lunes, 9 de febrero de 2009

NUEVAS SENDAS EN LAS MONTAÑAS - P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P.






PREFACIO

Lector: Tienes en tus manos los testimonios de una lucha singular: esa que se desarrolla en lo alto o, quizá, en lo bajo y que no aparece manifiesta a la mirada indiscreta de nadie. Es el misterio admirable de las montañas del Desierto. Es el “Desierto Vertical”, que no tiene zona ni lugar preciso sobre este planeta y sobre ningún otro. Porque lo esencial esta velado a los ojos de la carne y sólo se deja descubrir de los “despojados” en el espíritu...

Pues bien, de todo ello trataremos de susurrar aquí alguna cosa para animarte en ese andar de peregrino en el que te descubres todos los días. Sabemos cuán grandes son tus deseos y con cuánta frecuencia los dejas frustrados a la vera del camino... Y no es cuestión de dejarlos caer así nomás. Es preciso, ahora y siempre, aprender algo de la transformación y de la realidad escondida, oculta por las apariencias que atraen y engañan.

No sé si hallarás consuelo en estos garabatos. No es mi pretensión resolver problemas insolubles ni dar con secretos mágicos. Lo que pretendo es leer más hondo, ver, sobre todo ver más profundo, con ese tercer ojo que nos ha sido regalado y del cual disponemos y nunca empleamos...

Aventúrate conmigo. No es el caso quedarse a la puerta sin decidirse. Emprendamos nuestro viaje en el Nombre de Dios.


JORNADA PRIMERA

No comenzamos por ningún principio sino por el mismo paraje donde nos hallamos en cualquier momento. Ese lugar y ese tiempo tienen siempre una raíz. Porque hemos de remontarnos, de algún modo, a la fuente permanente, al brotar primero del sol y del agua.

No desesperes pensando que falta mucho. Nunca falta mucho. Lo más probable es que llegues a tu destino en un santiamén. De un solo golpe.

Para ello hay que comenzar por callar e inmediatamente atender y escuchar... Luego, levantarse con presteza y sin titubeos ni dudas...

Hermano, no temas el dolor. Es preciso que ahora te arrojes sin mirar atrás ni a los costados. Muchas son las falacias y manifestaciones del enemigo. Sí, en verdad son muchas. Y, aparentemente, él tiene un gigantesco poder. Pero no es así, en realidad. Simplemente no ahorrará medios para disuadirte de tu partida y para asustarte no sé con cuáles fantasmas.

El arrojo comporta la liberación. Desde luego, lo repito, sin desviar la mirada. Ese arrojo es contemporáneo al olvido. Al olvido de cuitas y de planes, de ambiciones y de propósitos y, aún, de la “estatura moral personal”. ¿Sabes lo que es esto? Pues que no andarás más detenido en lo que tienes ni en lo que eres. Que te habrás liberado de ti en la medida en que no sepas otra cosa que lo que amas. O mejor: que no quieras a otro que no sea Aquél a quien amas y que te regaló su Amor. Sólo así llegarás a juntarte a Él hasta el punto que tú vivirás en Él y Él en ti, sin parecer que haya distinción o fisura o separación alguna. Y así es, más de lo que yo digo o pueda expresar en vocablos humanos.

Como nace el sol desde el oriente e ilumina toda la vastedad de un paisaje, así, a un tiempo, te introduces en el Misterio inefable cuyas manifestaciones no se han de detallar ni de explicar. Allí surge el sufrimiento que es, ante todo, comunión. En efecto, pasas en un instante, sin darte cuenta, al Corazón de JesuCristo. En las mismas alas del Espíritu eres portado y entrañado... Es esto, sí, no lo olvides, lo que efectivamente acontece...¡Cuánto habría que decir y nada, absolutamente nada, ninguna palabra puede pronunciarse acerca de esta realidad!

Ahora el “abandono” ha de ser total. Ahora nos descubrimos en el mismo Huerto para velar con Él. Sin condiciones. Por ello es preciso atender y no dormirse.

¡El Huerto! Un “jardín” del alma que pocos frecuentan... Es muy posible que la oscuridad lo cubra con su manto... Nadie ve, nadie sospecha... Todo es secreto. Las horas transcurren en silencio, en soledad: “sin modo ni manera” acertaríamos de decir. Aunque se desplome un mundo por fuera permanece este ámbito muy dentro. No tiene tiempo ni espacio. Se trata de “otro tiempo” y no hay camino alguno para llegar a él.

