sábado, 13 de diciembre de 2008

LECCIONES DE VIDA INTERIOR - La presencia inefable de Dios - SENTENCIAS DICHOS PALABRAS DE ESPÍRITU



¿Hay, todavía, algo por decir? No me parece, no lo creo. Sin embargo brotan algunas palabras desde no sé qué profundidad. Quizá porque ciertos dichos no han de quebrar el silencio sino, de alguna manera, introducirnos en él.

1. Es gozoso aceptar el olvido. La liberación comienza en ese desapego que deja sin consideración ni nostalgia los éxitos que pretende el mundo. No quise oír el juicio que se arrogan algunos particulares. Me olvidé de esas materias, considerándolas abstrusas y excesivas... No sé por dónde se han quedado. Y bien está así.

2. ¡Vuelve al silencio y a la paz de tu corazón donde sólo Dios mora...! Y yo me atrevo, con tanto gozo ahora, copiar esto que dice San Juan de la Cruz (Cántico B, 1, 6-7-8) que es, a saber: bueno será (...) le respondamos mostrándole el lugar más cierto donde está (Dios) escondido, para que allí lo halle a lo cierto con la perfección y sabor que puede en esta vida, y así no comience a vaguear en vano tras las pisadas de las compañías. Para lo cual es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto el alma que le ha de hallar conviene salir de todas las cosas según la afección y voluntad y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen; que por eso san Agustín, hablando en los Soliloquios con Dios, decía: No te hallaba, Señor, de fuera, porque mal te buscaba fuera, que estabas dentro (PL 40,888) Está, pues, Dios en el alma escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo (...)
¡Oh, pues, alma hermosísima entre todas las criaturas, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado para buscarle y unirte con él, ya se te dice que tú misma eres el aposento donde él mora y el retrete y escondrijo donde está escondido; que es cosa de grande contentamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti que esté en ti, o, por mejor decir, tú no puedas estar sin él. Cata -dice el Esposo- que el reino de Dios está dentro de vosotros (Lc. 17,21); y su siervo el apóstol san Pablo: Vosotros -dice-, sois templo de Dios (2Cor, 6, 16).
Grande contento es para el alma entender que nunca Dios falta del alma, aunque esté en pecado mortal, cuánto menos de la que está en gracia. ¿Qué más quieres, ¡oh alma!, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma?
En lo que vemos y sabemos que en esta morada la unión es unidad, porque Aquél que todo lo puede y cuyo Amor no conoce límites, de dos hace uno.

3. Y no son suficientes los discursos o las palabras que sean... La realidad será siempre mayor que cualquier intento de expresarla. ¿Por qué pretendemos absolutizar nuestra palabra? Sólo es absoluta la que nos precede, el Verbo de Dios, de Quien todo participa, según su propio modo, y de donde procede la legitimidad de la nuestra.

4. Decía el Maestro Eckhart, aquél que hablaba desde la Eternidad, estas palabras en un sermón: Viniendo hacia aquí, en el día de hoy, reflexionaba acerca de la manera en la que pudiera predicar, en modo inteligible, para que vosotros me comprendiérais bien, y pensé en una comparación. Si vosotros lográrais entenderla bien, entonces comprederíais lo que quiero decir y el fondo de toda mi intención, aquello que siempre he predicado. Se trata de la comparación de mi ojo con el leño (...). Ahora prestad atención. Si ocurre que mi ojo sea uno y simple en si mismo y esté abierto y su mirada se vuelque sobre el leño, entonces cada uno de ellos (ojo y leño) permanece como cada uno es (en lo que cada uno es) y sin embargo en la realidad de la mirada se vuelven de tal modo uno que puede decirse "ojo-leño" y que el leño es mi ojo. Pero si el leño careciera de materia y fuera completamente espiritual, y también la visión de mi ojo, entonces podrá decirse en toda verdad que, en la realidad de mi visión, el leño y mi ojo constituyen un solo ser. Si esto es verdadero en las cosas corporales, es aún muchísimo más verdadero en las cosas espirituales (Pr.4, D.W. 2, p. 416, 1-417. A.H. 2, p.113).
La presencia de Dios, escondida en el alma, no es indiferente ni pasiva. Por el contrario, comporta una acción transformadora que el alma verdaderamante padece. La predicación del Maestro señala el término inefable con maravillosa sencillez, a saber: que el conocimiento que es semejanza entre el conocedor y lo conocido, manifiesta una identidad entre los dos términos. El leño ha sido despojado, separado de sus condiciones materiales y se ha convertido en una forma desnuda en razón del poder visual del ojo... En tal pureza, esto es: de inmaterialidad, que es el propio del ser original de las cosas antes de su creación, se podrá decir que el conocedor y el conocido forman un solo ser.
¡Alégrate María, alégrate llena de Gracia! Ese mismo saludo dirigido a nuestra Madre ¿no lo percibimos en el silencio del corazón, cuando Dios nace en él en modo admirable?

5. Decía, en uno de sus sermones, el Beato Jordán de Pisa: (...) el matrimonio espiritual, que se hace entre Dios y el alma santa, es más perfectamente conjunto que el corporal (...) porque es más íntimo. Dicen los santos que la conjunción tanto es menor cuando se realiza entre cosas más toscas y materiales; y cuando es de cosas más sutiles y espirituales, tanto es mayor y más íntima. He aquí el ejemplo. La piedra es cosa gruesa; más aún es gruesísima, pero nunca se junta bien si no es con cal o cosas semejantes; no que una entre en las otras; sin embargo la conjunción del agua y de la tierra es de cuerpos más sutiles, por ello es más íntima; véase que el agua se mezcla con la tierra, y de este matrimonio nacen hijos sin fin, como las hierbas y las plantas y muchas otras cosas. Sigue más adelante, mira el agua y el vino. Estos, que son cuerpos más sutiles, se mezclan mejor, y es más íntima y mayor su conjunción; porque en el vaso el agua se mezcla con el vino perfectamente, que nada queda del agua sin mezclarse. Sigue más adelante: mira el aire y la luz. Estos cuerpos, que aún son más sutiles y espirituales que los dichos, más y mejor se conjugan y es más íntima y más perfecta su conjunción. Los sabios dicen que la luz del sol es cuerpo, al menos ella es cosa corporal. Mira mezcla perfecta es esta, que no deja nada del aire que no sea luz; y así es con el fuego y con el aire, aquel calienta a este en cada una de sus partes. Mira pues, cuanto menos densos son los cuerpos, es decir: más sutiles y más espirituales, mayor es su conjunción, más íntima y más perfecta. ¿Cuál es, pues, la mayor conjunción que sea? Aquella que es entre el alma y Dios. ¿Y por qué? Porque es conjunción de espíritus. No son cosas corporales por lo cual esta conjunción es suma. Dice la Escritura que Dios es fuego y luz, que así como la luz alumbra toda el aire y no queda punto sin iluminar (...) así cuando Dios entra en el alma por gracia la ilumina toda, la hace toda luciente y no hay punto en el alma, o cosa ninguna, que no sea luminosa; porque expulsa toda tiniebla de pecado, de ignorancia y de error. También Dios es fuego, y el fuego calienta el aire, no en parte sino totalmente, es decir aquello que toca con su virtud; así hace Dios en el alma y mayormente al alma donde Él está por gracia totalmente la inflama y calienta y la enciende toda con su amor, que no queda partecita de ella sin arder. Aún por otra razón y más íntima; y es por el amor. El amor es una pasión en el alma que transforma al amante en el amado; porque dicen los sabios que el alma está más con aquella cosa que ama que consigo (...) San Juan dice: quien está en caridad está en Dios y Dios en él; por donde el alma que ama a Dios se halla fuera de si: y entra en Dios y Dios sale de si y entra en el alma, como Él dice exinavit semetipsum salió fuera de si. Y san Pablo dice: vivo ego, iam non ego; vivit vero in me Christus. Esta es la virtud y la propiedad del amor. (...) Mira cómo es perfecta la conjunción aquella que hay entre el alma y Dios; y queda señalado que la misma es por conjunción de espíritus y por la virtud del amor. En el matrimonio corporal no hay tanta unión; en razón de que no puede entrar el uno en el otro como hace Dios en el alma y el alma en Dios y que se transforma el uno en el otro.
Esta larga cita procede de la prédica pronunciada por el Beato Jordán de Pisa la mañana del domingo 24 de octubre de 1305, en la grande iglesia de Santa Maria Novella de Florencia. Y la hemos traducido y copiado aquí por tratar del misterio de la admirable presencia de Dios y por sus convergencias con expresiones, ya mentadas, del Maestro Eckhart.

