miércoles, 8 de octubre de 2008

"La violencia revolucionaria" -- Por Fray Alberto García Vieyra O. P


La violencia revolucionaria
Por Fray Alberto García Vieyra O. P


Perfección cristina y documentos latinoamericanos. Medellín.

(Importantísimo documento a la luz de la crisis de la Iglesia, marca una época: 1968-2008, leer entre líneas, inter-legere, van 40 años de este Documento, le han precedido: 1) Muerte de PÍO XII; 2) Concilio Ecuménico Vaticano II(1963-1965); Juan XXII (1958-1963); Pablo VI (1963-1978).
¡FRAY GARCÍA VIEYRA, ORA PRO NOBIS!

Al abordar los problemas relativos a la perfección de la vida cristiana, aún de sus elementos constitutivos esenciales nos hemos referido en general a todo aquello que da estructura a la vida espiritual, en el hombre corriente y normal. Las virtudes, la oración, la abnegación de sí mismo, la confianza en Dios, aún en medio de las adversidades, son elementos comunes en a vida espiritual del cristiano, y los tópicos habituales de la teología Ascético-Mística.
Tales cosas sirven para todos los hombres, prescindiendo de su posición económica o social, su grado de cultura o alfabetización, mayor o menor. La perfección de las obras de Dios es tal, que aún el analfabeto o el “subdesarrollado” puede llegar a ser un perfecto cristiano.
Sin embargo, según documentos emanados de jerarquías responsables y grupos sacerdotales, la Iglesia latinoamericana parece absorbida por el problema del desarrollo. En todos esos documentos la vida la vida espiritual católica se contempla en función de un incremento económico, el cambio, liberación o promoción humana.
No hay duda que se refieren a abusos, a faltas de mayor o menor gravedad contra la zarandeada y noble virtud de la justicia. Pero, para corregir esos abusos, no se recurre a la moral cristiana, sino a los cambios políticos-sociales de los cuales van a salir los remedios, como patos de la galera del prestidigitador.
Deudores de claridad para con nuestros lectores, decimos que la vida espiritual católica, tiene sus leyes propias, fundadas en la Fe y en la Palabra revelada por Dios. De esas leyes propias nos ocupamos nosotros.
Sobre todo tenemos en cuenta a los jóvenes sacerdotes y civiles, que en sus primeros años de formación reciben el asedio de esa literatura sobre el cambio y desarrollo. La abrumadora literatura sobre “el hombre de hoy”, conduce a una desestimación práctica de la doctrina espiritual. Pablo VI se ha ocupado de este fenómeno: “Algunos hablan de una adaptación doctrinal de la enseñanza católica según ciertas pretensiones de la mentalidad moderna, análoga a la que efectúo en su época la Reforma del siglo XVIII; otros hablan de cambios en las estructuras eclesiásticas” (O.R. 27 de junio de 1967). En el Sínodo Episcopal del mismo año, preocupó también este asunto de las desviaciones doctrinales: “Estas nacen principalmente el deseo de acomodar la doctrina a la mentalidad del mundo contemporáneo”. (O.R. 24 de septiembre de 1967).

Allende el océano el problema parece ser el adaptar la Religión al “hombre de hoy”; aquende, el adaptarla al “cambio de estructuras” ¡las que nosotros vamos a hacer!, nos dicen.
Justamente, el cambio que piensan hacer es la edificación de la Ciudad secular, laica, pluralista, y después atea, sin contemplar la ley divina ni la ley natural, para eludir la “cristiandad” y el “clericalismo”. En los Documentos y proclamas se presupone el Estado laica o neutro, y una pura organización social técnico-administrativa.
Concretando, nuestro problema es el siguiente:
¿Si dada la reiteración de los planteos en categorías de desarrollo, producción, promoción humana, debemos dar por liquidada la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la vida cristiana y perfección, que nos habla de mortificación, obediencia, oración, caridad, etc.?
No se discute que la vida cristina necesite un cierto bienestar económico. Se discute la falta de identificación entre la vida cristiana y promoción humana o económica.
Si resulta exagerado este planteo – las cosas no se dicen con tanta claridad – resulta peor que la doctrina de la Iglesia desaparezca en silencio, sustituida por un sociologismo o sociomorfismo mediocre, con su catequesis única, de pluralismo y desarrollo.

