domingo, 14 de noviembre de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XXV)


Todo símbolo hierofánico es un símbolo iniciático cuya captación implica sus pruebas y su iluminación correspondiente. Si las corporaciones, la profesión religiosa, o las novelas del Grial poseen sus símbolos iniciáticos, parece evidente que la verdadera iniciación esté ligada a la experiencia espiritual. El reconocimiento de los símbolos provoca la experiencia espiritual. Así pues, dichos símbolos cumplen una función inicática, ya que la experiencia espiritual –como hemos dicho– coincide con una iniciación.

El hombre iniciado, en el sentido espiritual del término, está desprovisto de todo poder temporal. El homo carnalis puede usar sus poderes y entregarse a la magia, pero el homo spiritualis, se sitúa en un plano muy distinto: poseedor de un secreto –el secreto del rey– puede exclamar con Isaías (XXXIV, 16) secretum meum mihi. Pero este secreto pertenece al orden del conocimiento y su operación se extiende únicamente respecto a la transfiguración del cosmos, en cuanto tal.

El símbolo es un modo de lenguaje que suscita un estado de consciencia. El que lo capta alcanza otro escalón sobre la escala cósmica. Una iniciación se opera entonces, surge un modo de conocimiento desconocido, y el hombre penetra en otro ritmo: es decir, cambia de plano. Los recientes trabajos sobre simbolismo han mostrado cómo éste no puede unirse con una fase psiquica infantil. Lo que resultaría infantil sería detenerse en el símbolo en sí mismo sin rebasarlo, es decir, limitándose al objeto sin captar su proyección. Habría aquí una elección de la sombra por oposición a la luz; en este caso la negación del símbolo se equipara con la actitud infantil hacia él: creencia e incredulidad pueden presentarse en idéntico plano.

La experiencia del símbolo se convierte así en experiencia espiritual, es deleite, dilatación del corazón, estremecimiento interior, expansión del alma. La experiencia espiritual del símbolo se equipara a la experiencia mística, el alma se transforma, e iluminada, penetra en la vía del discernimiento y la sabiduría. Así se encamina de claridad en claridad (cf. II Cor., III, 18), es decir, de símbolo en símbolo, hacia la luz. Y guiada por su amor en tanto que sentido espiritual, descubre finalmente la gloria divina.



( Fragmentos extraídos de: «Iniciación a la Simbología Románica», Marie-Madeleine Davy, Ediciones AKAL, ISBN 84-460-0594-8 )

viernes, 5 de noviembre de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XXIV)


La experiencia espiritual se sitúa en el interior de la fe, y sin embargo, de algún modo, sobrepasa la fe, ya que se vuelve certeza. Esta certeza, según los místicos del siglo XII, no determina un estado duradero, sino que se presenta por relámpagos, comparables a hendiduras, a fisuras que quiebran la corteza y de algún modo la entreabren.

La experiencia espiritual iniciática se opera en el centro del alma, o mejor del espíritu teniendo en cuenta esta triple división: cuerpo-alma-espíritu; y dicho centro coincide con la cumbre del espíritu. Esta comparación quizás pueda parecer paradójica, el centro no es una cumbre. Mas se comprende el contenido de este símbolo recordando que el centro es un monte, lugar donde se unen lo celeste y lo terrestre, es decir, es un medio. Así, la Virgen, como criatura, es llamada tierra, mas como Madre de Cristo y como Esposa es nombrada por San Bernardo centro de la tierra.

viernes, 15 de octubre de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XXIII)


Ya hemos visto, a propósito del símbolo del amor conyugal, la necesidad de rebasar la humanidad de Cristo con el fin de llegar a su divinidad. La experiencia de Dios es una experiencia espiritual, y si no rebasara ciertos límites no sería una experiencia de lo divino. Retomando el texto de Gilberto de Holanda podemos decir que la gracia se ofrece justamente con la llamada: «Ábreme». Aceptarla es «abrir», es decir, reconocer el signo de la presencia y dejarse invadir por tal presencia. Ese «gota a gota de rocío» de que habla nuestro autor, más allá de aquel símbolo de lo que representa en tanto que rocío, significa que el ser, debido a su imperfección, no puede recibir la plenitud de la divinidad. Por ello el alma debe desplegarse, soltarse de algún modo y volverse más amplia, como un jarrón cuyas paredes pudieran dilatarse según su contenido. En experiencias como ésta, el alma no es pasiva en absoluto. Al «Ábreme» de Gilberto de Holanda corresponde el «tu rostro es lo que busco (faciem tuam requiro), muéstramelo (doce me), de Guillermo de San Thierry. Si la experiencia espiritual es primero un diálogo, se acaba en el silencio. En esta experiencia, no es el revestimiento del misterio lo que se presenta, y de alguna manera lo vela, como una corteza: la almendra se ofrece, el interior del fruto se revela. Así, San Bernardo en uno de sus sermones, De diversis (XVI, 7), hace alusión a Dios, que sacia a los santos con la flor del trigo y no con la envoltura de los misterios: ubi adipe frumenti, non cortice sacramenti satiabit nos Deus: luego vuelve varia veces sobre el tema de la envoltura del misterio y de la flor del trigo refiriéndose a la fe y a la visión cara a cara. Hay que pasar por la envoltura para alcanzar el grano de trigo y saciarse con él, la corteza hecha de paja no constituye alimento para el hombre espiritual. Sólo el hombre carnal, comparado por San Bernardo a una bestia de carga, puede contentarse con ello.

jueves, 7 de octubre de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XXII)



EXPERIENCIA ESPIRITUAL E INICIACIÓN A TRAVÉS DE LOS SÍMBOLOS

El término iniciático es de uso delicado cuando se trata de la simbólica cristiana, ya que evoca un sentido de segregación, de una minoría de elegidos, escogidos que se separan de la masa profana. Ya tuvimos ocasión para decirlo, y es además cosa bien sabida, que el cristianismo se dirige a la totalidad de los hombres; la iniciación cristiana es en sí accesible a cada uno. Mas si no existen las castas desde el punto de vista social, la selección se produce en el terreno de la calidad del alma o más exactamente consiste en la presencia o en la ausencia de la experiencia espiritual. Ésta resulta de un doble movimiento, pues es gracia y aceptación de esa gracia. La experiencia espiritual es comparable a una iniciación. Puramente interna, enteramente espiritual, puede ser suscitada por elementos externos; en este caso siempre hay un movimiento que va del exterior al interior, siendo el guru en este caso aquel «maestro interior» del que hablaba San Agustín.

