lunes, 22 de junio de 2009
HACIA UN EREMITISMO INTERIORIZADO - MARIE MADELEINE DAVY ( III )
LA AUSENCIA
El solitario habría podido escuchar a su maestro espiritual decirle con Guillermo de Saint-Thierry (el amigo de San Bernardo de Claraval) que «aquel con quien Dios está, no está nunca menos solo que cuando él está solo». Él creía de buen grado que la soledad de su ermita le situaría en presencia de Dios, que él oiría su voz, percibiría su murmullo preparando su oído interior a la audición y sus ojos interiores a la visión.
No hay nada de eso. Es en la aridez de un desierto que todavía no se ha transformado en jardín, en Edén, donde continúa la existencia del solitario. La fe desnuda, enteramente desnudada, privada de toda sujeción, de todo refugio, de toda reconfortación, es su bagaje. Cuando sus sentidos exteriores se rebajan y cuando sus sentidos interiores se despiertan, él comprende con espanto que todo se muestra insuficiente para aproximarse a los misterios. El Dios que él busca se esconde. El solitario se había escondido él mismo para encontrarlo y he aquí que Dios se oculta a su mirada.