domingo, 9 de noviembre de 2008

HISTORIA DE UNA PEREGRINACIÓN P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P. " Entrar al alma" (3)


Pasión... La vida contemplativa no es invención del hombre. La vida contemplativa y la Contemplación sólo pertenecen a Dios. Adrienne von Speyr hablaba de una conversación de Dios con Dios, refiriéndose a la oración, como un acontecimiento de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, (Cfr. L’Experience de la prière, París 1978, p.9). El hijo de Dios, el hijo en el Hijo Unigénito, queda incorporado a la Vida y al Misterio por la Gracia. En esta perspectiva, en el hecho mismo de su adopción, aparece la vocación contemplativa como fundamento esencial de su vida en pura relación a Dios.

Esto es lo que debemos tener presente en el momento de ocuparnos de la realidad de la contemplación. Porque ésta no podrá darse fuera de la vocación divina ni de la Gracia...

Si antes hablábamos de viaje, hoy hablamos de pasión. En efecto, Dios nos conduce, nos lleva y obra en el corazón. Y por la obra nos asimila a El. Es una suerte de incorporación, de imitación, que tiene por figura, ejemplo y modelo al mismo Verbo en Quien hemos sido concebidos y creados.

La introducción en la vida contemplativa se realiza en Cristo-Jesús, por obra del Espíritu Santo. Y ya no hay otra realidad, que irá creciendo y desarrollándose según el designio y la gracia de Dios.

El auténtico contemplativo padece a Dios, a semejanza del Señor, cuyo alimento es "hacer la voluntad" del Padre (Jn. 4, 34). Por lo que nos dice el Apóstol San Pablo: Tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús; el cual siendo su naturaleza la de Dios, no retuvo su prerrogativa, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Y hallándose en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de Cruz... (Filip. 2, 5-8).

No ha de extrañarse, entonces, el contemplativo por las asperezas que surgen en el camino emprendido. No se trata de contrariedades sino de la vida misma del Hijo de Dios.

Desde luego, hoy se halla el hombre en una encrucijada particular, que parece ser ajena y aún opuesta a la contemplación. Sin embargo nunca como hoy puede tener conciencia de la realidad de su exilio.

La adversidad (por decirlo de alguna manera) produce un rudo choque, quizá un encuentro no esperado. La desilusión y el dolor asestan golpes ante los que no se está debidamente preparado. Todo eso es verdad y aún más, mucho más de cuanto alcancemos a esbozar aquí. Pero no puede olvidar, el contemplativo, la gesta y la epopeya de Getsemaní. Es allí, o aquí, donde se desencadena la espiral y el abismo. Es la ocasión, la mejor, de penetrar en el alma y en su misterio.

Desde las contrariedades hasta los mayores sufrimientos, desde lo más inesperado hasta la monotonía de lo cotidiano, hallará -el contemplativo- en todo instante la manifestación auténtica del ser. ¡Y que no nos escandalice o nos parezca demasiado extraño! Cuando se atraviesa cierta frontera, el acicalado lenguaje del mundo, sus halagos o sus previsiones son completamente inútiles.

Repetimos el hecho que deseamos subrayar. Toda adversidad o contrariedad se explica y se halla en la Pasión del Señor. Se trata de la vocación crística, permítasenos decirlo así, opuesta a la vocación adámica, perdida de una vez para siempre. En efecto, la paternidad del viejo Adán es pura ilusión o un espejismo del cual es preciso cuidarse.

Sólo se descubren las honduras del Ser y el misterio del alma humana, toda ella abierta al Ser y a Dios, en la Figura de Cristo. Volvemos al Apóstol San Pablo, que nos dice: Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma su nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que os conceda según la riqueza de su gloria, que seáis poderosamente fortalecidos por su Espíritu en el hombre interior; y Cristo por la fe habite en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en el amor, seáis hechos capaces de comprender con todos los santos qué cosa sea la anchura y largura y alteza y profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepuja a todo conocimiento, para que seáis colmados de toda la plenitud de Dios (Ef. 3, 14-19).

Las pruebas, por tanto, son parte privilegiada de una vida de contemplación. Revelan el misterio de la Cruz, al mismo tiempo que la hondura del alma. Son dos dimensiones que no deben separarse. De todas maneras, el camino más alto es aquél que no tropieza consigo, que no tiene en cuenta, que olvida... Es el desprendimiento de toda creatura.

Vamos a seguir por la senda del desprendimiento y del abandono, a través de las circunstancias que -por lo general- se presentan en la vía de la contemplación. No podemos pretender decirlo todo, ni siquiera tratarlo en modo orgánico. Esto sería poco menos que imposible. Desde un principio se exige una actitud radical y profunda. Una suerte de negación sin compromiso alguno. El viajero no lleva equipaje. Es una especie de exiliado y él mismo se sabe desterrado de su Patria verdadera...