sábado, 21 de febrero de 2009

PALABRAS DE UN CARTUJO - P. Fr. Alberto E. Justo, O.P.






Vamos a leer un texto muy particular. Se trata de un libro de Stanislas Fumet y se titula, nada menos, Histoire de Dieu dans ma vie, y fue publicado en París en 1978. El lector será indulgente, porque yo, desde luego, deberé traducir lo que de nuestra lectura nos sea provechoso...

Pero no hemos elegido este libro por su autor. No. Esta vez la elección es por un motivo algo secreto. Se trata no del autor sino del inspirador de algún capítulo: un Monje Cartujo... Y vamos directamente al que nos interesa, que es el último y que se titula: Trascendentales, mi pan y mi vino, porque el autor los considera su alimento verdadero. El lector puede, con derecho, sospechar que hablaremos principalmente del SER.

Y él se regocija, en la página 769, reconociendo que muy diversamente razonara si no hubiera tenido, desde muy temprano, la fortuna inapreciable de captar la supremacía del Ser, dejándose ganar por él, prefiriéndolo a todo, eligiéndolo en todo, sicut in coelo et in terra. Dióse cuenta, acabada cuenta, que su espíritu no tenía otra cosa que oponerle al Ser sino fantasmas, la inexistencia en sí, porque en tales pretendidas oposiciones no hay más que reflejos engañosos. Y es interesante y consolador detenerse en estas comprobaciones de Fumet, porque nos son maravillosamente útiles para los pasos de nuestra vida.

Es la génesis misma del Mal -continúa diciendo- que tiene necesidad de robar al SER un BIEN sobre el cual fundarse para dar subsistencia a sus espejismos, y sin el cual no dispondría de armas contra él. Ese parásito obstinado tiene necesidad del ser para ejercer su fascinación.

Intenta luego, felizmente, una exégesis personal, que dice ser suficiente para él, ya que tiene sus motivos para sostenerla: ...el mal, o el Maligno, ad libitum, se proyecta sobre el vacío -y, el espejismo, es aquél de los resplandores de la incandescencia que sigue la caída de Lucifer perseguido por la gloria de su ser creado: entiendo esta gloria como la que él pierde en su caída. Habiendo recibido su ser en un tiempo angélico, en el Aevum, arrastra, pero detrás de sí, esta huella de esplendor que lo abruma por la eternidad.

Huella, sólo una traza de fuegos artificiales. Engaño y falacia de un mundo pretendidamente exterior al Ser...

Luego continúa: ...Desde que salimos de la nada, estamos en Dios... San Pablo nos lo ha enseñado: ‘En la divinidad nos movemos, vivimos y somos’ (Act. 17, 28).

Es la exigencia de la unidad, el amor del Uno -condición del verdadero- que, poco a poco, me condujo a todo esto, haciéndome sentir la defección de todo lo que no es este UNO que cancela el número para otorgarle otro valor que el de las matemáticas. Yo había adoptado el ritmo pitagórico de 1, 2, que es el propio del caminar: uno, dos, uno, dos; uno, dos. Escribí a Dom... en 1962: "todo lo que no es uno me fastidia (ennute) ". Me contestó con una larga carta de la cual extraigo, encantadoras, algunas frases: "No afirmo que todas las lecturas y todas las conversaciones te disgusten (ennuient) en el mismo grado, pero ciertamente, lo que hay de bueno en nuestra amistad es que se halla fijada en el corazón de las cosas. Nosotros somos como las almas trocadas en estrellas en el Pelerin Kamanita, que cambian una exclamación cada 10.000 años, -por un resto de debilidad humana..."

Y continúa la cita del Cartujo: "Seriamente, yo soy viejo ahora, y he renunciado a interesar a la humanidad, aún a la más favorablemente dispuesta: es propio del buen sentido, hay un tiempo para callarse. Como toda persona que medite debería percibirlo al cabo de poco tiempo, todo lo que se expresa y se discute es como la madera o el papel: irremediablemente exterior a la vida del espíritu. El pensamiento, el único pensamiento, es todo interior a estos jalones que no pueden empañar su transparencia divina ".

