noticia clara, o de la misma noticia de que tal cosa verdaderamente acontece.
El fracaso es, en este sentido, aparente. Caer en el intento es haber dado fin a la obra. O, si se prefiere, haber llevado a cabo algo mucho mayor. Se trata de dejarse llevar a otra zona, a otro paraje de una perspectiva diferente. Es el RELIEVE, una dimensión que el hombre no atiende...
Esta no carece de lo que se aguardaba en la otra. El modo nuevo no excluye ni suprime lo que se deseaba con anterioridad. Lo otorga, en cambio, de otro modo, más plenamente, en su meollo, en su más auténtica realidad...
Lugar no escaso tiene en ello la debilidad humana. Porque presumir de fortaleza es alejarse de la hondura. La acción de Dios es, en definitiva, la constante raíz, y el desenvolvimiento de todo esto. Todo es GRACIA y en ella se encuentra el secreto y la historia de cuanto venimos diciendo.
La GRACIA es como un hogar, siempre insospechado, lleno de sorpresas. Lo que es necesario subrayar es que no debe desvalorizársela. En efecto, puede ocurrir que, confundidos, no prestemos a las ocasiones más importantes y decisivas la atención que merecen.
Y esto es muy posible cuando se desconocen los acentos de Dios. La frecuentación y connaturalidad con lo divino sensibiliza y afina para descubrir una suerte de lenguaje, que resulta siempre nuevo. Y así ocurre cuando se padece a Dios.
Este PADECER requiere especial atención. Aquí está, en efecto, el nudo de la vida.

II

PADECER A DIOS. La expresión es muy pobre, desde luego. El lector puede pensar en mil cosas que no tendrán el menor asidero. Al menos que no se referirán, en absoluto, a lo que se quiere decir aquí. Ahora bien, es éste el constante problema, la dificultad permanente cuando pretendemos hablar o decir algo acerca de lo que nos excede.
No se olvidará que, precisamente, aquello que nos excede es la misma bienaventuranza. Quiero decir que no habrá bienandanza ni posibilidad de felicidad alguna en el inmenso campo de lo controlable, es decir de todo lo que se encuentra por debajo de nosotros mismos.
Lo tendrán en cuenta, quizá alguna vez, los feroces racionalistas -que aún los hay y no son pocos- cuando pontifican acerca de todas las cosas...