6. Procuremos superar toda dualidad, evitando tropiezos en lo más alto que es, también, lo más simple e inmediato. Hablamos de unión de espíritu a Espíritu. Al expresarnos de esta manera nos ubicamos más allá de la distinción entre amor y conocimiento. Hablamos de la esencia del alma o de su dimensión más honda. Se trata, igualmente, de todo el ser... Dependerá del lugar desde donde contemplemos o de aquello que pretendamos balbucear.
El Maestro Eckhart lo dice así: Hemos hablado de un intelecto agente y de un intelecto pasivo. El intelecto agente separa las imágenes de las cosas exteriores y las despoja de la materia y del accidente, y las pone en el intelecto pasivo, y este último gesta en él su imagen espiritual. Y cuando el intelecto pasivo se encuentra lleno del intelecto agente, conserva y conoce las cosas con la ayuda del intelecto agente. Sin embargo el intelecto pasivo no puede conservar las cosas en su conocimiento, si no es iluminado por el intelecto agente. Ved todo lo que el intelecto agente hace en un hombre natural, es esto y aún mucho más, lo que Dios hace en un hombre separado: le quita el intelecto agente y se coloca Él mismo en el lugar de este último y hace todo lo que el intelecto debe hacer. Verdaderamente, cuando el hombre se vuelve completamente desocupado (müeziget) y en él calla el intelecto agente, es preciso que Dios se encargue de la obra y que se convierta en operante y Él mismo se engendre en el intelecto pasivo.
Para Eckhart se trata, en realidad, de un conocimiento transintelectivo: por sobre la visión el conocimiento lleva Dios al alma y conduce el alma a Dios. Pero no puede introducir en Dios. Por eso Dios no opera sus obras divinas en el conocimiento, ya que este comporta un modo en el alma, sino que divinamente opera en tanto que es Dios. Entonces se presenta la potencia superior - es el amor- y hace su apertura en Dios y conduce el alma en Dios con el conocimiento y con todas sus potencias y la une en Dios; entonces Dios opera por sobre la potencia del alma no en tanto que ella es alma, sino en tanto que divina en Dios.

7. Volvamos, guiados por los mejores textos -sobre todo aquellos que han tenido mayor influjo en los momentos decisivos de nuestra vida- a lo que el Maestro Eckhart decía constituir el fondo de toda su intención en su enseñanza más sutil, que concierne la pasión del alma cuando esta se convierte enteramente en receptiva de Dios. En el Sermón 16a se expresa así: Un maestro dice: "Si todo intermediario entre mí y el muro fuera suprimido, yo estaría cabe el muro pero no en el muro." No es así para con las cosas espirituales, pues la una está siempre en la otra: el que recibe es el que es recibido, pues nada recibe que no sea él mismo. Es sutil. A quien lo comprende se le ha predicado suficientemente.
A este respecto añaden y comentan E. Zum Brunn y A. de Libera: Eckhart no ha titubeado en interpretar en el sentido de "padecer" a Dios esta palabra de san Pablo: "Los sufrimientos (passiones) del tiempo presente no son comparables a la gloria que debe revelarse en nosotros" (Rom. 8, 18). Esto quiere decir, según esta interpretación que trasciende el sentido obvio, que en el instante en que el alma se abandona toda entera a él, Dios se engendra en ella en la bienaventuranza del nacimiento que es allende el tiempo. (...) esta unión total tiene lugar sólo en una total desnudez, cuando el alma se ha despojado de la contingencia que la liga al cosmos(...)
Vuelve a decir Eckhart: Pero cuando el alma deja todas las imágenes y contempla solamente el Uno en su unidad, el ser desnudo del alma reencuentra el ser desnudo, sin forma, de la Unidad divina que es el ser sobresencial, y en él ella permanece en la pasión. Ah! maravilla de las maravillas, qué noble pasión es aquella en que el alma no pueda sufrir nada que no sea la sola y pura unidad de Dios.
Sufrir o padecer a Dios. Es Él que enseñorea y posee el alma como lo más suyo y dándose a ella la levanta y la asimila por el Espíritu en su parte superior y más noble. Ya no son dos... ¿Quién puede distinguir uno y otro en tan estrecho abrazo? ¿No descubre el alma en su bienamado absolutamente un alter-ego? Cuando leemos la palabra que el Señor dirige a la Samaritana (Jn. 4, 26) ¿no descubrimos, acaso, en aquel sublime: Yo soy, el que contigo habla, la más calurosa revelación de su proximidad y de su intimidad, como si siempre a sólo Él hubiéramos esperado? Lo más familiar, donde no cabe la distancia...
El abandono no deja lugar ni espacio a separaciones. La verdad es que Dios está en el alma y el alma en Dios, no junto ni cabe Dios, sino en Él y Él nacido en el alma. Una voz siempre nueva, como brisa altísima, nos susurra: ¡deja obrar a Dios, arrójate y no cuides tus espaldas, que en padecerlo está la bienaventuranza y la gloria!
Comentan E. Zum Brunn y A. de Libera: Se trata, en efecto, de una pasión "pura", que no admite el menor intermediario, pues esta receptividad a Dios constituye la naturaleza propia del alma, este fondo en si misma que ella ignora, ya que todo nuestro conocimiento tiene lugar por intermediarios, es decir por imágenes sacadas del cosmos (...) El alma debe dejar tal ignorancia volviéndose hacia lo que hay de más noble en ella, a aquello que sólo recibe a Dios en su inmediación y su inmediatez.
Según el sermón 112 (L.W. 4, p. 113): no es añadiendo, sino despojando, como se halla a Dios en el alma.