Y sigue Fumet: Este pensamiento que sólo florece en Dios y al que nos esforzamos por alcanzar y ligarnos, es independiente de la opinión humana, viene de Dios y retorna a Dios sin descubrirnos su operación. El es el objeto de una mirada purificada. Los contemplativos se desposan con él y en la medida en la cual su ‘yo’ se cancela, gozan de la verdad que, ser del ser, hace la luz sobre todas las cosas. Esta luz ilumina todo hombre que viene a este mundo y está escrito en el Génesis que fue lo primero que Dios juzgó bueno. Y Dios dijo (es su Verbo): Fiat lux, y la luz fue hecha...

Y más adelante, en la página 773, leemos:

...la contemplación jamás es una posesión y quien pretenda poseerla precisamente ignora lo que ella es; porque, en efecto, Dios está más allá de toda figura y más aquí que toda sustancia...

Y nuestro Cartujo: ... Si se tiene por ilusión el hecho de adoptar la perspectiva del objeto; es preciso decir que la misma intelección es una ilusión, pues en esto consiste y acaba. Sapientia ludit: conocer, es jugar a ser el objeto; y este juego es la sola cosa en el mundo que no es vana (lo que es vano, es jugar a ser el sujeto, a ser sí).

Todo lo escrito acerca del mecanismo de la intelección, sobre sus condiciones y sus términos, puede ser echado al fuego sin que por ello se pierda nada. Esta potencia es humildad -dejar ser al ser- no tiene término: no es cuestión de definirla ni de medirla de ninguna manera. Las gentes para quienes ella (la inteligencia) no es el Misterio, exactamente tan límpido como insondable, nada les será claro ahora ni nunca.

Los contemplativos primitivos, en la aurora de la reflexión, han sido alcanzados y asidos por esta evidencia: es por lo cual ellos me son tan caros. -No se puede separar el amor y la contemplación de la intelección así entendida.

En la soledad de la celda, ciertas cosas aparecen: otra esencia que yo he creído ver, asaz singularmente, es la de la risa...

La primera cosa que debe observarse, es que lo cómico jamás pudo ser definido por la simple razón que lo risible es un trascendental. Todo es cómico bajo cierto ángulo; los contrastes, los despropósitos, los efectos de caída, etc., producen a voluntad según que el rayo visual horade lo real de parte a parte, y descubra allí la incoherencia, la no-identidad: es una cuestión de mirada. El espíritu en la misma medida en la cual mira, halla lo risible tanto como él quiere: si es plenamente lúcido, gozará a cada instante de su transcendencia, no saldrá del júbilo extático.

Pues se trata de un éxtasis: es la segunda característica obvia y a menudo descuidada. La risa es un fenómeno cataléptico, una asida del espíritu que abandona el control del organismo: las potencias están en vacación y retozan a placer. Este éxtasis es provocado por una alegría -la risa es la expresión de la alegría: muchos teóricos no han pensado en ello- y como es lo propio del hombre, se trata de su alegría propia, es decir de la intelección. La risa es un éxtasis provocado por la intelección.

Pero el objeto de la intelección es el ser, la bienaventuranza del espíritu (según Aristóteles y Santo Tomás como según Çankara y Spinoza) es el ser del Ser; ahora bien, la risa, lo hemos señalado, es provocada por el aspecto inverso y complementario: la inanidad de la apariencia. Es fácil, consecuentemente reconocer en estas formas de exultación una raíz común: la historia bíblica de la caída ilustra su parentesco y su separación.

En el origen, cuando el hombre era recto, su éxtasis era uno solo, saboreaba en un mismo rapto al ser de Dios y la nada de lo que no es Él. Pero en la caída, su éxtasis también se desdobló, en primer lugar volviéndose demasiado raro y en el otro aspecto demasiado común. El éxtasis que suscita el no-ser del no-ser perdió su solemnidad, muy comparable en esto a las ceremonias de las religiones prehistóricas, que sobreviven en la forma de juego de niños y a los mitos deslumbrantes caídos en el folklore. La risa es un éxtasis quebrado y desacralizado, vestigio resplandeciente y frívolo de las Bodas primitivas, recuerdo delicioso del Edén olvidado.

