lunes, 4 de mayo de 2009
LA SOLEDAD - COMUNIÓN CON EL MISTERIO INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY (II)
Los peligros
Aquel que pensaba encontrar el reposo gracias a la elección de la soledad se equivocaría grandemente. La persona en cuestión va a afrontar zonas de sombras que él no ha podido nunca evacuar durante su existencia. Sus «enemigos» varían. No son idénticos a los de su juventud y su madurez.
Frente a la soledad, los peligros son numerosos. Nunca serán vencidos de una manera definitiva; combatirlos forma parte de lo cotidiano. Un solitario no advertido podría creerse superior ya que parece ser autosuficiente. Así un orgullo pueril se filtraría subrepticiamente en él. El gusto de compararse con los demás debe ser también enteramente destruido, si no se instala una errancia, una fluctuación en un individuo que se figura estar enraizado en la soledad, como un árbol en la tierra.
Un estado constante de vigilia y de vigilancia aparece como indispensable. Eso no es fácil de mantener. En cuanto se relaje, o simplemente se desperece, el solitario va a sumergirse en un hervidero de ilusiones. Estas merodean alrededor de él en ciertos momentos de inatención, le invaden y proliferan como si fueran ratas.
El abanico de errores a evitar comporta diversas páginas. El solitario que se tomase a si mismo como un dispensador de consejos se instalaría en el engaño. No hay lugar para considerarse como un guru. A la búsqueda de discípulos, se volvería un comediante más o menos dotado para el juego. La soledad exige el quitar todas las máscaras de las que se ha podido uno disfrazar durante su existencia. Esas máscaras se ajustan unas en otras a la manera de las muñecas encajadas conteniendo cada vez ejemplares más y más pequeños.
Los desapegos se imponen, en particular con relación al pasado. Un solitario debe abandonar los recuerdos relacionados con la infancia, la juventud y la madurez. De otro modo será un perpetuo prisionero de si mismo. Ahora bien, la soledad engendra la libertad. No ser ya mas su propio verdugo o carcelero. Evadirse para optar por una vida totalmente nueva.
La acedía (la desgana espiritual) puede cogerle al solitario. A menudo, esta actitud está acompañada de «pensamientos oscuros» y de una tristeza que engendran un gran desasosiego. Solo la profundidad de la interiorización pueden hacerle salir de ahí.
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