lunes, 12 de diciembre de 2016

(409) El elogiado P. Bernhard Häring, moralista anómico


Papa Fco. recibe comunidad Seminario Lombardo de Roma
-El padre Häring, sí… el moralista del Alfonsianum.
-Cognitio rerum per causas. Para entender la confusión actual es necesario conocer su origen. 
Con este artículo voy a complementar otro recientemente publicado en su blog por Alonso Gracián, (156) Inconveniencias eclesiales, X: Amoris Lætitia y la teología del legalismo de Bernhard Häring. En él cita unas palabras del papa Francisco en la Congregación General XXXVI de los jesuitas: «Creo que Bernard Häring fue el primero que empezó a buscar un nuevo camino para hacer reflorecer la teología moral». La afirmación es desconcertante, si tenemos en cuenta que Häring fue el máximo impugnador, quizá, de la moral enseñada por el beato Pablo VI (Humanæ vitæ) y por San Juan Pablo II (Veritatis splendor)… ¿Cómo puede entenderse?… Vayamos por partes.
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La aversión de Lutero a la ley, y concretamente a las normas moralessuele ser el trasfondo de todas las morales modernas afectadas de «anomia» (DRAE: «anomia»:del gr. a-nomos, sin ley. «Anómico»: relativo a la anomia). Lutero, contraponiendo la Ley y la Gracia, considera nefasta la moral que pretende la justificación por el cumplimiento de los mandamientos –«esto está mandado», «esto está prohibido»–. El mundo de la Iglesia es puramente gracia, y todo empeño por obedecer los mandamientos de Dios y de la Iglesia implica –judaización del cristianismo, –voluntarismo pelagiano, –soberbia humana, –rigorismo inmisericorde, –frustración y angustia, –falsificación del Evangelio de la misericordia divina, ilimitada, gratuita e incondicional, que ha sido plenamente manifestada y comunicada en Cristo. «La ley trae consigo la ira» de Dios (Rm 4,15); «por la ley se hizo más abundante el pecado» (5,20)…
Cito algunas frases de Lutero en la Controversia de Heidelberg (1518), donde expone su pensamiento en 28 proposiciones. –(1) «La ley de Dios, que es la doctrina saludable de vida por excelencia, es incapaz de conducir al hombre a la justicia: más bien constituye un estorbo» [por ejemplo, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre; no cometerás adulterio]. –(12) «Ante Dios los pecados son realmente veniales cuando los hombres temen que sean mortales… porque cuanto más nos acusemos nosotros mismos, tanto más nos disculpará Dios». –(13) «El libre albedrío, después de la caída, no es más que un simple nombre, y peca mortalmente en tanto en cuanto hace lo que de él depende». –(16) «El hombre que piensa poseer la voluntad de lograr la gracia a base de hacer lo que de él depende [cumplir los mandamientos de Dios], añade al pecado otro pecado y se hace doblemente reo». –(23) «La ley provoca la cólera de Dios, mata, maldice, hace pecadores, juzga y condena todo lo que no está en Cristo». –(25) «No es justo quien obra muchas cosas, sino el que, sin obras, cree mucho en Cristo». –(26) «La ley dice “haz esto”, y eso jamás se hace; la gracia dice, “cree en éste”, y todo está ya realizado».
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La anomia de Lutero se introduce en amplios ambientes de la Iglesia a partir del modernismo –versión católica del protestantismo liberal–, y se difunde más ampliamente en los últimos 50 años. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley» (Gal 3,13). Según la moral anómica, los mandamientos de Dios y de la Iglesia, aunque propongan o prohíban sub gravi una cierta conducta, no son preceptos que exijan obediencia, sino inspiraciones que impulsan hacia un ideal.
La moral anómica, por ejemplo, aunque reconoce la prohibición del adulterio, enseñada en el Decálogo y reiterada por Cristo, admite que, en ciertos casos y situaciones, se pueda permanecer fielmente en un segundo «matrimonio» [sic], fracasado el primero, manteniéndose los «cónyuges» [sic] en la gracia de Dios. O por ejemplo: el precepto de la Misa dominical, establecido como obligación grave por la Iglesia, no es tanto un mandamiento que exija obediencia, sino más bien un consejo que impulsa a un ideal. Esa moral no entiende  que siempre que el Señor nos da un mandato, nos promete dar su gracia para poder cumplirlo.
En otras palabras. Entiende que la gracia nos la da el Señor no tanto para cumplir los mandamientos, sino para creer en Cristo Salvador, y hallar en él la salvación. «El justo vive de la fe» (Rm 1,17), y no del servil cumplimiento de mandatos y normas morales.