Reconócese también en la risa un éxtasis noético desinteresado: es una alegría no-posesiva. Contemplar en efecto es lo contrario de poseer: es dejar ser el ser. La intelección no respeta solamente la desnudez del espejo interior, ella lo despeja y le rinde su pureza. (Si la alegría intelectiva puede ser infinita, es en razón de que no es adquisitiva: todo lo que se adquiere, estorba y entorpece.) La risa, igualmente, no enriquece, sino que aligera: es desapego, solución y vuelo de Psyche en su espacio natal.

Sin embargo la risa se interrumpe y este es otro misterio. No debe desconocerse la significación de su aspecto espasmódico: el carácter imprevisible e incontrolable del acceso. En el estado presente del hombre sería más bien rapto y ruptura. El muro de las apariencias se abre y se cierra enseguida: hemos comprendido algo precioso pero no sabemos bien, tampoco podríamos decir precisamente dónde se produjo el destello. Observando el muro: nada deja aparecer. Tal es el fondo del humor, el doble fondo: el objeto propio de la risa se mofa del que ríe.

...Es preciso observar..., en lo que concierne a la apropiación religiosa de la risa, que ésta es cosa nueva: el humor brillante y profundo de Bloy, de Chesterton, de Claudel, no tiene precedentes. Durante siglos, la cosa religiosa se encontró expuesta sin gran defensa a la ironía, el pontífice, el doctor, el devoto se contaban entre los objetos cómicos más evidentes y más frecuentemente explotados. La risa ha cambiado de campo porque pontífices, doctores y devotos hoy son irreligiosos o antirreligiosos: lo que es divertido no es ser creyente o positivista, sino ser llegado al punto del éxito o instalado. Lo ridículo es inherente al estado del que pretende ser y no puede ser el ser.

No se asombre el lector por estas citas tan extensas. Aquí, el Cartujo nos ha dicho más de mil maravillas con su delicada simplicidad. Esta visión del Ser no se halla con frecuencia y nos presenta una introducción muy conveniente para la vida espiritual.

No se trata, en realidad, de introducciones, sino -más bien- de puntos de partida, de pasos, muy libres todos, que ahondan siempre, que nos siguen siempre. Yo no haré ningún comentario para que la lectura de estos textos conduzca, con toda libertad, al mejor descubrimiento.

El descubrimiento del SER. ¿Hay una mística del Ser? Pregunta sin sentido. Es necesario ir más allá.

Y en primer lugar, afirmar -con Fumet- que la belleza es el bien como objeto de contemplación. Sabemos que estas afirmaciones son provisorias. No nos vamos a quedar en ellas... Pero, ahora, si pretendemos alcanzar el Ser, debemos dejarnos subyugar por la Belleza.

No se trata de un método. Atendamos a una sagaz y fundamental crítica que hace nuestro Cartujo a los métodos. Está hablando de los Orientales y dice que aquellos han cultivado una técnica en sentido opuesto a la nuestra: aprender a prescindir de las cosas -sutiles y pacientes prácticas se ofrecen al peregrino de la interioridad. Es sorprendente que no exista en el Maestro Eckhart ni en Ruysbroec, ninguna traza de ello: los mejores trucos, los más eficaces -ellos piensan aparentemente- no deben ser recomendados. Hay también, en esta reserva, una sabiduría católica. Y dirigiéndose a su amigo interlocutor agrega, nuestro monje, para situarnos mejor con respecto a estos maestros espirituales: Nosotros estamos siempre cerca, como tú lo dices tan bien: bebemos en la misma fuente. Pero nos hallamos separados de la corriente común. La categoría de progreso, como ideal y como imperativo, domina hoy el pensamiento de todo el mundo, laicos y clérigos. Hay aquí una desviación fatal, principio de todas las demás, en la misma idea que se tiene de ello. -El crecimiento del poder confirma y revela siempre más nuestra impotencia: no lo podemos todo, salvo lo único que importa. Lo mismo vale en referencia a la acumulación de nuestros conocimientos; nuestra ignorancia crece con ella: a cada serie de descubrimientos, la cuestión -la sola verdadera cuestión- crece más, aún más frustrada que lo fuera en el estadio precedente. Se rehúsa tomar conciencia de este otro aspecto del progreso, el aspecto nocturno, iniciático, que invita al desapego, a la contemplación... Espero siempre en que la inflación verbal cesará, pero recrudece, de una manera que me parece fatal. Los hombres están locos: es sin embargo en el fondo del recogimiento que se reencuentra el punto virgen: allí todo comienza entre el alma y Dios.