Un texto de Gilberto de Holanda ilustra bien nuestra idea. En su comentario al XLIII Sermón sobre el Cantar de los Cantares, éste presta al Esposo (Cristo) dirigiéndole a la Esposa (el alma), una invitación apremiante: «Ábreme (aperi mihi), que yo estoy ya en ti mismo, pero ábreme aún así para que pueda estar en ti con plenitud mayor. Ábreme para que cumpla en ti una nueva entrada. He de darte el rocío de un nuevo impulso de amor... haré caer gota a gota sobre ti los secretos de mi divinidad».

lunes, 27 de septiembre de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XXI)


¿Cómo manifestar la naturaleza o la presencia de Dios, si no es por símbolos? En este aspecto, un texto de Máximo de Tiro evoca perfectamente lo que queremos expresar: «Dios padre de todas las cosas y su creador, es anterior al sol y más antiguo que el cielo; más fuerte que el tiempo y la eternidad, y más fuerte que la naturaleza entera que transcurre... Su nombre es indecible, y los ojos no podrían verlo. Entonces, al no poder captar su esencia, buscamos ayuda en las palabras, en los nombres, en las formas animales, en las figuras... en los árboles y en las flores, en las cimas y en las fuentes. Con el deseo de comprenderlo, en nuestra debilidad, prestamos a su naturaleza las bellezas que nos son accesibles... Es una pasión similar a la del amante, para el cual es tan dulce ver un retrato del ser amado, o incluso su lira, su jabalina... Cualquier objeto que despierte su recuerdo...» (Philosophumena, Oratio, II, 9-10)

Según Sugerio, abad de San Denis, «nuestro limitado espíritu no puede captar la verdad sino por medio de representaciones materiales». En la fachada de su iglesia abacial, una inscripción magnifica la belleza del arte:

«Lo que brilla aquí dentro, la puerta dorada os lo anuncia:

por la belleza sensible, el alma, aún grávida de peso, se eleva a la verdadera belleza,

y de la tierra donde yacía enterrada, resucita al cielo,

al ver la luz de estos esplendores»

sábado, 18 de septiembre de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XX )


LA FUNCION DEL SÍMBOLO

La función del símbolo consiste en religar lo alto con lo bajo, creando entre lo divino y lo humano una forma de comunicación que deje conjuntados uno a otro. No se trata de celebrar «el matrimonio del cielo y del infierno» según la expresión de William Blake, sino las nupcias de lo divino y de lo humano. Mircea Eliade ha mostrado que el símbolo no sólo «prolonga una hierofanía o actúa como sustituto», sino que su importancia proviene de «que pueda continuar el proceso de hierofanización, y sobre todo, porque, si llega el caso, él mismo es una hierofanía, es decir, que revela una realidad sagrada o cosmológica que ninguna otra "manifestación" está en condiciones de revelar». De esta manera el símbolo, en su realidad profunda, da testimonio de la presencia de lo divino, traza un círculo en torno a lo sagrado y por este hecho es comparable a una revelación. El hombre siente así una experiencia más o menos inefable de lo divino que adopta formas diversas, dependiendo del punto de la trayectoria sobre la que los símbolos se sitúan y del nivel espiritual del hombre que deviene sujeto de dicha experiencia. Ya sea telúrico, vegetal, animal, solar, etc., el símbolo contiene siempre un dinamismo proporcional a lo que expresa. Existe pues una escala de los símbolos que contiene toda una gama hierofánica concerniente a lo sagrado, pero abordándolo en su umbral o ya en su centro.

(...)

martes, 31 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XIX )


En ese tiempo sagrado se sitúa también el tiempo del símbolo. Concierne al tiempo del hombre interno, del hombre espiritual, del hombre orientado, es decir, ordenado, salido de su caos. El símbolo –como Josué– detiene al sol, ya que el tiempo sacralizado está más allá del tiempo creado en el mundo, del que pudo decir San Agustín: «El mundo no fue creado en el tiempo, sino con el tiempo». Pero este tiempo que acompaña la aparición del mundo, el símbolo no lo reconoce, o al menos lo rebasa. «Desde el punto de vista de la historia de las religiones –precisa Mircea Éliade– el judeo-cristianismo nos presenta la hierofanía suprema, a saber: la transformación del acontecimiento histórico en hierofanía. Se trata de algo más que la hierofanización del Tiempo, ya que el Tiempo sagrado es familiar a todas las religiones. Esta vez, es el acontecimiento histórico como tal el que revela el máximo de transhistoricidad: Dios no interviene solamente en la historia, como era el caso del judaísmo; sino que se encarna en un ser histórico... la existencia de Jesús es una total teofanía; se trata de un audaz esfuerzo por salvar en sí mismo el acontecimiento histórico, concediéndole el máximo de ser».
Hablando de arquitectura, Alain emplea la expresión de «arte en reposo». Este término significa un más allá de la duración, del movimiento, y se emparenta con la contemplación. San Bernardo hace mención del eterno solsticio, una visión del reposo, de lo inmutable, donde no existe pasado ni futuro; el eterno solsticio es abolición del tiempo, y su único movimiento –además incesante– se produce en un sentido vertical y no horizontal: es ahondamiento.

El Símbolo se inscribe en este estado de reposo, no se sitúa en absoluto en lo efímero. El cielo y la tierra pasarán (Mat., XXIV, 35; Marc, XII, 31; Luc, XXI, 33). Pero el símbolo no surge en absoluto de este cielo y de esta tierra condenados a desaparecer; hijo de la eternidad pertenece al solsticio eterno.

lunes, 23 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XVIII)


La expresión "in illo tempore" que leemos en la Biblia y que se encuentra al principio de las leyendas bajo la forma de «érase una vez», indica un tiempo en el que el pasado y el futuro no podrían intervenir. "In illo tempore" significa a la vez una salida del tiempo y una entrada en la eternidad, un tiempo accesible desde ahora. «Se le pide al cristiano –dirá Mircea Éliade– convertirse en cuanto tal en contemporáneo de Cristo: lo que también implica una existencia concreta en la historia, así como la contemporaneidad de la predicación, de la agonía y de la resurrección de Cristo.

Este presente escapa del desgaste del tiempo, y quiebra en cierta forma el continuum histórico en el mismo sentido en que San Pablo hace alusión al hombre externo que se debilita y al hombre interno que se renueva día a día (cf. II Cor., IV, 16). Cristo encarnado experimenta en su infancia las leyes del crecimiento: como hombre, muere; como Verbo, trasciende al tiempo histórico. Se sitúa en el tiempo y fuera de él.

martes, 17 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XVII)

EL TIEMPO DEL SÍMBOLO

El tiempo se presenta como un absoluto, y para captarlo conviene experimentar por uno mismo una nostalgia del conocimiento, una constante apertura, un apetito. En la medida de este deseo de conocimiento, de esta apertura, y apetito, el símbolo entrega su contenido, o mejor se revela, pues el conocimiento simbólico es comparable a una revelación.

Esta revelación posee a la vez un carácter personal e impersonal. Personal, ya que la revelación unida al símbolo depende del nivel de aquel que la recibe. Impersonal, ya que siempre es semejante y no varía en el tiempo. Si el conocimiento simbólico se presenta como una comunión, no consiste sólo en la unión del que aprende con el contenido aprehendido; sobrepasa estos límites. Como toda revelación, exige la transmisión aun siendo incomunicable. Esta paradoja, la volveremos a encontrar en el tiempo, en la misma medida de su sacralización.