Esta realidad debiera llevarnos a vivir exultantes y de rodillas. Pero -para nuestra desgracia- son muy escasas las ocasiones en las que tomamos en serio nuestra vida profunda. Por el contrario, las distracciones y las dispersiones habituales nos tienen atados a lo perecedero y a la muerte. Y, por extraño que parezca, esto ocurre muy a menudo en los que, por una clara opción en su vida, debieran ocuparse sólo de Dios.
No se maraville el lector, si es que todavía los tiempos que corren le dejan lugar al asombro, de las contradicciones que topamos por todas partes. Esas contrariedades, lo repito a pesar de todo, AFINAN el alma de los que las sufren en modo especial.
En el mundo, pues, hay distinciones que no se pueden soslayar. Algunos PADECEN más que otros... O, tal vez, unos sufren más, mucho más de lo que la mayoría puede sospechar. Y aquí es necesario DETENERSE un poco.
Veamos ¿Qué es la materia que atrae con su peso y deja postrados a la inmensa mayoría de los hombres? O, por lo menos, ¿qué entendemos nosotros aquí por ella? Basta una somera descripción. Basta que ésta nos diga que esta suerte de atracción es un hecho complejo constatable por la experiencia y que podemos sintetizar así: hay personas volcadas con exceso al mundo exterior, interesadas en todo lo que no depende de ellas o, mejor, en todo lo que no les pertenece. Dicho en otras palabras, la mayoría de la humanidad está pendiente de situaciones ajenas o periféricas, se halla distraída, porque persigue el cumplimiento de una promesa imposible: la que en el Paraíso perdió a nuestros primeros y antiguos padres.
Cuál sea el contenido de esa promesa no nos interesa. Nos es suficiente saber que se trata de un espejismo. Y es este espejismo el que tantos y tantos pretenden hacer realidad con su actividad o activismo insoportables.
Hay, en los menos, un don especial de lo Alto, que consiste en una cierta sensibilidad interior, muy difícil de explicar, pero que, sobre todo, los vuelve especialmente vulnerables. En realidad se trata de una condición especial de PADECER. Es decir, una capacidad de recibir en sí, de acoger en una dimensión especial, una acción trascendente que, desde luego, se vuelve inmanente. Algo así como cuando la amante recibe al amado en su propia casa y se entrega, sin reserva alguna, a su huésped, que la ha alcanzado, con una singular herida, en el corazón.
Pero no es este padecer lo que hoy entendemos por pasividad. No se trata de pereza alguna ante las solicitaciones o los problemas que al hombre puedan presentarse.
La FIDELIDAD no requiere afán o desborde ansioso. PADECER es VER. Vivir como testigo que ve, como testigo presencial que sabe de SILENCIO y de CONSTANCIA. No se trata, en modo alguno, de "hacer cosas". Por el contrario, si tuviéramos que emplear una expresión más adecuada, diríamos: se trata, más bien, de DEJAR HACER. O, si se prefiere, y ya con toda verdad, de DEJAR SER el SER.
PADECER, pues, requiere una dichosa apertura al SER, en lo más profundo, en el núcleo, en la misma médula. Nada de escaramuzas antojadizas ni de sueños de afirmación. Lejos de compensaciones o de pretendidas justificaciones. Hablamos de un DESPERTAR al SER. Una afirmación del ALMA. Y este lenguaje que utilizamos es el más aproximado, el menos inadecuado quizá, para esbozar realidad tan sublime.
No hay que oponer resistencias a DESPERTAR. Tampoco desconfiar de AQUEL que, en realidad, despierta. Alguna vez parecerá que se despierta de un sueño. Otra será jornada de pesado insomnio. Pero no importa.
El testigo recibe, con docilidad, la figura que se entrega a su mirada respetuosa. Aquí hay todo un diálogo escondido, no consciente, cuando el alma reconoce, en el silencio, en su silencio, su propio lenguaje. En efecto, el alma RECONOCE. Recibe y padece lo que de ninguna manera le es extraño. En su profundidad se da este encuentro. El alma no sabe bien dónde acontece. Tal vez sea fuera de ella misma. Pero no hay ya "dentro" ni "fuera". Es otra cosa, es de otra índole.
Debiera el hombre exultar de gozo. Nada ni nadie puede arrebatarle su PADECER. Es él mismo la obra...
¿Qué es convertirse en esa figura de Amor, término de SUBLIME MIRADA, envuelta y transformada en quien la contempla? El CONTEMPLADO se vuelve CONTEMPLANTE en el ÚNICO que CONTEMPLA.
LIBERTAD SUBLIME, sin la cual no se pudiera ni siquiera ensayar un comienzo. DEBILIDAD dichosa, desde luego, sin temor ni dudas. La maravilla es imposible en ámbito duro, tosco o torpe. Requiere blandura y delicadeza.
Pero volvamos a eso de padecer. El hombre es algo así como una... recepción. Es el término del conocimiento y del amor de Dios. Es el mismo amor en un sentido, porque no tiene otra razón de ser que la de ser amado. Ser amado de Dios.
El Misterio del Padre es la cuna de sus hijos en el Hijo. Es ésta TODA LA VIDA. Y decimos que padece aquél que recibe. Está, cada uno, dispuesto y capaz. El hombre verá si desea recibirse, esto es: su propio ser. Y recibir, recibir a Dios. No se separa lo uno de lo otro. Pero el hombre ha podido rechazar...
La vida humana es, en este sentido, una especie de escuela de acogimiento, de recepción del Don de Dios. El problema puede presentarse cuando es necesario discernir en los infinitos sucesos de cualquier historia. Entonces no se sabe bien qué cosa es padecer y cuál no lo es, dónde se abre el mejor camino y cuántas son las posibilidades de errar. En fin, es en este terreno, fundamentalmente práctico, donde ocurren los combates más difíciles y se presentan los interrogantes más acuciantes...
Es necesario previamente, antes de ensayar la solución que se pretende, afirmar la confianza en el cultivo de las posibilidades del hombre, porque aceptamos, con gozo, el Don de Dios y Dios no puede, en modo alguno, engañarnos. Por otra parte no se puede intentar ningún camino fuera de la Fe. En consecuencia nos ubicamos en tal ámbito, sin pretender otra suficiencia que la misma de la Palabra de Dios.
No se puede prescindir hoy, tratando este difícil tema, de la situación de un mundo que se ha ido apartando, cada vez más, de lo religioso, formulando una concepción del hombre solo en el mundo. Es decir del hombre sin Dios. No me refiero a una concepción "atea". Hablo, más bien, de una prescindencia, o indiferencia si se prefiere, que deja de lado lo principal. Esta "concepción" (por llamarla de alguna manera) invade todos los órdenes y niveles de la vida humana.
Esbozado de esta manera, planteado así el problema, no se lo puede ignorar. El intento de pasarlo por alto resulta hasta ridículo. Ahora bien, hay quienes se tapan los ojos y los oídos, y semejante actitud complica aún más el cuadro.
La solución presentada por una especie de racionalismo, que alcanza hoy sus últimos resultados en el orbe de la técnica, no puede ser más engañosa y falsa. No se trata, en ningún caso, de procurar alivios a partir de un bienestar o de cualquier explicación del hombre que lo deje autónomo y centro de sí mismo.
El error inicial de un mundo que desconoce los valores verdaderos, es aislar al hombre de su vida y de su destino, separándolo de Dios. En efecto, el hombre es a imagen y semejanza de Dios (Gen. 1, 26), por lo tanto no halla su ejemplar ni su fin en sí mismo. Es la única creatura des-centrada, a saber que no tiene su centro en sí. Dios es el Centro de "su" hombre, y las consecuencias que de aquí se siguen plantean una dirección decididamente diversa de la que está impuesta por la moda.
Ahora bien ¿qué hacer cuando tantos y tantos han olvidado semejante realidad? No importa cuántos sean. Aquí se plantea la deslumbrante vocación del testigo, aún más del silencioso. En la Noche del Huerto, en la plegaria de la Agonía, el Señor sostuvo el mundo y habló al Padre. Esta escena se corresponde con el relato de la Transfiguración (cfr. Lc. 9, 28-36 y 22, 39-46; Mt. 17, 1-9 y 26, 36-45; Mc. 9, 1-9 y 14, 32-41).
Los discípulos, en efecto, contemplan deslumbrados al Señor transfigurado y tan bien se hallan que así lo manifiestan y dicen de levantar tres tiendas..., esto es permanecer. La Gloria aparece y se oye de nuevo, como en la escena del Bautismo, al Padre que pone toda su complacencia en Jesús. Pero el mismo Señor les ordena no decir nada, porque El debe aún padecer a manos de los jefes religiosos del pueblo.
En Getsemaní el Señor está SOLO y se dirige al Padre quien, esta vez, calla. En realidad lo recibe en el Silencio inefable de su Voluntad que acepta la ofrenda voluntaria del Hijo y aún su debilidad, dirá San Máximo el Confesor. En Aquél supremo momento los discípulos se han quedado dormidos. No se maravillan ya de la Luz escondida que, efectivamente, resplandece en la Noche. Aún no ven. Aún no alcanzan a descubrir la Verdad porque "sus ojos están cargados de sueño". El sopor de este mundo, de las apariencias, de todo lo que se ve y se impone por su superficie o por su cáscara.
El secreto está en velar con El una hora, hasta que se abren los cielos. El testigo está presente y padece, Entonces el Huerto es Transfiguración.
Pero esta transfiguración es real y total ABANDONO, descondicionamiento total y descosificación sin retorno. DES-IDEACION, en definitiva, que no se habla de modo diferente cuando se dice ofrenda. En efecto, que el ÚNICO ocupe toda la plaza, sin excepciones ni diversificaciones. El Retorno del Hijo al Padre no es mero viaje o confusión de ideas o de una vuelta por un rato. Nada de eso. Se trata de un Misterio que todo lo abraza y que no deja resquicios a los curiosos.
Dos perspectivas, pues. En el Señor y con El. En Su Vida. Con el Nombre Nuevo, que sólo conoce quien lo recibe o lo padece. La segunda es el Misterio del Padre. Todo en el Espíritu.
Ahora bien, es esto sólo un ensayo o un balbuceo, una miserable aproximación, que no alcanza para nada y para nada basta... Entonces ¿dónde está la respuesta o el camino o las indicaciones por pobres que sean? ¿Cómo hacer para unir tantos cabos sueltos y dar, por fin, con la tecla?
Precisamente la RESPUESTA surge de la condición provisoria. El ámbito del misterio resulta por sí mismo tan invitante y consolador, que si lo pudiéramos abarcar o analizar, lo PERDERÍAMOS inmediatamente y para siempre. La respuesta, pues, es LOCURA, como la respuesta para todas las cosas, es el Misterio de la CRUZ.
Aquí se da, con toda virulencia, la provisoriedad o insuficiencia de las fórmulas o de las explicaciones y el tonto empecinamiento del hombre de trepar por escalas inexistentes o demasiado pequeñas. Sólo el SILENCIO dirá a cada uno, en la medida de su arrojo o abandono, la Verdad sin fronteras y el secreto de un DESIERTO que carece de confines.
El DESEO del sediento peregrino por los rumbos de este Desierto, es garantía de su gozo y de la Gloria. Quien desea posee en verdad en su corazón. El Deseo es la semilla que el Divino Sembrador deposita en el corazón de la tierra humana, donde germinará El mismo, Presente. Nada más auténtico que este deseo. Decía un Cartujo que el deseo de entregarse más a la oración sólo puede proceder de Dios.
Con esta, o mayor certeza aún, sabemos que Dios sólo procede de Dios. Por tanto el deseo de Dios sólo procede de Dios.
¡El deseo de sólo Dios! ¿Quién puede aguardar con indiferencia? ¿Quién no será un impaciente ante la magnitud de lo que aquí se insinúa? Tenga por cierto, el lector, que solamente se insinúa y con un lenguaje harto pobre. Pero no desperdicie la lección del SILENCIO. No busque reducir ni enmarcar lo que cree entender. En realidad estas maravillas no se entienden, se reciben con admiración y sosiego.
En efecto, comparecerán a la cita mil tentaciones para decirle, explicarle y dejarlo conforme... Pero sepa, el amigo lector, que si se queda muy conforme se queda peor que antes. Nada de indolencias ni de pruebas, o lo que sea. Todo ha de resonar en el fondo del alma con el eco propio de una armonía que no es de este mundo.
Una vez recorrido, y más que rápidamente, el panorama que se abre cuando empujamos, apenas, la puerta de nuestro interior, nos regocijamos -sin ficción posible- en la misma realidad que somos...
Y, saliendo de los apretujones de tantas palabras -que se agolpan para decir lo que las sobrepasa-, pasamos directamente a la plegaria.
Ya no esbozamos composición alguna. Simplemente, respetando hasta el infinito la delicadeza de Dios, dejamos que El hable. Que su ÚNICA Palabra diga lo que todas las nuestras no pueden.