Es ese punto virgen, precisamente, el que siempre nos interesa alcanzar. Pero del que nos apartamos cuando prestamos demasiada atención a las hueras palabrerías y conceptos, con lo que nos aturden los sofistas del hoy.

Retomamos la lectura del libro que tenemos entre manos y, en la página 789, Fumet nos dice que:

Dom... es menos atento que los hombres de hoy a esas experiencias de creatividad artificial que pueden arrastrarnos en una seguidilla de ilusiones contingentes sin brindar nunca a nuestra alma aquello de lo cual ella tiene fundamentalmente necesidad: el "recogimiento" sobre lo esencial.

"La huida del mundo -dice el Cartujo- es el primer paso de toda vida contemplativa, la aversión del mundo es más urgente hoy que nunca, si Cristo ha de encontrarnos. Nos es preciso huir del mundo para ser fiel -para enfrentar- en un mundo que está, él mismo, en fuga..."

"El proceso de degradación comenzó cuando el hombre se detuvo en el conocimiento y en el uso de las cosas -profanas o sagradas- sin que el amor sondeara la transparencia. La Escritura y el Dogma no revelan la Faz divina a los ojos distraídos: el silencio y el desapego han faltado primariamente a los creyentes, y es luego de un oscurecimiento de su mirada que el mal se ha convertido en aquél de un mundo. La separación, siempre más marcada, entre la vida interior y la especulación teológica, ha llevado al atolladero en el que nos vemos. Por antigua que sea la desviación, estamos llegando, parece, al punto de ruptura: la agitación y la prolijidad actuales denotan la impotencia para cubrir la falla. Adoptar la perspectiva totalmente extravertida de nuestra cultura, y pretender conservar algo de la visión bíblica y evangélica, es propio de los espíritus poco lúcidos: se enajena lo principal y luego se admira por perder el resto. Es el rayo visual en efecto que dispone, que reposa sobre el punto de apoyo divino. La experiencia contemplativa es aquella de una aurora: lo que se ve primeramente es el movimiento del cielo, el horizonte zozobra, las grandezas (las medidas) y los vectores cambian de signo. Lo que parecía causa es un efecto; lo que parecía fruto del azar se revela como fuente y hogar (centro). Dulce revolución que deja aparecer la ligereza de la imagen donde se detenía, prisionera, la mirada del hombre exterior! La credulidad de éste ha crecido paradójicamente con las facilidades de la crítica. No hay otro remedio para nuestra cautividad que la audacia virginal de la mirada: es preciso cultivarla, reencontrarla, aún cuando sea al precio de una paciencia infinita.

Repito que nada me atrevo a agregar a estas palabras... Continuarán todavía, hasta finalizar el texto que nos interesa. El recogimiento sobre lo esencial nos da una pista que ya no abandonaremos.

Pero hay una nueva dimensión. Recordamos nuestra lectura de la primera parte y el descubrimiento de la creaturalidad o caducidad de las cosas. El desapego se halla en este orden y es condición para la conversión de la inteligencia.

Seguimos con el texto, ya que esta visión de las cosas y del mundo, podrá proporcionarnos una explicación y señalarnos un camino de vida contemplativa.

Y éste será practicable, precisamente hoy, como lo veremos en su momento.

Sigue hablándonos nuestro monje Cartujo:

La visión del mundo que nos brinda la información exterior se halla pues invertida (lo más surgiendo de lo menos, lo sensato de lo fortuito; el pensamiento, de las cosas; la moral, de lo físico); está sujeta por otra parte a las metamorfosis donde lucen grandes bellezas, pero que no liberan sino ilusoriamente, un muro caído descubre otro detrás y éste otro más, siempre asfixiante. La misma facilidad y la aceleración de los cambios de decorado cósmico fastidian el sentido y el pensamiento. Lo que no quiere decir que este proceso desemboque en la pura vacuidad de una noche del espíritu: sería demasiado hermoso. El panorama movedizo e inestable es una pantalla opaca y se impone con el peso acrecentado por su impulso amorfo al hombre condicionado por su cultura. (Una nueva credulidad resulta paradójicamente de la crítica vuelta banal y hasta mecánica). Nadie sueña con cuestionar esta imagen, se disuelve en ella, con una solicitud necia, el alimento del espíritu, estético, metafísico y religioso. Es preciso hacer un largo camino en el silencio para sustraerse a la fascinación de esta banalidad.