8. Dice un Cartujo que puede caracterizarse el pensamiento de las místicas medievales flamencas: Hadewijch, Beatriz de Nazareth, como una teología del Amor subsistente, sobre la cual se funda una espiritualidad cuya cima y hogar es la interioridad del amor puro, separado de toda ocupación extraña - "amor que vaca al solo amor". Se estará de acuerdo en que esta definición conviene igualmente a la mística de Ruusbroec; de la que señala al menos un aspecto importante. Es necesaria mayor atención para reconocer que tal aspecto se halla también presente en el Maestro Eckhart.
Es verdad que en su concepción de la vida del alma, el trazo intelectual adquiere un relieve extremo (...) Ahora bien, observando más de cerca, la intención es sin embargo la misma.
En efecto, nos vamos a detener aquí ubicándonos por encima de cualquier dialéctica, a fin de arribar a la obra misma de Dios y a Dios mismo. Es muy posible que la historia de la Teología, no menos que la de la Espiritualidad, se haya detenido con mucha frecuencia en cuestiones decididamente marginales, olvidando la perspectiva profunda de la Eternidad. Porque, en exceso, se han subrayado los nombres de los autores más que partir desde ellos para abordar el contenido esencial de sus enseñanzas. Y no siempre es bueno calar en un pensamiento o en una obra por oposición o polémica de unos con otros.
El descuido es otro enemigo..., a veces peligroso. El Amor no sabe de distracciones... Pidamos al Señor nos otorgue la Gracia de la fidelidad, de la perseverancia y nuestro total abandono a Él y en Él.
Nuestro monje Cartujo cita algunos textos del Maestro Eckhart a propósito de su fundamental coincidencia con esta Teología del Amor subsistente, vamos a leerlos con atención:
I Hoc est praeceptum meum (Jn. 15,12). AMOR DEL AMOR. (QH.Pr.50 p.387).
Los mejores maestros dicen que el amor (minne) con el cual nosotros amamos, es el Espíritu Santo. Muchos los contradicen, pero esto no es menos verdadero: todo impulso por el cual somos llevados al amor sólo puede venir del Espíritu Santo. El amor en su suprema pureza, separado de toda cosa y permaneciendo en él mismo, no es otro que Dios. Según los doctores, el término del amor, por lo cual él opera todas sus obras, es la bondad, y la bondad es Dios. No más que mi ojo no puede hablar, ni mi lengua percibir el color, el amor no puede tender a nada que no sea la bondad, que no sea Dios. - Pero prestad atención ahora! ¿Qué quiere decir el Salvador insistiendo de esta manera para que nosotros amemos? Quiere decir esto: el amor con el cual amamos debe ser tan puro, tan desnudo, tan desasido que no se incline ni hacia mi ni hacia mi amigo, ni hacia (ninguna cosa) diversa de él mismo.
El Cartujo añade y comenta así: (...) esta purificación del amor que termina por sobre las operaciones, allá donde reposa en él mismo en una fruición inmóvil, , responde al movimiento misterioso de las Personas divinas que se sumen (s'engloutissent) en la Unidad. La correspondencia (coincidencia) de las dos exigencias de unidad es también un tema capital de la mística eckhartiana, no existe sermón que no lo trate o que no haga alguna alusión.
En las siguientes citaciones del Maestro Eckhart se manifiestan ambas perspectivas. En la primera se considera, inicialmente, el movimiento en Dios mismo; en la segunda, el autor parte de la exigencia del alma, como si Dios la obedeciera.
Adolescens, tibi dico surge (Luc. 7, 11) DE LAS PERSONAS A LA ESENCIA D.W. I. 301-302. (el texto comentado es, en realidad, Eccl. 24, 15).
He hablado recientemente de la puerta por la cual Dios se derrama (fluye-s' écoule), a saber la bondad. Pero la esencia es lo que permanece en si mismo y no se derrama (hacia afuera): es hacia el interior que la fusión tiene lugar. Quiero decir la Unidad que permanece en ella misma, una, sin mixtura de ninguna cosa, con exclusión de cualquiera que sea exterior; mientras que por la Bondad, Dios se comunica a todas las creaturas. La Esencia es el Padre, la Unidad es el Hijo con el Padre, la Bondad es el Espíritu Santo. Ahora bien, el Espíritu Santo ase el alma, la Ciudad santificada en lo que ella tiene de más alto y de más puro, y la eleva hasta su propio origen, que es el Padre, en el fondo primero donde el Hijo tiene su Esencia: es allí donde la Sabiduría eterna reposa igualmente (similiter requievi) en la Ciudad santificada, en lo más secreto del Ser.
Intravit Jesus in quoddam castellum (Luc. 10, 38). MÁS ALLÁ DE LAS FACULTADES. D.W.I. 42-44. La Ciudadela de la cual habla aquí el Maestro Eckhart es la llama del alma, el centro donde ella se recoge cuando el amor reencuentra su pureza:
Ahora ved y estad atentos! Esta Ciudadela es tan una y tan simple, tan elevada por sobre todo modo, que la noble potencia de la que he hablado (...) (la voluntad) nunca es digna de arrojarse allí, aunque sea un instante, ni uno solo; y la otra facultad (la razón superior), de la que dije que Dios brilla en ella con toda su riqueza y su alegría, jamás, no menos, pudiera allí mirar - tan una, tan simple, tan elevada por encima de todos los modos y potencias es esta simple unidad, que ni potencia ni modo de ninguna suerte a ella puede tener acceso, ni Dios mismo. En toda verdad, tan verdadero como que Dios vive! Dios mismo allí no ha puesto la mirada un solo instante cuando fuera con modos y propiedades de Personas. Esto es cierto, pues esta unidad simple es en si misma sin modo y sin propiedad. Y desde luego, si Dios ha de mirar allí, le costarán todos los nombres divinos y todas las propiedades personales; es preciso que él se despoje totalmente para penetrar aquí la mirada. Lo puede sólo en tanto que es uno y simple, sin modo ni propiedad: allí no hay más Padre ni Hijo ni Espíritu Santo: queda una (Esencia) que no es ni esto ni aquello.
Se trata de la noción de fondo del alma, intangible salvo a Dios solo... Añade el Cartujo: Otros muchos textos del Maestro Eckhart recuerdan de muy cerca estas notables líneas. En el Sermón "Qui odit animam suam"(D.W.I, 283) luego de haber reportado las definiciones de los filósofos, enuncia el paralelo: "Como Dios es sin nombre, y pues inefable, así el alma en su fondo es inefable y sin nombre".

Continuamos con los textos del Maestro Eckhart, que tratan del mismo tema. Desde luego ellos son dignos de ser recibidos en silencio y más allá de cualquier apresuramiento. Se dirigen a lo más hondo, tratan de alcanzar -quizá- lo inalcanzable. Pero son palabras de vida que giran y giran en torno a lo inefable y, cada vez, nos entregan algo nuevo del misterio que supera todo lenguaje.
Dum medium silentium tenerent omnia. (Sap. 18, 14). (Pf. Pr. 1, p.4)
Todo lo que el alma opera al exterior, lo hace por intermediarios (por medios). Pero en la esencia, no hay allí operación: el alma en su esencia no opera, pues las facultades por las cuales actúa emanan del fondo de la esencia, pero en el fondo mismo los medios quedan reducidos al silencio; allí sólo hay reposo: es aquel el lugar del nacimiento divino donde Dios pronuncia su Verbo. -Ese fondo por naturaleza nada puede recibir, en efecto, que no sea el sólo Ser divino, sin ningún medio. Dios está allí en el alma como todo y no como parte: penetra el alma en el fondo: nada toca el fondo del alma sino Dios mismo.