P. Fr. Alberto E. Justo, O.P. (guiadecontemplativos.4t.com )

martes, 18 de noviembre de 2008

ESTAR "EN EL CORAZÓN DE LA COMUNIDAD DE LOS SANTOS"



Sentencia Gheorghios, higúmeno del monasterio atonita de Grigoríu: “No puede haber interés en que exista o no un Dios que no deifica al hombre. Gran parte de las razones de la oleada de ateismo en Occidente se debe a este cristianismo funcional y accesorio”.
Le hace eco Vassilios, higúmeno del otro monasterio de Ivíron: "En Occidente manda la acción, nos preguntan cómo podemos permanecer tantas horas en la iglesia sin hacer nada. Yo respondo: "¿Qué hace el embrión en el útero materno?". Nada, pero dado que está en el vientre de su madre se desarrolla y crece. Así es el monje. Custodia el espacio santo en el que se encuentra y está custodiado, plasmado por este mismo espacio. Aquí está el milagro: estamos entrando en el paraíso, aquí y ahora. Estamos en el corazón de la comunidad de los santos".

lunes, 17 de noviembre de 2008

San Moisés el Etiope






Moisés, que era originario de Etiopía, fue el más pintoresco de los Padres del Desierto. En sus primeros años era criado o esclavo de un cortesano egipcio. Su amo se vio obligado a despedirle (es raro que no le haya matado, dada la barbarie de la época) a causa de la inmoralidad de su vida y de los robos que había cometido. Entonces, Moisés se hizo bandolero. Era un hombre de estatura gigantesca y de ferocidad no menos grande. Pronto organizó una banda y se convirtió en el terror de la región. En cierta ocasión, cuandose hallaba a punto de cometer un robo, ladró el perro de un pastor.Entonces Moisés juró matar al pastor. Para llegar a donde éste estaba, tuvo que cruzar a nado el Nilo con el cuchillo entre losdientes, pero entretanto el pastor tuvo tiempo de esconderse entre las dunas. Como no consiguiese hallarle, Moisés mató cuatro carneros,los ató por las patas y los condujo al otro lado del río. Enseguida descuartizó a las bestias, asó y comió las mejores porciones, vendió las pieles y fue a reunirse con sus compañeros, a ochenta kilómetros de ahí. Esto nos da una idea de la clase de coloso que era Moisés.Desgraciadamente no sabemos cómo se convirtió. Tal vez fue a refugiarse entre los solitarios del desierto cuando huía de la justicia, y el ejemplo de éstos acabó por conquistarle. El hecho es que se hizo monje en el monasterio de Petra, en el desierto deEsquela. Un día, cuatro bandoleros asaltaron su celda. Moisés luchó con ellos y los venció. En seguida los ató, se los echó a la espalda, los llevó a la iglesia, los echó por tierra y dijo a los monjes, que no cabían en sí de sorpresa: "La regla no me permite hacer daño a nadie. ¿Qué vamos a hacer de estos hombres?" Según se cuenta, los bandoleros se arrepintieron y tomaron el hábito. Pero el pobre Moisés no conseguía vencer sus violentas pasiones y, para lograrlo, fue un día a consultar a San Isidoro. El abad le condujo al amanecer a la terraza del monasterio y le dijo: "Mira: la luz vence muy lentamente a las tinieblas. Lo mismo sucede en el alma." Moisés fue venciéndose poco a poco, a fuerza del rudo trabajo manual, de caridad fraterna, de severa mortificación y de perseverante oración. Llegó a ser tan dueño de símismo, que Teófilo, arzobispo de Alejandría, le ordenó sacerdote. Después de la ordenación, cuando se hallaba todavía revestido del alba, el arzobispo le dijo: "Ya lo veis, padre Moisés, el hombre negro se ha trasformado en blanco." San Moisés replicó sonriendo: "Sólo exteriormente. Dios sabe cuan negra tengo el alma todavía."Cuando los berberiscos se aproximaban a atacar el monasterio, San Moisés prohibió a sus monjes que se defendiesen y les mandó huir, diciendo: "El que a hierro mata a hierro muere." El santo se quedó en el monasterio con otros siete monjes. Sólo uno de ellos escapó con vida. San Moisés tenía entonces setenta y cinco años. Fue sepultado en el monasterio
llamado Dair al-Baramus, que todavía existe.

HISTORIA DE UNA PEREGRINACIÓN P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P... Final...


Vemos que la Fuga Mundi es necesaria. Es el primer paso de toda vida contemplativa y esta aversión del mundo es hoy urgente. Pero si observamos la realidad más de cerca comprobaremos que el mismo mundo es el que expulsa a los que no comulgan con él. En efecto, es el mundo el que está en fuga, hundido en su propio rechazo.

El contemplativo persigue la raíz y el secreto profundo, el tesoro que encierran las cosas. No elude las asperezas del camino que lleva hasta el final. No se detiene en las etapas intermedias. No le satisfacen las medias explicaciones o las medias tintas. Prefiere siempre el silencio que le habla más de lo esencial. Pero tampoco al silencio por sí mismo. No lo hace por amor al silencio -decía un Cartujo- sino por el silencio del Amor.

El contemplativo sabe que la apariencia de este mundo pasa. Y tiene apuro por alcanzar el Fin. Pero, al mismo tiempo, bendice el lugar y el tiempo donde el Señor ha querido encontrarlo. Sabe que los grandes tesoros no se hallan lejos sino demasiado cerca. Que derribando los muros más próximos se encontrará ciertamente con lo que tantos pretenden hallar a mucha distancia.

Por otra parte, el Señor no cesa de purificar los caminos para evitar engaños o errores. Sólo Dios basta. Pero el hombre puede engañarse, deteniéndose en alguno de los medios.