Es perfectamente legítimo ocuparse, desde un punto de vista cristino, del desarrollo y evolución de los pueblos. El mismo Pablo VI se ocupó de ello en su discurso de Bogota:
Los principios del desarrollo deben ser la caridad y la justicia. “La caridad como principio propulsor del gran impulso innovador de este mundo imperfecto en que vivimos…La justicia, que es la medida mínima de la caridad, y de otros coeficientes que hagan práctica, operante y completa la acción, inspirada y sostenida por la misma caridad…etc.” (23 de agosto de 1968).
En la palabra, el desarrollo no tiene una pura inspiración tecnológica, sino está inspirado en valores morales de salvación, tales como el amor sobrenatural, y en la justicia. En la palabra del Papa la caridad y la justicia tienen las riendas del desarrollo. La evolución económica no pierde su sentido de instrumentalizar y de servicio para el hombre y la comunidad. Los valores morales, los objetos de las virtudes (en lenguaje escolástico), tienen razón de fin en la vida del hombre. Los valores técnicos razón de medios y no pueden sustituirlos.
En los planteos latinoamericanos, no creemos, que se piense explícitamente en una sustitución. Pero la reiteración, con el mismo lenguaje, siempre ambiguo, sin definir la posición del cambio frente a la Fe católica, lleva a pensar en tal sustitución. Pongamos una anécdota real, muy sugestiva.
Un sacerdote, de quien doy fe, en una plática para religiosas, resumió la doctrina de Las Moradas, de SANTA TERESA DE JESÚS, la nueva doctora de la IGLESIA. Días después una de las religiosas le preguntó si aquella doctrina podría servir para la gente de hoy…
Con esas palabras puso de relieve una convicción que penetra lentamente en los ambientes religiosas, y que debe ser objeto de nuestra atención de ministros del Evangelio.

Univocidad y analogados (No confundir lo que se distingue)

Llamar los análogos a la univocidad, significa confundirlos, o unificar cosas distintas, que deben permanecer separadas.
El desarrollo de la vida espiritual, de la vida moral del hombre, y el desarrollo de la vida económico-social, son análogos, o sea son cosas diferentes, que no se pueden unificar, confundiéndolas.
En el hombre, el desarrollo de los hábitos morales, no es el desarrollo de los hábitos técnicos, ni aún el de los intelectuales
En todo este complejo de hábitos o virtudes, la vida intelectual del cristiano está regida por las virtudes teologales, de las cuales depende la unión con Dios. En términos de “desarrollo” la vida espiritual requiere el de las virtudes teologales y el de las morales (prudencia, justicia, templanza, humildad, fortaleza, etc.) Los hábitos técnicos, profesionales, virtudes intelectuales, habilidades, etc., se cultivan según las necesidades de la vida o profesión Pero, en cualquier profesión o trabajo, la vida espiritual dependerá siempre del ejercicio de las virtudes teologales y morales. Repetimos que el analfabeto, sin cultivo de hábitos intelectuales, y el torpe para el trabajo, sin dominio de ninguna técnica, pueden santificarse lo mismo.

El desarrollo de la vida espiritual no depende de la posición económica. Antes al contrario, la excesiva preocupación por las riquezas ahoga la vida espiritual. Quiere decir, no se puede sostener ni sugerir, que la promoción económica sea necesaria a la vida espiritual de Latinoamericana, ni de ninguna parte. La construcción de la Babilonia latinoamericana, en nuestras tierras no aumentará a nadie la fe, la esperanza o la caridad ¡ni hará ningún dechado de justicia y honestidad!
El desarrollo económico-social, por su parte, puede ser bueno o malo. No es necesariamente malo, como lo quiere cierto romanticismo maniqueo. ES UN BIEN físico, que resulta un bien moral si está ordenado a Dios, por la justicia y la caridad.
La Doctrina Social católica, aunque combate la usura y la posesión ilícita, fomenta la propiedad privada y la posesión lícita de los bienes. Por eso es una injusticia el marxismo, que pone los bienes particulares en manos del Estado. No promueve la lucha de clases, y aunque debe promover el bienestar y desarrollo de la comunidad, ese desarrollo no es un último fin, ni debe buscarse por el camino de las bombas, secuestros y luchas sociales. El desarrollo no es indispensable para la felicidad. En la unión con Dios y con una vida cristiana, pueden ser felices el preso, el enfermo en el hospital, el que ve quebrada su hacienda, por un mal negocio, el que ve rota su felicidad conyugal, el marginado por falta de capacidad de trabajo, etc., etc. Todos estos que la pedantería sociológica de subdesarrollados, son muy a menudo felices porque Dios ha puesto la paz en sus almas.

