lunes, 2 de marzo de 2009
LOS JURODIVYIE. LOS LOCOS POR CRISTO - P. Tomás Spidlík S.J.
A finales del siglo XVI el Estado moscovita se separó decididamente del Occidente humanista y de la Grecia dominada por el pensamiento de tendencia platónica. Se alcanza el punto culminante hacia la mitad del siglo, que representa la clásica Edad Media rusa, y precisamente bajo el Zar Iván el Terrible y el metropolita Macario. De acuerdo con el espíritu de José de Volokolamsk, toda la vida civil se hallaba en aquel tiempo empapada de ejercicios religiosos de carácter monástico. La ley divina, representada por la Iglesia, imperaba sobre todos y cada uno de los actos del hombre. Piedad laical y piedad monástica venían a ser una misma cosa, de tal modo que toda la sociedad parecía un gran monasterio en el que el abad y Padre común (batiuska car) era el zar.
Los hechos históricos demuestran que este clericalismo estatal perjudicó el espíritu de la iglesia rusa. Por ello, disminuyen los santos en los monasterios y entre los obispos. Al contrario, aparecen en escena aquellos que surgieron como una especie de revolucionarios, de defensores de la libertad interior; en Rusia les llamaron jurodivyie, locos; pero muy pronto se les aplicó el término sin sombra alguna de sentido peyorativo. Constituyen, en cierto modo, una categoría especial de santos, como los strastoterpcy, los monjes, los obispos y los príncipes.
La Enciclopedia rusa de Brochaus (2) define esta manera de vivir como la actitud de aquellos que, impulsados por el amor a Dios y al prójimo, adoptan una forma ascética de piedad cristiana que se llama locura por amor a Cristo. Los que la practican renuncian voluntariamente, no sólo a las comodidades y a los bienes de la vida terrena, a las ventajas de la vida en comunidad, a las riquezas familiares, sino que aceptan, además que se les considere locos, gente que no se sujeta a las leyes de la convivencia y del pudor y se permiten realizar acciones escandalosas. Estos ascetas no temían decir la verdad a los poderosos de este mundo y acusar a cuantos habían olvidado la justicia de Dios. Y al contrario, consolaban a aquellos cuya piedad se fundaba en el temor de Dios.
Las palabras del Apóstol: "Hemos venido a ser necios por amor de Cristo" (1, Cor. 4, 10) sirvieron de fundamento y justificación a este estilo de vida. Un troparion litúrgico eslavo en honor de los jurodivyie hace su elogio en estos términos: "Después de escuchar las palabras de tu apóstol Pablo: Hemos venido a ser necios por Cristo, tu siervo N. se hizo loco para el mundo" (3). En la versión siríaca de este texto el término griego moros se traduce por sakla, y de ahí proviene la denominación salos, que en griego se aplica a este tipo de ascetas. También se usaba en ruso, sin traducirla, o se interpretaba con la palabra eslava pochab. Pero el término de uso más extendido es el de jurodivyi. La antigua forma urod, uroden, significa literalmente aborto, cosa monstruosa; pero este significado se olvidó totalmente. Ciertos autores devotos trataron de falsificar la etimología interpretando jurodivyi, esto es, "aquel a quien engendra (la patria celestial)"; demasiada nobleza para una voz de tan humildes orígenes; pero esta interpretación refleja la estima en que el pueblo tenía a estos santos o santones.