Nuestra civilización es una inmensa empresa de publicidad, -publicidad en favor de esta forma misma de vida y de pensamiento, dominada por la aceleración de los circuitos económicos. La tendencia es la de esperar de esta aceleración misma la solución de todos los problemas humanos. La gran propaganda se halla naturalmente desprovista de estilo y de sabiduría: ella da el tono a la sociedad en la cual se afirma. Sus éxitos más señalados son los que logra en la esfera religiosa. Además de ligarse inconscientemente a la noción comercial de libertad, se convierte en alabanza del mundo; parece percibirse que el mundo es bueno y se lamenta no haberlo dicho bastante recientemente y en el pasado. En otra cultura, entre los Griegos por ejemplo, semejante aserción hubiera significado que el cosmos es bueno a contemplar; en la nuestra, confirma el sentimiento inculcado por la propaganda que el mundo es bueno a consumir. -Es este el sentimiento vulgar contra el cual nos pone en guardia la sabiduría evangélica, antigua y oriental. Ella nos repite que el mundo, tomado como objeto de fruición, nos desencanta, nos enajena y nos esclaviza y domina. La distinción entre el utendum y el fruendum fue formulada por San Agustín con la nitidez de un coup d’epée: desde algunos años solamente el pensamiento religioso da, al respecto, signos crecientes de confusión. La crítica de la ascesis, la auto-acusación anti-ascética, que en poco tiempo se ha convertido en uno de los temas favoritos de la literatura eclesiástica, podría ser citada en un tratado de técnica publicitaria como un ejemplo del condicionamiento de las mentalidades que supera las esperanzas de los empresarios...

Estas citas van delineando, perfilando una figura. No sólo nos dicen algo decisivo acerca del mundo en el que estamos, sino que nos adelantan mucho acerca de cuál deba ser nuestra actitud y cuál la misión que nos compete.

Por ello continuamos con nuestra lectura, con paciencia y atención.

Por libertad religiosa, todo el mundo entiende hoy la facultad de elegir entre dos opiniones inverificables: esta libertad de conducta concierne a cosas que no son propiamente ni ciertas ni verdaderas. Frente a la verdad, no sólo no tenemos opción, sino la no-opción -la ausencia de duda- es esto mismo lo que nos hace libres...

Y en otro lugar, en carta a un hijo de Santo Domingo, añade nuestro Cartujo, hablando, precisamente, de la libertad de los hijos de Dios:

libertad que permite explorar la transparencia interior, que no comporta ni hábito ni término; se la reencuentra allí, siempre en el primer instante de la primera mañana, donde todo recomienza entre el alma y Dios. Todas las demás libertades de las cuales se habla, no son más que ecos débiles y lastimosos de aquella libertad.

Y proseguimos con el texto que estábamos leyendo:

Si lo que se quiere intimar es el imperativo de no poner al servicio de la verdad sino los medios que son dignos de ella, nada es más fácil que expresarlo con términos exentos de equívoco. La verdad rige la benignidad (douceur): es palabra del Evangelio y puede seguírsela tan lejos como se quiera, más lejos que Tolstoi, más lejos que Gandhi, hasta el fin de la afirmación, sin arriesgarse al menor malentendido. -Pero parece que se quiere, sin malicia, salvar los dogmas y hacerlos aceptables abandonando la noción de verdad liberadora (sola liberadora): es arrojar la princesa al mar para salvar la nave que lleva sus adornos.

La vocación contemplativa del hombre se halla afirmada en el Evangelio en términos tan nítidos como lo está -por ejemplo- en los Upanishads; -mientras que para su misión de creador (y de consumador), se buscará allí en vano la más pequeña recomendación, la más íntima prueba de estima. Puede ser que esto sea fastidioso, pero es un hecho, y toda consideración sobre la actitud del cristiano ante un mundo "en plena transformación ", para ser un poco leal, debe comenzar por esta constatación.