En fin:
Al totalitarismo político el Anticristo deberá sumarle el totalitarismo religioso, único dueño de las almas. Así, pues, se trata de destruir la religión, más precisamente la única religión que aún cree en Dios y en la verdad, la religión católica. Ocurrirá entonces lo que Pablo VI anunciaba poco después del Concilio:
“Puede ser que este pensamiento no católico dentro del catolicismo sea mañana el más fuerte. Pero nunca representará el pensamiento de la Iglesia. Tiene que sobrevivir un pequeño rebaño, por muy pequeño que sea”. (Pablo VI, Il Popolo, 9 de diciembre de 19689).
Cuando la religión católica haya sido vaciada de su sustancia y contaminada con el virus, nada podrá detener el poder del Anticristo. En complicidad con los cabecillas “católicos”, llegará a sentarse personalmente en el santuario de Dios, presentándose a sí mismo como Dios. Acumulando los dos poderes supremos en la tierra, impondrá el totalitarismo más absoluto, el que consiste sobre todo, según Solzhenitsin, en la negación de la idea de verdad. El Estado y la religión, la institución natural y la divina, serán guiadas por ese Hijo de la mentira, sin otro freno que su voluntad de hierro.
Cuando Pablo VI habla de una mayoría de católicos en el error y de una pequeña minoría fiel; se refiere sin duda a un tiempo de CRISIS. Es el que vivimos hace CUARENTA AÑOS, desde que el modernismo triunfa sobre la cúpula de San Pedro. El tiempo de crisis es un tiempo de niebla, en el que las formas son confusas y los colores se confunden. La cuestión crucial en una época como ésta es saber cuáles son los puntos de referencia que nos permiten discernir con seguridad lo verdadero de lo falso.

Es necesario que sean referencias tan inmutables como la Roca de Pedro y como el Dios de nuestros padres. Son las tres intuiciones, las tres evidencias que constituyen toda la herencia cristiana: que la fe es racional; que la Revelación de Jesucristo tuvo lugar, atestiguada por las profecías y los milagros tan ciertos, tan ciertos como la muerte de San Pablo y la existencia de la Iglesia; y que el ser y la verdad religiosa son tan inmutables como Dios mismo. El hombre cambia de ideas y se equivocó a veces, los hombres de Iglesia y pueden equivocarse, pero los principios fundacionales son eternos e infalibles. La Revelación y la Fe serán mañana las mismas que ayer y hoy. Nuestro punto de referencia infalible es el pasado, es la fe de nuestros piadosos padres, de nuestros santos padres PÍO: SAN PÍO V, la misa de siempre, EL BEATO PÍO IX, el Syllabus, SAN PÍO X, contra el modernismo y PÍO XII, el último dogma… Traicionar esta fe para seguir a los hombres, aunque sean de Iglesia, es traicionar a Jesucristo. Por eso, que los verdaderos cristianos se preparen, en la fidelidad a Dios, a la llegada de ese Hijo de perdición, a quien el Hijo de Dios aniquilará con el soplo de su boca. Que sobre todo se vacían de sí mismos para llenarse del Dios tres veces santo. Que imiten además el ejemplo de la Virgen MARÍA, que por su humildad ya ha aplastado la cabeza de la Serpiente, y destruirá finalmente su raza maldita – “Ipsa conteret” – (Gen. 3: 15).

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 90 Cordubensis
Instituto Emerita Urbanus, Córdoba, 8 de septiembre de Penthecostés del Año del Señor del 2008, Festividad de la Natividad de la Santísima Virgen MARÍA.
LAUS DEO TRINITARIO.