Pero la apariencia exterior de locura no es el primer fundamento espiritual en que se apoyan estos personajes. Este fundamento se halla constituido, más bien, por el deseo ardiente de libertad de espíritu. Cuando las leyes escritas predominaban en una sociedad eclesiástico-estatal, cuando la palabra de Dios a los hombres era monopolizada por la autoridad exterior, surgieron estas figuras que, más o menos conscientemente, comprendieron que la base primera de una acción verdaderamente buena es el libre arbitrio. En el corazón humano se escucha la voz de la conciencia, que es también una revelación. Las leyes exteriores se dan únicamente para curarla del ofuscamiento causado por el pecado. Pero un corazón verdaderamente puro no tendría ya necesidad de ninguna ley escrita. Así se afirma expresamente en la "vida" de San Simeón Salos, escrita en griego (4). Aunque exista en ello un grave riesgo de desviaciones, el principio es a todas luces comprensible en una sociedad en la que, bajo el patrocinio de las "leyes divinas", se cometen graves injusticias. Cuando un jurodivyi, en Moscú, escupía al paso de un respetable burgués y se inclinaba hasta el suelo ante un bribón que era conducido al suplicio, no podía expresar su opinión de manera más espectacular.
Los jurodivyie denunciaban sin piedad todas las hipocresías de la gente considerada honesta. No exceptuaban a los monjes y las personas eclesiásticas, sobre todo a causa de su apego a los bienes terrenales, a los honores y a la veneración del pueblo. El "loco" quiere recordarles que el ideal de las personas espirituales debe ser la perfecta apatheia, el desprecio de todo aquello que el mundo busca y estima. Los santos sufrían con rostro alegre las calumnias y los insultos. Según la instrucción del abad Anub, el monje debería parecerse a una estatua, a una piedra que no siente ni los elogios ni los vituperios (5). Los jurodivyie tomaron esta enseñanza al pie de la letra. Queriendo mostrarse libres de toda concupiscencia carnal como Adán en el Paraíso, invitan también, en no pocas ocasiones, su manera de vestir. El clima duro de Rusia resulta ciertamente poco apropiado para estas prácticas ascéticas. La vida de Procopio de Ustiug nos habla del frío que soportaba. En lugar de procurarse abrigo, se fue a buscar calor entre los perros, pero estos salieron huyendo. Entonces, un ángel del cielo lo tocó con una ramita del paraíso, y desde entonces no sentía ya ni frío ni calor. Pero no le volvió insensible a las pedradas ni a los bastonazos. Difícilmente permitía la sociedad que estos extraños santos durmieran, como hubieran deseado, en los pórticos de las iglesias. Por ello, eran con frecuencia hostilizados y apaleados, pero ellos no se defendían ni se quejaban. Comprendían demasiado bien que se trataba de una reacción natural del ambiente y que un discípulo enamorado de Cristo paciente debe aceptar con alegría estas humillaciones.
En toda sociedad se tienen en gran estima la ciencia y la erudición. En aquella sociedad eclesiástica se apreciaba, en particular, la ciencia de los libros sagrados (6). Pero, por otra parte, conocemos bien con cuanta frecuencia los antiguos monjes alardeaban de su ignorancia, de su incompetencia en el campo de la erudición libresca (7). San Antonio Abad lo dijo con toda claridad: "Una mente sana no tiene necesidad de libros" (8). Los jurodivyie, cuyo programa de vida consistía en seguir la voz interior de la conciencia pura, rechazaban cualquier otra instrucción. Y para demostrar que era éste el camino acertado, Dios recompensó frecuentemente su renuncia a la sabiduría del mundo con una ciencia superior que El infundía en el corazón. En no pocas ocasiones se nos habla de sus dones proféticos. Predecían acontecimientos futuros y lejanos, y era cosa normal que leyeran en el corazón de los otros hombres.
Su apostolado se funda sobre este conocimiento íntimo de la gracia misteriosa operante en las almas. San Pablo dice que la profecía es don que se destina a la utilidad de los otros (1 Cor. 12). Un jurodivyi, que conocía por clarividencia sobrenatural la influencia de los ángeles y de los demonios en el mundo, sintióse obligado a combatir las fuerzas diabólicas donde quiera que se le presentase la ocasión. Los diablos fueron descubiertos en todas partes, en las iglesias, en las celdas de los monjes, entre las personas más respetables. Basilio el Beato, patrono de Moscú, destroza, no sin grave escándalo una venerable imagen de la Virgen porque descubre en un rincón del cuadro una pequeña figura del demonio. Pero, puesto que el diablo se esconde con preferencia en el corazón de los hombres, el apostolado específico de los jurodivyie consistía principalmente en la audacia de revelar públicamente la verdad a las personas influyentes. De ahí proviene la gran popularidad de que gozaban entre la gente sencilla. Y parece ser que los grandes temían más a estos "locos" que a los dignatarios de la Iglesia. Iván el Terrible hizo estrangular al metropolita porque le había hablado duramente, pero, por el contrario, luego de haber sido amonestado por un jurodivyi se habría limitado a murmurar, lleno de confusión: "¡Ruega por mí!".