Semejante situación no parece propicia para la vida de contemplación. Sobre todo cuando el mundo conquistador va desembocando en una suerte de oscuridad, que no parece ofrecer mayores alternativas.

El plan que seguíamos en los textos citados, ¿es posible o resulta pura utopía?

La respuesta más prometedora será hallar el lugar que corresponde. Es decir la vocación, aún en medio de las asperezas y de la usura de la historia.

No creo yo que haya tiempos más o menos favorables. Si el hombre quiere puede trascender su propio tiempo como cualquier otro. Y los trabajos que ciertamente perduren y las fatigas que parezcan abrumarlo, serán todos motivos o acicate para adentrarse más en el Misterio.

Continuemos con otro texto de nuestro Venerable Padre Cartujo: sus admirables respuestas en una entrevista, La Nada y los Místicos, que le hiciera la revista La Table Ronde. Allí mismo comentó algunos textos de Heidegger y nos abrió, ampliamente, el horizonte de nuestro camino...

Veamos. Cito, solamente, algunas frases, que contienen lo que más nos urge ahora:

Heidegger se presenta en este libro (Holzwege) como un historiador de la filosofía occidental, de la que registra el fracaso, desde los presocráticos hasta nuestros días. Ocúpase del famoso texto de Nietzsche sobre la muerte de Dios. La aserción de que Dios ha muerto no significa en Nietzsche la certeza de un ateísmo banal: es la constatación angustiada de un hecho que domina nuestra historia y la concluye. La conclusión es que Nietzsche apela al nihilismo. Occidente se dice en alemán Abendland: tierra de la tarde; es el país donde mueren los dioses. Desde el origen, suben al cielo como astros de fuego para declinar y extinguirse a intervalos cada vez más próximos; el resto es un detalle: este acontecimiento colosal y monótono es el único que vale la pena retener. El Occidente es el país donde los dioses mueren: ¿porqué?

Entre las afinidades que lo ligan a Hölderlin, es posible que se encuentre ese sentimiento de que los dioses son púdicos. Es también una afinidad con los contemplativos de Oriente: "lo real es un vaso sagrado: -quien lo toca, lo daña-, quien lo ase, lo pierde." Sea lo que sea, él ve en la avaricia y la avidez del hombre occidental la falta inicial que hace perecer sus dioses. Lo que ya está presente, a su juicio, en el vocabulario de Platón, que confunde el ser con el ente. El Europeo quiere asir sus dioses, apropiárselos, concebirlos y tenerlos, en lugar de dejar ser el Ser...

La trayectoria se vuelve en cada siglo más corta y más baja: hoy, ni siquiera suben al cielo, se extinguen luego de algunos años de vuelo en el nivel cósmico o político. La civilización técnica señala el último grado de nuestro error: los dioses abortan, entramos en la noche.

Que el desarrollo del poder material sea fatal es cosa evidente para Heidegger: hizo crecer en progresión geométrica los riesgos, y el término, ya visible, es "el horizonte de las máquinas descompuestas ".

Esta visión se opone curiosamente al entusiasmo necio de muchos clérigos y de fieles del Padre Teilhard: la cultura técnica no fabrica, hablando con rigor, más que distracciones y explosiones. Lo que es peligroso, nota Heidegger, no es la bomba atómica, es el nihilismo denunciado por Nietzsche. Nietzsche ha querido superarlo, pero él mismo es su presa: no supone otra escala de valores, y toda filosofía de los valores es nihilista, que no se sustraiga al firmamento del ser. Los valores huyen, se devalúan, nada puede frenar su inflación, -el hombre es el juguete de la caída de los valores (retruécano heideggeriano), del nivel moral al político, del político al financiero... Lo que es peligroso, es la voluntad de poder del hombre que ya no domina ninguna visión, el inexpiable conflicto de quereres ciegos bajo un cielo cerrado.