Acerca del fondo sólo el silencio puede hablar. Aquí cesan los discursos y las torpes opiniones que pretenden reducir lo sublime a una explicación con sus estrechas mallas pretendidamente filosóficas. En efecto, el lenguaje del Maestro Eckhart sólo puede ser acogido por quien padece una experiencia semejante; por quien, en fin, sediento y peregrino en el desierto de esta vida, descubre necesariamente una instancia más alta y la Gracia de Dios lo ilumina, como ya se ha dicho. No son las calificaciones ni los juicios sumarios los que resultan oportunos aquí. La historia del pensamiento, cuando se vale de disecaciones o de fórmulas de laboratorio, se ubica en una perspectiva distinta y, por lo tanto, ineficaz para brindar la explicación ansiada.
Seguimos, ahora, con otro texto:
(Fragmento editado por Jostes, citado en D.W. I, 123-124)
Ayer, se ha leído aquí en la escuela: Hay un fondo en el alma que es como la Paternidad. Lo mismo que el Padre engendra al Hijo en el Espíritu Santo, siendo los tres un solo Dios, así este fondo produce el entendimiento y la voluntad, y es él sin embargo una facultad, como Dios es un Verbo. Este fondo es tan puro que no puede sufrir daño de ninguna creatura. Todo lo que se puede decir del alma es accesorio a su respecto: en este mismo fondo Dios contempla (mira) al alma y el alma contempla (mira) a Dios.
Se refiere, luego, el Cartujo al ejemplarismo del Maestro Eckhart: Dice que al explorar el espejo de su alma, el hombre descubre su rostro eterno: lo que él es en Dios. Esta intuición es conexa con la actitud contemplativa y con la orientación hacia el interior, a la cual la gracia y la naturaleza misma nos invitan. La aventura del alma es concebida por Eckhart y por Ruusbroec como un ciclo: la gracia nos hace retornar a la fuente intacta donde los seres subsisten en una unidad virgen. Esta perspectiva es el marco de su especulación, aún cuando no se lo mencione explícitamente. Las creaturas, para la mirada purificada, se encuentran más reales en Dios que en ellas mismas.