Remedio oportuno es, siempre, la propia debilidad. Sí, esa debilidad que tanto avergüenza. ¿La presentamos también al Señor? ¿O, con mucha frecuencia, la escondemos en no se qué pliegues, para que no nos moleste? Entonces es peor. Porque habiendo entrado en el universo del Amor nuestras acciones deben ser de total abandono y confianza. Dejemos al Señor ayudarnos, sin rubor alguno. Dejemos a Dios ser Dios. No hay, en consecuencia, impedimentos y no valen las excusas. Sabemos que nada ni nadie puede apartarnos del Amor de Dios, de Dios mismo.

Superados los escollos, deshechos los argumentos que se quieran esgrimir, levantado el ánimo por una vocación auténtica, el camino queda abierto.

El contemplativo recibe, como primicia y regalo, la permanente invitación del Padre a pasar más adentro. Más adentro, quiere decir: más en su Hijo, más hijo en el Hijo, más adentro en su hermosura, como decía San Juan de la Cruz.

Descubre entonces el cristiano cuál es la intimidad a la que ha sido llamado. Porque no ha de imaginarla, ni esquematizarla, proyectarla o programarla. Ha de descubrirla, siempre nueva, en los pasos y en las visitas que el Señor le regale. Ya no hay distancias. Toda la complicada armazón se derrumba. No es necesaria.

Más de una vez soportará, con coraje y confianza, el asalto de la tentación de trazar su propia senda, de quedarse con algún ídolo, sucumbir al espejismo... Será preciso, en ocasiones tales, no desmayar y seguir con abandono.

Más adentro en el Corazón de Dios. Donde no hay ni dentro ni fuera. Donde todo es en todas partes, porque no existen partes ni fragmentos. Porque Dios se da todo... En el Hijo está escondido el Misterio del Padre.

Peregrino en la Casa del Padre, el contemplativo calla. Ya no sabe dónde está, si en este mundo o fuera de él. Padece de nostalgia y de alegría. Halla debilidad en su fortaleza y fortaleza en su debilidad. Sin lograr un esbozo ni un perfil, adivina la Gloria que lo habita.

Es llevado y abrazado por el Espíritu que penetra su alma como el fuego en el madero. No puede decir mucho o, mejor, debe callar todo. El silencio es, ahora, una realidad, quizá imposible de explicar. Nada tiene que ver con las posturas anteriores. El silencio olvida al silencio, como el desierto no sabe que es el desierto. La soledad adquiere una dimensión inefable cuando el contemplativo se sabe, por Gracia, a solas con el Solo, con el Único.

Se manifiesta el sentido del alma, su orientación, su destino. El alma se abre en la hondura del Misterio y no sabe otra cosa; porque ella es o existe para el Misterio... El alma se conoce y se reconoce en la Pura transparencia de la Mirada de Dios.

Ahora bien, todo esto es posible por la disponibilidad o la dichosa capacidad del hombre, desde las condiciones de su cuerpo -su primer templo- hasta la cima de su alma. Hay aquí una continuidad armoniosa. Veamos una de sus notas.

El hombre es frágil. Es condición suya padecer, desde la acción de Dios, desde su creación, salvación y deificación, hasta sufrir el dolor y la desdicha... Nadie puede amar verdaderamente si no es alcanzado, si el dardo no penetra hasta el fondo y llega a destino en el corazón. El Señor reveló el Amor del Padre haciéndose vulnerable... Recibir un DON. ¡Si conocieras el don de Dios y Quien es el que te dice: dame de beber! (Jn. 4, 10). Y éste no consiste en aprehender ni en asir cosa alguna que se regale desde fuera, sino en padecer o compadecer. Y así nos cuenta Dionisio de su maestro Hieroteo que no tanto aprendía cuanto padecía lo divino.

Lo más propio y personal, lo más íntimo, es aquello que el Señor dona... Una piedrecita blanca con un nombre nuevo que sólo conoce el que lo recibe (Apoc. 2, 17). El alma es, sobre todo, templo y morada de Dios. ¿Cómo soslayar o postergar el lugar que el Señor se ha construido para estar con el hombre hoy mismo?

El alma es el cielo anticipado y el contemplativo descubre, en su abismo, el Misterio escondido desde todos los siglos...

En el alma nace el Señor.


El exilio al cual nos hemos referido, es sentimiento o experiencia fundamental de la realidad. Dios siembra en el contemplativo un ardiente deseo de unión inefable, que no puede explicarse aquí ni en ninguna otra parte.

Esta suerte de nostalgia y de tensión es mayor durante las horas de la prueba. No se sabe muy bien qué es lo que ocurre; no se acierta con el dolor que se sufre. El hombre está azorado por tantas sorpresas y por todo lo que ignora.

Surge, despacio, una luz nueva. Vuélvese a la Aurora, que no es la misma de ayer. Es un Nacimiento, es el alma fecunda en la obra de Dios. Es una arrebato aun mayor, porque más y más se enciende la lumbre. El alma, todo hombre, aspira. Aspira y engendra en su corazón. Engendra y es engendrado. Tecum principatus in die virtutis tuae, in splendoribus sanctis, ex utero ante luciferum genui te... (Ps. 110 -109-, 3). Dominus dixit ad me: Filius meus es tu; ego hodie genui te... (Ps. 2, 7).

La Deidad está velada pero es omnipresente. Está en el Centro, es el Centro, en el Corazón. No fuera tal si se confundiera con sus propias huellas. Pero su Presencia es íntima al corazón que se deja encontrar y que todo lo deja. Presencia que transfigura y transforma, y da la abundancia de su Amor.

Anudado en adamación inefable, ha convertido dos en uno. En dos que son más uno que dos. ¿Qué valen o qué dicen los números? Callen los curiosos y se desplegará la densidad del silencio. A imagen y en el Seno de la Trinidad Santísima.

viernes, 14 de noviembre de 2008

HISTORIA DE UNA PEREGRINACIÓN.P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P." Entrar al Alma " ( 5 )


