martes, 12 de mayo de 2009

LA VIA DEL DESIERTO Marie-Madeleine Davy ( I )


Desierto geográfico o desierto descubierto en el interior de uno mismo, uno y otro se asemejan por la significación de sus simbolismos. Todo desierto provoca la oración, como en la leche entera la nata sube a la superficie. Una comparación tal puede parecer insólita. Su única ventaja es la de evocar una espontaneidad que se opera naturalmente, sin que sea necesario recurrir a técnicas o a "instrucciones de uso". Las religiones vehiculan la oración. Se ha dado una gran importancia a la oración vocal. Se piensa de buen grado que las palabras –cargadas de energía– poseen por ellas mismas poderes. Tales procedimientos se emparentan más o menos estrechamente con la magia. Sin embargo la oración secreta no ha cesado de encender los corazones en estado de vigilia.

Entre las diversas tradiciones que incluyen la oración, el judeo-cristianismo tiene un papel esencial. Este aparece particularmente resaltado en los Salmos y los Profetas. "Que mi oración llegue a tu presencia", pide el salmista (88,3). El Eterno está abierto a la voz de la oración (cf. Sal. 66,19); él percibe la oración del justo (Prov. 15,29), del hombre desdichado y miserable (cf. Sal. 102,1; 102,18).

El Nuevo Testamento insiste sobre la necesidad de un contacto permanente con Dios. Pablo recomienda orar sin cesar (Tes. 5, 17). Yendo por delante de las criaturas, Dios las invita a responderle. Cristo se aleja de la multitud para orar y aconseja que uno entre en su habitación y cierre la puerta con el fin de entregarse a la oración. Habiendo sido conducido por el Espíritu Santo al desierto, Cristo será allí tentado por el diablo (Mat. 4, 1-2). En adelante la relación entre la oración y el desierto se presenta siempre con una faceta de sombra. Si el orante va a escuchar a Dios en su propio desierto, encontrará ahí necesariamente los "demonios" que no solamente le habitan sino que él alimenta.

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