9. Es indudable que el alma halla correspondencias más allá de la determinación de los conceptos. La verdadera liberación supone aprender y aceptar trascenderlos. Reproducimos ahora el estudio y comentario hecho por Alain de Libera acerca de Dios de amor y la misión del Espíritu en el Maestro Eckhart. Este texto, que gira alrededor de dos sermones, muestra muy bien esa intención que subrayaba el Cartujo y que hemos citado más arriba. Es, en todo caso, una apertura a la vida más alta que el mismo Espíritu realiza. No está, desde luego, condicionada ni limitada por el criterio humano. Es don de Dios y se debe a su amor, a su misericordia y a su grandeza.
El trozo que nos interesa dice así: (...) Las relaciones de la voluntad y de la bienaventuranza en Eckhart no deben ser reducidas a las solas posiciones antivoluntaristas de sus primeras polémicas universitarias.
Para que reine el único-Uno, la voluntad del hombre debe primariamente encontrar la voluntad de Dios. Más aún: la voluntad de Dios debe hacerse su voluntad, aunque fuera por el precio de la bienaventuranza: "Si nuestra voluntad se hace la voluntad de Dios, está bien, pero si la voluntad de Dios se hace nuestra voluntad, es mucho mejor..." (...)
La voluntad de unidad debe ser pensada como la unidad de un solo querer donde el alma y Dios son conjuntados en un mismo éxtasis. La voluntad manifiesta, realiza, este doble movimiento del Uno hacia él mismo que incluye en una identidad total el ser y el devenir del alma en el ser y el devenir de Dios: "Cuando la voluntad deviene así unida, de suerte que tal sea un único Uno, el Padre del reino celeste engendra en si su Hijo único en mi. ¿Por qué en si en mi? Porque yo soy uno con él, no puede excluirme, y en esta operación, el Espíritu santo recibe su ser y su devenir en mi como de Dios. ¿Por qué? Porque yo soy (estoy) en Dios. Si él no lo recibe de mi, no lo recibe tampoco de Dios; de ninguna manera puede excluirme" (sermón 25).
La problemática de la bienaventuranza personal queda así reabsorbida en la teoría del querer divino. Así como Pablo fue el modelo de la visión de Dios en su nada sobreesencial, Moisés lo es de la adhesión ontológica al devenir divino, el modelo de un ser-para-Dios que acompaña y redobla el extatismo del Uno: "La voluntad de Moisés se había hecho hasta tal punto totalmente la voluntad de Dios que el honor de Dios en su pueblo le era más querido que su propia bienaventuranza (...). Y Moisés rogó a Dios y dijo: 'Señor, bórrame del Libro de los vivientes.' Los maestros preguntan: ¿Moisés amó al pueblo más que a si mismo? Y ellos dicen no, pues Moisés sabía muy bien que buscando el honor de Dios en el pueblo estaba más cerca de Dios que si hubiera abandonado el honor de Dios en el pueblo y buscado su propia bienaventuranza" (sermón 25).
El querer de Dios es pues esencialmente voluntad de amor. Esta voluntad se cumple en la misión del Espíritu santo que viene a levantar el alma para conducirla en el Fondo del único-Uno.
Dicho de otra manera: la teoría eckhartiana del querer adquiere su verdadero sentido en su teología de las misiones divinas, y no en su doctrina de las potencias del alma.
Es allá donde el querer de Dios y el querer del alma están unidos en un mismo amor, que el ser-Él-mismo se revela en el ser-para-Dios. El mandamiento del amor es para el alma un comienzo de ser: " 'Este es mi mandamiento que vosotros améis.' Cuando dice que 'vosotros améis' ,¿qué es lo que se entiende por ello? Quiere decir, notadlo bien: el amor es tan puro, tan despojado, tan desasido en él mismo, que los mejores maestros dicen que el amor con el cual amamos es el Espíritu santo. (Es la misma cita aducida -más arriba- por el Cartujo)... Algunos han querido contradecirlo, pero siempre es verdadero: en todo movimiento por el cual somos movidos hacia el amor, sólo el Espíritu santo nos mueve. El amor en lo que tiene de más puro, de más desasido, no es en si mismo otro que Dios" (sermón 27).
Añade, luego, de Libera: El extatismo dionisiano encuentra así su lugar en una doctrina del amor que hace del Espíritu santo "el amor eterno sin medida", gracias al cual Dios "puede operar divinamente" y así llevar hacia él todas las creaturas. El deseo del alma y el de Dios son, pues, el mismo deseo: "Dios se ama a si mismo en todas las creaturas. Del mismo modo en que busca el amor para él en todas las creaturas, busca también en ellas su propio reposo" (sermón 60).
Así comprendido, el amor es la "potencia superior del alma" que "hace su apertura en Dios con el conocimiento y con todas sus potencias y la une a Dios". Únicamente por la misión del Espíritu Dios puede operar en el alma "no en tanto que ella es alma, sino en tanto que divina en Dios." (...)
Si el alma debe "permanecer cabe el Uno" (pr. 63), luego se establece en el Uno, es decir (...) "en la unidad según el modo de la unidad" (serm.64) es preciso, en primer lugar, que ame y que sea amada. Es preciso que ella sea el amor mismo. Pues "Dios es el origen y es el amor" (ser.63). Es por lo cual "el alma no puede satisfacerse si no es de amor" (ib), pues este amor es el amor mismo que Dios le tiene, es la misma misión divina. El Espíritu Santo es el amor que tiene Dios para el alma. El amor es en el alma la expansión misma de Dios: "Sabed que Dios ama tan potentemente el alma que es maravilla. Quien privara a Dios de amar al alma lo privaría de su vida y de su ser, o mataría a Dios, si se pudiera hablar así, pues el mismo amor con el cual Dios ama al alma es su vida y en ese mismo amor el Espíritu Santo se expande, y ese mismo amor es el Espíritu Santo."(serm.69). "Notadlo! En ninguna parte Dios es más específicamente Dios que en el alma. En todas las creaturas existe alguna cosa de Dios, pero en el alma, Dios es divino, pues es ella su lugar de reposo. Es por lo que un maestro dice: 'Dios no ama nada que no sea él mismo; consuma todo su amor en si mismo.' (...) Su amor es en nosotros una expansión y apertura del Espíritu Santo" (serm. 73).
Explica, inmediatamente, A. de Libera: La henología de Eckhart plantea una teoría del amor que es también una mística trinitaria. La tensión, la diferencia de las dos formas rectoras del neoplatonismo cristiano, la dionisiana y la augustiniana, queda así magníficamente superada. La teología de Eckhart es el coronamiento de la empresa más característica de la teología renana: hallar una formulación de la Unitrinidad divina que integre la carrera constante del alma hacia el único-Uno como un momento esencial de su autoconstitución.
Ahora procede a las referencias de los sermones que tejen una síntesis final. Dice así: El sermón 75 despliega esta síntesis última uniendo en una misma teoría del amor los temas de la luz, del intelecto y de la emanación.
Hay, dice Eckhart, tres suertes de amor en Dios. Estos tres amores son, en él, una única "verdad, simple, pura, esencial" (serm.75), pero, para nosotros, ellos abren el espacio de un recorrido, de una trayectoria que nos hace "subir de lo bueno a lo mejor" y "de lo mejor a lo más perfecto". Estos tres amores, que nosotros debemos aprender a conocer, es decir también a reconocer en nosotros, son el amor natural, el amor de gracia y el amor divino.
El amor natural es aquel de la emanación creadora. Hallarlo en si, es conocer que Dios ha formulado inicialmente todas las creaturas en su Verbo eterno, es reconocer todas las cosas en sus ideas increadas como fluyendo, emanando de este Verbo, en la generosidad de la efusión divina: "Por el primer amor que tiene Dios, nosotros debemos aprender cómo su bondad natural lo apremia a formar todas las creaturas que él portaba eternamente en él en la imagen de su providencia, a fin que ellas gozaran con él de su bondad." El alma que se abriera enteramente así al amor natural de Dios sería como la del serafín. Hecha "toda vacío", Dios se abriera y se "expandiera" en ella "tan perfectamente como en la del serafín". (...) Tal destino, sin embargo, no ha de cumplirse en razón de las solas fuerzas del alma, pues en su luz natural el alma permanece esencialmente alejada del amor seráfico. El amor natural que ella posee no le permite cambiar de lugar, pues éste "lugar" es el de una finitud, de una capacidad que la vacuidad no puede abolir como lugar.
Es preciso pues dejar verdaderamente este lugar y el mismo gozo que allí experimenta, para aproximarse aún más al centro, en igualdad con el ángel.
Este cambio es operado en ella por el segundo amor de Dios. La creatura espiritual, dotada de intelecto, debe ser llevada con su intelecto natural en la luz de gracia: "Por el segundo amor de Dios que es conferido por la gracia, o espiritual, Dios fluye en el alma y en el ángel: yo he dicho precedentemente que la creatura dotada de intelecto debe ser movida fuera de ella misma por una luz situada por encima de toda luz natural. Todas las creaturas prueban tanto gozo en su luz natural que es necesario que aquella sea algo más elevado para que efectivamente logre quitar a ésta: una luz de gracia. En la luz natural, el hombre prueba el gozo en si mismo, pero la luz de gracia, inefablemente más elevada, retira al hombre su propio gozo y lo atrae en ella." Es pues por la intelectualidad pura, iluminada por la gracia, que el alma se acerca decididamente al "punto esencial que es Dios".
La explicación que sigue es particularmente importante: Eckhart no opone más aquí el intelecto, facultad del conocimiento, y la voluntad, facultad del amor, sino el intelecto tornado hacia el mundo y el intelecto unido a Dios en el amor. El amor es el fin supremo de la intelectualidad, pues la operación misma del intelecto, el conocimiento, en su doble dimensión catártica y anagógica, es, una vez asida por la gracia, una simple unión de amor. La intelectualidad pura es el amor puro: "Si yo aparto de todas las cosas mi intelecto que es una luz para dirigirlo derecho hacia Dios, Dios (se abre y) se expande sin cesar por su gracia, mi intelecto es iluminado y unido en el amor; por allí conoce a Dios y ama a Dios, tal como él (Dios) es en si mismo. Así aprendemos como Dios se derrama (infunde) (se répand) en las creaturas intelectuales por la luz de la gracia, cómo nosotros así debemos, por nuestro intelecto, aproximarnos a esta luz de gracia y cómo venimos a ser quitados a nosotros mismos y levantados en una luz que es el mismo Dios." (Serm.75 A.H. III, 104).
El tercer amor, que es divino, es el cumplimiento del destino espiritual del alma. Es el nacimiento del alma en Dios, su paso (percée) en el Centro: "Para llegar allí, es preciso que subamos de la luz natural, a la luz de la gracia y que en esta crezcamos hacia la luz que es el mismo Hijo."
El tercer amor nos introduce entonces en la sociedad de las Personas, en la Tri-unidad: "Allá, somos amados en el Hijo por el Padre, con el amor que es el Espíritu Santo, eternamente surgido y expandiéndose en su nacimiento eterno -es la tercera Persona- y expandiéndose del Hijo hacia el Padre en tanto que es de ambos el amor recíproco." (serm.75).
Pero esta Tri-unidad del amor, en tanto que es ella la vida de Dios, nos lleva al Fondo de las Personas. El amor no es verdaderamente Él-mismo, sino cuando Dios ha cesado de ser amable, "cuando está por encima del amor y de toda atracción de amor" (serm. 83).
El tercer amor se cumple pues en Él-mismo de manera absoluta. El querer divino no es Él-mismo sino cuando el amor se ha fijado en la Unidad de los tres.
La misión del Espíritu nos revela así su verdadera naturaleza: conducir el alma al Uno en el amor verdadero del Dios escondido. Así asida en la vida trinitaria, el alma hace su apertura en el nada divino. La mística trinitaria no consiste en contemplar a Dios en tanto que es trinitario, sino en desposar en la sociedad de las Personas el único-Uno que se difunde en ellas, pues, si el alma "contempla a Dios en tanto que es Dios, o en tanto que es Imagen, o en tanto que es trinitario, esto es en ella una insuficiencia. Pero cuando todas las imágenes del alma son apartadas y ella contempla solamente el único-Uno, el ser desnudo del alma reposando pasivamente en si mismo encuentra el ser desnudo, sin forma, de la unidad divina que es el Ser sobreesencial." (Ibid.)
La trinidad de las potencias del alma -memoria, intelecto, voluntad- y la Trinidad de las Personas -Padre, Hijo, Espíritu- tienen allí el mismo Fondo. La contemplación que allí se abre es una mirada sin mirada, lo que Eckhart llama "un amor sin atracción de amor", un amor apofático.
Allí se encuentra el alma totalmente despojada de si misma, totalmente divinizada, en total rechazo de si, sin pensamientos y sin imágenes, dicho de otra manera: sin intelecto -en la medida en la cual el intelecto aún vive la dualidad del pensado y del pensante- y sin Personas- en la medida en la cual las Personas aún diseñan para ella Figuras sobre el Fondo del Reposo.
El amor verdadero lleva a lo que en Dios no tiene nombre y se fija y brota en el alma en lo que allí es y de lo que allí no tiene nombre.
Así el amor ha pasado del Dios amable al Dios Amor. Así el alma ha cambiado de domicilio para establecerse en este sitio sin emplazamiento (lugar sin lugar, lugar por encima de todo lugar), este Centro imposible de fijar de la interioridad pura que es el "Yo" originario. Es en este movimiento en el que se realiza el destino del alma como destino de amor. Es la última palabra de la teología de Eckhart: "¿Cómo he de amar a Dios? -Tu debes amar a Dios, no intelectualmente, es decir que tu alma debe ser no intelectual y despojada de toda intelectualidad, pues en tanto que tu alma es intelectual, ella posee imágenes; en tanto que posee imágenes, posee intermediarios; en tanto que posee intermediarios, carece de unidad y de simplicidad. En tanto que carece de simplicidad, nunca ha amado a Dios en verdad, pues el verdadero amor reside en la simplicidad. Por ello tu alma ha de ser no-intelectual, despojada de toda intelectualidad, permanecer sin intelecto, , pues si tu amas a Dios en tanto que es Dios, en tanto que es Intelecto, en tanto que es Persona, en tanto que es Imagen -todo eso debe desaparecer. -¿Cómo, pues, debo amarlo? -Tu debes amarlo en tanto que es un No-Dios, un No-Intelecto, un No-Persona, un No-Imagen. Más aún: en tanto que es un Uno puro, claro, límpido, separado de toda dualidad. Y en este "Uno", debemos eternamente abismarnos: de Alguna cosa a Nada.
Que a ello Dios nos ayude. Amen." (Sermón 83)