Etapas del desprendimiento. El razonamiento reducido a sí mismo es estéril y vano. Constituir como techo y bóveda lo que llamaríamos el orden psíquico o de la razón es procurar asfixia y muerte. El resultado está a la vista. La era presente no es otra cosa, con su deslumbrante esplendor técnico, que la última consecuencia de semejante pretensión.
El hombre está perdido, desorientado, perplejo; sin rutas, sin otra alternativa que introducirse en una máquina prefabricada, cuyo control escapa totalmente a sus posibilidades. Y con ello ha renunciado a tomar distancia entre lo que hace y lo que es. No puede elegir con facilidad, le está vedado rechazar. Un inmenso y demoledor alud le cae encima: es decir, lo que está hecho y consumado, lo que, sin distinción debe aceptar.
La corriente general se ha vuelto omnipotente hasta tal punto que la persona no se da cuenta de su inserción en ella. En efecto, el hombre contemporáneo se halla envuelto, formando parte él mismo del alud que lo aplasta.
El gusanillo de la soberbia adopta diversos rostros, algunos de los cuales son más que sorpresivos. Son máscaras que disfrazan y simulan. Los que las llevan, por lo general, no las advierten.
El enemigo del linaje humano es un habilísimo fabricante de estas máscaras, que vende y distribuye a bajo precio. En no pocas ocasiones, so color de virtud, el hombre las compra. En otras, sobre todo, cuando tiene miedo.
El miedo es el gran instrumento del enemigo. Su poder y extensión son aplastantes. Es imposible reconocer nuestro tiempo (como cualquier otro) o la situación de cada persona, sin tener en debida cuenta la acción de ese falaz instrumento.
El miedo aísla hasta el punto de conducir a la razón humana a justificar las peores deserciones. Suscita conflictos entre hermanos, reivindicaciones falaces entre próximos... y enlaza, por fin, con el resentimiento, trabando el respiro. Es, el miedo, fatídico instrumento, enemigo directo de la libertad.
Otro instrumento del antiguo adversario y tentador es la sospecha. Nada más terrible que el hombre sumergido en la duda que corroe las entrañas. Típica tentación, demonio voraz, que castiga implacablemente a unos y a otros y que a ninguno deja en paz.
Ahora bien, el hombre, hoy, es en gran parte inconsciente de la existencia de estos instrumentos, así como ignora a quien se sirve admirablemente de ellos.
El afán de lo mucho, de la cantidad, aparece en el horizonte de este mundo. Todos se levantan a rendirle pleitesía y se apresuran a militar bajo sus banderas.
Inmensa es la multitud que pide más. ¿De qué? De todo. Y, sobre todo, de un poder anónimo, despojado de perfiles ciertos y celado por mil furiosas máscaras.
El enemigo y la tentación de la cantidad tienen proyecciones colosales en este mundo, hoy. Inclinado el hombre a medirlo todo, ya desde ayer y por su pecado, difícilmente pasa por la prueba sin caer alguna vez, sin rendir algún tributo.
Obsesión singular de contar. Pasión de contar y de poseer de mil maneras. Inquietud movediza, que no deja respiro. Inquietud por anotar otro palote más. Furia incontenible por pasar primero, esto es: por dejar a otros atrás.
El nombre es legión. Multitud inacabable de maneras y de razones. Infinidad de máscaras, fraccionadas a placer del tentador.
Allí están mujeres y varones, formando fila obediente para obtener un certificado. -¿De qué? De la cantidad de cosas, de obras, de propiedades, de caminos, de años, de segundos, de nervios, de planteos, de problemas...
¡El hombre está indefenso! No ha querido atender a su vida, a su origen, a su destino. Ha caído víctima de no se qué máquina, de lo que no existe, del espejismo, del vacío. Pretendió hallarse, tal vez, en una pantalla y ésta, como fatídico espejo, le devolvió la máscara de un cadáver. Así, en nombre de mayorías anónimas e inciertas, fantasmagóricas, se condena, con frecuencia, a la libertad.
Al hombre contemporáneo no le agrada aparecer como "dormido". Tal vez no le importe mucho serlo, en realidad. Pero no tolera que se lo tenga como tal, que los otros lo consideren fuera del ámbito del mundo que pisamos.
El que es juzgado como "distraído" no goza de ningún favor. Tampoco agrada ni obtiene consenso el que decide callarse la boca. En general gozan del favor del público aquellos que ejecutan lo que el mismo público quiere o aplaude; aquellos que ejecutan puntualmente ciertos actos establecidos. Es verdad que no se sabe por quién. Es verdad que nadie se interroga por el autor o por el sentido de gestos y gesticulaciones... no importa, es lo establecido, es lo que todos hacen...
Pero... ¿quienes son "todos"? Son, desde luego, los más... ¿de qué? ¿De un cierto grupo? ¿de un determinado ambiente? ¿de una región? ¿de este país o de aquel otro? ¿De todo el mundo? Pero ¿de qué mundo? ¿de este año o del pasado? ¿Y cómo saber exactamente quiénes y en qué cosa estos son más que otros?
Preguntas vanas, sin duda, pero que un curioso, quizá algo disconforme, tiene derecho a formular...
Lo que todos hacen... Eso no es, necesariamente, lo que, en realidad, pretenden... Sí, aquellos mismos, que se dicen todos y que, frecuentemente, carecen de nombre y de rostro; ellos no saben lo que quieren. Precisamente porque ¡sólo quieren lo quieren todos! Y ¿qué quieren todos? Nadie lo sabe y nadie puede saberlo.
Generalmente quien dice querer algo y asegura que eso lo que buscan "todos", sólo ensaya, con timidez, lograr lo que él pretende y no acierta a obtener por si mismo. Necesita, pues, la seguridad ilusoria de la multitud.
No existe voluntad en la multitud. ¿Qué es lo que quieren los más? Pero ¿quiénes son los más y en qué resultan ser más y cuál es su medida? Y si se pretende hablar de todos nos topamos con la misma imposibilidad de determinar cantidades. En el fondo siempre prevalece una suerte de cálculo arbitrario, un límite o una medida pergeñada con capricho.
No nos interesan estos valores en la vida espiritual,. No podemos, en modo alguno, quedar atrapados en el callejón sin salida de los cálculos del poder. Tampoco las pretensiones de este mundo nos sirven... tal vez la misma lógica de quienes están empeñados en él acabe por deshacer sus propias aspiraciones. Lo que es, por otra parte, muy frecuente.
Es imposible, pues, determinar quiénes son todos o quiénes tienen el especial privilegio de representarlos.
Lo que sí, en cambio, interesa es que hay un sólo Redentor y no muchos; que sólo Uno ha ocupado, con eficacia, el lugar de todos, y que eso sólo puede hacerlo Dios.
Multitudes las hay de todo tipo y color. pequeñas o grandes, con muchos o pocos miembros. Algunos adhieren desde lejos, otros se hallan más cerca, y los demás tratan de sumarse en apretado bloque, según la densidad o el volumen de sus cuerpos.
De muchas maneras se manifiesta el hombre-multitud. Y conste que se resta importancia al número, o al supuesto clamor de las reuniones... El hombre-multitud parece existir según la intensidad de su furia borreguil.
Es evidente que semejantes observaciones no favorecen, al menos aparentemente, la paz.
La desolación y la torpeza se revelan en un extenso panorama y el observador queda apesadumbrado por semejantes constataciones. Se sabe víctima, él también, sin muchas posibilidades de defensa. No logra, generalmente, ver al enemigo. Intuye y sabe que éste le castiga de muchas maneras. padece manifestaciones, signos elocuentes, del asedio que lo amenaza. Pero no distingue al autor de tanto descalabro.
El observador se descubre postergado, marginado, desposeído. Terriblemente dependiente e impotente.
Esta dependencia, no debidamente discernida, es fuente de confusiones y de serios desvíos, de daño en la salud y de desorganización interior.
Así, pues, se presenta lo que podríamos llamar la Información, imposición severa de un mundo que pretende disponer, a su arbitrio, de la palabra y del lenguaje. Semejante y angosta determinación es recibida sin respiro. A nadie se le ocurre tomar o ganar distancias. Sólo cabe aceptar lo que se transmite en palabras y contenidos.
La invasión de todos estos elementos se opera con tal rapidez y asalta de tal modo la conciencia que el sujeto no descubre espacios entre ellos y su propia realidad.
Caos, tiniebla e imposición. Descúbrese, el hombre, miembro de un mundo que no ha creado. Se sabe formado y dependiente, fatalmente determinado.
La fatalidad que experimenta le impide un movimiento de respiro. Le es muy difícil aceptar que en el propio ambiente, en el cual se encuentra, puede hallar aperturas o sendas de salvación.
Esta situación de asfixia es constatable en todos los niveles y en todos los lugares de una sociedad agobiada y esclava de la información y del dato. En efecto, en esto consiste la terrible malla que cierra el horizonte, que se erige en totalizante y totalizadora y pretende abarcar, despóticamente, todos los campos de la vida humana.
La información depende, desde luego, de otras instancias, pero todas ellas parecen aunarse para producir una resultante, a saber, la limitación del horizonte humano a una cierta medida aceptada y aceptable. Lo demás es rareza o locura. El resto es exilio y es considerado excluido del mundo y de la sociedad de los hombres.
Hay quienes, en semejante cuadro, pretenden incluir el Evangelio. Tamizado, desde luego, por el buen sentido, por una especie de religiosidad inocua y, sobre todo, razonable.
Nadie puede salirse de estos cánones, de lo establecido, de lo que tiene consenso. Todo el que, inoportunamente, vaya más allá, encontrará condenación o indiferencia y la consiguiente pena del destierro.
Por todo ello el hombre se ve sometido a una terrible tentación: apegarse, adherir a este mundo... Por todos lados, por todas partes, oye el elogio y las ponderaciones de sucesos, tiempos y lugares, de los que no puede estar ausente, so pena de una grave, muy grave deserción y falta.
Todos, buenos y malos, hablan de introducirse por los caminos y laberintos del siglo, participar confiadamente en su magnífico progreso, adoptar su lenguaje y, sobre todo, sus métodos y sus técnicas.
Al observador se le enciende el ansia de no quedar rezagado ni atrasado en semejante avance. Es lo que le da más miedo. Ya se avergüenza al juzgarse un poco detrás; de que tantos, y a tal velocidad, le aventajen en el camino. Hay demasiados delante. Y no vuelven la cabeza, no miran hacia lo que dejaron, sólo tienden a alcanzar no se sabe qué cosa que se halla siempre delante... Al menos así parece.
Ahora es víctima de una feroz competición. Se compara, se mira en el espejo, envidia, recela y, por fin, impotente de salir de sus situación, acaba por resentirse, alimentando una herida muy difícil de cerrar.
Pero ¡ay de los rebeldes! Pagará muy caro quien no acepte las reglas de juego establecidas... ¿Muy caro? Bueno, perderá un nombre y los títulos y quedará desterrado.
En efecto, el que no se suma al coro y al aplauso se establece en un horizonte de locura, de rareza. Se excluye del mundo. En realidad abraza, de alguna manera, el estado eremítico.
¿Qué es esto? Pues, simplemente, que la SOLEDAD no es territorial sino que se halla en esta marginación, fuera del consenso y de la seducción del mundo aceptado y aceptable; fuera del ámbito cerrado de la información y, sobre todo, fuera del lenguaje impuesto en la multitud.
A pesar de las distracciones, el contemplativo, para ser fiel a su vocación, ha de saber que es absorbido y que vive, no en la periferia sino en el centro del alma. Aun cuando no tenga conciencia actual de ello, estará más en su corazón que en sus actividades. Entendamos, sepa, quiera y acepte.
Pero la enumeración de los problemas y de las contrariedades no debe ocultar lo que acontece de todas maneras, aunque tantas y tales amenazas puedan efectivamente acechar.
¿Es posible cumplir con dos actividades o hallarse en dos estados a la vez? Este planeamiento no es correcto. Naturalmente, cuando se trata de funciones y de funciones especializadas, desde luego superficiales, éstas se excluyen entre sí.
Aquí hablamos, en cambio, de un estado habitual, de una especie de estado de adhesión o unión, que puede ser compatible con actividades de orden inferior... Desde ya, cuando son buenas y ordenadas. Hablamos de una Gracia que se recibe por encima de cualquier circunstancia y que depende de la liberalidad y misericordia de Dios.
Luego porque la persona es absorbida y levantada. Y ya no pierde su condición, a no ser que ella misma la rechace.
Ahora bien, frente al choque o al encuentro difícil del contemplativo con las manifestaciones antes apuntadas, puede afirmarse que de ningún modo resultan un impedimento para su vocación. Por el contrario, hemos visto que aparece un modo muy especial de exilio y de soledad, que ha de aceptar con disponibilidad en el corazón.
Como tantas situaciones juzgadas adversas, éstas acaban por manifestar un secreto que es su misma superación. De todos modos, las crisis o desapariciones de no pocas ayudas, servirán -siempre-para centrarse directamente en lo esencial.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