Por ello el símbolo se presenta como un soporte a través del cual lo absoluto penetra en lo relativo, lo infinito en lo finito, la eternidad en el tiempo. Gracias a él se establece un diálogo y se opera una transfiguración: lo trascendente se impone. Dios quiere revelarse al hombre, el símbolo permite oír su voz. No se trata de contactos fugitivos y efímeros, o al menos dichos contactos sólo son fugitivos y efímeros en la medida en que aquel al que conciernen es incapaz de retener lo conocido, de traspasarlo a su existencia y vivirlo como tal.

sábado, 7 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XVI)


El símbolo crea una especie de transparencia, por él se opera una presencia de sí consigo mismo. El hombre está orientado, halla su yo verdadero y se encamina en una vía de liberación. El símbolo hace surgir el cuerpo espiritual o cuerpo de resurrección. Del mismo modo que existe una «capacidad de Dios» (capax Dei), podemos hablar justamente de una capacidad de los símbolos (capax symbolorum). El símbolo está lleno de vida, en la medida en que se percibe por un movimiento del alma que se dirige de la periferia hasta el centro. En nuestra existencia cotidiana, miramos y juzgamos según nuestro estado y nuestro punto de vista, y uno y otro se modifican constantemente. Las cosas son para una conciencia media exactamente lo que representan para ella. Lo mismo ocurre con el símbolo. Puede no ser captado por falta de visión.

Si lo ligamos al tiempo, su caducidad aparece de inmediato. En la medida en que se presenta como un modo de lenguaje, revelándonos un conocimiento, es el desvelamiento de una marcha ascendente que rompe con lo provisional, y por ello pertenece a una tierra transfigurada.

viernes, 30 de julio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XIII)


Este origen y finalidad del universo románico, es importante que se expresen. El hombre percibe oscuramente la comunidad de suerte y destino que le une al universo, tanto más cuanto en él descubre una sacramentalidad constitutiva de su verdadero alimento espiritual. Este mundo, suspendido como está de Dios, se le aparece lleno de misterios que el conocimiento físico y cósmico no agota. Quiere describirlo, conocerlo y experimentarlo. Pero cuanto más misteriosa es una cosa, más inasible resulta en el lenguaje común. Lo sagrado es por excelencia lo que no puede circunscribirse con palabras. De ahí la relación frecuentemente evocada entre lo sagrado y lo secreto. Lo sagrado no pertenece al campo de lo profano; la realidad sugerida por el símbolo no es jamás ilusoria. Por ello es conveniente encontrar una especie de intermediario para traducir lo inexpresable. Así, en el diálogo del Cantar de los Cantares, el Esposo y la Esposa –lo hemos visto– deben recurrir para representar su amor a expresiones secretas para el no-iniciado, mientras en el lenguaje entre el servidor y su amo, los términos usuales son suficientes. ¿Cómo determinar la belleza del sol y su papel, el agua purificadora, el Paraíso con sus puertas y su árbol?, ¿cómo comunicar a los demás el poder de Dios y la extensión de su reino?; para que el Logos se revele, es preciso moldear la materia. Sea palabra o piedra, hay que darle una forma que desvele lo intraducible y tienda un puente entre dos dimensiones. De ahí la necesidad de recurrir al símbolo y a la imagen que los teólogos, los místicos y los artistas usan ampliamente en el siglo XII.

martes, 27 de julio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy ( XII )


De la atención puesta en la búsqueda de la presencia divina nace la vigilancia ejercida respecto a los signos que la manifiestan. En su viaje terrestre el símbolo será el maná que alimenta al peregrino en su caminar por el desierto, y no sólo lo reconforta, sino que se convierte en una prueba de la acertada dirección de su orientación. Cuando la experiencia de Dios está viva en él, el hombre saborea este encuentro; si Dios parece ausente, el hombre busca signos, busca huellas, con el fin de encontrarlo.

miércoles, 21 de julio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy ( XI )


La percepción de la realidad del símbolo encuentra la realidad del yo profundo; por supuesto es importante no confundir este yo espiritual con la conciencia de orden psicológico. Por eso el hombre románico no sólo no se encuentra desorientado por la presencia del símbolo, sino que al contrario halla así su propia patria, comulga con lo que el símbolo expresa y percibe en sí mismo un eco de lo que capta. De igual modo que el niño distingue en lo que le rodea lo que necesita y discierne respuestas a sus preguntas, el hombre del siglo XII encuentra en el arte una respuesta a su apetito espiritual y a sus problemas.

El símbolo crea una relación entre la fuente original del hombre y su finalidad, es decir, conduce al hombre de su origen a su término, siendo origen y término igualmente divinos.

miércoles, 14 de julio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy ( X )


Claro que los hombres del siglo XII no siempre saben distinguir por sí mismos los símbolos en las imágenes que pueden contemplar en las piedras de sus iglesias románicas. En realidad están dirigidos, enseñados y de algún modo conducidos. La atmósfera religiosa que los impregna les permite no errar y descubrir lo esencial, ya que «los hombres creen más gustosos aquello que les cuentan que aquello que observan». Esta frase de Alain es particularmente válida para la época que nos concierne, ya que son escasos los espíritus críticos que piensan por sí mismos, y no porque sean incapaces, sino porque el medio en el que viven no les incita a la libertad de pensamiento y expresión: otros piensan por ellos. Sin embargo, la mentalidad simbólica es innata en unos hombres íntimamente ligados y alimentados por el mundo de lo invisible, como un embrión es alimentado por la madre que lo lleva en su seno.

sábado, 3 de julio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( IX )


LAS HUELLAS DE LA PRESENCIA DIVINA

En el siglo XII aparece una aspiración al conocimiento ligado a una intuición original en constante relación al yo profundo. Y esta intuición debe ser considerada como efecto de una simpatía que transporta «al interior de un objeto», para coincidir con lo que en él hay de único y, por consiguiente, de inexpresable. Bergson ha mostrado cómo es posible hacer coincidir lo real con la conciencia en la medida en que se elimina cuanto pueda obstaculizar la aprehensión de lo real. Los monjes destruyen estos obstáculos por la ascesis de los sentidos y más aún del corazón, de ahí la importancia dada a la renuncia considerada en sus diversas formas. Sólo la mirada purificada puede captar la presencia del símbolo y percibir su significado.

jueves, 24 de junio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy (VIII)


Cuanto más confesional es una época –como es el siglo XII– más ambigua es, ya que lo religioso puede derivar en un pseudo-espiritualismo que entonces es tan sólo un carnal disfrazado y temporalizado, aprovechado y, por tanto, mentiroso, o bien es subproducto del racionalismo; en ambos casos lo carnal es más auténtico, y preferible por ello.