10. Toda determinación o límite comporta interceptar la claridad y empañar la nitidez del encuentro. La intención del Maestro Eckhart es liberar la atención de cualquier distracción colateral. En efecto, la mirada puede desviarse y claudicar, desertando y marginándose. Por tal motivo es necesario negar hasta la misma negación para afirmar el más hondo y real centro.
Puede ser que el lector halle dificultades en la lectura de los textos de Eckhart. Y esto es explicable porque el lenguaje se halla, en primer lugar, forzado para expresar lo inexpresable. Acerca de esto no hay dudas, sobre todo cuando sabemos de qué cosas él ha hablado y cuál es la grandeza y la gloria que poseen... Pero hay una aclaración que es necesario hacer con respecto del lenguaje del Maestro: decía un Cartujo: Estas aserciones del Maestro Eckhart no sufren ni exigen explicación, no más que el rayo: si ellas no alcanzan y tocan directamente el fondo del alma, son vanas para nosotros. Se trata, pues, de una intelección que no queda en el plano de una filosofía o de un pensamiento cualquiera. Es mucho más y precisa de una semejante experiencia o, por lo menos de una necesidad, o inclinación, u orientación parejas a la suya. Y agrega que tal lenguaje es una suerte de enigma. Este género tiene sus reglas como los otros: mientras la proposición teológica debe ser verdadera en diversos sentidos, en un dominio definido, con conceptos conocidos, basta al enigma teológico, para ser válido, el ser verdadero en un sentido, entonces él apunta y enfoca con todo su impulso el punto preciso donde los términos no pueden llegar.
En otro lugar dice el mismo: En realidad, el Maestro Eckhart, como Suso, como Tauler y Ruusbroec - como Hadewijch (...) sitúa a su nivel puro y sublime el reposo del amor. Los contemplativos de diversas tendencias no están separados de hecho como se encuentran en nuestros libros. El Maestro Eckhart ha hablado como director bien conciente de su autoridad, pero las relaciones entre las almas nunca son unilaterales, y quien cree dar es tal vez aquel que recibe más.

11. La oración, misterio de silencio. Escribió un Cartujo: Hacer oración. Fórmula extraña, pues fácilmente hiciera creer de que se trata de producir alguna cosa, de obtener un resultado, de fabricar. Ahí se redescubre la vieja tentación del pensamiento contemplativo occidental, simbolizada por el juglar de Nuestra Señora. El relato es emocionante en la medida en la cual nos muestra que Dios no presta mayor atención a lo que se hace para él, pues él ve el corazón y no los gestos. Pero es triste, precisamente, ver que el pobre juglar no captó que bastaba dejar su corazón en reposo en presencia del Señor para entregarle lo más bello que poseía. Empero requirió sus "juglaradas", no fue Nuestra Señora la que precisara verlo danzar; fue él mismo, el juglar, quien tuvo la necesidad de sentirse "haciendo alguna cosa". Se trató, pues, para él, de "hacer oración".
No es cuestión de hacer, tampoco de hacer silencio. El silencio no se fabrica. Cuando se llega ante el Señor con el espíritu repleto de imágenes, la actividad interior aún en movimiento, todas las emociones vibrantes, se cae en la cuenta de la necesidad del silencio; entonces aparece la tentación de hacer silencio. Como si se tratara de cubrirse con un vestido de silencio, de arrojar sobre todo ese zumbido interior una capa que lo disfrazara o sofocara. Tal cosa no es hacer silencio; es disimular el ruido o más bien encerrarlo en nosotros mismos, de tal suerte que allí permanezca siempre dispuesto a reaparecer en la primera ocasión. No hay que crear el silencio, no hay que introducirlo en nosotros. Ya está allí y se trata simplemente de dejarlo retornar a la superficie de si mismo, de suerte que elimine por su sola presencia todos los ruidos importunos que nos han invadido. El silencio puede ser una pura nada; el silencio de la piedra, el silencio de un espíritu ahogado en la materia o en las preocupaciones exteriores. Este no es el verdadero silencio. El solo silencio que cuenta es la presencia de aquel que no es nada.
¿No consiste la oración, con frecuencia, simplemente en volver progresivamente al verdadero silencio? No en haciendo alguna cosa, imponiéndose un lazo (carcan) cualquiera, sino al contrario en dejando poco a poco descomponerse por si misma toda nuestra actividad bajo el impulso interior del verdadero silencio que retoma poco a poco sus derechos. Cuando ya se ha experimentado en sí el verdadero silencio, hay sed de reencontrarlo. Es preciso solamente rechazar la idea de que es posible por medio de uno mismo fabricarlo de nuevo. Está ahí; siempre está ahí, asimismo cuando no se lo percibe ya. Hay días en los cuales es imposible volver a él pues el molino gira rápidamente y es imposible detener el mecanismo de la imaginación o de la sensibilidad. Él permanece, sin embargo, en el fondo de la voluntad en la forma de una aceptación paciente y reposada de ese ruido que nos impide arribar al reposo de la inteligencia. Normalmente, a pesar de ello, será posible al precio de una cierta ascesis espiritual y física (respiración, posturas...) apaciguar poco a poco los movimientos descontrolados y reencontrar, al menos parcialmente, el silencio. Asimismo el silencio es más profundo que todas las meditaciones, aún las más legítimas. Lectio divina, luces del Señor que nos hacen penetrar sus misterios, reflexiones necesarias sobre temas que debemos profundizar, etc. Todo ello es bueno. Todo ello es una aproximación a la verdad. Todo ello es necesario a su tiempo.
Pero el silencio es más profundo y nada podría reemplazarlo. Hay días en los cuales es preciso privarse de él para dar al espíritu un alimento del cual tiene necesidad. Ahora bien, no ha de dejarse convencer por la manifestación de una verdad parcial; nuestra sed es más profunda y apunta a una verdad tan cercana como sea posible a la Verdad total. Sólo el silencio, aún si es tinieblas, nos aproxima a la Luz plena. Tampoco la palabra de Dios verdaderamente nos es accesible sino cuando es mensajera del silencio. El oficio divino alcanza su equilibrio cuando secretea en el fondo de nuestra alma el verdadero silencio contenido en el Verbo eterno.

