domingo, 18 de abril de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY (XX)


En la experiencia sutil de la vida interior, el estado de desconocimiento le lleva a la consciencia del conocimiento. El puro conocimiento es de orden extático, ya que es indiferenciado; no podría producirse al nivel de los sentidos exteriores e interiores. Es más allá donde se produce la iluminación. Esta surge súbitamente, inesperadamente. Así, la iluminación sobrepasa un estado personal. Ciertamente, el sujeto experimenta una experiencia que le es propia, pero no la retiene como un «tener», puesto que ya no tiene ningún deseo de posesión. La iluminación deviene un estado no sometido a alternativas, ya que en su plenitud sobrepasa al sujeto que la recibe o, más exactamente, el sujeto no intenta retenerla como un bien propio. Esta iluminación se extiende en el cosmos de una manera difusa; ella es luminosidad, amor pleno de ternura.

Todos aquellos que están hambrientos de interioridad pueden de esta manera recibir una mano anónima que descubren independientemente del lugar donde se encuentren. El tiempo y el espacio no podrían intervenir. El hombre iluminado se mantiene en un vacío supramental que le permite asistir como espectador al desarrollo de su propia existencia. Privado de deseos y de proyectos, se sitúa más allá del sufrimiento, de las dispersiones y del fraccionamiento; la muerte misma es sobrepasada, con todas las angustias que la acompañan.