miércoles, 10 de diciembre de 2008

Despertar y Belleza



Es hora de júbilo porque ha llegado la ocasión propicia para el hallazgo más maravilloso. No es cuestión de detenernos en ninguna parte ni en ninguna cosa. Es la hora de la liberación. Ha llegado a nuestro corazón esa certeza que es don, regalo, novedad permanente, buena e inconfundible noticia… Llega, ha llegado, la “sonrisa” de Dios. Percibimos la señal de esa salud que nos levanta, de la fuerza que nos rescata… Porque -¡por fin!- han venido a buscarnos hasta la puerta de casa. Pero no vienen para llevarnos a ninguna parte, sino para transformar hasta las raíces de nuestra morada, a volverla tan diferente que nosotros no llegaremos a reconocerla… ¿Diferente?
Nos han dado eso mismo que somos desde siempre. Nuestra “realidad” honda… La novedad del Ser es júbilo y liberación profunda.



DESPRENDIMIENTO
Dejar lo que no cuenta

Hermosos segundos. Todo cae por su propio peso. Las flores brotan en el desierto. Son siempre nuevas y suceden a todas las que se marchitan. Por la fuerza de la naturaleza. Unas mueren, otras nacen. Pero si unas mueren y otras nacen, si esto es así, no más… Quiere decir que ese maravilloso curso de aparición y desaparición, de brote, de caída, se sustenta y apoya en el continuo vivir de lo invisible.
Así son las cosas. Los sonidos existen porque hay silencio. El silencio está debajo, escondido. Pero es infinitamente más “fuerte” y “vigoroso” que el ruido. La cáscara sólo es manifestación en algún sentido. Vive el corazón…
Amigo, sonríe y deja de lado. Pasa. Sigue adelante hacia el horizonte del ser. No te detengas ni hagas ídolos de lo que no cuenta, de lo que no es, de lo que se inventa por ambición o vanagloria.
Alégrate, porque Dios te da el bien mayor. Aprende, aprende a descubrirlo. No te ocupes demasiado por hacer esto o aquello. A cada día le basta su afán. Fíjate, sólo se alcanza fecundidad por lo que se ES, nunca por lo que se dice o por lo que se hace. Descubre esa profundidad y sonríe siempre.

Has de saber que no se trata de imaginar o de inventar nada. Toda la vida consiste en “aceptar un don”. Convertirse a la realidad es RECIBIR LO DADO, o, mejor aún, recibir, acoger en el corazón, a Quien da. O a Quien se da.
No, no tienes que fabricar ningún artilugio. Dios está antes y tú mismo estás en Dios, de algún modo, desde toda la Eternidad.
La inmensa tarea es “descubrir el tesoro escondido”. Pero el tesoro está, siempre está.
El Señor prefiere el silencio. Dios no es favorable a la “publicidad”. Medita bien esto. Por tanto: deja de lado esos barullos tentadores y aquiétate en la serena paz del don.

Pero ¿qué es el “don”?
Todo lo has recibido… Te recibes a ti mismo, porque el “don” de Dios comienza por ti. Quiero decir: el primer don eres tú. Y no llegas solo. Porque tu realidad (digámoslo de este modo) no es la soledad. Dios, en efecto, se da a Sí y lo propio tuyo (digámoslo también de este modo) es recibirlo.
Lo decisivo será descubrir en el corazón que de Dios venimos y a Dios vamos. O, mejor, descubriremos que toda nuestra vocación y el sentido de nuestra vida es ser uno en el Espíritu de Dios. Con Él y en Él. Y, desde luego, por Él y gracias a Él.
Ante la realidad es preciso dejar todo lo que se le opone o la oculta.

