viernes, 30 de julio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XIII)


Este origen y finalidad del universo románico, es importante que se expresen. El hombre percibe oscuramente la comunidad de suerte y destino que le une al universo, tanto más cuanto en él descubre una sacramentalidad constitutiva de su verdadero alimento espiritual. Este mundo, suspendido como está de Dios, se le aparece lleno de misterios que el conocimiento físico y cósmico no agota. Quiere describirlo, conocerlo y experimentarlo. Pero cuanto más misteriosa es una cosa, más inasible resulta en el lenguaje común. Lo sagrado es por excelencia lo que no puede circunscribirse con palabras. De ahí la relación frecuentemente evocada entre lo sagrado y lo secreto. Lo sagrado no pertenece al campo de lo profano; la realidad sugerida por el símbolo no es jamás ilusoria. Por ello es conveniente encontrar una especie de intermediario para traducir lo inexpresable. Así, en el diálogo del Cantar de los Cantares, el Esposo y la Esposa –lo hemos visto– deben recurrir para representar su amor a expresiones secretas para el no-iniciado, mientras en el lenguaje entre el servidor y su amo, los términos usuales son suficientes. ¿Cómo determinar la belleza del sol y su papel, el agua purificadora, el Paraíso con sus puertas y su árbol?, ¿cómo comunicar a los demás el poder de Dios y la extensión de su reino?; para que el Logos se revele, es preciso moldear la materia. Sea palabra o piedra, hay que darle una forma que desvele lo intraducible y tienda un puente entre dos dimensiones. De ahí la necesidad de recurrir al símbolo y a la imagen que los teólogos, los místicos y los artistas usan ampliamente en el siglo XII.