HISTORIA DE UNA PEREGRINACIÓN P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P. " Entrar al alma" (4)


SIN COSAS. Des-codificado y des-ideado. Seguro de su vocación y de una invitación sublime... Padece, el contemplativo, un llamado inefable, sin nombre conocido para él. ¿Para qué uno u otro nombre? Basta uno, el ÚNICO. Respiro hondo, en fin, sin categorías.

Respiro hondo, que es como una simple presencia. En efecto, el hombre contemplativo no es el que hace cosas (ni menos todavía cosifica) consideradas como propias o aun pertenecientes a algún género de vida contemplativa. No, no es ni obra ni juzga de esta manera. No es, en efecto, contemplativo a ratos. Lo es, en cambio, siempre. No se trata de acentuar sólo algunos momentos y, por haber dispuesto de todos ellos, se siente satisfecho: ha cumplido. Nada de eso.

El auténtico contemplativo, el que juega toda su vida, sabe que lo que cuenta, antes que nada, es su respuesta y su presencia en la historia. Digamos algo así como la densidad de su presencia. Es la orientación, su dirección, la que, muy luego, sale impresa en sus obras o en lo que sea... Orientación, tensión a, dirección... Resulta entonces una suerte de posesión. En realidad es él el poseído, con anticipación a cualquier manifestación u obra. Se trata de algo siempre anterior, previo a la manifestación que sea y aún independiente de ella. Hablamos de una vivencia plena en la cima del alma.

Afincado en su interior, el contemplativo descubre la libertad en modo nuevo, libertad que -como decía un Cartujo- permite explorar la transparencia interior, que no comporta ni hábito ni término; se la encuentra allí, siempre en el primer instante de la primera mañana, donde todo recomienza entre el alma y Dios". Y añade que "todas las otras libertades de las cuales se habla, no son más que débiles y lastimeros ecos de aquella libertad".