La locura fingida es, por último, un excelente método para preservar la soledad, aún en medio de la muchedumbre. Un jurodivyi no dejó de responder palabras incoherentes a las personas que le visitaban, hasta que todos se cansaron de molestarle y de estorbar su oración. Y si esto no era suficiente, se iban, sin pensarlo dos veces, a una tierra donde nadie les conocía y donde muchas veces ni siquiera entendían la lengua. En Grecia se llaman "Escitas"; en Rusia, al principio son "Alemanes", peregrinos que van hacia "el Oriente" en busca de la verdadera patria.
En Occidente no faltan ciertamente personajes como estos. Citemos tan sólo un pasaje de las Florecillas de San Francisco: "San Francisco vestía todavía de seglar, si bien había ya roto con el mundo, y se presentaba con un aspecto despreciable y macilento por la penitencia; tanto que muchos lo tenían por fatuo y lo escarnecían como loco; sus propios parientes y los extraños lo ahuyentaban tirándole piedras y barro; pero él soportaba pacientemente toda clase de injurias y burlas como si fuera sordo y mudo" (9). Uno de los primeros compañeros del Santo, San Bernardo, fue enviado a Bolonia para predicar. Y he aquí lo que pasó: "Al verle los muchachos con el hábito raído y basto, se burlaban de él y le injuriaban, como se hace con un loco; y el hermano Bernardo todo lo soportaba con paciencia y alegría por amor de Cristo. Más aún, para recibir más escarnios, fue a colocarse de intento en la plaza de la ciudad; cuando se hubo sentado, se agolparon en derredor suyo muchos chicuelos y mayores; unos le tiraban del capucho para atrás, otros hacia adelante; quien le echaba polvo, quien le arrojaba piedras; éste lo empujaba de un lado, éste del otro". El resultado fue tal que "un sabio doctor en leyes" se convirtió "viendo tanta constancia y virtud"... y el hermano Bernardo "comenzó a ser muy honrado de la gente por su vida santa en tal grado que se tenía por feliz quien podía tocarle o verle". Pero un buen día se marchó (10).
En este relato pueden reconocerse los rasgos de un jurodivyi. Lo que resulta sorprendente en Rusia es el gran número que de ellos había precisamente en la época a que hemos hecho referencia. Fedotov (11) da cuenta de treinta y seis jurodivyie venerados como santos; pero debieron ser muchos más, puesto que en casi todas las ciudades se venera a uno de ellos entre los patronos locales. Los extranjeros que visitan el país en el siglo XVI hablan de "hombres extraños que caminan por las calles, con la cabellera suelta sobre las espaldas, una cadena de hierro al cuello y llevando por todo vestido un trozo de la tela ceñido a los lomos". Así escribe el inglés Fletscher (12). El archidiácono Pablo de Aleppo, que acompañó en el siglo XVII al patriarca de Antioquía en su viaje a Moscú se llevó una sorpresa mayúscula cuando, en el banquete oficial que ofrecía el patriarca Nicono, vio aparecer a un hombre desnudo, que bebía tranquilamente de los jarros preparados para los huéspedes, y de que no sólo no fue expulsado, sino que el mismo patriarca se desvivía por servirle.