Sólo los místicos, los poetas y los artistas salvan la realidad del símbolo, y es a través de ellos como conviene buscarlo. El filósofo, en la medida en que es amigo de la sabiduría, es capaz de comprender el contenido del símbolo. El intelectual tiene la ventaja del saber, y sin embargo ese saber puede no convertirse en conocimiento, y significar por consiguiente una forma de ignorancia privada de amor.

Para nuestros autores del siglo XII, el alma-esposa puede acceder a los secretos y a los misterios inefables, sólo ella penetra en la cámara nupcial, después de recorrer la vía ascendente iluminada por la presencia de los símbolos. Participando en la «luz viva» de que habla Santa Hildegarda, hela aquí, como la mujer del Apocalipsis (XII, I) revestida de sol.

jueves, 17 de junio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( VII )


Pero no deberíamos concluir que el símbolo esté reservado a una minoría, es decir, a los perfectos, excluyendo a la mayoría. El símbolo a todos se presenta, y se ofrece con magnificencia a la mirada del mismo modo que el sol ilumina a los buenos y a los malos (Mat. V, 45). La elección depende de los hombres, de su apetito, de la calidad de su amor, de su libertad, del sentido de su búsqueda. Si el símbolo es raramente considerado en la profundidad de su contenido, es únicamente porque los hombres se desvían, o mejor, no lo advierten. En cuanto al hombre que aprehende el misterio del símbolo y lo vive en sí mismo, no emite el deseo de separarse de la colectividad, sino que sufre al no poder compartir su tesoro. No es él quien se aleja de los otros, sino los otros los que se alejan de él. Bien se trate del siglo XII o de cualquier otro período, la realidad es idéntica y el hombre es siempre el mismo. Prefiere tener a ser, lo profano a lo sagrado, lo terrestre a lo celeste, un compañero de juego para compartir sus placeres, antes que un maestro que lo guíe.

martes, 15 de junio de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( VI )


Al amor y conocimiento del mercenario, del esclavo y del hijo corresponde el símbolo considerado en una plano externo, terrestre y carnal. Con el amor y el conocimiento de la Esposa, el símbolo se capta en su realidad profunda. Del mismo modo que el hombre que se encuentra únicamente en el plano terrestre puede ser considerado como un gnomo que no ha adquirido su estatura humana, el símbolo tomado en un sentido de exterioridad aparece insuficiente, vacío de sustancia, privado de profundidad.

sábado, 29 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( V )


Como vemos, nada hay de falso en el plano carnal, estrictamente terrestre, pero todo está allí limitado, ya se trate del espacio o del tiempo. El símbolo, considerado en un nivel carnal, se queda en el circuito de la exterioridad, es decir, de lo que vive y muere, lo que nace y pasa, lo que está cerrado y separado. Pero el símbolo, aprehendido en un nivel espiritual, se hace puente, presencia, lenguaje universal, vida concebida en otro orden: el de la eternidad. El símbolo concebido únicamente por el hombre carnal está privado de eco, y permanece en una zona de sombra; en cambio con el hombre nuevo –o espiritual– el símbolo ya es verbo, luz, hierofanía y teofanía, inaugurando por ello un tiempo nuevo: el de la transfiguración.

jueves, 20 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( IV )


Si tratamos de interpretar un texto bíblico, volvemos a encontrarnos por ejemplo con esta dualidad de sentido en relación al conocimiento sensible o espiritual. Cuando se dice que el hombre debe abandonar a su padre y a su madre (cf. Mat. X, 36) podemos referirnos a una familia física. Pero el sentido espiritual también evoca la parentela de nuestros sentidos externos, que nos hacen prisioneros (Ver San Bernardo, Sermón VI, 1, De diversis)

viernes, 14 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( III )


Pongamos otro ejemplo: el del sol. El hombre carnal se limita al sol externo en sus beneficios y también bajo su aspecto nefasto. Tendrá presente su luz y su calor, sus relaciones con la naturaleza y con el hombre. En cuanto al espiritual, considera el sol en su realidad, pero sabe que hay otro sol que ilumina al hombre interno, que alumbra su propia tierra. Y este sol también posee deslumbramiento y energía. Inunda de claridad la mirada del hombre espiritual y lo transforma en cuerpo glorioso. Hablando de la belleza del alma, San Bernardo dice que la voz está afectada por la calidad de su presencia. La mirada y la voz permiten descubrir la realidad más o menos luminosa de ese sol interior.

Si el sol externo fecunda y hace germinar flores y frutos, el sol interno posee su propia fecundidad, engendrando los dones del espíritu. El hombre espiritual, en el que el sol interno se levanta, no sólo ilumina su propia tierra, sino que propaga su claridad sobre el universo. Ligado al cosmos, participa de todo lo que está vivo, y expande la vida sobre sí mismo: vida imperecedera. Del mismo modo que el viento se encarga en la naturaleza de transportar el polen, el soplo del hombre espiritual esparce el germen, ya no sobre los cálices de las flores, sino en el corazón del los hombres.

lunes, 10 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( II )


Tomemos ahora el símbolo de la cruz. El hombre carnal considera la crucifixión con todo realismo, con lo que implica de dolor y sufrimiento físico en un tiempo dado, un momento determinado y un lugar exacto, refiriéndose únicamente a la persona de Cristo. El mismo San Bernardo confiesa haber empezado por el amor carnal (Sermón sobre el Cantar de los Cantares, XLIII, 3). Así, al principio de su vida monástica, agrupó como en un ramo las ansiedades y sufrimientos del Cristo.

El hombre espiritual contempla en el símbolo de la cruz un cósmico desmembramiento abarcando todas las direcciones, es decir, extendiéndose a todos los puntos cardinales. Nada queda excluido: el hombre, el animal, la planta y la piedra participan en la crucifixión y en la redención. El hombre mismo está destinado, en su cuerpo y en su espíritu, a compartir esta crucifixión. Pero Cristo ha resucitado, y el cosmos entero tiene que participar de su gloria. La tierra del hombre, llamada a ser una tierra transfigurada, se orienta hacia la luz a través de estas fases de crucifixión y resurrección. San Bernardo compara la vida y las palabras de Cristo a una aurora, cuya luz sólo brilla después de la resurrección. La carne débil se reviste del espíritu, dirá que ésta ya no tiene que recurrir a las imágenes carnales, como la cruz y otros símbolos relativos a la indigencia corporal.

miércoles, 5 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy


POSICION DE LOS SÍMBOLOS

A los distintos grados de la vía de la restauración del alma, yendo de lo carnal a lo espiritual, corresponden las diferentes interpretaciones de los símbolos que se sitúan en un plano carnal o espiritual, externo o interno, terrestre o celeste.

Citaremos aquí algunos ejemplos que nos permitirán captar los símbolos en el plano carnal y en el espiritual.

