viernes, 25 de julio de 2008

P. Fray Alberto Justo O.P..."Hacia una filosofía del desierto"...La vocación interior...




"Trabaje en silencio, sin decir lo que hace. No busque reconocimiento ni aplauso. Acepte lo que la misma Providencia le depara en todo lo que se refiere a sus acciones" (REGLA PARA EREMITAS en el corazón )

13. "Deséate mi alma por la noche, y mi espíritu te busca dentro de mí" (Is. 26, 9). En mi seno, en la profundidad. En la noche, en la intimidad, a Tí mismo, directamente. Descúbrese entonces el corazón del corazón. El templo interior es en verdad templo, y el mayor, pero nunca vacío. Es una plenitud insospechada, sólo accesible por la Gracia y la frecuentación.
Los hallazgos más grandes no ocurren, por lo general, de un golpe. Por el contrario, convívese largo tiempo con el tesoro encontrado sin percibir su magnitud. Solo la frecuencia, el hábito y la atención, la memoria (como decían los antiguos) horada las rígidas divisiones y los límites que parecen insalvables.

14. Un día nos atrae un sueño. Sin atrevernos a adoptarlo nos quedamos un poco con él...Esto (o aquello) sería tan hermoso. Porque el hombre cree que puede imaginar algo más grande de lo que Dios le da. En fin, sería tan lindo, decimos, pero nos corregimos en seguida, ya que somos personas muy serias, y acabamos por rechazar semejantes patrañas mal imaginadas. No , debemos volver a lo real...sin embargo ese sueño, ese pretendido sueño, no es más que una pequeña migaja de la misma realidad, un mal reflejo de nuestro deseo profundo. Si tenemos el coraje de seguir de camino, si nos atrevemos a dejar a Dios que obre, sin asustarnos ni desertar por desilusión alguna, entonces comenzaremos a entrever que lo mejor que deseamos es lo que el Señor nos da desde siempre, desde la aurora que no tiene ocaso.

15. ¿Como discernir acerca de todo ello? Porque es frecuente que muchos prevengan, en este orden, contra las ilusiones o las fantasías y que otros rechacen las mayores realidades por escasa frecuentación de los caminos del espíritu. Dios viene a nuestra casa como nuestro Salvador en Belén. De noche, sin ruido, sin publicidad. Precisamente cuando esa publicidad se halla menos garantizada, cuando la más seguro es que no se sepa nada.

16. Este pudor divino debe ser subrayado. Muchas veces dudamos ante la delicadeza de Dios. El Señor, según nuestro pobre criterio, debería llegar con anuncios determinados, con ruido, con sonoridad especial. Pero, por sobre todo, con seguridad de nuestra parte, sin dejarnos titubear ni un instante. Pero no es así. El Señor viene con dulzura y silencio, con respeto infinito, como quien por pura consideración no se anima a despertarnos. Además se dará de nuestra parte una simple y directa actitud de fe y de confianza.