En el Huerto nos hallamos en silencio y en Él... En el Huerto podemos estar siempre, porque hemos de aceptar –cada vez, en libertad- la invitación y la vocación a velar con Él “una hora”. Y sin embargo descubrimos la connaturalidad admirable con tan noble situación. Pareciera (y es así nomás) que toda nuestra vida y nuestro respiro adquieren en esa y esta Noche su sentido y su lugar propios.

Es, pues, en Él y allí. Dígase como quiera decirse. Vamos acercándonos cuando comenzamos a caer en la cuenta de algo muy nuevo y sorprendente. El dolor ha llamado a nuestras puertas. Ha llegado precedido por la sinrazón, por lo inesperado..., hasta por lo escandaloso... Porque ¡hay escándalos! Aunque no es cuestión de que nos escandalicemos.

Estamos en nuestro lugar que es el mismo, que es el Suyo. Nos hacemos cargo de una incomprensión infinita que vela la realidad más profunda. Porque ya no hay espectáculos. Éstos, como se dijo hace mucho tiempo, han pasado a la zona de la Bestia. Lo nuestro no es espectacular, no es notable pero es nobilísimo. Y no acabaríamos de tejer su elogio.

Sí, es en la hora del dolor, de la incomprensión, de la humillación... El “hombre noble” ha de saber que lo más alto es abandonar, es decir: descender. Se decía en un tiempo que “cuanto más se es, más hay que dejar de ser”. En efecto, la capacidad mayor ábrese a algo aún más grande que sólo se manifiesta en el descenso y, mejor aún, en la muerte.

Aquí está el secreto de la vida. ¿Cómo revelar la luz escondida, cuya magnitud –tantas veces- se torna oscuridad?

La única respuesta que conozco es abrazar el Misterio de la Cruz. En efecto: se trata de la aparente derrota, del abandono de todo poder engañoso y de la total consignación en la Providencia y Voluntad divinas. Desde luego que semejante paso comporta la continuación de una lucha y de una obra que es aún más fecunda porque se halla enraizada en el sufrimiento. Pero, entiéndase bien, en un sufrimiento que no es “propio” sino de Dios. Otra vez se manifiesta la luz de la hora en vela, de la hora en la oración de la Agonía... Es la hora “escondida” que se revela por sí sola, por la sola virtud de la Gracia de Dios.

La severidad de los tiempos halla su pleno significado y sentido en este abandono nuevo y en la aceptación de un verdadero martirio. En efecto, se trata de un testimonio luminoso y velado a un mismo tiempo. ¿Quién pudiera apreciarlo en verdad? ¿Quién descubrirlo? La grandeza de estas jornadas consiste, precisamente, en pasar por el silencio y en manifestarse en la soledad.

JORNADA SEGUNDA


Desde lo profundo. En medio de los acontecimientos..., escondida en sucesos de todo tipo, aparece una llama singular. Quisiéramos que todos la vieran o, al menos, la tuvieran como cosa nuestra, como salida de no sé qué mundos nuestros... Y, desde luego, que no se nos escapara nunca. Tranquilos con el botín conquistado no sé dónde ni en qué tipo de aventura...

¡Ah! Si pudiera establecer una frontera, levantar una muralla y alzar esas torres que a todos imponen respeto. Ahora bien, hace mucho que el camino se alejó de esos parajes y nos encontramos, ahora, al pie de las montañas, muy distantes de los puertos donde nos embarcábamos ayer.

¡Cuántas diferencias! Y, sin embargo, a pesar de las sorpresas, las aceptamos así no más. Queríamos encontrar una región que nos comunicara su armonía, su paz, su quietud... ¡Quién nos diera lo que en ninguna parte se halla! Pero ¿cómo formular, así no más, esta pregunta, sabiendo dónde está –desde siempre- lo que buscamos?

“Señor ¿dónde moras?” Porque mi gozo, mi alegría y mi paz... sólo eres Tú mismo. Y lo único que importa es allí, aquello, donde vienes, donde estás. Y es el momento que no conozco más retiro que ese corazón que eres Tú mismo y que soy yo en Ti o, mejor, Tú en mí...