La natividad de Cristo: por ella el hombre carnal va a meditar sobre el Niño-Jesús, que nace en el pesebre e un establo en un lugar concreto y en un momento determinado. Esta consideración puede provocar una emoción pasajera, suscitar un sentimiento de afecto que puede desaparecer en cuanto el pensamiento abandona el objeto de su reflexión. En este sentido Guillermo de Saint Thierry hace alusión (Meditation, X, 4) a su imaginación aún débil, ligada a lo sensible, a su alma enferma que se fija en las sumisiones y humillación de la natividad, abrazando el pesebre y adorando la santa infancia de Cristo.

Pero el hombre espiritual meditará sobre el mismo símbolo a un nivel diferente. Partiendo de la realidad histórica del nacimiento de Cristo, comprenderá que esta natividad representa la unión de lo humano y lo divino que se prolonga en cada ser. Cualquier alma está destinada a convertirse en un pesebre en el que Cristo nace perpetuamente. Y este nacimiento constituye un estado de ser, un modo de pensar y de actuar, y en consecuencia una manera de existir. Por ello las relaciones consigo mismo y los demás se volverán diferentes, pues todo hombre se nos aparece como un Cristóforo, o al menos capacitado para serlo. Esta presencia de Cristo en el hombre crea un nuevo modo de relación, de conocimiento y de amor, respecto a sí mismo, a Dios, a los demás y al universo en su totalidad. «Ahí donde nace, se manifiesta», precisa San Bernardo en un sermón para la víspera de Navidad en el que considera el sentido material y espiritual de la Navidad.

jueves, 29 de abril de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY (XXII)


La influencia sobre el mundo exterior

Los «acontecimientos se desarrollan en la realidad del espíritu antes de manifestarse en la realidad exterior de la historia. Todo lo que ocurre en el mundo tiene una fuente interior espiritual». Este comentario de Nicolas Berdiaev es significativo. Precisa la importancia de la vida interior y de su impacto sobre el mundo. La polución que hace estragos en el aire, en el agua y sobre la tierra, es el resultado de una polución en el interior mismo del hombre. Una tal polución significa su agonía.

Nada estará perdido mientras existan hombres que se han vuelto vivos gracias a la plenitud de su vida interior. Ellos hacen don de esa plenitud al universo y lo salvan transfigurándolo.



* * * * * * * * * * * *

Extraído de: Questión de... nº116: Marie-Madeleine Davy, Les Chemins de la profondeur. Revue trimestrielle - Albin Michel, B.P. 21 - 84220 Gordes (Francia).

sábado, 24 de abril de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY (XXI)



El hombre transfigurado se ha vuelto silencioso


Llega un momento en el que todos los estados sucesivos están tras de si: ya no existe otra cosa que la transfiguración. La unidad es beatitud indecible, pero es también perfecta simplicidad y no distinción, porque se expresa en una perfecta libertad. Así, el hombre transfigurado no es visible, es decir reconocible, más que por aquellos que realizan una búsqueda idéntica.

Cuando el hombre es iluminado y transfigurado, ya no hay para él caminos, problemas o cuestiones, ni incluso imágenes alegóricas o simbólicas; recurre a ellas únicamente para expresarse. Todo se ha vuelto lugar silencioso. Deificado, él deifica porque proyecta en el cosmos simientes de metamorfosis. Así, por su vida interior, el hombre muerto y resucitado prolonga la obra de Cristo en el universo. Ni siquiera habla de Dios, porque se ha vuelto un vivo testimonio de la vida divina. Se nombra a un ausente, una presencia no tiene necesidad de ser evocada: ella está ahí.

domingo, 18 de abril de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY (XX)


En la experiencia sutil de la vida interior, el estado de desconocimiento le lleva a la consciencia del conocimiento. El puro conocimiento es de orden extático, ya que es indiferenciado; no podría producirse al nivel de los sentidos exteriores e interiores. Es más allá donde se produce la iluminación. Esta surge súbitamente, inesperadamente. Así, la iluminación sobrepasa un estado personal. Ciertamente, el sujeto experimenta una experiencia que le es propia, pero no la retiene como un «tener», puesto que ya no tiene ningún deseo de posesión. La iluminación deviene un estado no sometido a alternativas, ya que en su plenitud sobrepasa al sujeto que la recibe o, más exactamente, el sujeto no intenta retenerla como un bien propio. Esta iluminación se extiende en el cosmos de una manera difusa; ella es luminosidad, amor pleno de ternura.

Todos aquellos que están hambrientos de interioridad pueden de esta manera recibir una mano anónima que descubren independientemente del lugar donde se encuentren. El tiempo y el espacio no podrían intervenir. El hombre iluminado se mantiene en un vacío supramental que le permite asistir como espectador al desarrollo de su propia existencia. Privado de deseos y de proyectos, se sitúa más allá del sufrimiento, de las dispersiones y del fraccionamiento; la muerte misma es sobrepasada, con todas las angustias que la acompañan.

domingo, 11 de abril de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY (XIX)



EXPERIENCIA, ILUMINACION, DEIFICACION

En la medida en que la experiencia se afina, se transforma en experiencia sutil. Al comienzo, el hombre es consciente de lo que descubre. Mientras posee esa consciencia clara, su descubrimiento carece de profundidad. Se puede solamente hablar de una aproximación, ya que el verdadero descubrimiento, la captación, es transconsciente en su penetración. El místico no sabe que ora, y tampoco sabe que conoce, de la misma manera que el sol resplandece, y calienta e ilumina. Así, el amor es únicamente amor; nada más y nada menos.

domingo, 4 de abril de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY (XVIII)


EL FONDO SECRETO DEL ALMA

El viaje interior conduce al descubrimiento del fondo del alma. «Hay en el alma un fondo secreto de donde» surgen el conocimiento y el amor; ese «algo» no conoce y no ama; son las potencias del alma las que conocen y aman (Maestro Eckhart, Tratados y Sermones). Ese fondo secreto no tiene ni pasado ni futuro. Desde el momento en que el hombre penetra en él, se sitúa fuera del tiempo y del espacio. Es así como el itinerario de la vida interior desemboca en la eternidad, ahí donde no hay nada que alcanzar y nada que añadir, nada que ganar y nada que perder. «Ese fondo secreto ha comprendido en que reposa la beatitud» (Eckhart)

Llegar a ese fondo, tal es el la apuesta de la vida interior y de alguna manera su secreto. Estamos así muy lejos de los aspectos dogmáticos y morales de los que a veces se ha sobrecargado el cristianismo. La ley, por ejemplo la que está presente en los mandamientos, se ofrece como un cuadro, por lo tanto una exterioridad, y no concierne a la vida interior misma. Pero es evidente que aquel que se encamina hacia el fondo de su ser ha dominado sus pasiones y sus codicias, o, más exactamente, ellas se han desprendido de él.

