jueves, 17 de junio de 2010
SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( VII )
Pero no deberíamos concluir que el símbolo esté reservado a una minoría, es decir, a los perfectos, excluyendo a la mayoría. El símbolo a todos se presenta, y se ofrece con magnificencia a la mirada del mismo modo que el sol ilumina a los buenos y a los malos (Mat. V, 45). La elección depende de los hombres, de su apetito, de la calidad de su amor, de su libertad, del sentido de su búsqueda. Si el símbolo es raramente considerado en la profundidad de su contenido, es únicamente porque los hombres se desvían, o mejor, no lo advierten. En cuanto al hombre que aprehende el misterio del símbolo y lo vive en sí mismo, no emite el deseo de separarse de la colectividad, sino que sufre al no poder compartir su tesoro. No es él quien se aleja de los otros, sino los otros los que se alejan de él. Bien se trate del siglo XII o de cualquier otro período, la realidad es idéntica y el hombre es siempre el mismo. Prefiere tener a ser, lo profano a lo sagrado, lo terrestre a lo celeste, un compañero de juego para compartir sus placeres, antes que un maestro que lo guíe.