Descubrimiento de la Aurora, podría decirse... Este planteo, pues, deja al hombre sin seguridades engañosas. Si no asume el hecho y no acaba por despojarse de las cargas innecesarias, acabará por fabricar su propia angustia en la cosificación y en sus insolentes desafíos.

En cada caso es un camino inexplorado, original. Siempre proporciona nuevas y luminosas sorpresas... pero no hay que descuidar la memoria de esta realidad. La conciencia de que es, aunque no se pueda explicar ni decir.

"Aquello" acontece de todas maneras. A pesar de distracciones y somnolencias, a pesar de los adormecimientos, de las terribles soledades y de las azarosas interrupciones. En fin, a pesar de la tonta sordera del mundo y a pesar de nuestra propia ceguera.

Aunque el Amor no sea amado, el Amor ES. Aunque no llame atención alguna, aunque haya tantos distraídos..., aunque nadie se de cuenta.

La conciencia de "Aquello" no es fuerza ni potencia que se perciba. Su inefable intensidad se compara al "silbo de los aires amorosos", a la delicada brisa que halló al Profeta Elías.

domingo, 9 de noviembre de 2008

HISTORIA DE UNA PEREGRINACIÓN P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P. " Entrar al alma" (3)


Pasión... La vida contemplativa no es invención del hombre. La vida contemplativa y la Contemplación sólo pertenecen a Dios. Adrienne von Speyr hablaba de una conversación de Dios con Dios, refiriéndose a la oración, como un acontecimiento de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, (Cfr. L’Experience de la prière, París 1978, p.9). El hijo de Dios, el hijo en el Hijo Unigénito, queda incorporado a la Vida y al Misterio por la Gracia. En esta perspectiva, en el hecho mismo de su adopción, aparece la vocación contemplativa como fundamento esencial de su vida en pura relación a Dios.

Esto es lo que debemos tener presente en el momento de ocuparnos de la realidad de la contemplación. Porque ésta no podrá darse fuera de la vocación divina ni de la Gracia...

Si antes hablábamos de viaje, hoy hablamos de pasión. En efecto, Dios nos conduce, nos lleva y obra en el corazón. Y por la obra nos asimila a El. Es una suerte de incorporación, de imitación, que tiene por figura, ejemplo y modelo al mismo Verbo en Quien hemos sido concebidos y creados.

La introducción en la vida contemplativa se realiza en Cristo-Jesús, por obra del Espíritu Santo. Y ya no hay otra realidad, que irá creciendo y desarrollándose según el designio y la gracia de Dios.

El auténtico contemplativo padece a Dios, a semejanza del Señor, cuyo alimento es "hacer la voluntad" del Padre (Jn. 4, 34). Por lo que nos dice el Apóstol San Pablo: Tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús; el cual siendo su naturaleza la de Dios, no retuvo su prerrogativa, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Y hallándose en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de Cruz... (Filip. 2, 5-8).

No ha de extrañarse, entonces, el contemplativo por las asperezas que surgen en el camino emprendido. No se trata de contrariedades sino de la vida misma del Hijo de Dios.

Desde luego, hoy se halla el hombre en una encrucijada particular, que parece ser ajena y aún opuesta a la contemplación. Sin embargo nunca como hoy puede tener conciencia de la realidad de su exilio.

La adversidad (por decirlo de alguna manera) produce un rudo choque, quizá un encuentro no esperado. La desilusión y el dolor asestan golpes ante los que no se está debidamente preparado. Todo eso es verdad y aún más, mucho más de cuanto alcancemos a esbozar aquí. Pero no puede olvidar, el contemplativo, la gesta y la epopeya de Getsemaní. Es allí, o aquí, donde se desencadena la espiral y el abismo. Es la ocasión, la mejor, de penetrar en el alma y en su misterio.

Desde las contrariedades hasta los mayores sufrimientos, desde lo más inesperado hasta la monotonía de lo cotidiano, hallará -el contemplativo- en todo instante la manifestación auténtica del ser. ¡Y que no nos escandalice o nos parezca demasiado extraño! Cuando se atraviesa cierta frontera, el acicalado lenguaje del mundo, sus halagos o sus previsiones son completamente inútiles.

Repetimos el hecho que deseamos subrayar. Toda adversidad o contrariedad se explica y se halla en la Pasión del Señor. Se trata de la vocación crística, permítasenos decirlo así, opuesta a la vocación adámica, perdida de una vez para siempre. En efecto, la paternidad del viejo Adán es pura ilusión o un espejismo del cual es preciso cuidarse.

Sólo se descubren las honduras del Ser y el misterio del alma humana, toda ella abierta al Ser y a Dios, en la Figura de Cristo. Volvemos al Apóstol San Pablo, que nos dice: Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma su nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que os conceda según la riqueza de su gloria, que seáis poderosamente fortalecidos por su Espíritu en el hombre interior; y Cristo por la fe habite en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en el amor, seáis hechos capaces de comprender con todos los santos qué cosa sea la anchura y largura y alteza y profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepuja a todo conocimiento, para que seáis colmados de toda la plenitud de Dios (Ef. 3, 14-19).

Las pruebas, por tanto, son parte privilegiada de una vida de contemplación. Revelan el misterio de la Cruz, al mismo tiempo que la hondura del alma. Son dos dimensiones que no deben separarse. De todas maneras, el camino más alto es aquél que no tropieza consigo, que no tiene en cuenta, que olvida... Es el desprendimiento de toda creatura.

Vamos a seguir por la senda del desprendimiento y del abandono, a través de las circunstancias que -por lo general- se presentan en la vía de la contemplación. No podemos pretender decirlo todo, ni siquiera tratarlo en modo orgánico. Esto sería poco menos que imposible. Desde un principio se exige una actitud radical y profunda. Una suerte de negación sin compromiso alguno. El viajero no lleva equipaje. Es una especie de exiliado y él mismo se sabe desterrado de su Patria verdadera...


sábado, 8 de noviembre de 2008

HISTORIA DE UNA PEREGRINACIÓN P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P. "Entrar al alma" (2)