En lo que sigue vuelvo a considerar estas cuestiones, pero lo haré centrando mi estudio especialmente en un caso concreto: la teología moral anómica, adversaria de la encíclica Humanæ vitæ. Y también de la Veritatis splendor.
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–1954. El P. Bernhard Häring, redentorista alemán (1912-1998), en sus comienzos académicos, ya contrapone Ley y Gracia cuando enseña «la esencia de la “nueva ley"» moral católica (La Ley de Cristo, original en alemán, 1954; Barcelona, Herder 1965, 4ª ed., vol.I, pgs. 293-301). Afirma todavía, sin embargo, algunas doctrinas católicas, por ejemplo, la grave maldad de la anticoncepción. Sigue, pues, por ejemplo, en esta cuestión, la doctrina siempre enseñada por los moralistas católicos y también por los protestantes, y dice que
el uso de preservativos «profana las relaciones conyugales»… «Sería absurdo pretender que tal proceder se justifica como fomento del mutuo amor. Según San Agustín, no hay allí amor conyugal, puesto que la mujer queda envilecida a la condición de una prostituta» (II,318). Por el contrario, «la continencia periódica respeta la naturaleza del acto conyugal y se diferencia esencialmente del uso antinatural del matrimonio» (316).

–1930. Fue la Conferencia Anglicana de Lambeth la que introdujo en el mundo cristiano la aceptación de la anticoncepción, en ciertas situaciones, se entiende. El cambio es logrado por una minoría muy activa, liderada por el portavoz de la Comunión anglicana en Londres, Reverendo William R. Inge, miembro de la Sociedad de Eugenesia inglesa. Desde entonces, gran parte de las comunidades protestantes «liberales» hacen suyo el cambio doctrinal, presionadas hábilmente por este lobbyprogresista. Y en los años del Vaticano II, no pocos teólogos católicos difundieron ampliamente la expectativa de que pronto se cambiaría la doctrina de la Iglesia en esta cuestión, aceptando la anticoncepción en ciertos casos y situaciones.

1968. Pablo VI, en la encíclica Humanæ vitæ, enseña como «doctrina de la Iglesia» que la anticoncepción es intrínseca y gravemente pecaminosa, reafirmando la doctrina católica constante y universal.
«La Iglesia, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural [creadas por Dios], interpretadas por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida» (11). Usar medios anticonceptivos físicos o químicos «es contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer, y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su voluntad» (13). «Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por eso intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda» (14).
La encíclica fue pésimamente resistida en muchos ambientes de la Iglesia, incluso por algunas Conferencias episcopales. Curiosamente los Obispos y teólogos que con más dureza combatieron la encíclica Humanæ vitæ, confiesan hoy piadosamente –los que sobreviven o los que actualmente los siguen– que la exhortación apostólica Amoris lætitia requiere absolutamente la aceptación de todos los fieles cristianos, por ser ciertamente, como Magisterio apostólico, «obra del Espíritu Santo»… ¿Y la Humanæ vitæ?
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–1968. El P. Bernhard Häring, que ha ido acentuando más y más su alergia anómica, enseña ahora que la anticoncepción es lícita en ciertos casos y situacionesy combate con tremenda dureza la enseñanza de la Humanæ vitæ.Mes y medio después de la publicación de la encíclica hace un llamamiento urgente y universal a resistirla. Hereda, pues, ya la anomia de Lutero, su compatriota.
«Si el Papa merece admiración por su valentía en seguir su conciencia y tomar una decisión totalmente impopular, todo hombre o mujer responsable debe mostrar una sinceridad y una valentía de conciencia similares… El tono de la encíclica deja muy pocas esperanzas de que [un cambio doctrinal] suceda en vida del Papa Paulo… a menos que la reacción de toda la Iglesia le haga darse cuenta de que ha elegido equivocadamente a sus consultores y que los argumentosrecomendados por ellos como sumamente apropiados para la mentalidad moderna [alude a HV12] son simplemente inaceptables… Lo que se necesita ahora en la Iglesia es que todos hablen sin ambages, con toda franqueza, contra esas fuerzas reaccionarias» (La crisis de la encíclica. Oponerse puede y debe ser un servicio de amor hacia el Papa: «Common Weal» 88, nº20, 6-IX-1968; art. reproducido en muchas revistas católicas, como la de los jesuitas de Chile, «Mensaje» 173, X-1968, 477-488).