Es muy posible que sientas temor cuando dejas lo que hasta un cierto punto parecieron “ayudas” o auxilios. Incluso todas esas “mediaciones” que son tenidas como terreno seguro: “introducciones”, “preparaciones”, “cálculos” de toda especie, prácticas de esto o de aquello, métodos y mil cosas más. No digo que debamos despreciar lo que ayuda, sino que afirmo que lo que ayuda no es. No es Aquello.
Es conveniente distinguir dos esferas: una es la que marca distancia y separación, como los andadores; otra es la que por su transparencia y limpidez levanta inmediatamente en la Presencia de Dios y no puede convertirse en ídolo de sustitución.
En suma: tienes en tu corazón la Presencia inefable de Dios. Alégrate y goza inmediatamente. El Señor te llama y te dice que lo ames así como eres y donde te encuentras…
Me dirás: muy bien, pero ¿cómo lo sé, cómo lo siento?
La Palabra de Dios no es vana y Él te regala el ojo de la Fe. Tú sabes que el evangelista San Juan, el mismo que descansó en el Corazón del Señor, nos dice que Él vendrá y habitará en nosotros. Cree con simplicidad.
Desde luego Dios está presente en todas partes y en todo, íntimamente, en el corazón del ser. No puedes alejarte de Él, no puedes, como no puedes escapar de ti mismo. Acepta gozoso la existencia como el mejor regalo y halla gusto y gozo en ello… Aprende a ahondar más allá de lo aparente y puramente exterior.
Ahora bien, cuando nada te dice nada es porque todo te lo dice todo… ¡Esto sí que es bueno! ¡Y muy bueno! Te parece que todo se ha callado… ¿No será porque viene y llega Él? Te parece un absurdo que el Creador hasta tal punto se de a su creatura… ¿No será porque el amor extremo es la más honda realidad? La ausencia llama a la presencia. Quizá lo que nos parece más presente y hace tanto ruido es lo menos real. En cambio lo que por su silencio parece ausente es lo más inmediato y hondo y lo más real.
No vives solo. Si vives, sólo vives por Dios y para Dios. Esta es tu vida, tu alegría y tu paz.
Deja, pues, lo que no cuenta y no existe. Deja y mil veces deja. Y no temas, por Dios, no temas. Si hay cerca de ti esos que se consideran expertos en lo divino, que conjuran a los aires con el índice levantado y presumiendo poder…: sabe que ellos no te hablan de Dios sino de sí mismos. Lo que viene de Dios es humildad, quietud, silencio y paz. Deja esos intermediarios aunque te amenacen. No les otorgues poder alguno. Deja, deja lo que te aparte de la paz y del silencio que reina en tu corazón. Nada que cause angustia proviene de Dios.

Será fácil, con humildad, discernir acerca de estas cosas y abandonar, sin vacilaciones, las distracciones carentes de sentido. Ánimo pues y adelante.



ADHESIÓN


La palabra castellana no lo dice todo. Es muy corta comparada con la latina… Por lo menos con el uso y el sentido que le ha dado la tradición espiritual, a partir de la atenta lectura de la 1era. Epístola a los Corintios del Apóstol San Pablo: “Quien “adhiere” a Dios se hace un espíritu con Él”.
Sin embargo la adoptaremos un momento para decir lo que nos importa. “Adherir” es aquí (también) “desear”. Desear desde dentro, desde el fondo, con todo el corazón. Y este “deseo” merece nuestra atención. Asegurando –desde el inicio- que no será jamás un “deseo vano”. Porque no se trata de un “deseo de lo necesario”, sino del “deseo profundo” del corazón, que procede de Dios.
Adherir, pues, comporta un movimiento que tiene su raíz en lo más profundo y no se detiene. En efecto, no puede quedar fijado o alcanzar objeto alguno porque no fabrica ídolos de ninguna especie. Siempre ha de ir más allá o interiorizándose y adentrándose más aquí, en los caminos del corazón y del espíritu. Adherir a Dios comporta no conformarse con ningún medio…
Por esto ¡tantas veces! quedamos desolados y desconcertados cuando aguardamos consolaciones o compensaciones en cosas o situaciones que parecen darnos mucho, pero que se “agotan” enseguida. Y es porque pedimos a esas cosas lo que ellas no pueden dar.
No hemos de entristecernos porque las cosas de este mundo aparezcan y se manifiesten caducas. Por el contrario, alegrémonos y regocijémonos porque estamos llamados a muchísimo más.

Pero no olvides que todo esto, que sumergirse en la realidad más honda, o buscar lo esencial, requerirá de tu parte una “lucha”. Mejor será decir: una verdadera “ascesis”. Tendrás presente esto para evitar todo descorazonamiento cuando no obtengas resultados sensibles e inmediatos.
En realidad no es cuestión de “tiempo” o de “dilación”. No digo que debamos “aguardar” esto o aquello. Hablo de otra cosa: el resultado no es “sensible”. No puedo comprobar lo que se da, quizá porque es hondamente silencioso. La “plenitud” de lo que sea es más callada que cualquier manifestación parcial o superficial, que ha de recurrir al ruido y a la sonoridad para hacerse notar.
Hoy es más urgente que nunca descubrir esta perspectiva, sobre todo cuando las trompetas, las bombas y el parloteo abundan y sobran por todas partes… Ante el despilfarro de palabras, demostraciones o conceptos: ¡silencio!