El hombre interiorizado sabe que él no tiene que abandonar, él es abandonado por las dispersiones. Cuando un niño crece, deja sus juegos, o más bien los juegos le dejan. Más todavía, la mariposa olvida que ha sido larva, reptando como una serpiente; vuela, y esa es su dicha resultante de su vocación de mariposa. Así, cuando el hombre toca su fondo, se metamorfosea. Está ahí el milagro producido por la vida interior.

jueves, 25 de marzo de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( XVII )


La oración ininterrumpida

Establecido en su corazón considerado como el centro de si mismo (según la tradición oriental), el hesicasta se entrega a la Oración de Jesús basada en la respiración. El la repite incansablemente como un mantra. Es en el lugar del corazón donde se fija la presencia de Cristo. Esta oración devenida perpetua es denominada la Oración pura, ella conviene al corazón llegado a ser libre por la liberación de los pensamientos errantes y puro en tanto que espejo perfectamente limpio. La célebre Oración de Jesús consiste así en la repetición ininterrumpida de las palabras: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi». Esta oración está en el centro de los textos reunidos bajo el nombre de Filocalia.

domingo, 21 de marzo de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( XVII )


El silencio interior

Lo más importante en el orden de la vida interior es que el buscador de su interioridad se mantenga a la escucha del interior de si mismo y tome, en la medida que pueda, momentos de silencio, de recogimiento y de retiro. Según la intensidad de su escucha, será conducido, guiado, formado, a condición de mantenerse en perpetuo estado de vigilia, con una vigilancia tanto más intensa en cuanto que no habrá nadie fuera para observarle, reprenderle o animarle.

... La mayoría de los cristianos ignoran la verdadera tradición cristiana y piensan que no existen métodos en el interior del cristianismo para abordar y profundizar la vida interior. Sin embargo, hay una vía observada, sobre todo en los monasterios ortodoxos, que hoy en día ha hecho entrada en la mayoría de los conventos cristianos; es practicada no solamente por los monjes sino por aquellos que viven fuera de los claustros: se trata del hesicasmo.

El hesicasmo es un método de interiorización que conduce a un perfeccionamiento que desemboca en la deificación. El hesicasmo reposa en la práctica de la hesyquia. Este termino, que significa reposo, tranquilidad, quietud, no pertenece únicamente al lenguaje religioso; se conoce su empleo en el griego profano. La adquisición de la calma y de esta tranquilidad concierne al cuerpo (ayuno, vigilia, trabajo) después a la psyche (el alma) y finalmente al espíritu por el despertar de sus energías latentes. La importancia se da a los pensamientos que pueden empañar el corazón y perturbarlo. El hesicasmo rechaza los discursos interiores, las interrogaciones inútiles, los falsos problemas que dispersan de la actividad del intelecto. Aún más, rechaza todas las ideas sobre Dios que corren el riesgo de abrir una distancia entre el sujeto y la divinidad reduciendo esta a un objeto exterior es decir a un ídolo. El reposo al cual desemboca la práctica de la hesyquia no es estático sino profundamente dinámico. Se le puede ver como una reunión de las diversas energías, como la conquista de la perfecta unidad entre el cuerpo, el alma y el espírit

viernes, 12 de marzo de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( XVI )



La Biblia

Para un cristiano, la mejor enseñanza se encuentra en la Biblia. Es a través del Antiguo y el Nuevo Testamento como el sujeto es conducido a su interioridad. La lectura asidua del Génesis, de los Salmos, de los Profetas, de la Sabiduría, del Eclesiastés y de los Proverbios será particularmente mantenida junto a los libros del Nuevo Testamento. No se trata solamente de leer, sino de profundizar, de «rumiar», y la Palabra divina se volverá actuante en el alma, el corazón y el espíritu.

En las escuelas monásticas (benedictinas, cartujas, cistercienses), la primacía es dada siempre a la Biblia tanto en el oficio como en la lectio divina. Hoy en día, los benedictinos y los cistercienses abren gustosamente sus abadías a las personas de fuera, favoreciendo así los retiros silenciosos. Algunos podrán encontrar allí asilos de paz y de enriquecimiento. Sin embargo, vivir en el mundo o residir de por vida en una comunidad religiosa presenta objetivos muy diferentes. Incluso en los claustros, teniendo los monjes carencia de formadores, los verdaderamente contemplativos son excepcionales. Además no sería justo que personas del exterior vinieran a perturban la vida de silencio de hombres o de mujeres que han elegido el claustro para mejor dedicarse a «lo único necesario»: el encuentro y la unión con la Deidad. Una enfermedad del alma puede conllevar transferencias y mantener el dirigido y al director en un sicologísmo de mala ley, puesto que no es liberador. Y esto tanto más cuanto que los monasterios –al margen de las cartujas cerradas a toda exterioridad– se encuentra ellos mismos en búsqueda desde el último concilio y están por ello en pleno período de mutación. Existen no obstante fundaciones nuevas de espíritu contemplativo y sin embargo abiertas y acogedoras, permitiendo así a aquellos que lo desean aprender a orar y penetrar en su dimensión de profundidad.

domingo, 7 de marzo de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( XV )




La elección de las lecturas

A falta de maestro, el discípulo recurrirá a los autores expertos en la investigación interior. El peligro, aquí, es de dispersarse y leer inútilmente. Sería suficiente con mantenerse firmemente en un solo guía sin picotear al azar. Si, por ejemplo, un buscador tomara las obras de Maestro Eckhart para ayudarse en su vida interior, podría cómodamente consagrar varios años de su vida a la meditación de sus obras, pero no estaría sin embargo cerrado a la lectura de los Padres de la Iglesia, en particular de los Capadocios (Basilio, Gregorio de Niza y Gregorio Nacianceno), de los Padres del Desierto, de los autores cartujos, cistercienses de la Edad Media y también de la escuela renana. Es preferible leer directamente los textos o a través de traducciones mejor que recurrir a sus comentadores. La vida interior no tiene fecha, poco importa si los autores son antiguos y se expresan en el estilo de su época. Además, el verdadero lenguaje espiritual nunca es mermado por el tiempo.

jueves, 4 de marzo de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( XIV )


En nuestra época, al menos en Occidente, la raza de los directores espirituales se rarifica mientras que los seudo-maestros se multiplican. Mas vale estar solo que guiado por alguien que conduce a callejones sin salida o esteriliza la vocación interior. No obstante, al comienzo y durante el recorrido, sería preferible ser iniciado a la vida interior, si no tenemos el riesgo de tomar falsos caminos, de vivir en la ilusión y en una falta total de lucidez. El encuentro con un ser de luz es a veces el estímulo necesario para provocar el viaje de la interioridad. Cuando un discípulo ha penetrado realmente en su dimensión de profundidad, incluso en su ausencia, el maestro espiritual se le hace presente.

viernes, 26 de febrero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( XIII )