Pero la Iglesia y el Estado no tardaron en reaccionar ante posturas extremas. En una carta al sínodo eclesiástico el emperador Iván el Terrible se lamenta: "Los pseudo-profetas, hombres y mujeres, muchachas y ancianas, caminan de un pueblo a otro, desnudos, con los pies descalzos y desgreñados. Se agitan, se flagelan y van proclamando a gritos que les habla Santa Anastasia o el Espíritu Santo..." Pedro el Grande, como no podía ser menos, se mostró todavía menos complaciente con estos originales profetas populares, y ordenó que se les recluyera en monasterios o que "se les hiciera trabajar durante toda la vida". El decreto de 1732 prohíbe "que se admita en la iglesia a los jurodivyie vestidos de forma estrafalaria y grotesca" o que se les deje gritar y hacer extravagancias para llamar la atención. En 1890 apareció en Odessa la Confesión, impresa por un jurodivyi; en ella admite el autor que su extraño comportamiento obedece al propósito de engañar al pueblo.
En cuanto al territorio, los jurodivyie aparecieron en su gran mayoría, en la provincia de Novgorod y Moscú. Fue precisamente a Novgorod a donde llegó el "alemán" Procopio de Ustiug (+ 1302), y distribuyó sus bienes a los pobres. La leyenda le atribuye haber profetizado una lluvia de piedras; esta leyenda se relaciona seguramente con el hecho de una caída de meteoritos que tuvo lugar a principios del siglo XVI. Debieron ser también "alemanes" Isidoro de Rostov (+ 1474) y Juan de Rostov, conocido por el sobrenombre de Melenudo (+ 1581). Entre sus reliquias se conserva también un Salterio latino. Pero los más populares en Novgorod fueron Nicolás y Teodoro en el siglo XIV. Vivían, frente por frente, en una y otra orilla del río Volchov que divide la ciudad. De cuando en cuando se encontraban en el puente, se insultaban, se enzarzaban a golpes, se echaban al agua y volvíanse luego a su lugar. Este comportamiento debía constituir una lección, en forma sarcástica, destinada a los ciudadanos de Novgorod, los cuales mantenían frecuentes altercados sobre el puente que dividía en dos partes la ciudad.
Moscú conserva las reliquias de su patrono local Basilio el Beato (+ 1550). Las tradiciones populares le hacen protagonista de numerosos relatos anecdóticos, que constituyen excentricidades llenas de simbolismo. Así, se cuenta que escupió sobre los muros de la iglesia, pues los diablos habían sido expulsados del interior del templo. Y, al contrario, besaba llorando las casas de impiedad, venerando así a los ángeles que se veían obligados a permanecer fuera, porque no había lugar para ellos en el interior. Después de una solemne celebración litúrgica en la catedral, dio al zar el saludo del Monte de los Pájaros, una colina cercana a la ciudad. Reíanse los circunstantes, pero el zar estaba avergonzado, porque durante la misa no había hecho otra cosa que pensar en construirse una casa precisamente en lo alto de aquella colina. Fue hasta tal punto venerado que la catedral de Moscú, donde recibió sepultura, lleva hoy su nombre. Su fiesta se celebraba casi como una conmemoración nacional, con la participación del zar en la celebración litúrgica. Junto a él yace el jurodivyi Juan el Melenudo, conocido por la ópera de Pushkin Boris Godunov, cuya música es de Musorgkii).
La ciudad de Pskov venera al jurodivyi Nicolás, de quien la leyenda cuenta que salvó a sus conciudadanos de la furia de Iván el Terrible en 1570. Una vez sometida la ciudad rebelde, el zar quiso tomar represalias. Pero cuando salió de la iglesia, en donde había participado en la liturgia (porque este extraño personaje fue, a su modo hombre muy devoto), el jurodivyi le ofreció carne cruda para comer. La respuesta del soberano fue: "Soy cristiano y no como carne en Cuaresma." A lo que Nicolás respondió: "¡Pero sí te bebes la sangre de los cristianos!".