No acabaremos de considerar la multitud de contradicciones que abunda a lo largo de nuestra peregrinación y que no han de mitigar, en modo alguno, nuestra alegría.
Una de las instancias más desagradables es, desde luego, el choque frontal con… “lo feo”. ¿Qué entendemos por esto? Pues el resultado, ni más ni menos, de esa “improvisación” atropelladora, de la chabacanería (hoy característica de nuestro desierto), de la arrogante ignorancia…, en fin, de la mediocridad en los más variados horizontes. No niego que tales cosas tengan un particular potencia de agresividad. Afirmo, en cambio, que deben ser “superadas” y aprovechadas.
Dentro de los envoltorios sucios y malolientes puede haber un incomparable tesoro, que nada tiene que ver con sus coberturas y que, sin embargo, está allí dentro. Por debajo de las capas de polvo, de tierra y de arena, harto exteriores todas ellas, se halla el camino firme que todo sustenta y que es –siempre- objeto de descubrimiento, como todos los tesoros.
Si quieres recuperar tu alegría no te quedes detenido en las superficies desagradables. Ve más adentro, ¡sobrepásalas!
Me preguntarás, un tanto consternado, -¿cómo?
Adelante, no te desanimes. No es tan difícil. Es, en realidad, muy fácil. Fíjate bien: Mira y contempla un paisaje (hasta en una fotografía) y haz el propósito de asir firmemente su secreto y su misterio aceptándolo tal como se da. Presentirás una correspondencia, una “semejanza” con todo lo que ves. No te apresures. No te retires desilusionado, si te parece que no encuentras nada. Sigue allí, regálate un poco más de tiempo… Estoy seguro de que percibirás algo nuevo, un gozo que no podrás explicarte… Quédate un poco más y respira. Aléjate luego y nada más.
Una y otra vez podrás recibir estas noticias si no les impones “utilidad”. No, no sirven para nada. Si sirvieran para algo o se ordenaran a alguna “ganancia” perderías el tiempo con ellas. Deja que la luz brille, deja que el cielo te hable con sus colores, con sus varias tonalidades…
Este tesoro está, entonces, en tu corazón. Es en ti mismo donde se descubre el horizonte que nada ni nadie puede nublar. Aunque sufras por las cosas exteriores llevas es ti la Belleza.
Considera ahora alguna obra maestra de la pintura universal. Si la miras con una lupa no obtendrás ningún resultado satisfactorio. Si la observas a gran distancia, menos todavía. Quiere decir que solamente en determinadas condiciones y según cierta proporción y distancia con tus ojos, recibes y descubres la belleza que trasciende a la obra y al observador. En un instante has entrevisto algo que no puedes describir y que supera tu contacto con el objeto.
Si oyes un buen concierto será gracias a la perfecta armonización de todos los instrumentos de la orquesta ¡Si desafina uno solo, el efecto se perderá! Y es que en las obras de arte todo converge para permitir que la Belleza más alta pase a través y tú puedas descubrir las resonancias y la semejanza en tu corazón.
Es, pues, en un instante, como ante un relámpago, cuando percibes esa luz de la Belleza a través de la pintura o de la música. El valor de tal experiencia es la oportunidad de pasar más allá, de subir por encima de ella… Lo propio de las imágenes más altas es decirnos –yo no soy. En efecto, por encima de las montañas, más alto que los espacios observables… Y, al mismo tiempo, en un solo momento, más aquí, infinitamente más aquí, en el mismo secreto del espíritu.
Un instante que es aparentemente fugaz… Sí, porque en realidad ese instante es –siempre- “comienzo”. No se trata de “este” momento puramente horizontal: lo que hago ahora, lo que sé ahora, lo que dejo ahora… No, no es eso. Es una espada flamígera, que atraviesa el tiempo verticalmente y lo redime, levantando, al alma que se empeña, por encima de sí o “elevándola” en hondura. Se trata de un instante trascendente (por decirlo de alguna manera) que nos abre a un “más allá” presente y realísimo.
El júbilo del alma consiste en descubrir, en contacto con la Belleza, por el “toque” de la Belleza, su “universo” invisible, su relación, su estilo, su vida, su comunión, su conversatio, como decía Santo Tomás, con Dios y con los ángeles. (S. Th. II-IIae, 23, 1, 1m).