–1989. Años más tarde, persistiendo en su combate contra la encíclica, el P. Häring exige que la doctrina católica sobre la anticoncepción se ponga  a consulta en la Iglesia, pues acerca de la misma «se encuentran en los polos opuestos dos modelos de pensamiento fundamentalmente diversos» («Ecclesia» 1989, 440-443). Efectivamente, obediencia a la norma moral, viendo en ella la voluntad de Dios, y moral anómica, que por el discernimiento hace prevalecer en ciertos casos la conciencia creativa, son inconciliables entre sí.
–1993. Y aún tuvo ánimo el P. Häring, en edad avanzada, para arremeter con todas sus fuerzas contra la encíclica Veritatis splendor (1993), especialmente en lo que ésta se refiere a la regulación de la natalidad: «no hay nada […] que pueda hacer pensar que se ha dejado a Pedro la misión de instruir a sus hermanos a propósito de una norma absoluta que prohíbe en todo caso cualquier tipo de contracepción» («The Tablet» 23-X-1993). Por lo demás, es lógica la total aversión de Häring a la Veritatis splendor, pues gran parte de los errores morales que ella denuncia y refuta le afectan a él.
La Academia Alfonsiana dedica en su web a Bernhard Häring un memorial honorífico, en el que nos informa de que a este profesor de moral «le llovieron honores y premios» de todas partes, y que «es considerado por muchos como el mayor teólogo moralista católico del siglo XX».
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La coalición contra la Humanæ vitæ invade en seguida gran parte de las cátedras y publicaciones católicas. Una declaración, por ejemplo, de la Universidad Católica de Washington, encabezada por el P. Charles Curran (1934-), y apoyada por unos doscientos «teólogos», rechaza públicamente la doctrina de la encíclica contraria a la anticoncepción («Informations Catholiques Internationales», n. 317-318, 1968, suppl. p.XIV).
El P. Marciano Vidal (1937-), también redentorista, difunde la moral anómica del P. Häring en sus muy numerosas obras, concretamente en la principal de ellas, la Moral de actitudes, publicada en tres tomos a partir de 1974. Durante varios decenios fue la obra más estudiada en facultades y seminarios de habla hispana; pero también fue traducida a un gran número de lenguas, incluso al coreano. Una edición italiana de 1994ss, por ejemplo, traduce la 8ª edición española.
La Congregación de la Fe publica en el año 2001 –¡por fin: en el año 2001!– una Notificaciónreprobatoria de la Moral de actitudes, firmada por el cardenal Ratzinger. En ella se señala minuciosamente un gran número de errores y de ambigüedades: «estos juicios morales no son compatibles con la doctrina católica». Uno de ellos es la anomia: «En el plano práctico, no se acepta la doctrina tradicional sobre las acciones intrínsecamente malas y sobre el valor absoluto de las normas que prohíben esas acciones». 
El cardenal Carlo Martini (1927-2012) propugna también la moral anómica, rechazando no pocas normas morales enseñadas por el Magisterio apostólico, sobre todo las relativas a la sexualidad. En el libro Coloquios nocturnos en Jerusalén (San Pablo, Madrid 2008) refiere que con otros cardenales había hablado acerca de
«las cuestiones a las que tendría que enfrentarse el nuevo Papa y a las que tiene que darnuevas respuestas [es decir distintas, contrarias a las vigentes]. Según mi opinión, entre ellas está la relación con la sexualidad y la comunión para los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio» (pg. 68).  Ataca el Cardenal en la obra con gran dureza la enseñanza de laHumanæ vitæ (cp.V, Aprender a amar, pgs. 139-156). «Debo admitir que la encíclica ha suscitado un desarrollo negativo. Muchas personas se han alejado de la Iglesia, y la Iglesia se ha alejado de los hombres. Se ha producido un gran perjuicio (…) Buscamos un camino para hablar con solidez acerca del matrimonio, del control de la natalidad, de la fecundación artificial y de la anticoncepción» (pgs. 141-142). Son palabras del que fue rector de la Universidad Gregoriana, arzobispo de Milán y miembro distinguido del grupo cardenalicio de Saint Gall.
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  (346-347) La anticoncepción «sigue» y «prosigue» (ver el texto aquí y aquí). «Gracias» especialmente a la enseñanza anti-católica de la anomia, encabezada por autores como el P. Häring o el P. Marciano Vidal, se ha generalizado la anticoncepción en la mayoría de los matrimonios católicos. Actualmente es rara la predicación que la reprueba, tanto en homilías como en cursillos prematrimoniales. Tampoco hoy laHumanæ vitæ suele ser impugnada polémicamente, sino simplemente de hecho, en forma de silencio sistemático. Resistiendo así la doctrina de la Iglesia, se ha legitimado de hecho la anticoncepción, que viene a ser considerada un logro de los medios anticonceptivos modernos, del que los matrimonios católicos no tienen por qué privarse.