Interrumpimos el texto que estamos leyendo, para aclarar otra circunstancia muy próxima a esta, y que nos basta sólo enunciar. Se trata del optimismo ciego de tantos cristianos contemporáneos con respecto al mundo. Algunas afirmaciones de L. Bouyer, aquí intercaladas, nos servirán para afrontar, luego, la respuesta que nos proponemos.

Dice así Bouyer, en un viejo artículo suyo, de la revista Vie Intellectuelle, titulado Christianisme et Eschatologie:

No "la conversión del mundo ", sino "el odio del mundo", he aquí lo que aguardaban los apóstoles yendo a predicar el Evangelio. Enemistad del mundo, cada vez más manifiesta, y reconociéndola cada vez más como radical y definitiva; pero también, al mismo tiempo, "victoria sobre el mundo ".

Los dos son inseparables... prosigue Bouyer, pero nosotros nos detenemos en este lugar. En efecto, no es extraño, no debe asombrar el derrumbe de un mundo asfixiante sumergido por la técnica y la vana ilusión del progreso indefinido. Este mundo que aparece bajo un cielo cerrado, es el que rechaza, el que no quiere... Y es con este odio y rechazo que el contemplativo debe contar hoy y siempre.

La ilusión de un ambiente propicio, o por lo menos tenido por tal, no tiene lugar en el horizonte de la vida.

Ahora, retomemos las enseñanzas de nuestro Monje, seguros que cuanto nos dice no está reservado a situaciones extraordinarias o privilegiadas, sino a todo aquél que movido y tocado por la Gracia vaya peregrino donde y como Dios quiera.

Y señalamos una frase suya, más que oportuna, que podemos adoptar como una guía en el discernimiento de lo que se dice y de lo que se hace: ..Es siempre la cuestión, con los principios y las verdades, aún incontestables: todo depende del nivel en el cual se los hace sonar.

Y, por fin, nos empeñamos en traducir algunos párrafos que, él mismo, tradujo para sí, de los Holzwege. El lector perdonará toparse con una traducción de otra traducción, pero nos es muy interesante la lectura que el Cartujo hizo de estos textos. Helos aquí:

La verdadera afirmación de un ser por sí mismo no habría de ser en ningún caso el entumecimiento en un estado accidental, sino más bien el abandono, la rendición al secreto surgimiento de su propio origen, en la fuente de su ser.

¿Estamos, históricamente, en nuestro ser y en nuestro arte, en la fuente? O, también: ¿Somos, históricamente, en nuestro ser y en nuestro arte, en la fuente? ¿O no se trata, más bien, que en nuestro comportamiento con el arte nos relacionamos sin fin a conocimientos formados en el pasado, conocimientos del pasado?

"Dios ha muerto " significa que el mundo suprasensible no tiene más virtud ni eficacia. No da más la vida. La metafísica, es decir, para Nietzsche, la filosofía occidental como platonismo, está en su término... Si Dios como fondo suprasensible y como fin del ser ha muerto, si el mundo suprasensible de las ideas ha permitido su necesidad, su virtud de alerta y de edificación, nada queda a lo cual el hombre pueda pedir dirección o apoyo. También Nietzsche prosigue: "¿No erramos ya en la nada infinita? ". La frase "Dios ha muerto " afirma justamente que ese vacío se expande. "Nada" quiere decir aquí: ausencia de un mundo suprasensible e imperativo. El nihilismo, "el más siniestro de todos los huéspedes", se halla a nuestra puerta. -El nihilismo, pensado en su esencia, es el movimiento fundamental de toda la historia del Occidente. Tiene un alcance tan vasto, tan profundo, que no puede tener otras consecuencias que catástrofes mundiales. El nihilismo es el movimiento histórico mundial de los pueblos de la tierra arrastrados ya en la esfera del poder.

La técnica es, en la afirmación del poder y la voluntad de imponerse del hombre, la organización incondicional de seguro absoluto sobre la base de una aversión universal y objetiva de la Pura Relación.

La PURA RELACIÓN, concluye el Cartujo, es aquello que deberíamos tener con Dios.

Otros auténticos apotegmas podemos citar de nuestro Monje y creo que acabarán por ilustrar y señalar con vigor, lo que intentamos decir aquí.