Pero eres Tú... Quiero decir: no soy yo, porque yo mismo no soy. Eres Tú, el Único, que no hay otro... Y, ahora velando, descubro tu Presencia en el Huerto, en el Huerto que, de algún modo, es mi propia tierra. Tierra que, sin cesar, desde el principio, riegan tus lágrimas, tu sudor, tu sangre.

En esta tierra pues... ¿No es éste, quizá, el campo donde el tesoro se halla escondido? ¿Y hemos de darlo todo por comprarlo? Sin duda. Porque allí está el secreto, aunque nadie acierte a verlo. ¡Cuántos acabarán diciendo: “es locura”! La mayoría nunca ve ni esto ni aquello. Pero ¿qué importa? No hemos nacido para las votaciones de un mundo vano sino para que el mismo Dios naciera en nosotros.

Y para mejor inteligencia de todo esto ha de saberse que aquí están las razones celadas de lo que vivimos y padecemos diariamente.

Porque el Huerto es lección a la hora del martirio. Y los tiempos parecen reclamar testimonios insospechados. La Historia, en efecto, camina con mayor rapidez a su acabamiento y el Amor de Dios no se retrasa.

Quizá no se reconozca después de un solo golpe de vista el sentido de tantos pasos. Quizá nos preguntemos, una y otra vez, el “por-qué” de esto o de aquello. Sobre todo cuando el “padecer” nos agobia y no hallamos consuelo ni salida. Pero hemos de saber muy bien que todo es camino que nos conduce hacia el Fin.

Porque es hora de decirlo, y con todas sus letras, un feroz racionalismo ha levantado barreras que se muestran infranqueables y nos arrojan en un mar de dudas y de perplejidades. En efecto, perdido el sentido sobrenatural (digámoslo así) de nuestra vida, eliminado el lugar de Dios, ya no tenemos existencia verdadera; sólo somos sombras que vagan en los bajos territorios sublunares, perdidos, sin destino.

Recuérdese siempre que habiendo sido el hombre creado a “imagen y semejanza de Dios” sólo halla en Dios su sentido, su centro y su vida. Y habiendo sido redimido y elevado en inefable nueva creación, no puede ser concebido sin la Gracia.

Por ello es preciso reconocer a los impostores que impiden el camino de los pequeños y su ascenso a las montañas. Esgrimen razones y más razones, se amparan en pretendidas ciencias y apabullan con sus magias de laboratorio... Pero no pueden más que causar ciertas inquietudes a los no advertidos con su huera palabrería. Nada más que inquietar o atemorizar con insufrible jerigonza. Pero nada más. La respuesta será seguir adelante con total entrega y confianza en Dios.

No se haga caso de la necedad, no se oiga la predicación de la mentira. Resonarán siempre, como terrible viento y terremoto en el desierto, las voces cacofónicas de las tentaciones, en tediosa repetición. No hay poder por ese lado. Son los fantasmas los que apabullan. La Realidad es más profunda. No existe nada en el nivel superficial al cual tantas veces se presta atención.

Recibida, en el corazón, la Palabra Divina, resuena allí profunda siempre con nuevas y deleitables armonías. Sigue ese maravilloso coro ejecutando las mayores sinfonías. Y a ello sí debemos atender, abriendo el corazón a la vida nueva. Y no hay laberintos que debamos atravesar sino recibir el don en la simplicidad luminosa de una pureza que Dios mismo da, transformando en templo viviente el corazón de sus hijos.

¿Cómo descubrir semejante deleite? ¿Cómo penetrar en el Misterio que todo lo envuelve? Una suprema y altísima fuente se abre, inmensa, para nuestro deseo... Se trata, nada menos, del SILENCIO DE DIOS...

En efecto, Dios rechaza toda violencia y calla ante la agresión de los hombres. El primer paso de toda actitud auténticamente liberadora consiste en renunciar a cualquier imposición. La fecundidad está en el padecer, nunca en la coerción totalitaria... Desde luego que se trata de la esfera personal, porque no hablamos aquí de otro orden. Pero el Padre cuenta con adoradores en espíritu y en verdad, por tanto con aquellos que, al solo modo del Hijo predilecto, asumen el misterio de la Cruz del cual participan por Gracia. Padecer es resucitar...

La historia contemporánea proporciona situaciones pródigas en ocasiones de lucha y de prueba. En efecto, hoy más que nunca nos damos cuenta de la inutilidad del uso de la agresión, descubriéndose, en toda su amplitud el valor de la resistencia y la constancia. Esta perspectiva parece ahondar en un camino de muerte, porque precisamente la fecundidad y la victoria se manifiestan con semejante rostro. Será preciso continuar la peregrinación y padecer, ofreciendo en sacrificio todo aquello que se nos presenta a nuestra mirada atónita de testigos.

