sábado, 24 de abril de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY (XXI)



El hombre transfigurado se ha vuelto silencioso


Llega un momento en el que todos los estados sucesivos están tras de si: ya no existe otra cosa que la transfiguración. La unidad es beatitud indecible, pero es también perfecta simplicidad y no distinción, porque se expresa en una perfecta libertad. Así, el hombre transfigurado no es visible, es decir reconocible, más que por aquellos que realizan una búsqueda idéntica.

Cuando el hombre es iluminado y transfigurado, ya no hay para él caminos, problemas o cuestiones, ni incluso imágenes alegóricas o simbólicas; recurre a ellas únicamente para expresarse. Todo se ha vuelto lugar silencioso. Deificado, él deifica porque proyecta en el cosmos simientes de metamorfosis. Así, por su vida interior, el hombre muerto y resucitado prolonga la obra de Cristo en el universo. Ni siquiera habla de Dios, porque se ha vuelto un vivo testimonio de la vida divina. Se nombra a un ausente, una presencia no tiene necesidad de ser evocada: ella está ahí.