No se hace, pues, nada. Nada hay para dar. Dios no espera que le hagamos pequeños regalos. Él no necesita ni toros ni machos cabríos; lo que Él quiere es el sacrificio espiritual de nuestro corazón. ¿Es necesario decir que si nada exterior tenemos para dar, es preciso, entonces, darnos a nosotros mismos? Tampoco. No se nos pide agitarnos, ni inventar fórmulas o actividades para ofrecernos a nosotros mismos. Por otra parte, reflexionando bien: ¿Qué significara esto? ¿Salir de nosotros mismos? Es esto lo que nos pierde, es renunciar a ser nosotros mismos, sostener el alma entre las manos y poder ofrecérsela a Dios. No se trata pues de hacer una ofrenda formal. ¿Será necesario entonces recibir un don de las manos de Dios? Tampoco. ( Tal cosa recuerda la historia de la rana y del buey: n' y suis-je point encore, ma mie?) No hay que recibir, pues, un don de Dios, ni uno pequeño, ni uno grande. Es a Dios, a Él mismo a quien hay que recibir. Recibir a Dios, ¿qué significa esto? ¿Es que viene Él a nosotros en hábito de corte, engalanado con su majestad? En realidad, sabemos bien que, cuando estamos en silencio, Dios no habla, Dios no se manifiesta de ninguna manera y, sin embargo, Él se da.
Dios se dona a mi. Es aquí que es necesario prestar atención a fin de no confundirse con una rana; no hemos, desde luego, de inflarnos para hacernos tan gruesos como Dios. El don de Dios no consiste en algo extraño para nosotros, de diferente de nosotros en cierta manera. Para Dios darse a nosotros es darnos nosotros mismos a nosotros. Dios me da mi ser siempre nuevo de hijo de Dios. La experiencia muestra que el silencio nos devuelve sobre nosotros mismos. La desviación consistiría en replegarse sobre sí, en hallar el reposo en una suerte de autosatisfacción. Realmente ser uno mismo (être réellement soi-même) es beber en la fuente profunda de nuestro ser o, más exactamente, es ser la fuente que se alimenta en el seno mismo de Dios. Dios nos engendra en el amor y es nuestro ser el que nosotros acogemos de Él en el amor. Es ser de nosotros mismos y es contemporáneamente acoger a Dios mismo. Es ser Dios. No por panteísmo evidentemente, ni por monismo, sino por filiación participada. Dios me engendra antes de que yo lo sepa o que yo lo quiera, pero también me da su Espíritu que me permite acoger este don del cual no sé si se debe decir que es Él o que soy yo. Se trata simplemente de ser si mismo participando del Hijo que desde toda la eternidad en un instante inmóvil recibe su ser del Padre.
Se trata pues de adquirir una relación. No de obtener un objetivo, ni de apuntar a un término, ni de esperar alcanzar un límite. El fin, el objetivo (but), porque es necesario emplear esta palabra, es por el contrario liberarse de todo absoluto concreto que nos pareciera justificarse en si mismo. Nada hay que esperar o que procurar sino el establecimiento de una pura relación, de una dependencia sin principio ni fin, de tal manera que no dependamos más que de Dios, sin hallar ningún apoyo estable en realidad determinada alguna. Los dones de Dios no tienen más importancia; lo que podamos adquirir no tiene más interés; una sola cosa realmente cuenta: ser en relación de amor efectivo con Dios. Esto no reporta nada. No buscamos enriquecernos ni enriquecer a los demás, aún menos enriquecer a Dios. Es una suerte de generalidad relativizada en la cual es preciso perder todos los objetivos limitados a los que tenemos la perpetua tendencia de aferrarnos. No solamente nuestra inteligencia, no sólo nuestra actividad, sino todo nuestro ser aún a riesgo de hallarse privado de lo que hace el bienestar (confort) de la vida. Sin embargo, ¿hay alguna cosa en este bienestar de la vida que pueda aparecer interesante, digno de ser tenido en cuenta, cuando se lo compara a ese lujo supremo de ser pura dependencia, puro engendrado del Padre?
Sería, sin embargo, caer en el género rana creer que nos será posible lograr esta actitud de dependencia en su forma realmente pura, abstrayendo de la creatura. Por el contrario, será únicamente pasando a través de una creatura que alcanzaremos el Corazón de Dios. La pura relación de la cual hablamos es, en realidad, el establecimiento de una relación de dependencia a Cristo resucitado. Es el Hombre-Jesús, Hijo de Dios, no sólo por nacimiento, sino por el poder del Espíritu que lo hace surgir de los muertos para ser Hijo a la derecha del Padre. Él es, en razón de todo su ser, Aquél que depende del Padre y Aquél de quien nosotros dependemos. El misterio pascual es precisamente el nudo donde su humanidad, donándose sin reserva a todos, se halló colocada en el estado de desposesión total que la hizo disponible al Padre para que le diera el Nombre por encima de todo nombre.
Hay, pues, una presencia de Jesús en el Espíritu que se encuentra en el corazón de toda oración verdadera. No necesariamente un conocimiento sensible sino una correspondencia real entre nuestro corazón y su Corazón, entre nuestra humanidad, en lo que tiene de más concreto y de más carnal y su propia humanidad de Hijo del hombre, asumiendo en plenitud la creación por la Resurrección que le ha dado el pleno dominio sobre el Universo. La oración no es pues un elegante paseo sobre las cimas del espíritu, sino, como decía más arriba, un retorno a la fuenta más profunda de nuestro ser total: la carne, el alma, el espíritu. Esta fuente es la divinidad viniendo a nosotros en el Espíritu que nos envía el Hijo resucitado desde el seno del Padre. Benedictus Deus.

Esta pura relación ha de ser renovada por la memoria en todo momento.

12. En esta aventura y viaje a través de textos y palabras sabemos muy bien que sólo nos importa aquello que Dios dice en en corazón. Sin embargo recibimos, con tanta alegría, las lecciones que transmiten los hermanos mayores.
Hay muchos que son testigos de la más alta tradición espiritual o la han buscado sin tregua ni descanso. Éstos merecen todo nuestro reconocimiento. Por lo general permanecen escondidos o ignorados... Y tal condición les otorga mayor credibilidad.
Ha dicho Claude Martingay, respondiendo a la pregunta: -¿qué es la inteligencia?- lo siguiente: todos los hombres piensan saberlo porque todos la utilizan. Pero la naturaleza del útil no se define por su uso.
Nacida con el hombre, puede ser que tal interrogación no halle su respuesta más que en Dios. Pues anhilándose es como María ha concebido a Dios: no razonando sobre la Palabra sino dejándola resonar en ella.
Entonces, entre la fe y la razón ¿no es también la inteligencia madre y servidora? Madre, para que la verdad nazca en nosotros; servidora para que nazca en el otro...
Acerca de este Misterio de sublime fecundidad diremos, con él, alguna palabra. No sin antes subrayar las proyecciones y el horizonte de esa figura que, ya sea metáfora o se la denomine de otro modo, es capaz de una más alta expresión religiosa.Valga, a este respecto, aquello que dijo Giovanni Pico della Mirandola en carta a Aldo Manuzio, el 11 de febrero de 1490: Accinge ad philosophiam, sed hac lege, ut memineris nullam esse philosophiam, quae a mysteriorum veritate nos avocet. Philosophia veritatem quaerit, theologia invenit, religio possidet.