EL NECESARIO MAESTRO ESPIRITUAL

¿El hombre que inicia una investigación interior tiene necesidad de guía? Antaño, en los Padres del Desierto y también en las escuelas iniciáticas orientales, el discípulo vivía cerca de su maestro. La existencia en común era preferible para que la enseñanza fuera justamente adaptada a la capacidad de aquel que la recibía. Ver vivir, observar el comportamiento del alumno rompe las ilusiones que se podrían tener al respecto. El discípulo se conoce mal y lo que él expresa es raramente adecuado; se confunde sobre si mismo por falta de discernimiento y también de lealtad. Solo un sujeto ya formado es capaz de revelar lo esencial a aquel que le conduce. En razón de las reacciones más o menos previsibles del sujeto, el maestro espiritual correría el riesgo de perturbar a su discípulo e incluso perturbarlo profundamente guiándole sin verle de vez en cuando. Ciertamente, un buen maestro puede seguir a distancia a su alumno, pero tales casos son poco frecuentes, ya que raros son los verdaderos maestros y raros los buenos discípulos.

domingo, 21 de febrero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( XII )


La agonía del yo

A causa de un calentamiento progresivo producido por la ascesis, la oración, la meditación, la calma del cuerpo, del intelecto y del corazón, el ego comienza a fundirse, después se derrite. El sujeto ya no está preocupado por si mismo; helo aquí privado de proyectos y de deseos. Atraviesa así «la noche» descrita por Juan de la Cruz. Nada le atrae y todo le parece insípido. La necesidad de asistir a la agonía de su yo puede parecer dolorosa; sin embargo los autores espirituales recomiendan no vacilar durante esta muerte. Esta agonía es esta muerte conducen a la pobreza, al desapego y sobre todo al abandono de la voluntad propia. Cuando el hombre abandona su yo, o más bien sus yoes, la alegría surge.

miércoles, 17 de febrero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( XI )



La educación del cuerpo


El cuerpo se educa. Aquí se requiere la comprensión más que la violencia como tal. Al comienzo, el esfuerzo puede experimentarse en su dureza. En la medida en la que la espontaneidad se vuelve un estado, la conducta prosigue sin tensión. Para el hombre interior, la educación del cuerpo no cesa de perseguirse. Abandonarlo por el hecho de su pesadez y de sus exigencias sería exponerse a encontrarlo, un día u otro, como un obstáculo. Aislándolo y menospreciándolo, el hombre se divide y, dividiéndose, se pierde. Los ejercicios de relajación y de respiración, la presencia atenta a los órganos para animarlos en su buen funcionamiento, aseguran su vitalidad. Tener confianza en el cuerpo es una buena actitud –sin apegarse desmesuradamente a él. El cuerpo está «de paso», hay que tratarlo bien sin por otra parte ser su esclavo. No se cambia de cuerpo como se cambia de montura. La cuerda de un arco tiene que ser tensada para vibrar, pero sin llegar a una tensión que la rompería.

El hombre parece reducirse al cuerpo para la mayoría de los individuos, y la actividad del sexo ya no es solamente placer, sino valor comercial expuesto en el teatro y en el cine. La vida interior respeta el cuerpo; no obstante, durante mucho tiempo ha tenido tendencia a despreciarlo. Este se venga actualmente de haber sido el mal-querido volviéndose ahora el único-querido. La ascesis da al cuerpo su lugar a la vez que le enseña a mantenerse al servicio del espíritu.

domingo, 14 de febrero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( X )


LA ASCESIS: PRELUDIO A TODA VIDA INTERIOR

Toda búsqueda concerniente a la vida interior comienza y prosigue por la ascesis. Sin ascesis, el hombre interior está condenado a la inautenticidad. No es la ascesis un objetivo, sino un medio. Contentarse con una ascesis exterior concerniente solamente al cuerpo es insuficiente. ¿Para que bueno privarse de alimentos si el corazón no ayuna, si los pensamientos se multiplican en su movilidad disipando el espíritu? La ascesis tiende a cortar las raíces del narcisismo, o mejor todavía a desenraizarlo perpetuamente ya que –como la hidra de siete cabezas– cuando una se corta, otra crece. Los yoes son numerosos: cuando uno de ellos parece muerto, otro surge. Para el hombre moderno, la ascesis exige también una constante puesta en duda. No se trata de alimentar dudas e inquietudes, sino de poner signos de interrogación que no encuentran respuesta más que en la profundización. La ascesis es un perpetuo desapego que necesita una disciplina en la manera de vivir, de nutrirse, de dormir y también de divertirse, de trabajar, de leer, de pensar y de comportarse con los demás. La ascesis del intelecto permite no confundir lo esencial con lo accesorio, no dispersarse en parloteo en aquello que no solo escapa a la razón sino también a la inteligencia. Así, la ascesis continua tiene como resultado un perfecto dominio.

Para el cristiano, se acompaña de una oración constante. Esta es una perpetua liturgia en el interior. Esta liturgia hace uso de palabras; en su cumbre se vuelve silenciosa. Es disposición a recibir la «gracia» sin la cual ningún paso en la vida interior podría efectuarse. La oración no es solamente llamada, es también alabanza, gratitud, confianza y abandono. La oración se dirige a una Presencia a la que se llama comúnmente Dios.

sábado, 6 de febrero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE MADELEINE DAVY ( IX )


" Uno puede preguntarse como se pone en camino el hombre hacia su interioridad. Esta búsqueda responde a una nostalgia de belleza, de terminación, de inmortalidad, y también a un amor del cual experimenta su realidad desde el momento en que se recoge en su espacio ilimitado, privado de toda frontera, más vasto que el universo. El buscador, que, semejante a un nuevo Cristóbal Colon, se aventura en la vida interior, visita un continente del que no podrá nunca volver. Los descubrimientos se suceden, y él va de asombro en asombro, de maravillamiento en maravillamiento. Ciertamente, encuentra obstáculos, pruebas que son otros tantos exámenes de paso que hay que aprobar necesariamente, o volver a comenzar. En la vida interior, el viajero no salta de estación, por lo mismo que la naturaleza es fiel a un ritmo estacional. Para marchar rápido, le es necesario abandonar sus equipajes, deslastrarse, llegar a una total desnudez, mantenerse libre con el fin de favorecer su empresa. De ahí la necesidad de la ascesis."

lunes, 1 de febrero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( VIII )


" En la vida interior, el hombre no está nunca abandonado. Físicamente, puede sucumbir a la fatiga y al hambre, a la soledad, encontrar transeúntes que le miran y que sin embargo no le ayudan. En el interior, es suficiente con que clame su miseria, su desnudamiento, con que pida ayuda, con que ore: las ayudas le son enviadas en seguida. El beneficiario ignora de donde provienen, pero están allí y le salvan no de las pruebas, sino de las trampas y de los peligros. Es por eso que el hombre exterior puede atesorar por prudencia humana, el hombre interior recibe cotidianamente su ración de luz, y ese es su «pan de cada día» "

miércoles, 20 de enero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( VII )