Pero sin desfallecer. La sorpresa que nos aguarda en cada esquina es demasiado grande. Esto es así y así, con coraje, debe ser recibida y asumida en el ámbito superior del Misterio. Con entero abandono y confianza en la acción y presencia de Dios, aún cuando experimentemos una ausencia imposible de describir. La Fe ha de desnudarse de toda vestimenta que oculte su único y solo esplendor. Y nuestro corazón reposar con mayor dejadez en el Corazón del Señor...

En este andar, tan especial y difícil y, sobre todo, tan inesperado, hemos de descubrir el camino más alto que no tiene programas ni métodos. Los valles y montañas, que vamos atravesando, son la ocasión de una sublime pedagogía pero, también, de una realidad que se hace patente sólo cuando no nos queda ya oportunidad alguna para elegir a nuestro capricho.

Es el acontecimiento privilegiado, sin calificaciones, que supera nuestros tratados y, sobre todo, que supera la razón y lo razonable. Ya estamos más allá de los pronósticos y de las maneras atendibles. Nuestra lógica nos decía que resultaba más coherente y proficuo un aire, un lugar o un ambiente determinados o, quizá, hasta una institución mejor que ésta o aquélla. Lo lógico sería, ahora, huir de Roma ante la persecución desencadenada y ante los peligros que son evidentes y que se pueden adivinar según lo padecido hasta aquí. Pero he aquí que la presencia del mismo Señor, presencia silenciosa y tenue, casi imperceptible, nos cruza, atraviesa los senderos de fuga, portando la cruz e indicando que Él va precisamente a Roma para que lo crucifiquen de nuevo...

Al alba del día siguiente, luego de convencernos de que debíamos permanecer, surge la terrible duda. ¿Será así realmente? La insoportabilidad de los hechos y de los rumores, las amenazas y los fantasmas son de tal envergadura que tornamos al punto de partida, sin atrevernos a resolver nada nuevo. Ni partir, ni quedarnos.

JORNADA TERCERA


Nuestro nuevo paraje es éste mismo. La duda se ha presentado en el dintel de nuestra puerta... ¿Y ahora? Es natural pedir algún consejo... No hallamos a nadie en este desierto sin confines. ¿Abrir la Biblia al azar? Tampoco, tampoco. No es seguro. El problema está precisamente ahí, a saber: no es seguro, no encontramos ya “seguridad”.

La situación es desagradable. Por otra parte, para colmo de males, se acercan y nos cercan problemas de toda especie. Son como latigazos, cuestiones sin respuestas ni soluciones. En suma, no hay recursos para salir del atolladero. El sitio es completo.

Pues, entonces, ¿adónde y a quién preguntar? ¿Es posible hallar “seguridad”? Lo que supimos ayer, lo que entonces nos parecía evidente y seguro ahora tambalea. ¿Qué es esto? ¿Y nuestra “memoria”, y nuestra firmeza, y todo eso que debería prestarnos ayuda?

Sólo el silencio responde, un silencio, a veces, aterrador. Y nosotros nos quedamos en el mismo lugar o escapamos precisamente por donde no hay que ir.

El deseo es medida grande. Sí, sin dudarlo en ningún momento, debemos estimar en mucho esa tensión que nos empuja y que nunca nos deja conformes. Pero para hacerlo con tino, para sacar el agua pura del hondo pozo, hemos de aceptar con gozo el lugar en el cual nos hallamos. No hay ni puede haber otro mejor. “Deseo” y “aceptación” se complementan una y otra vez, siempre.

Pero ¿qué es lo que, en realidad, deseamos? ¿No hemos comprobado más de una vez lo difícil que resulta reconocernos? No nos vemos como nos ven, ni nos oímos como nos oyen... Entonces, ¿será verdad que deseamos realmente lo que se nos antoja ahora mismo pretender? Al menos demos un espacio a la quietud y a la meditación... No somos, desde luego, eso que suponemos o eso que deseamos...

Las precisiones son inalcanzables en este campo en el cual nadie puede definir ni dominar... Sólo Dios sabe y si alguna luz tenemos acerca de las cosas más altas a Él la debemos. Pero no es de explicaciones de lo que ahora nos ocupamos. Vamos a lo más simple, a lo más inmediato.