En un instante. He aquí el valor del “instante”. No es necesario aguardar sino meditar profundamente acerca de lo recibido, de lo que ha llegado, de lo que ya está.
Pero será oportuno subrayar nuevamente la condición que todo lo sella: el desprendimiento; que nos separa de lo perecedero, que nos libera de cuidados y de ansiedades, que nos levanta a superar la “angustia pasional”.
En efecto, siendo tan grande la realidad honda, que nadie puede arrebatar, sonará siempre hora de dejar todo lo que obstaculiza la vida interior.

No es esto el resultado de ningún esfuerzo “mental” ni de “proyectos” o “métodos” de corte voluntarista. Lo que acontece es RECIBIDO, sin más. Es claro que es preciso acogerlo y abrir el camino…


¿Seguiremos dudando? Es notable hasta qué punto continuamos en nuestras vacilaciones. No nos arrojamos definitivamente en el abismo del Amor de Dios. Siempre hay algún reparo.
Quizá alguna tentación, algún tropiezo, tal vez una reincidencia en esto o en aquello… Y detenemos nuestra marcha como enfermos incurables, olvidando que el Señor está con nosotros, muy cerca, hasta donde no podemos sospecharlo, en el momento de la prueba.
Es urgente no vacilar. Es urgente arrojarse en el mar de la Misericordia sin dar más vueltas. Aunque nos encontremos heridos… Las heridas, todas ellas, han de cicatrizar muy pronto.
Ahora mismo gloríate en tu debilidad. Sólo débil puedes acudir, con humildad, a lo profundo de tu corazón, donde el Señor te está aguardando. Pero hay más: Él mismo te llama y te dice, una y otra vez, -deja, deja y ven, ábreme…
¿Qué es lo que te detiene? ¿Tu indignidad? ¿Temes no discernir bien a Quién te diriges? ¿Pero es que hay alguna duda cuando vienes humildemente, sin ficción ni hipocresía, a sumergirte en el Corazón de Quien te llama?
No consideres más lo pasado. Alégrate ante la inmensa novedad de que Él te abre su Corazón y viene a nacer en el tuyo. Lo inferior, déjalo. Allí queda, y cae, y muere. Que, en realidad, nunca fue.
Reserva lo mejor de tu corazón y de tu tiempo; no sigas dando vueltas alrededor de no sé qué. No cuestiones y olvida, sí, olvida. Deja esos pensamientos que no son tuyos. Quiero decir: son engaños e ilusiones de “otros”. Deja todo eso de una buena vez. Y no digas, con satisfacción de punto final: -lo dejé. No, no digas nada. Olvida y ya está. No retornes para nada. Tampoco para volver a examinar nada. Deja que los muertos entierren a los muertos.
En tu confianza y en la humildad hallarás nueva fortaleza. Abandónate. Déjate a ti mismo. Ese que piensas… no eres tú. Tú eres aquél que Dios llama y nombra. Tú eres el “tu” que dice Dios.
Y te descubrirás entonces, habiéndolo dejado todo, en el mismo Misterio de la Deidad.

Si ayer perdiste tiempo y fuerzas vagando por ahí, si permaneciste a la vera del camino o te quedaste jugando con cosas pasajeras… Deja todo eso y la memoria de todo eso. Purifica tu memoria de lo que no te atañe ni está en relación con tu camino. Volverá el enemigo a turbar tu paz, diciendo y repitiendo: -no eres digno de nada, pretendes lo que no te corresponde… Esto último es otro engaño muy contundente, para impedir que te confíes enteramente al Señor. Nunca pretendiste ni pretenderás… “ser digno”. Sólo sabes que es Dios mismo quien te abre su Corazón. El misterio del Amor no sabe de calificaciones ni de reglas mezquinas. Brilla omnipotente, salvando todas las distancias.

Vuélvete y adhiere con toda el alma. Estoy seguro que el Señor ya te ha respondido. Reposa, sin reparos, en su Corazón.
Fíjate bien: todo tiene su raíz y su origen permanente. Tú naces cada vez, a cada instante, de alguna manera. Vuélvete, cada vez, a cada instante, a tu fuente, a tu raíz, a tu vida. Sólo “eres” en Aquél y por Aquél que “te conforta” e infinitamente te ama. No es difícil “levantar el alma”, cuando Él mismo la está levantando.
¿Explicar? ¿Qué cosa? ¿Eso que supera toda explicación? Admite la inefabilidad del Misterio y gózate en ella. Encuentra en el Silencio esa alegría que nada ni nadie, en este mundo, pueden darte. Sabes ya que Dios te posee, que su Presencia es inmediata. Deja que el silencio y la paz en tu corazón te enseñen lo que no puedes expresar.

Alberto E. Justo

(caminohacialaaurora.com.ar)