13. Entre los documentos olvidados o tenidos en poca cuenta existe una admirable carta del Padre Fray Baltasar de Navarrete, de la Orden de Predicadores, a sus hermanos de hábito, misioneros en las Islas Filipinas. Como suena toda ella en clave de magnífica espiritualidad y vuelo místico, me parece conveniente transcribir aquí algunos fragmentos, sobre todo los que más hacen a nuestro intento de ocuparnos de la Presencia inefable de Dios. Es un testimonio de gran valor, propio, evidentemente, de un verdadero contemplativo.
La publicó el P. Manuel M. Hoyos, en apéndice al segundo volumen de su edición de la Historia del Colegio de San Gregorio de Valladolid de Fr. Gonzalo de Arriaga (Valladolid 1930).
Acerca del autor de la carta, el Maestro Fray Baltasar Navarrete, habla por extenso el dicho Arriaga en el capítulo XXXIII, dedicado, todo él, a su semblanza. Nos interesa destacar que Favoreció la virtud y halláronle dando lado y amparo a los virtuosos. Quiso mucho, como dominico, a los Padres Carmelitas Descalzos e hijas de Santa Teresa, por lo mucho que en seguirla se adelantan, y mostró en diferentes ocasiones el tierno amor con que los amaba.
Los fragmentos de la Carta son los siguientes:
Muy Reverendos Padres: Estando en este último tercio de la vida y de partida para la eterna, no puedo dejar de significar a Vuestras Paternidades el contento con que parto viendo mi hábito tan honrado en esas partes (...) No me admiro de que viendo un cristiano experimentado en la fortaleza que la Majestad Divina comunica a los suyos para semejantes hazañas, viendo campo tan bien formado, diga: Castra Dei sunt haec: pero que el gentil y el idólatra reconozcan esta grandeza, y la vida de hombres en carne sea tan de ángeles en espíritu y su conversación tan levantada en la tierra que a un indio infiel le arrebate en admiración y diga: estos son los ejercicios de Dios; ésta es la milicia celestial; ésta es fortaleza sobrehumana; obra es del Espíritu Santo (...) Escarmienten, Padres míos, en cabeza ajena, en algunos entendimientos sutiles, que conociendo esta claridad fueron perezosos en el caminar por ella y después cualquiera razón espiritual es para ellos algarabía y lenguaje peregrino (...).
n.II Tengo por único medio para alcanzar esta excelencia el que Vuestras Paternidades han tomado con acuerdo tan divino, el de la frecuencia en la oración; pues de ella salen tan maestros en todo lo que han de enseñar; en los discursos con que han de destruir los errores, en las palabras tan encendidas que han de usar, en la suavidad con la que han de sobrellevar a esa gente floja y en la fortaleza que han de tener en medio de los trabajos y persecuciones. Todo este encarecimiento es pequeño y sólo el que de veras habla con Dios en la oración experimenta los tesoros que Dios le descubre, comunicándole la más alta riqueza que en sí tiene, y el secreto reservado en su entendimiento, cual es engendrar a su propio Hijo, que de tal manera quiere se estampe esta Generación eterna en el entendimiento de un contemplativo, que pueda el mismo Dios decir a su Hijo: in splendoribus sanctorum, ex utero, ante luciferum, genui te: que sea tan eficaz esta luz que bañe el alma con tan soberano primor, que penetre tan íntimamante todas las potencias, que deje el entendimiento tan edificado, que sea un espejo, donde mira Dios la obra en la cual emplea toda su potencia, su gloria y su Majestad: tanto puede la oración. Y si Dios se regocija en su Hijo diciéndole: Filius meus es Tu, hodie genui Te. El justo, con una noble osadía, viendo a Dios estampado en su pensamiento se recrea con él y le dice las mismas palabras: Filius meus es Tu, hodie genui Te. Esta es la suprema dignidad en que pone a un contemplativo la oración, y así no es mucho que de ella se deriven otros milagrosos efectos exteriores, todos muy a propósito para la conversión de las almas: que el predicador que forma a Jesucristo en el indio que convierte, hace una nueva regeneración en el mismo Cristo y le puede decir: Hodie genui te, pues de nuevo comenzáis a comunicar vuestro ser de gracia a esta criatura; o por mejor decir: comanzáis a ser por gracia en ella. De aquí nace también una correspondencia admirable entre Dios y el justo, diciendo cada cual al otro: Filius meus es tu. Enajenándose el justo de si mismo, y viéndose transformado en Dios y viéndose Dios tan al vivo retratado en el justo.
n.III Mostró este enajenamiento el esposo en su esposa cuando la dijo: ecce tu pulchra es, amica mea, ecce tu pulchra. Que aquel ecce, la da a entender, que está como fuera de si y que es hermosa; pero ella le paga luego con las mismas palabras diciendo: ecce tu pulcher es, dilecte mihi. También parece que estáis fuera de vos y transformado en mi (...)
De San Pablo de Valladolid, Abril 25 de 1625.
Si bien la expresión puede parecer algo tímida y limitada, desde luego según la intención de la carta, tenemos delante la doctrina del nacimiento de Dios en el alma no sólo en el orante contemplativo y predicador sino en quienes oyen su palabra y se convierten...
Es esta la raíz de una palabra que no deja jamás la dimensión contemplativa y que se nutre en cada instante del mismo Misterio de Dios.

14. Fray Juan de los Ángeles dice bellamente de la presencia de Dios, hablando del recogimiento habitual, lo que sigue: Aquél está solo, que ninguna cosa del mundo piensa en el corazón, ni livianamente se ensoberbece con las honras, ni se acongoja y desmaya con las adversidades y deshonras; mas el que con las alteraciones y vaivenes de la vida se inquieta y desasosiega, no está solo, aunque esté en soledad. El que de verdad ama a Dios, no tiene necesidad de buscar a Dios fuera de sí, porque dentro de sí le hallará siempre que le busque; porque fuera del común modo de estar en todas las criaturas por esencia, presencia y potencia, le tiene en sí como en su cielo, que cielo es y gloria del Esposo el alma del varón justo. Pues si tienes verdaderamente a sólo Dios, y a sólo Él miras y amas, y a ti y a todas las cosas por Él, nadie en el mundo te podrá ser de impedimento, ni la multiplicación de los lugares, ni el concurso de los hombres, porque todo se te convertirá en una cosa divina... Y no basta pensar en Dios en este ejercicio, porque luego que este pensamiento se acabare, te hallarás solo y apartado de Dios, sino que es necesario tener a Dios (si así se puede decir) esenciado, fijo y entrañado en el corazón; quiero decir, hecho alma del alma y esencia de nuestra esencia.
El que de esta manera vive, siempre halla en sí mismo una simple, amorosa y continua propensión, inclinación o respeto a Dios, la cual ninguna criatura le puede impedir, porque excedió las acciones de todas las criaturas y todas las cosas prósperas y adversas, y al fin toda mutabilidad. Por lo cual sucede que el ojo sencillo, desnudo y atento a la divina contemplación, ningún impedimento ni estorbo recibe, ni de las imágenes y fantasías de las cosas, ni de alguna distinción o distraimiento, porque está hecho superior a lo uno y a lo otro, atento sólo a Dios. Y así como este ojo intelectual, que llamamos simple inteligencia, considera a Dios debajo de razón, de bondad, de sabiduría y misericordia infinita..., así la vista y aspecto de nuestra alma le contempla y mira sin algunas imágenes ni distinciones.
De esta continua presencia de Dios dijo el Profeta: Providebam Dominum in conspectu meo semper. Proveía yo al Señor siempre en mi presencia; como si dijera más claro: De tal manera ordenaba las cosas de mi Reino que, aunque tantas y de tanto cuidado y obligación, no me robasen la atención e intención a Dios, el cual nada siempre en mi alma. ¡Gran providencia de rey, gran simplicidad de alma, grande recogimiento en tanta muchedumbre y grande unidad en tanta multiplicidad! Y dirá después el religioso distraído que no puede recogerse, ni andar de ordinario en la presencia de Dios.
Estas palabras, con su gran sencillez y claridad, pueden cerrar esta primera lección de vida interior. Es esta la lección de una soledad casi siempre inédita que es preciso aprender a descubrir en un silencio también nuevo.
Los textos nos dan pautas y nos introducen en un lenguaje que no es el habitual. Pero es necesario que el corazón esté preparado. No se reciben estas palabras de cualquier manera sino que la tierra fértil y preparada para ellas es aquella que padece y tiene más sed y más deseo.


Fr. ALBERTO E. JUSTO