La enseñanza falsa de los moralistas anómicos ha difundido la peste de la anticoncepción entre los matrimonios cristianos, falsificando la unión conyugal, enfermándolos gravemente y, a veces, quebrándolos. Otra es la doctrina verdadera y grandiosa de la Iglesia: «Hay actos que por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo… la anticoncepción (Catecismo 2370)… Son, pues, actos intrínsecamente malos, siempre y por sí mismos» (S. Juan Pablo II, Veritatis splendor 80).
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La moral anómica ha prevalecido en no pocas Iglesias locales. Según ella, los mandamientos de Dios y de la Iglesia, aun aquellos que se han dado sub gravi en forma absoluta –sobre la anticoncepción, el divorcio y el adulterio, o sobre cualquier otra grave cuestión moral–, no siempre obligan a la obediencia. No son propiamente preceptos que obliguen en conciencia, sino más bien inspiraciones que señalan unideal. Pueden darse, por tanto, situaciones –que habrá que discernir «caso por caso»– en los que un incumplimiento consciente, libre y estable de graves mandamientos de Dios o de la Iglesia sea compatible con un estado personal de gracia, que permite el pleno acceso a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.
La anomia moral ha «silenciado» así la palabra de Cristo: «si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15); y «vosotros seréis mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (15,14). Queda también descolocada la enseñanza del apóstol y evangelista Juan: «conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos» (1Jn 5,2).
La moral anómica es causa principal de la ruina de muchas Iglesias locales.Donde llega a prevalecer, muchos graves pecados «dejan de ser pecado», quedandescatalogados en la práctica. Lo explico en (326) Catálogo de pecados descatalogados. Cuando el cristiano anómico niega que debe conformar en conciencia su mente y su vida a las leyes de Dios y de la Iglesia porque, según le han enseñado, éstas nunca exigen su obediencia –son únicamente inspiraciones que señalan un ideal–, puede llegar a cometer graves pecados habitualmente sin sentirse culpable, sino en gracia de Dios. Pongo tres ejemplos. Sólo tres, pero que son suficientes para derribar una Iglesia en pocos años.
1.-El precepto de la Misa dominical está claramente formulado por la Iglesia (Código, cánones 1246-1248); pero la moral anómica, allí donde prevalece, consigue que innumerables bautizados lo quebranten sin mayor reproche de sus conciencias.  
2.-La Iglesia prohíbe a los casados la anticoncepción; pero la moral anómica, allí donde prevalece, consigue que innumerables matrimonios quebranten esa norma sin mayor reproche de sus conciencias. 
3.-Los Obispos «deben» castigar a quienes difunden herejías, según lo manda la Iglesia (canon 1371); pero la moral anómica, allí donde prevalece, consigue que innumerables Obispos quebranten esa norma sin mayor reproche de sus conciencias.
Et sic de cæteris. Los pecados que de hecho son descatalogados por la anomia, a diferencia de los demás pecados, no son combatidos ni por el pecador ni por la Iglesia local. Lo que les permite perdurar indefinidamente con toda paz. Algunos de ellos, como el 3º ejemplo, consigue incluso que el pecado venga a ser considerado como una virtud.

La moral anómica consigue, allí donde prevalece, que los cristianos que reconocen el deber moral de obedecer, con el auxilio de la gracia, las normas morales de Dios y de su Iglesia sean considerados legalistas, fariseos, duros de corazón, necesariamente hipócritas, ajenos a la realidad social y eclesial, rígidos, psicológicamente frustrados, rigoristas crueles con sus hermanos, tristes esclavos de leyes y normas, incapaces de discernir más allá de «lo blanco o lo negro» («esto ha de hacerse y eso otro está prohibido»), etc. Gente impresentable.
«Ven, Señor Jesús». «Venga a nosotros tu Reino».
José María Iraburu, sacerdote

Post post. –En anteriores artículos expuse en forma positiva la admirable unidad que hay en la Iglesia entre ley y gracia, concretamente en la serie (80-94) La ley de Cristo, reprobando al mismo tiempo la moral anómica. Más recientemente he vuelto sobre el tema con ocasión de los últimos Sínodos y de la Amoris lætitia(343) Sínodo: los que aman a Dios son los que cumplen sus mandatos. —(375) Amoris lætitia -3. Verificación de un principio de moral fundamental: hay mandamientos que, en contra de lo enseñado por el situacionismo, han de aplicarse a todos los casos particulares. (377) AL -5. Imputación, conciencia y normas morales. —(378-379) AL -6 y -7. Norma moral, discernimiento y concienciaAquí  y aquí