domingo, 12 de abril de 2009
EL TRABAJO ESPIRITUAL SE HACE EN SOLEDAD MARIE-MADELEINE DAVY
Antes que nada yo plantearía la siguiente pregunta: ¿la soledad es elegida, o uno es elegido por ella?. Es evidente que durante la existencia, los acontecimientos pueden hacer de nosotros unos solitarios. En la medida en la que se trata de una soledad profunda, de la búsqueda del fondo, de lo esencial, creo que se es elegido por la soledad.
DECIR SÍ A UNA PRESENCIA
Según San Bernardo: "El hombre es elegido". ¿Elegido por quién? ¿por qué? Yo diría por lo Eterno o también, por su vocación propia, su destino. San Bernardo dirá: "El ser es tomado". El toma aquí un texto bíblico según el cual el hombre es "visto" desde el seno de su madre, amado en el seno de su madre. Es elegido a la vez que tiene la libertad de decir "no". Se puede evocar un texto de Bernardo, concerniente a la Madre Divina. El ángel Gabriel se presenta y le anuncia que va a ser madre. Ella duda. Ella no conoce a nadie. Y la naturaleza entera, las hojas de los arboles, la hierba, las piedras claman: "Di sí, di sí, di sí". Cuando un ser seducido por lo Eterno, es llamado hacia su fondo, todo se tambalea. Este fondo, no puede ser nombrado, no puede ser conocido, no se le ha oído hablar nunca: ni siquiera se tiene una experiencia de ello. ¿Cómo decir sí?. Y si se dice "si", es un "si" que va a ser repetido, no todos los días, sino a cada instante. Porque el misterio de la soledad, tremendo divino y al mismo tiempo difícil de vivir, consiste en orientarse hacia la plenitud de un "sí". ¿Sí a qué? A una Presencia. Podría también decir un "si" a algo que ignoro. A algo que nace en mi, crece en mi, se despliega en mi... y que yo no puedo nombrar.
En la soledad el hombre comprende que es un microcosmos, y que lleva al macrocosmos en si mismo
El riesgo de la soledad absoluta: el eventual encuentro con la locura. Quizás se tiene miedo de la soledad porque se tiene miedo de volverse loco. ¿Por qué loco? Porque las cosas se disipan. De repente la mirada ve, el oído escucha. Un cartujo del siglo XII lo expresa, y yo comento su texto: "cuando me retiro, cuando estoy en soledad, cierro los ojos, no hay nadie alrededor mío, ningún ruido, ningún sonido. Escucho el murmullo del silencio. Y ese silencio es atravesado por gritos, por vociferaciones; son los animales que tengo en mí." En la soledad me veo. En la soledad me encuentro, me conozco.
La soledad es un espejo. Y ¿quién soporta el tener un espejo ante el rostro? Se dice a menudo y se repite que el conocimiento de sí es el más difícil de los conocimientos; la ciencia de las ciencias, el conocimiento de los conocimientos. Si uno está muy sobrecargado, si uno ve muchos rostros, si uno se mantiene en una conversación perpetua, un parloteo exterior o interior, uno no se ve. Se ve a los demás, los rostros las mímicas, pero uno no se ve. La soledad es un espejo. Un espejo excelente, un espejo que retiene todo.
Entonces uno se ve, y se siente horror. ¡Horror de sí! ¿Por qué? Porque uno ve su pobreza, su miseria, cuando lo que habría que ver sería la belleza propia. Convendría ver la grandeza. ¿Por qué una grandeza? ¿Por qué el esplendor? Porque el ser es portador de luz.
El hombre, hasta el ser humano más lastimoso, lleva en sí la imagen divina, la chispa divina. Es un recipiente de luz, de belleza. En la soledad, el hombre su coge su acuerdo con el cosmos. Comprende que él es un microcosmos, que él lleva al macrocosmos en sí. Él es Tierra, él es Aire, Agua, Fuego. Contiene las plantas, el árbol, la flor, los animales, el pájaro y la serpiente. Es un ser humano. Él puede llegar a ser un ser humano completo.
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