miércoles, 8 de octubre de 2008

"La Sede de Pedro y el misterio de la Iglesia"-- Por Fray Mario Pinto OP

La Sede de Pedro y el misterio de la Iglesia
Estas páginas fueron leídas en la conmemoración del apóstol SAN PEDRO, en el acto público organizado por la Acción Católica de Córdoba, en el año 1932.

Por Fray Mario Pinto OP

La festividad del apóstol San Pedro debe movernos a meditar sobre el misterio de la Iglesia. ¡Que temor no sobrecogerá a un hijo abyecto de la Santa Madre de los fieles al hablar de la Esposa bienamada de Jesucristo! Misterio insondable cuya contemplación ha procurado las delicias de los santos; misterio que envuelve y penetra a los fieles y los inicia en el secreto de las cámaras del Rey donde se habla el lenguaje inflamado del Cantar de los Cantores. “Si toda alma cristiana es un cántico – dice el padre CLERISSAC –la Iglesia es el Cántico de los Cánticos, la patria del lirismo sagrado, el preludio de las sinfonías eternas.
Hay un texto en el Evangelio de San Mateo cuya lectura es particularmente adorable para el cristiano. Dice así: “Y vino Jesús a las partes de Cesarea de Filipos: y preguntaba a sus discípulos diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos respondieron: los unos que Juan Bautista, los otros que Elías y los otros que Jeremías o uno de los Profetas. Y Jesús les dice: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondió Simón Pedro y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Y respondiendo Jesús le digo: Bienaventurado eres Simón hijo de Juan; porque no te lo reveló carne ni sangre sino mi Padre que está en los cielos. Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la Tierra ligado será también desatado en los Cielos”.
Tal fundamento eterno de la constitución divina de la Iglesia; el acto por el cual Nuestro Señor deja establecido el cimiento inquebrantable sobre el cual se edificará el Cuerpo Místico de Cristo cuya cabeza está en el Cielo; la unión inefable de lo divino con lo humano que magistralmente explica el siguiente modo SOLOVIEF: “Una unión verdadera debe estar basada sobre la acción recíproca de aquellos que se unen. El acto de la Verdad absoluta que se revela en el Hombre-Dios (u hombre perfecto) debe encontrar por parte de la humanidad imperfecta un acto de adhesión irrevocable que nos una con el principio divino. (…).

(…) No sólo recibe de Ella la plenitud de su vida intelectual y moral, la realización de su vida política, económica y social, sino que infinitamente por encima de todo eso, si es dócil a la Gracia, recibirá también el don celestial, la vida sobrenatural del mismo Cristo. Y entrará en la Comunión de los Santos y percibirá con profunda alegría espiritual la vida divina que recorre a la Iglesia, la indefectibilidad y unidad prodigiosas de su doctrina, la santidad heroica e ininterrumpida que florece en Ella; la inconcebible grandeza de las legiones de mártires y confesores de la fe, de los ascetas asombrosos, de los monjes y eremitas, de las vírgenes y viudas, de los heroicos misioneros; de los inmensos doctores que han iluminado al mundo con la luz verdaderamente celestial de sus palabras: San León, San Anastasio, y San Basileo, San Ambrosio, San Agustín, y San Jerónimo, el Crisóstomo, San Beda el Venerable, y San Isidoro de Sevilla, San Anselmo, San Bernardo, San Alberto Magno, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, y tantos otros; sus místicos abrasados por la llama de amor viva; Dionisio el Areopagita, los Victorinos y Tauler, San Máximo el Confesor, San Juan de lac Cruz, y Ruysbroeck el Admirable, Santa Gertrudis, Santa Mechtilde, y Santa Hildegarda; Santa Catalina de Siena, Santa Francisca Romana, y Catalina Emmerich, Santa Angela de Foglino, el Beato Enrique Suso, San Francisco de Sales, el Santo Cura de Ars, y Santa Teresa del Niño Jesús. Los inmensos fundadores de órdenes religiosas: San Benito que ordenó la vida de sus monjes a la alabanza divina y a la contemplación; San Domingo que confío a los suyos la predicación de la doctrina, el celo infatigable de la inteligencia cristiana; “San Francisco que en sus hijos hizo brillar la Pobreza y la Simplicidad según la más pura luz del Evangelio”; Santa Teresa y San Juan de la Cruz, reformadores del Carmelo donde se enseña a las almas los grados de la oración, y San Ignacio De Loyola cuyos hijos tienen una particularísima misión en el oscurecido mundo moderno; los pontífices llenos del espíritu de Fuerza; San León, y San Gregorio Grande, San Gregorio VII y Bonifacio VIII, San Pío V, (beato) Pío IX, (san) Pío X, y Pío XI, gloriosamente reinante, y tantos otros, que con sobrenatural energía han defendido “la soberanía de la Iglesia, la dignidad y la libertad de su sacerdocio”. Finalmente, todas las artes, todas las materias que la Iglesia asume y en cierto modo diviniza: las catedrales prodigiosas, románicas y góticas, las esculturas medioevales que abisman, los cuadros de las primitivos que más se dirían obra de ángeles que de hombres; su música oficial, la gregoriana, que parecería aquella de los coros celestiales, las mismas civilizaciones humanas modeladas por la Iglesia, pueden alcanzar el esplendor espiritual que conoció el mundo en la Edad Media.

Y fuera de la Iglesia, en cambio, ¡QUE MISERIA!, ni Santos, ni héroes, ni pobres, ni humildes, ni civilización verdadera, ni sabiduría verdadera, ni arte verdadero, ni verdadera actividad moral, sino cuando más despojos mortales, ciencia que hincha, huesos áridos que sólo tienen de vida. Pues el Evangelio de San Juan nos dice que en Cristo estaba la Vida. Cristo mismo dijo: “Yo soy la Vida”, y sólo quien en la Iglesia vive puede vivir en Cristo, es decir, tiene verdaderamente Vida.
¡Mirad si es inmenso el don de Dios y si no debe mantenerse el hombre postrado de admiración y estremecido de amor ante la grandeza infinita y el misterio insondable de la Iglesia!

(Extractado de la revista “Arx” nº 1, del Instituto San Tomás de Aquino, Córdoba, R. A. Año 1933, págs. 117-129, de MARIO PINTO Córdoba).

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 92 Cordubensis
Instituto Emerita Urbanus, Córdoba, 10 de septiembre de Penthecostés del Año del Señor de 2008