domingo, 18 de octubre de 2009

EL MISTERIO DE CIERTOS ESPACIOS - MARIE MADELEINE DAVY ( I )



Los lugares insólitos, significantes de una alteridad, pertenecen tanto a Oriente como a Occidente. Ningún país posee el monopolio de ellos. De todos modos, es evidente que en la Antigüedad la geografía sagrada privilegiaba a Egipto y Grecia. Estos lugares han sido habitados por los dioses. Al abandonarlos, han dejado huellas permanentes casi imborrables, incluso donde los fieles han abandonado el resplandor de su fe y quizás de su credulidad ingenua.

Huellas de los dioses o del Dios único según el politeísmo o el monoteísmo. Huellas de pasos de los espíritus del intermundo, ángeles y demonios. Huellas de los hombres de luz. Espacios vírgenes visitados por la brisa en la cual el Eterno está. Espacios extraños que no manifiestan ni dioses ni hombres, en los que el alma del mundo se manifiesta y provoca visiones, alucinaciones revelándose así. Espacios comparables a aperturas en las que las energías vitales y divinas se mezclan. Especie de aperturas, de ventanas, de puertas dando acceso al mundo invisible. Puntos de eternidad, festines, reposos para el pasante; especie de albergues permitiendo a la montura (el cuerpo) y a su conductor (la psique) tomar un bocado. Mejor todavía, altos lugares paradisíacos estimulando la búsqueda, permitiendo rozar el paraíso y vivenciar la dulce beatitud que emana de él. Paradas del viajero donde se multiplican por diez sus sentidos interiores, simientes fecundas, esponsales celebrados en el misterio de lo invisible. La bien amada pertenece al tiempo y el bien amado es percibido en un resplandor, del cual Henri Le Saux podrá decir en su Diario: «Tu has visto el resplandor, guarda tu secreto». Es de secretos de lo que se trata. Aquel del que el profeta Isaias (24,16) murmuraba. «Secretum meum mihi»; «Mi secreto está en mi», ya que se sitúa en ese fondo abisal del hombre de donde las palabras no podrían surgir. Todo sale a la luz en el silencio y se despliega en el no-decir.

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