miércoles, 30 de julio de 2008

P. Fray Alberto Justo O.P..."Hacia una filosofía del desierto"...La vocación interior ( Nicodemo-la noche- "Dejar ser el Ser")


"No establezca ni se ate con un horario rígido. Adhiera a un orden armónico que pueda, fácilmente, adaptar. Busque también la belleza en la sucesión de las horas" (REGLA PARA ERMITAS en el corazón)


20. " Había un fariseo de nombre Nicodemo"...así comienza el tercer capítulo del Evangelio del Apóstol San Juan. Nos narra que este Nicodemo vino de noche a Jesús...Detengámonos un momento en esta noche. Es seguro que cualquiera de nosotros, furtivamente, nos hubiéramos aproximado, entonces y ahora, para averiguar algo de éste Señor " que sabemos que ha venido como Maestro de parte de Dios, pues nadie puede hacer esos milagros ...si Dios no está con él" . El hombre se ha vuelto curioso, repetidor y analista en lo que sabe desde siempre, y se pasa de largo y de listo. Entonces pierde esa puntería que lo enorgullece tanto...Venimos, en fin, de noche porque aún estamos en plena noche. Además no nos atrevemos con la luz el día. Es demasiado. Tememos que se nos tenga por equivocados... Tememos que nos juzguen, sobre todo si no coincidimos con los dictados de los pretendidos intérpretes de la multitud. Es presiso investigar primero. Luego haremos lo que nos parezca, pero es mejor asomarse, al inicio, con mucha discreción.

¿Podemos llegarnos hasta Dios...por las dudas, para comprobar, para ver lo que pasa? Es claro que no. Los métodos no nos sirven y el Amor Absoluto nunca lo recibiremos a prueba. Por eso el Señor no responde a la lista (enorme) de nuestras expectativas sino que va directamente a lo esencial, a lo vital, digámoslo así: al ser. Señor -decimos nosotros- mira este problema que me aflije, quítame de encima tal o cual amenaza, libérame de tanto disgusto y de tanto fastidio...Y lanzamos una mirada, con terror, a la historia y a lo que vemos por todos lados y clamamos, con angustia, porque la barca apenas flota ya, hace tanta agua y se va a hundir en el piélago sin contornos...

Pero el Señor, cuando llega, cuando llama, directamente dice: " En verdad te digo que quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios" (San Juan 3,3). Él ha venido a dar testimonio de la Verdad y no caben ahora eluciones ni introducciones, Te llamo a nacer de nuevo, de arriba. "Mas a cuantos lo recibieron diloes poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios, son nacidos" (San Juan 1, 12-13).

A cuantos abran la puerta sin reparos, ni condiciones y lo reciban a Él mismo. Pero Nicodemo entiende literalmente...¡ ah la letra ! Y replica al Señor: "¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?,¿ Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer?" (san Juan 3,4) . Este reparo es el de todos. Es la conciencia errada de un mundo detenido en la superficie y que no quiere ver más.Es la lógica humana que no acepta la metáfora salvadora que conduce más allá. Es el ceñudo reclamo de quienes se empeñan en la actividad y buscan el resultado, el pequeño y diminuto resultado...Es, en suma, la razón enloquecida que se antepone al espíritu.

Pero el Señor repite y reafirma más: "En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del Espíritu es espíritu" ( San Juan 3,5-6).


21. No es posible decir aquí, por medio de un discurso, qué es nacer de lo alto. El hecho es mayor que todas las palabras y cualquier comparación o pretendida definición no haría otra cosa que disminuir la realidad. No parece que estos relatos del Santo Evangelio sufran ningún comentario. Por el contrario, deseamos dejar que su propia sonoridad nos introduzca en el silencio. Nuestra vocación nos conduce a dejar ser el Ser, a dejar al Señor que nazca a fin de nacer nosotros en El. Que el Espíritu nos haga conocer en el corazón "el don de Dios y quién es el que nos dice: Dame de beber" (San Juan 4, 10) para que a El le pidamos el agua viva. Porque, en efecto, el agua que El nos dé, " se hará en nosotros una fuente que salte hasta la vida eterna" (ibid. 4, 14). El misterio del desierto es el de la virginidad interior.