sábado, 29 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( V )


Como vemos, nada hay de falso en el plano carnal, estrictamente terrestre, pero todo está allí limitado, ya se trate del espacio o del tiempo. El símbolo, considerado en un nivel carnal, se queda en el circuito de la exterioridad, es decir, de lo que vive y muere, lo que nace y pasa, lo que está cerrado y separado. Pero el símbolo, aprehendido en un nivel espiritual, se hace puente, presencia, lenguaje universal, vida concebida en otro orden: el de la eternidad. El símbolo concebido únicamente por el hombre carnal está privado de eco, y permanece en una zona de sombra; en cambio con el hombre nuevo –o espiritual– el símbolo ya es verbo, luz, hierofanía y teofanía, inaugurando por ello un tiempo nuevo: el de la transfiguración.

jueves, 20 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( IV )


Si tratamos de interpretar un texto bíblico, volvemos a encontrarnos por ejemplo con esta dualidad de sentido en relación al conocimiento sensible o espiritual. Cuando se dice que el hombre debe abandonar a su padre y a su madre (cf. Mat. X, 36) podemos referirnos a una familia física. Pero el sentido espiritual también evoca la parentela de nuestros sentidos externos, que nos hacen prisioneros (Ver San Bernardo, Sermón VI, 1, De diversis)

viernes, 14 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( III )


Pongamos otro ejemplo: el del sol. El hombre carnal se limita al sol externo en sus beneficios y también bajo su aspecto nefasto. Tendrá presente su luz y su calor, sus relaciones con la naturaleza y con el hombre. En cuanto al espiritual, considera el sol en su realidad, pero sabe que hay otro sol que ilumina al hombre interno, que alumbra su propia tierra. Y este sol también posee deslumbramiento y energía. Inunda de claridad la mirada del hombre espiritual y lo transforma en cuerpo glorioso. Hablando de la belleza del alma, San Bernardo dice que la voz está afectada por la calidad de su presencia. La mirada y la voz permiten descubrir la realidad más o menos luminosa de ese sol interior.

Si el sol externo fecunda y hace germinar flores y frutos, el sol interno posee su propia fecundidad, engendrando los dones del espíritu. El hombre espiritual, en el que el sol interno se levanta, no sólo ilumina su propia tierra, sino que propaga su claridad sobre el universo. Ligado al cosmos, participa de todo lo que está vivo, y expande la vida sobre sí mismo: vida imperecedera. Del mismo modo que el viento se encarga en la naturaleza de transportar el polen, el soplo del hombre espiritual esparce el germen, ya no sobre los cálices de las flores, sino en el corazón del los hombres.

lunes, 10 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( II )


Tomemos ahora el símbolo de la cruz. El hombre carnal considera la crucifixión con todo realismo, con lo que implica de dolor y sufrimiento físico en un tiempo dado, un momento determinado y un lugar exacto, refiriéndose únicamente a la persona de Cristo. El mismo San Bernardo confiesa haber empezado por el amor carnal (Sermón sobre el Cantar de los Cantares, XLIII, 3). Así, al principio de su vida monástica, agrupó como en un ramo las ansiedades y sufrimientos del Cristo.

El hombre espiritual contempla en el símbolo de la cruz un cósmico desmembramiento abarcando todas las direcciones, es decir, extendiéndose a todos los puntos cardinales. Nada queda excluido: el hombre, el animal, la planta y la piedra participan en la crucifixión y en la redención. El hombre mismo está destinado, en su cuerpo y en su espíritu, a compartir esta crucifixión. Pero Cristo ha resucitado, y el cosmos entero tiene que participar de su gloria. La tierra del hombre, llamada a ser una tierra transfigurada, se orienta hacia la luz a través de estas fases de crucifixión y resurrección. San Bernardo compara la vida y las palabras de Cristo a una aurora, cuya luz sólo brilla después de la resurrección. La carne débil se reviste del espíritu, dirá que ésta ya no tiene que recurrir a las imágenes carnales, como la cruz y otros símbolos relativos a la indigencia corporal.

miércoles, 5 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy


POSICION DE LOS SÍMBOLOS

A los distintos grados de la vía de la restauración del alma, yendo de lo carnal a lo espiritual, corresponden las diferentes interpretaciones de los símbolos que se sitúan en un plano carnal o espiritual, externo o interno, terrestre o celeste.

Citaremos aquí algunos ejemplos que nos permitirán captar los símbolos en el plano carnal y en el espiritual.

La natividad de Cristo: por ella el hombre carnal va a meditar sobre el Niño-Jesús, que nace en el pesebre e un establo en un lugar concreto y en un momento determinado. Esta consideración puede provocar una emoción pasajera, suscitar un sentimiento de afecto que puede desaparecer en cuanto el pensamiento abandona el objeto de su reflexión. En este sentido Guillermo de Saint Thierry hace alusión (Meditation, X, 4) a su imaginación aún débil, ligada a lo sensible, a su alma enferma que se fija en las sumisiones y humillación de la natividad, abrazando el pesebre y adorando la santa infancia de Cristo.

Pero el hombre espiritual meditará sobre el mismo símbolo a un nivel diferente. Partiendo de la realidad histórica del nacimiento de Cristo, comprenderá que esta natividad representa la unión de lo humano y lo divino que se prolonga en cada ser. Cualquier alma está destinada a convertirse en un pesebre en el que Cristo nace perpetuamente. Y este nacimiento constituye un estado de ser, un modo de pensar y de actuar, y en consecuencia una manera de existir. Por ello las relaciones consigo mismo y los demás se volverán diferentes, pues todo hombre se nos aparece como un Cristóforo, o al menos capacitado para serlo. Esta presencia de Cristo en el hombre crea un nuevo modo de relación, de conocimiento y de amor, respecto a sí mismo, a Dios, a los demás y al universo en su totalidad. «Ahí donde nace, se manifiesta», precisa San Bernardo en un sermón para la víspera de Navidad en el que considera el sentido material y espiritual de la Navidad.