Hemos comprobado que no alcanzamos seguridades absolutas, ni definitivas soluciones, ni estados ideales... Sabemos que no abriremos este o aquél libro al azar y hallaremos la “respuesta milagrosa”. Nada de eso, porque la respuesta para mí es, ante todo, mi propio ser recibido y, desde luego, la Fe.

¿Entonces? ¿Qué es lo que buscamos? ¿Está siempre inquieto nuestro corazón? ¿Sabemos lo que realmente queremos? ¿Cómo entender e interpretar sucesos y hechos dolorosos, que acaecen por aquí o por allí, en un mundo tan complejo? Y, desde luego, ¿qué tiene que ver todo esto con nuestra vida espiritual?

Los pasos de nuestras jornadas se tornan cada vez más complejos y difíciles, es cierto, y tienen la particularidad de distraer y desordenar nuestro andar... Pero hay una realidad más profunda y esto es lo indiscutible. Toda nuestra ansiedad y nuestro dolor se debe a no atender las honduras y a quedar alcanzados y prisioneros por los artilugios de un enemigo que constantemente procura descolocarnos... Por ello los fantasmas son feroces y terribles para acobardar nuestro paso y dejarnos a la puerta de entrada sin poder pasar más allá.

La clave de todo es volver presto y sin dilaciones al corazón más profundo. Y es ésta la respuesta que damos y nos damos: Si el Señor ha venido a habitar íntimamente en el corazón, precisamente a hacer su morada, a morar allí mismo entrañándose, es este acontecimiento lo primero que debemos atender. La realidad de la Presencia que, por otra parte, funda nuestro ser, ha de acaparar, inicialmente, toda la atención y el cuidado, hasta el punto de dar razón de todos y cada uno de los instantes de nuestra vida. Y sabemos que lo expresamos débilmente, que no alcanzamos a decir casi nada y que nuestro lenguaje es apenas un ensayo, incapaz de reflejar la magnitud de lo que intentamos insinuar.

Se quiere señalar aquí el principio y el contenido de la vida. Su más alta dimensión y sentido. Eckhart y Tauler hablaron del nacimiento de Dios en el alma. Creemos decir ahora lo mismo, ya que se trata de uno y de lo mismo...

Pero no hemos de descuidar la doble perspectiva: un mundo exterior y una dimensión de profundidad. Ambas no siempre se encuentran, sin –tampoco- permanecer paralelas. Aquí hay dos caras y poseen una interesante particularidad: están muy cerca y enormemente lejos ¡y tan lejos! como lo están el anverso y el reverso de una hoja de papel, las cuales no podrán superponerse jamás.

Se trata de lo que llamamos el misterio de la hondura. Sólo lo alcanzamos por símbolos o metáforas. Y su descubrimiento se vuelve esencial...

Con esta maravillosa noticia, firmes en la Fe, pasamos a la

JORNADA CUARTA


Los pasos en el ámbito de la profundidad comienzan en el día más nublado, cuando todo parece callarse o nada abre camino. Es condición de esta aventura no hallar senda alguna ya abierta. Y no ha de acobardarse el peregrino. Por el contrario, deberá desafiar la oscuridad y arrojarse hacia delante, abriendo camino él mismo con confianza.

Y no ha de dudar. La certeza está íntimamente arraigada en el corazón en virtud de la Gracia divina. No es posible ya detenerse. Aunque vengan degollando; aunque nadie se conmueva. Nada importa. El peregrino ha de lanzarse con la máxima confianza... ¡DIOS ESTÁ AQUÍ!

Y esto es lo que cuenta. No hay más, porque Dios ES TODO. En mil acontecimientos, en los lugares más insospechados... ¿Qué necesidad de mayores aclaraciones?

Pero es verdad que se trata de una soledad insospechada. Es una soledad en verdad repleta, es la soledad menos solitaria... El peregrino descubre la hondura de su propio corazón como morada verdadera. Y sabe que la hondura de su corazón es hondura de Dios. Efectivamente, ya no debe buscar fuera ni lejos; ya no tiene por qué preguntar a nadie... Íntimamente sabe que el Señor se da, viene a él a morar en él. Vendremos a él y haremos en él morada...

Esta morada es única e irrepetible y no sufre comparación con ninguna mansión de la tierra. Es claro que no podemos imaginarla, pero la sabemos entrañable y entrañada, más real que cualquier otra cosa.

