viernes, 18 de septiembre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( V )


Poco importa, desde este momento, la oscuridad o la luz; todo se vuelve translúcido. La noche, juzgada como espantosa, es ahora amada, ella da nacimiento al día. La sombra se desvanece ante el alba. Y cada mañana llega la luz, de ahí una perpetua festividad regocijando el corazón y haciendo brotar las aguas vivas. La unidad realizada entre lo de afuera y lo de adentro, los mundos invisible y visible, se manifiesta con claridad. Esta proviene del fondo antes de expandirse fuera. «Me despertaré a la aurora», dice el texto bíblico (Sal. 57,9). Aurora alada, precisa aún más el salmista (139,9). Aurora provista de aleas, atravesando los espacios más lejanos.

Comparable a un pájaro, el meditante no almacena nada, no tiene ninguna necesidad de alimento. El mundo invisible se lo proporciona. Su mente, y la fina punta de esta, se ha mudado en espíritu. No siendo ya prisionero de sus fantasmas, de sus deseos, de sus quereres, ninguna forma aprisionante podría retenerle.

En el fondo de ese fondo, un silencio abisal. A veces, sonidos. Una música de órgano puntuada con intervalos para asegurar la pausa, la reflexión.