miércoles, 8 de octubre de 2008

"La Oración" Por Fray Alberto García Vieyra O. P.


La parte afectiva

No existe oración o meditación religiosa sin afectividad. Quiere decir que la devoción es necesaria. La oblación de sí mismo, la prontitud en el servicio del Señor, es algo que pertenece íntimamente a la oración.

Por Fray Alberto García Vieyra O. P.

Toda oración verdadera lleva consigo el amor de caridad, que lleva directamente a la súplica, a la alabanza fervorosa, a una mayor caridad. La llamada oración afectiva es más bien una mayor facilidad en el recogimiento. HUGO DE SAN VÍCTOR haciéndose eco de las prácticas monásticas, atribuye gran importancia a la afectividad. (De Modo Orandi, ML. 176, 984).
El afecto del corazón agrada a Dios, dice HUGO, pero Dios quiere que el afecto sea sincero. El adulador – agrega – simula el afecto porque quiere algo obtener; para que merezcamos recibir lo que queremos de Dios, mostremos nosotros en verdad lo que aquél simula.
A Dios no lo podemos engañar, y debemos presentarnos como somos, no vamos a presentar nuestros méritos a su justicia sino nuestras miserias a su misericordia; para remisión de nuestros pecados presentemos los méritos de su Hijo en la Cruz, los méritos de la Cabeza traen la gracia divina a todos los miembros del Cuerpo Místico.
La oración debe ser el intérprete de nuestra devoción interior, las palabras deben expresar lo que tenemos adentro; y si aquello que tenemos adentro es malo, las palabras deben expresar el arrepentimiento.
Terminemos diciendo que el afecto debe conducirnos a lo afectivo. El paso no es fácil, y largos días son testigo de dudas y vacilaciones. No todos tienen la determinación de MADRE TERESA, ni la firme resolución de ser un verdadero apóstol como SANTO DOMINGO DE GUZMÁN. Son casos excepcionales.
La caridad es el amor sobrenatural que está allí para mover e inspirar nuestra afectividad. Está allí (cuando está), como hábito; es el amor sobrenatural de Dios y del prójimo, que informa y vuelve cristianos todas nuestras virtudes. El problema está en que ese hábito debe pasar al acto; eso depende de la persona que es el primer principio operativo (quod), es QUIEN obra. Para mover la caridad y crecer en caridad, la persona necesita de la oración, pedir las gracias actuales que deben purificar su corazón, y dar movilidad a su caridad. Esto nos dice qué debemos pedir, pedir la gracia de Dios, la gracia de su perfecta amistad. El fruto de la oración será la gracia cooperante para movilizar la caridad y destruir los obstáculos de la misma; el fruto de la perseverancia en la oración será la gracia operante por la acción del Espíritu Santificador. Entonces la caridad pasará de afectiva a lo efectivo, llevando la persona a la conformidad de su voluntad con la voluntad salvífica del Señor.

La Meditación, por la contrición de nuestros pecados, nos pone en la presencia del Señor; presencia por la fe y una caridad incipiente, aun cargadas de todos los intereses mundanos. La Meditación, hecho plegaria interior, trato amistoso con el Señor, debe insistir en los actos de humildad, de fe, esperanza y caridad; llamar a las puertas de la divina misericordia, que pronto se abrirán. Esa Meditación dejará cada vez más los discursos, las reflexiones puramente intelectuales, para hacerse cada vez más ORACIÓN, PETICIÓN, ACCIÓN DE GRACIAS.
LA MEDITACIÓN RELIGIOSA HA ADQUIRIDO CONNATURALIDAD.

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Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 103