Cuanto más entramos en ella, más desaparecen sus contornos (que en realidad no tiene); cuanto más se hace nuestra menos nos parece poseerla...

Es esta morada nuestro mismo corazón que ya no reconoce distancia alguna con el Señor. Hacer morada comporta una transformación inefable que no corresponde describir sino abandonarse a ella. No existen calificativos ni es oportuno buscarlos. Es la más simple y confiada aceptación, a pesar de los índices negativos que puedan percibir los sentidos exteriores o las impertinencias del mundo ya definitivamente dejado lejos.

JORNADA QUINTA


Ahora han de derrumbarse los bastiones y las murallas... Desencájate y sepárate, deja que se desprendan esas costras y que desaparezcan los disfraces. Despégate de todo, ya no permanezcas en las cosas sino apenas cerca de algunas de ellas. El llamado DESASIMIENTO es ya, sin tardanza, tu camino y tu ambiente.

Pero, me dirás, ¿cómo es eso que me invitas a un paso negativo en el que sólo sé lo que debo dejar pero no a lo que he de adherir? Y yo te respondo así: si dejas lo que te cubre y disfraza, si te apartas para siempre de todo lo que te oprime, si te olvidas de opiniones y usos implacables y, sobre todo, de lo que tu alma pretende con obsesión...; entonces –no lo dudes- se descubrirá tu corazón y lo que en él se oculta, tendrás a raudales el agua pura escondida en la hondura de la tierra y aparecerá luminoso tu bien...

Es claro que la luz precede, porque la Gracia es desde luego anterior. Pero tú no lo sabes. Lo único que puedes entrever es que Dios te llama. La puerta de tu corazón recibe el llamado del Señor. No tardes, no, en abrirle, pero despójate de todo lo que impida su paso y su habitación en tu alma. Si te quedas libre Él ocupara todo el lugar.

Ahora bien, ha llegado el momento de atender y de disponerse al Misterio. Fíjate: ni hoy ni ayer tienes enemigos que aparezcan claramente a tus sentidos, enemigos que puedas señalar y, consecuentemente, cuidarte de ellos. Tampoco logras diseñar doctrinas o ideas (por llamarlas así) que se te opongan con claridad. Tienes, sin embargo, la experiencia y la certeza de la lucha. Sabes que hay asedio y que hay pruebas y tentaciones; sabes, en suma, hasta qué punto la vida es “milicia en esta tierra”.

¿Entonces? Esto es secreto porque está escondido, pero es un camino de contemplación altísimo... Tu oponente no tiene perfiles: es el sin-sentido, la sin-razón, lo indeterminable –al menos por ahora. Frente a este enemigo has de confesar tu Fe. Es una afirmación heroica y sin testigos. Sólo tú eres el testigo, sólo tú y Dios. Es este el “abandono” verdadero, una participación (si quieres decirlo así) del único abandono del Señor. Tu grito se asimila a aquél inmenso ¿por qué?, que resuena en toda la Historia y que en transformación misteriosa y gloriosa halla su sentido pleno en la Eternidad.

Vuelve constantemente a este centro. Aquí se cumple la Voluntad divina. Tú ruegas todos los días para que así sea. La vida es un gigantesco Amén. Pero es necesario trascender los límites de nuestra estrechez. Si queremos la Voluntad de Dios (y aquí está el secreto admirable) es preciso dejarla... Sí, dejar la Voluntad de Dios por la Voluntad de Dios. ¿Qué quiere decir esto? ¿No lo entiendes? En efecto, no puedes reducir a Dios a ninguna medida. ¿Qué es la Voluntad del Padre? Desde luego que es Él mismo... No hay distinción entre Dios y su Voluntad, enseñaba el Padre Vayssière... Pues bien, entonces abre el alma y deja que el Espíritu hable en el lenguaje que sólo entiende el corazón en secreto. Y, sobre todo, abandónate, sin detenerte en nada.