Diversos caminos, un solo objetivo

Es así para aquel que emprende el viaje del interior. Puede consultar especialistas, proveerse de libros relatando las exploraciones análogas a la suya, pero deberá efectuar él solo su propia investigación interior; esta soledad puede pesarle como un fardo. En realidad, es ella el precio de su libertad y de su fidelidad a su vocación personal. En el descubrimiento de la vida interior, se presentan tantas vías diferentes como individuos. No obstante, los caminos diversos conducen a un objetivo idéntico. El hombre es una masa compacta, le hace falta levadura. A falta de descubrir en uno mismo esta levadura, tiene él tendencia a buscarla fuera. Es ese un error pernicioso, que le hace perder tiempo, energías y le distrae de lo esencial. Volver a uno mismo, es decir vivir dentro, habitar consigo mismo, tal es el secreto comunicado por los hombres de luz.

viernes, 15 de enero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( VI )


LA EXPLORACION INTERIOR


La interioridad se descubre como una Tierra prometida, conviene ir a su encuentro. Por otra parte, ella misma se acerca y se dirige hacia el que la busca, ofreciéndose a su mirada. En el itinerario interior, no hay punto de referencia. Creer descubrirlo sería ilusorio. No existe ningún agarradero ni sensible, ni mental, ni voluntario. Nada: dice Juan de la Cruz. La vida interior es más un desprendimiento que una adquisición. La fuente está obstruida, conviene desatascarla.

El viaje interior, un viaje de solitario

En un tal caminar, se avanza a mar abierto: un mar sin orillas que el ojo pueda distinguir. No hay huellas tras de si, no hay camino trazado por delante. Ningún puerto tranquilo para refugiarse, tampoco ancla para fijarse, las amarras se han roto. Se puede sentir el miedo del naufragio. Hay que superarlo, porque toda inquietud te vuelve esclavo. Solamente la libertad, la independencia, la confianza en la gracia provocan la transparencia: la opacidad desaparece y el agua se hace poco a poco translúcida. La descripción de los senderos recorridos por los demás anima. Uno se encuentra con que tiene compañeros de viaje, y poco importa la época en la cual han vivido. De todas maneras, ser retenido por ellos y por su experiencia impediría el seguir su propio camino. El viaje interior es aquel de un navegante solitario. Este se ha entrenado antes de comenzar su periplo aventurero; posee en su barco las rutas de navegación. Pero le es necesario hacer frente a situaciones imprevistas y prevenirse contra los peligros por un simple sentido común y una clara intuición.

lunes, 11 de enero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( III )


EL CONOCIMIENTO DE SI

El conocimiento de si es comparable a una apertura, en el sentido musical del término: es por eso que ese conocimiento penetra a cualquier otro.

Según Platon (Apol., 1,28), «No vive verdaderamente quien no se interroga sobre si mismo». El cristianismo, heredero en sus primeros siglos de la filosofía griega, da una extrema importancia al conocimiento de si. Es por eso que se verá en particular a los Padres griegos recomendar la reflexión sobre uno mismo, sobre su origen y su destino. De ahí el termino «socratismo cristiano» propuesto por Etienne Gilso.

Conocerse, es descubrir en si la imagen divina en el sentido del texto del Génesis: «Dios creo al hombre a su imagen y semejanza». Esta imagen es comparada a un germen divino, infinitamente pequeño y frágil. Esta semilla es equivalente a un grano de mostaza o de arroz. Su función es la de crecer y dar su fruto, como un grano de trigo echado a un surco y que debe crecer y portar una espiga.

La vida interior tiene como función despertar esta simiente a la manera de una hembra cubriendo su huevo. Toda criatura es «mujer», la simiente es divina, conviene calentarla para hacerla eclosionar: tal será la obra de la vida interior. Lo importante nunca perder el contacto con la fuente de su ser, hacerla crecer como un agua viva con el fin de beber en ella. Esta simiente divina es llamada «reino», «perla», «tesoro». Ella se encuentra en el fondo del fondo del ser: es por eso que un ahondamiento es necesario.

miércoles, 6 de enero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( II )


EL REINO ESTA DENTRO DE VOSOTROS

«Buscar primero el reino de Dios». A esta frase de san Mateo (6, 33) sigue esta de san Lucas (17,21): «El reino de Dios está dentro de vosotros». Así, el cristiano está informado de que debe buscar antes que nada el reino y que este se encuentra en él. Estos dos textos engloban la vida cristiana. Es a partir de ellos que la aventura cristiana comienza y se despliega.

Respondiendo a esta invitación, el hombre de buena voluntad se pregunta: ¿dónde situar este «dentro»? ¿cómo alcanzarlo? ¿cuál es la vía más corta para descubrir este reino? Que el hombre se extienda en preguntas múltiples y ociosas y helo aquí perdido. Lo importante es ponerse manos a la obra y buscarlo. Antes que nada el buscador descubre su amplitud, la siente confusamente sin poder llegar a circunscribirla. Una tal visión es justa, ya que la interioridad está privada de límites. Que él ceda al vértigo nacido de la consciencia de esta «vastedad» y se encontrará dando vueltas alrededor de si mismo sin poder llegar a penetrar al interior de su inmensidad. «La belleza de la hija del rey está dentro» le enseña el salmista (Sal. 45,14). El reino es belleza, y el buscador, quedando enamorado de esta belleza que él ignora todavía, pero que se sitúa en él, va a coger el camino del amor. Es la vía más corta, y su amor podrá transformarse poco a poco en conocimiento.

Pero antes que nada el hombre experimenta su ignorancia que es trágica y desesperada: él constata que no se conoce. No posee en efecto ninguna experiencia de su propia realidad. Antes de emprender su viaje al interior, le es importante saber quien es él.

sábado, 2 de enero de 2010

EL ARTE DE LA VIDA INTERIOR - MARIE-MADELEINE DAVY ( I )


Todo arte se aprende, todo oficio se enseña. Existe un arte de vivir como existe un arte de amar, y por lo mismo un arte de la vida interior. Este arte tiene sus guías. Entre ellos el más precioso se encuentra en el interior de uno mismo. Poco importa el nombre que se le de. Se puede, con San Agustín, llamarlo el «Maestro interior». Pero debe de ser descubierto. Los otros maestros no tendrán otra función más que la de favorecer este encuentro de uno mismo con el Si-mismo supremo, el elemento más vivo del ser.

El arte de la vida interior es sutil. Va desde el conocimiento de uno mismo hasta la iluminación pasando por la ascesis, la concentración, la meditación y la oración. Comporta el aprendizaje de la pobreza interior, del perfecto renunciamiento. Desemboca en el vacío. En el fondo del fondo de la dimensión interior se encuentra un lugar que la mayoría de los hombres no visitan. Se puede nacer, vivir mucho tiempo y morir ignorándolo. Se puede creer tocarlo pero él retrocede a medida que uno se le aproxima, porque él siempre es algo a conquistar, salvo para los perfectos de los cuales él es el lugar esencial. Es el centro de la rueda que permita a esta moverse. Este vacío se llama así porque no sabríamos darle un nombre.