La apertura está hecha y ya se han dado los primeros pasos. Queda derribada la primera muralla que cerraba el acceso... Vamos a continuar.
La realidad interior se manifiesta en el VIAJE. En efecto, el descenso en este mundo, un cierto abandono lleno de sentido (aunque no fácilmente perceptible), constituyen lo que podría llamarse: lenguaje o expresión propia de la interioridad.
No son suficientes las definiciones como tampoco resultan eficaces los esfuerzos por explicar lo que sobrepasa los conceptos o el mismo lenguaje humano.
Se instaura así, por pura experiencia (si se nos permite decirlo así) una aproximación elocuente.
Esta se confunde con la historia. En realidad con la metahistoria o hierohistoria. Con acontecimientos supratemporales que son ocasión.
Pero ¿cuándo comienza este viaje, y de qué tipo de acontecimientos se trata?
Este viaje no es otro que el descenso del Hijo de Dios. Es el único, y cualquier otro será, al menos, una participación por gracia.
La apertura del misterio del hombre, su manifestación, sólo puede darse en el Misterio de Dios.
Pero hay mucho más. Aquí se vislumbra el DON de Dios. Pasamos enseguida de una perspectiva que llamaríamos existencial, al nivel de la GRACIA, más allá de los proyectos, previsiones y posibilidades humanas.
Lo que más nos interesa, por ahora, es asociar este orden de la Gracia con la misma intimidad de que hablábamos más arriba.
Para ello será conveniente detenernos en la breve presentación del frecuente problema, que tanto descorazona a los principiantes: el tiempo del cual se dispone, las ocupaciones, las distracciones y mil cosas más. Añadiendo, desde luego, las dificultades mayores, repetidamente asediantes en los días que corren: adversidad, sensación de fracaso, persecución y otras muchas situaciones, que parecen confabularse contra la paz y disposición interiores.
Se oye, generalmente, el siguiente reparo: No "da" el tiempo...; quisiera dedicarme a tantas cosas y no puedo... ¿Cosas?
Es probable que la vocación contemplativa no se desarrolle armónicamente a causa de las cosas. En efecto, el sujeto espera -por lo general- situaciones ideales y cuando no las logra o las pierde tal como las imaginaba, padece una desilusión o se cree víctima del fracaso.
La primera solución de este problema debe darse en el estricto plano de la interioridad. El hombre no precisa de otro lugar que no sea su propia alma. Es claro que ésta no es un... lugar. Pero sí es el ámbito pertinente, el verdadero, de cuanto se desea o se recibe, de las más altas relaciones en el plano espiritual.
La VISIÓN es, análogamente, acto del alma. Y, aunque adoptemos un lenguaje metafórico, es claro que se da, en los ojos interiores, una noticia luminosa directa.
Desde luego, Dios mismo, su Gracia, es iluminante. Aun en medio de la tensión o de la agonía, cuando al hombre se le presentan los objetos más contradictorios, basta un instante, un simple pensamiento, un acto de la memoria, para que, inmediatamente, la conciencia se eleve y retome lo que acontece en nivel más hondo.
No será superfluo citar aquí a un autor como Proclo. Decía, en efecto, este pensador griego que "cuando los dioses nos conducen en la iniciación no nos iluminan por medio de palabras sino por acciones". Es decir que "recibimos el poder de unirnos a los dioses por los mismos dioses, más allá de nuestra conciencia". Se trata, apunta Trouillard, del planteo de una comunión con la divinidad anterior a nuestros modos, a nuestras maneras claras...
Pasando, entonces, al tema de la Oración, según Proclo, el mismo comentarista afirma que la plegaria "se precede a sí misma como el saber. Si nuestra oración es intermitente en el nivel de su ejercicio deliberado, no dejamos jamás de orar en la substancia de nuestra alma, más aquí de las fluctuaciones de nuestra conciencia. La premoción que nos lleva a convertirnos substancialmente a la divinidad (El. Theol. 39, 191), y sin la cual no tuviéramos ni ser ni vida ni pensamiento, es eminentemente una oración. Existe, pues, una oración inscrita en la misma espontaneidad de nuestro ser (y en nuestra vida, nuestro pensamiento y nuestra actividad en tanto que son sustanciales) y que es una indisoluble comunicación con lo divino" (J. Trouillard, L’Un et L’Ame selon Proclo, París 1972, pp. 177-78). La enseñanza de Proclo acerca de la oración tuvo no escasa influencia en ambiente cristiano, especialmente en el siglo XVII. Aquí nos ha interesado por dos motivos. El primero es el lugar de privilegio del filósofo entre los místicos de los siglos XIII y XIV. Y luego por el papel de esta suerte de premoción, que podemos entender muy bien como el primado de la Gracia en la vida del cristiano. El DON de Dios es, pues, anterior a cualquier modo o sospecha o plan que el hombre intente. Y, por supuesto, supera las adversidades, las llamadas distracciones o cualquier cosa que aparezca inconveniente...
La conciencia de algo, la conciencia actual, no es garantía de su presencia como tampoco de su acción. La disposición es, desde luego, necesaria en el sujeto que padece la obra divina. Pero no se requiere otra atención que no consista en el desapego y en el abandono habituales.
Pasemos ahora a una nueva consideración.

martes, 4 de noviembre de 2008

HISTORIA DE UNA PEREGRINACIÓN.P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P..."Entrar al Alma" (1)


¿Qué es esto? ¿De qué manera? Desde luego será necesario recurrir a más de una metáfora para explicarnos mejor... Pero lo que intentamos decir ahora se puede expresar así: atención a lo interior. Atención, en suma, a la vida más honda, a la vida a secas. Vamos como descendiendo en lo más íntimo, que es lo más secreto. De ninguna manera comporta esfuerzo o tensión. Tampoco análisis o raciocinio. Hemos aprendido a tomar, al menos, una cierta distancia de las cosas, sobre todo cuando nos dimos cuenta que no nos identificamos con ellas. También podemos dialogar con mujeres y con hombres de épocas muy lejanas. Quiere decir que somos capaces de superar las determinaciones y condicionamientos que, aparentemente, nos someten. Limitaciones que no son tales, cuando nos aventuramos en un diálogo cada vez más alto.
El universo interior no requiere esfuerzos de concentración sino, más bien, un VIAJE. Esta figura es más elocuente y veraz de cuanto se pueda sospechar. El hombre se enfrenta a una mirada, hasta que se sumerge en ella. Ahora bien, él no sabe si está dentro o está fuera... Simplemente ve.
Y parte. Entonces se deja llevar en la misma medida de su entrega, de su abandono... Su búsqueda, su viaje, comporta la actitud fundamental: dejar ser el ser... Ahora es desvelado, despertado por el esplendor del Ser.
El Ser aparece en su horizonte. Se descubre desde su intimidad, aun con los velos de su delicado pudor. El alma se enamora del Ser. El planteo no sigue, no puede seguir, una línea recta sin alternativas ni sorpresas. La aparición del Ser supone una suerte de sobresalto, de perplejidad y hasta de temor. No es extraño. La hondura de la realidad despierta un vértigo particular. de alguna manera es ésta una garantía de autenticidad.
Quien descubre un tesoro comprende inmediatamente el riesgo que trae consigo, el riesgo que le es propio. En efecto, la verdad supone el rechazo de cuanto le es contrario y, con ello, la gesta y la agonía. No se capta la belleza, no se la recibe realmente, si -al mismo tiempo- no se percibe su fragilidad...
La responsabilidad de haber hallado un tesoro es, desde luego, muy grande. Y el sujeto sufrirá siempre la distancia entre lo que él sabe y la ignorancia o torpeza que pueden circundarlo.
De aquí la angustia, tan frecuente en el origen y en el camino espiritual. No hay verdadero encuentro ni desvelo alguno en el alma, sin este perfil desolador, sin esta agonía, sin este vértigo.
En un instante aparece un contraste violento. Pero la paz auténtica no queda dañada. Es preciso aprenderlo y ejercitarse.