En Petersburgo vivió en el siglo XVIII una mujer llamada Xenia, que, después de la muerte del marido, vistiose con ropas de hombre y se hizo llamar Andrés. Fue muy querida por la gente de los suburbios. Trabajaba en secreto para los demás, y, llegada la noche, oraba volviéndose a los cuatro puntos cardinales. Bendecía a los recién nacidos. Los comerciantes deseaban que tocase al menos sus mercancías, los cocheros querían llevarla, aunque no fuera más que un pequeño trecho. Se refieren sus predicciones; por ejemplo, la de la muerte de la emperatriz. Se dice también que el emperador Alejandro III curó gracias a su intervención cuando trajeron un poco de tierra de su tumba y la pusieron bajo la almohada del enfermo.
En el célebre monasterio de Zadonsk, meta de peregrinaciones a la tumba de San Tichon, vivía un jurodivyi llamado Antonio Alekseievich (+ 1851). Saludaba a los peregrinos que llegaban al monasterio y repartía regalos misteriosos o hacía atinadas advertencias, de manera que todo el mundo creía que adivinaba el pensamiento.
Los jurodivyie son también conocidos por la literatura rusa. En Los Hermanos Karamazov, de Dostoyevski, se descubre a un monje, Ferapont. En los Demonios, del mismo escritor, hay un jurodivyi, Semión Jakovlevich, para el cual sirvió de modelo un personaje histórico, un cierto Iván Jakovlevich Koreisa, internado en un manicomio, pero al que el pueblo tenía por santo. También Tolstoi, en los recuerdos de su juventud nos habla de un cierto Vasenka a quien su madre daba cobijo por la noche y que, en lugar de dormir, se entregaba a la oración.
Podemos decir, en conclusión , que en estos "locos por Cristo" encontramos los verdaderos rasgos de la ascética cristiana. Pero es difícil llevar a cabo una valoración ajustada a la realidad, puesto que no existen biografías críticas, y los relatos y leyendas populares desfiguran tal vez su verdadero rostro histórico. De acuerdo con los datos que poseemos, sin embargo, podemos afirmar que la santidad cristiana se encuentra en ellos oscurecida por falta de discreción. Ya San Juan Clímaco advertía (13) que, sin la prudencia, aún las grandes virtudes pueden convertirse en vicios. San Basilio el Grande, por su parte, pone en guardia, con toda severidad, contra los peligros de una vida singular (14), fuera del uso común, sobre todo si se desprecian los consejos de los demás. Si los jurodivyie reaccionaban, en nombre de la libertad interior, contra las leyes y la autoridad exterior, señalando sus abusos, la autoridad, por su parte, reaccionó también, en nombre de las leyes divinas y naturales, contra las extravagancias de una excesiva libertad interior. Es verdad que la Iglesia oriental se mostraba tal vez, en este punto, más tolerante que la de Occidente; pero también aquella supo tomar medidas para frenar los extremos de los ascetas demasiado celosos.
NOTAS
P. SPIDLIK S.J., T., "Fous pour le Christ" en Orient, en Dict. de spirit., V, cols. 752-761; KOLOGRIVOF, I., op. cit., pp. 272-290; BEHR - SIGEL, E., Les fous pour le Christ et la "sainteté laique dans l’ancienne Russie, en "Irenikon", XV, 1938, pp. 554-565.
Vol. 41, San Petersburgo, 1904, p. 421.
Ed. del Patriarcado de Moscú, 1960, p. 171.
PG 93, col 1669 C.
Verba seniorum, en PL 83, cols. 955-956.
Cf. más adelante, pp. 187 ss.
Por ej., S. MÁXIMO EL CONFESOR, en PG 91, cols. 593 C; 229 B y 133 B.
Vitae Patrum, en PL 73, col. 158.
Fioretti, cap. 2 (Hay trad. española en la B.A.C.).
Ibíd., cap. 5.
Svityie drevnei Russi (Los santos de la antigua Rusia), París, 1931, p. 202.
G. FLEISCHER, Of The Russian Common Welth, Londres, 1591, cap 21.
Escala del Paraíso, 26 en PG 88 cols. 1013-1016.
Regulae Fusius tractatae, 7, en PG 31, cols 928-933.