JORNADA SEXTA


Abandono quiere decir: dejar ser el Ser. Respeta profundamente la presencia de la vida. Pero, al mismo tiempo, implica dejarte levantar sobre todas las creaturas... Déjalas, en efecto, a todas. No te detengas más en el camino. Los sempiternos enemigos del alma amenazan con no sé qué escrúpulos. Vuelve a tu interior en silencio; escucha atentamente el silencio. Fíjate bien: has buscado aprobaciones por todas partes, esperas el asentimiento de un lado o del otro... Quieres asegurarte y te empeñas en obtener toda clase de certificados y de pruebas... Como si cada paso de la vida precisara de una demostración... Y no ha de ser así. Repara en un hecho indudable: Dios mismo no te sujeta ni está a tu vera para medir tus pasos. Está en ti, en tu corazón y tú vives y subsistes en Él. Pero no te sigue Él a ti para ver qué haces ni controla tus movimientos. La realidad es otra, la verdad es diferente.

Sigue pues tu andar, no te detengas por el vértigo que sientes ni por la espiral que se abre a tus pies. El honor del “abandono” consiste, propiamente, en no aferrarse desesperadamente a nada. Siente con coraje la ausencia. Es ésta una prueba maravillosa. Deja que el dolor te llague, no temas las heridas ni los rasguños del camino... Es honor del peregrino llevar en su cuerpo los sellos de la Pasión que el Señor regala y participa. Esos signos no se ven ni aún se manifiestan con la claridad que deseáramos, porque son más luminosos y más profundos que nuestra capacidad de descubrirlos. ¿Qué más da? Son siempre un don, un decoro del Amor Infinito, que sólo se hace oír en el silencio del mismo corazón.

Calla y sosiégate. El abandono es prenda de paz. Estima más tu silencio que tus pretendidas obras. Los latidos de tu corazón valen más que todo lo que puedas decir o hacer. Retírate, cálmate, ora. Aquiétate una y otra vez. Necesitarás muchas ocasiones y se te darán las oportunidades (no las desaproveches) para ingresar e introducirte en el Misterio que es tu vida...

Tienes la certeza del invariable Amor Divino. Lo repito: abandónate confiado. Que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha. Ríe y llora, dale todo a Dios...¡olvídate! Deja que todo quede crucificado aguardando la muerte salvadora y la transformación que esperamos.

Déjate absorber por el Fin Último que ya te atrae y te arrebata. Los ruidos y los fastidios que te envuelven son producidos por las criaturas que escapan y que se dejan arrastrar por un mundo que va a la muerte. Ofrece por ellas, ruega por ellas. Pero no te detengas como ellas. Cuando te acerques a ellas aprovecha para llevarlas, con tu oración, al Corazón de Cristo, pero no te detengas, no atiendas la sinrazón. Recuerda lo que se narra en la vida de Santo Tomás de Aquino, a saber, que el santo Doctor no consentía las conversaciones vanas y, cuando oía hablar en su presencia de cosas profanas, discretamente se apartaba y se retiraba.

Lo que me importa subrayar es que nada ni nadie puede ya apartarte de Dios, si te has entrañado en Él y Él en ti... Si has querido, si le has abierto con tu voluntad, que es la puerta que lo deja pasar e introducirse en la infinita intimidad como el Fuego en el madero. No son las angustias ni los dolores, no es la fatiga ni el trabajo, ni las envidias de los otros, que tendrán poder alguno sobre ti. Tu perseverancia en el silencio y en el sufrimiento tiene el constante y maravilloso premio de la fidelidad de Dios, presente en tu corazón y en tu vida. No temas, que tu tesoro jamás podrá ser arrebatado. Y es porque tú ya estás escondido con Cristo en Dios y ya te encuentras, de algún modo, en el cielo... Conversatio nostra in coelis est.

¿Qué más puedo decir para confirmarte en la fe? Sólo invitarte a la experiencia cotidiana, luminosa e inmediata. Yo sé que la Gracia no ha de faltar, que todo es Gracia. Estas jornadas son una invitación al silencio más profundo y a la confianza más audaz... Y también -¡cómo no!- a horadar los cielos desde el corazón y descansar la mirada, audazmente, en los ojos de Dios.

Nuestra oración no ha de ser mezquina ni apocada. Por el contrario, ha de lanzarse en el abrazo indescriptible, consintiendo en esa sublime aspiración que se hace realidad en el Espíritu. Desciende Fuego nuevo del Cielo y enciende el holocausto y se lleva el corazón transformado y hecho uno consigo.

Pero nadie puede dar cuenta de ello. Esta inigualable historia está escondida a los testigos. La piedrecita blanca sólo es conocida por quien la recibe...

Es la hora del silencio, en el Nombre de Dios. Amén.