viernes, 3 de abril de 2009

RITMOS Y ANTINOMIAS ESPIRITUALES - 5- ACCIÓN SOCIAL O LA CARIDAD PURAMENTE ESPIRITUAL - Cardenal Tomás Spidlik S.J.


Esta antinomia se refiere al modo de cómo practicar la caridad. La caridad supone el compartir. Pero ¿a qué nivel estamos obligados a realizarlo? ¿A nivel puramente espiritual, en el Espíritu, o se exige una comunión concreta, social, visible? Se sabe que el famoso capítulo 7º de las Reglas mayores de S. Basilio contiene un ataque despiadado contra los eremitas respecto a este tema. La vida solitaria no ofrece ocasión para ejercitar la caridad y no puede, por lo tanto, ser considerada como camino válido para el progreso espiritual. Pero ¿Quién entre los eremitas ha pretendido alguna vez negarlo?

Oratio de divina et sancta caritate (66) es el título del último capítulo de la Historia religiosa de Teodoreto de Ciro, quien asegura que todo lo que los ascetas hacen en su soledad no tendría sentido si no fuese motivado por la caridad.

Pero a pesar de esta solemne afirmación, queda alguna duda: el amor de Dios es inseparable del amor al prójimo y este último presupone el compartir. Sabemos cómo justamente el problema de la participación o comunicación entre las personas es de actualidad en la filosofía moderna (67). Pero siempre fue actual. Los monjes estaban de acuerdo con los filósofos modernos al constatar que sería injusto medir el contacto con los otros sólo según las palabras. La verdadera comunicación se establece por medio de todas las esferas conscientes e inconscientes de la personalidad. Los monjes cristianos reconocían como más importante la esfera del Espíritu, el tercer componente del yo divinizado. La comunión, en este caso, se puede efectuar también sin contactos materiales y su medio principal es la oración.

Para poder comprender mejor esta posición recordemos la famosa tricotomía antropológica de los Padres Griegos. El cristiano, hombre espiritual, es definido por San Ireneo (68) como compuesto de tres partes: la carne, el alma y el Espíritu Santo. Siendo social se comunica con los otros. Están aquellos que realizan esta comunicación prevalentemente al nivel de la carne. Pero tal unión vale poco; antes que esa debe preferirse... la unión de los pensamientos. Pero para los cristianos tampoco es esta unión la que se busca. Debemos comunicarnos al nivel del Espíritu. En esta unión consiste el misterio de la Iglesia, y aún más la unidad entre los miembros de una comunidad monástica.

La pregunta concreta se propone en estos términos: la comunión a nivel de la carne y al nivel del alma, o sea todo el conjunto de la vida social, ¿ayuda o disturba a la verdadera unión en el Espíritu?

Bajo este aspecto la actitud de San Arsenio, prototipo de los esicastas, es muy característica. Queriendo salvarse pidió su politeia, es decir su palabra programática, al mismo Dios. Y escuchó el famoso dicho que con sólo tres palabras expresa los grandes medios y el fin de la vida esicasta: "Huye, calla, estate tranquilo (hesychadze)" (69).

El toma el consejo con tanto vigor que mereció un llamado de atención de parte de los monjes con quienes se rehusaba del todo a conversar: "Arsenio, ¿no nos amas?". Ante tal reclamo necesitaba justificarse. Entonces el anciano puso a Dios por testigo al declarar que amaba a todos. Pero al mismo tiempo suspiró: No puedo abandonar a Dios y estar con los hombres". Es esta una frase extraña cuando pensamos en la unidad esencial entre el amor de Dios y del prójimo. Por eso Arsenio justifica sus palabras: "Dios sabe que yo os amo, pero no puedo estar a la vez con Dios y con los hombres. Arriba, en lo alto, miles y miríadas (de ángeles) tienen un solo querer, en cambio los hombres tenemos quereres múltiples. Y por eso no puedo dejar a Dios y estar con los hombres" (70). En su modo de afrontar el problema Arsenio tenía ciertamente razón. Toda multiplicidad, y en particular la multiplicidad de los quereres humanos, es contrario al ideal de la vida monástica que debe ser monotropos, toda unificada en sí misma y con Dios.

No podemos imaginar que Basilio ignorase o minimizase el problema. Sería también injusto creer que Teodoro Estudita, tras sus huellas, quisiera fundar la convivencia monacal sobre la base solamente de la armonía del orden externo. En efecto, Basilio proclama que sus hermanos lograrán superar la multiplicidad nociva con una sola condición: que todos los hermanos sean homopsychoi (71), que tengan, según el ejemplo de la Iglesia naciente en Jerusalem "un solo corazón y una sola alma" (Hechos 4, 32).

Tanto Basilio como Teodoro creían firmemente en la posibilidad de realizar una perfecta homopsychia en los monasterios. La misma fe inspiró, más tarde, a Rublev a proponer ante los ojos de los monjes rusos la imagen de la Santísima Trinidad como ejemplo de vida común. Pero bajo este aspecto hay ciertamente muchos que son más pesimistas o más realistas: "Qué hermoso y qué bueno habitar los hermanos en unión" (Ecce quam bonum et quam jucumdum habitare fratres in unum (Sal. 123, 1). ¡Este Salmo es más fácil cantarlo en el coro que vivirlo en la comunidad!. ¿Debemos maravillarnos entonces, que sean muchos los que repiten la experiencia de Arsenio? "No puedo abandonar a Dios y estar con los hombres". El famoso Tace, fuge, quiesce ha sido retomado por todos los esicastas como el principio fundamental de su vida. Pero también ellos debían sentir frecuentemente la objeción contra Arsenio. "¿No nos amas?" Inútil es pretender llegar a la contemplación sin la caridad que es la "puerta de la gnosis" como afirma también "el teólogo del desierto" Evagrio Póntico (72). El amor de Dios es inseparable del amor fraterno, la caridad fraterna supone la comunión. Pero aquí se trata de una cuestión de fondo. La comunicación del alma supera ampliamente la de los cuerpos. Lo sabían los filósofos griegos clásicos que escribieron sobre la amistad (73). Pero los cristianos, como lo hemos indicado, se atreven a continuar el razonamiento, colocándolo sobre un plano más elevado: la comunión del Espíritu Santo es preferible a la que se da en las potencias intelectuales o volitivas. Podríamos decirlo creando un nuevo término griego: no importa tanto su homopsychoi, más bien es necesario ser homopneumatikoi, comulgar y unirse en el Espíritu. Fueron justamente los esicastas quienes daban siempre claros testimonios de esta unión, con los dones de la comunión espiritual, de cardiognosis, visión lejana, pero en especial con el don de la comunión por excelencia: la dirección, la paternidad espiritual (74).