Los textos son la cosa que menos falta. Usted lo sabe tan bien como yo; nada se halla en los textos, solamente se encuentra allí lo que Dios pronuncia en el alma. La ratio studiorum debería acompañarse por una ars obliviscendi: importa que el hombre aprenda, pero cuánto más que desaprenda las cosas adquiridas! Que la inteligencia se recuerde de su virginidad y de su soledad, ella que debe a su pura esencia de ser siempre nueva y hallarse desnuda, en el primer instante de la primera mañana!

El espíritu que asciende hacia el encuentro interior atraviesa el tiempo en oblicuo como un relámpago, su vida no es conquista, adquisición, progreso, sino despojo liberador.

Porque el Señor no ha de tropezar con las satisfacciones menudas y cerradas de sus amigos que, por lo general, se quedan a mitad de camino, muy contentos con sus devociones y con sus cosillas. El espectáculo, tantas veces desolador, el desencadenamiento de una suerte de caos, el horror y el engaño de lo que no es Dios, permiten el despojo de lo vano y la liberación de los espejismos del pecado y de la muerte. Por ello el contemplativo es, con frecuencia, un testigo de altísima calidad. Y es, también mártir, desde luego.

La descripción de lo que decimos es imposible. Tenga presente el lector, sin embargo, que el alma descubre, este agobio y este dolor, como de otra índole, como diverso de lo que se califica como desgracia.

En efecto, la incomprensión y la soledad no la derrotan, aunque ahonden infinitamente su dolor. Más aún, la afirman con una especie de garantía que ha descubierto en el Misterio de su Señor Crucificado.

Más allá de las reducciones, a las que estamos habituados, aparece nítido el Cuerpo de Cristo-Jesús Crucificado, como libro abierto donde pueden leerse todos los misterios y todos los pasos de la vida. Hasta que, desde luego, se arriba a una sola y misma realidad, donde todo se ve y se conoce: la misma Deidad, el Misterio del Seno del Padre donde el Hijo recibe -como decía el Maestro Eckhart- toda su bienaventuranza.

Luego de lo dicho es necesario detenerse. Al menos un poco... Y recordar que nos es preciso ir más allá. Entonces caemos en la cuenta de lo que dice Un Cartujo:

...Para alcanzar el sublime objetivo, una sola cosa le falta al hombre debilitado y caído: la santa audacia que osa esperarlo todo de Dios, que sólo busca darse por entero. "¡Si scires donum Dei! "

...Debemos desligarnos de todo, hasta de nuestras insignificantes virtudes que nos interesan por el hecho de ser nuestras. Buscándolas con demasiado empeño, complaciéndonos con ellas, no adelantaremos ni un ápice.

Vivir de Dios sólo, y sólo para Dios, es el secreto profundo y el alma de nuestra soledad.

..............................

Cualquiera otra preocupación que no sea este único amor, es superflua; todo lo que no sea el infinito mismo es demasiado pequeño para el corazón humano.

No son muchos los espíritus capaces de reconocer la belleza de ese absoluto; de ahí la decadencia del mundo. Contados son los hombres que tienen suficiente audacia para confesar toda su debilidad, para reconocer su nada; contados son los que se atreven realmente a no ser nada y a ser considerados como tal: "Ama nesciri et pro nihilo reputari ". De modo que sólo aceptando íntegramente esa verdad con todas sus consecuencias ulteriores, puede uno prepararse al cumplimiento de las promesas contenidas en estas palabras de Nuestro Señor: "Dii estis et filii Excelsi omnes " (Sal. LXXXI, 6).

Es hacia ese fin que la Voluntad divina, por medio de la gracia santificante, conduce a aquellos... que se dejan transformar por Ella, crucificar por Ella y divinizarse en Ella. Esta es la Unidad que implora la oración sacerdotal... Mas allá de nuestra mísera santidad, de nuestra justicia impura o irrisoria, más allá de las gracias mismas con que nos hemos enriquecido, más allá de todo ideal social humano y hasta espiritual, más allá de todo afán por lo creado: sólo en Dios; allí comienza para nosotros y desde este mundo la vida eterna.

Ténganse muy presentes estas palabras, que evocan un silencio real y profundo, donde es posible hallarlo todo. INTERIORMENTE ya es hora de llegar a destino.


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