¿Qué es esto? ¿De qué manera? Desde luego será necesario recurrir a más de una metáfora para explicarnos mejor... Pero lo que intentamos decir ahora se puede expresar así: atención a lo interior. Atención, en suma, a la vida más honda, a la vida a secas. Vamos como descendiendo en lo más íntimo, que es lo más secreto. De ninguna manera comporta esfuerzo o tensión. Tampoco análisis o raciocinio. Hemos aprendido a tomar, al menos, una cierta distancia de las cosas, sobre todo cuando nos dimos cuenta que no nos identificamos con ellas. También podemos dialogar con mujeres y con hombres de épocas muy lejanas. Quiere decir que somos capaces de superar las determinaciones y condicionamientos que, aparentemente, nos someten. Limitaciones que no son tales, cuando nos aventuramos en un diálogo cada vez más alto.
El universo interior no requiere esfuerzos de concentración sino, más bien, un VIAJE. Esta figura es más elocuente y veraz de cuanto se pueda sospechar. El hombre se enfrenta a una mirada, hasta que se sumerge en ella. Ahora bien, él no sabe si está dentro o está fuera... Simplemente ve.
Y parte. Entonces se deja llevar en la misma medida de su entrega, de su abandono... Su búsqueda, su viaje, comporta la actitud fundamental: dejar ser el ser... Ahora es desvelado, despertado por el esplendor del Ser.
El Ser aparece en su horizonte. Se descubre desde su intimidad, aun con los velos de su delicado pudor. El alma se enamora del Ser. El planteo no sigue, no puede seguir, una línea recta sin alternativas ni sorpresas. La aparición del Ser supone una suerte de sobresalto, de perplejidad y hasta de temor. No es extraño. La hondura de la realidad despierta un vértigo particular. de alguna manera es ésta una garantía de autenticidad.
Quien descubre un tesoro comprende inmediatamente el riesgo que trae consigo, el riesgo que le es propio. En efecto, la verdad supone el rechazo de cuanto le es contrario y, con ello, la gesta y la agonía. No se capta la belleza, no se la recibe realmente, si -al mismo tiempo- no se percibe su fragilidad...
La responsabilidad de haber hallado un tesoro es, desde luego, muy grande. Y el sujeto sufrirá siempre la distancia entre lo que él sabe y la ignorancia o torpeza que pueden circundarlo.
De aquí la angustia, tan frecuente en el origen y en el camino espiritual. No hay verdadero encuentro ni desvelo alguno en el alma, sin este perfil desolador, sin esta agonía, sin este vértigo.
En un instante aparece un contraste violento. Pero la paz auténtica no queda dañada. Es preciso aprenderlo y ejercitarse.
El universo interior no requiere esfuerzos de concentración sino, más bien, un VIAJE. Esta figura es más elocuente y veraz de cuanto se pueda sospechar. El hombre se enfrenta a una mirada, hasta que se sumerge en ella. Ahora bien, él no sabe si está dentro o está fuera... Simplemente ve.
Y parte. Entonces se deja llevar en la misma medida de su entrega, de su abandono... Su búsqueda, su viaje, comporta la actitud fundamental: dejar ser el ser... Ahora es desvelado, despertado por el esplendor del Ser.
El Ser aparece en su horizonte. Se descubre desde su intimidad, aun con los velos de su delicado pudor. El alma se enamora del Ser. El planteo no sigue, no puede seguir, una línea recta sin alternativas ni sorpresas. La aparición del Ser supone una suerte de sobresalto, de perplejidad y hasta de temor. No es extraño. La hondura de la realidad despierta un vértigo particular. de alguna manera es ésta una garantía de autenticidad.
Quien descubre un tesoro comprende inmediatamente el riesgo que trae consigo, el riesgo que le es propio. En efecto, la verdad supone el rechazo de cuanto le es contrario y, con ello, la gesta y la agonía. No se capta la belleza, no se la recibe realmente, si -al mismo tiempo- no se percibe su fragilidad...
La responsabilidad de haber hallado un tesoro es, desde luego, muy grande. Y el sujeto sufrirá siempre la distancia entre lo que él sabe y la ignorancia o torpeza que pueden circundarlo.
De aquí la angustia, tan frecuente en el origen y en el camino espiritual. No hay verdadero encuentro ni desvelo alguno en el alma, sin este perfil desolador, sin esta agonía, sin este vértigo.
En un instante aparece un contraste violento. Pero la paz auténtica no queda dañada. Es preciso aprenderlo y ejercitarse.