viernes, 14 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( III )


Pongamos otro ejemplo: el del sol. El hombre carnal se limita al sol externo en sus beneficios y también bajo su aspecto nefasto. Tendrá presente su luz y su calor, sus relaciones con la naturaleza y con el hombre. En cuanto al espiritual, considera el sol en su realidad, pero sabe que hay otro sol que ilumina al hombre interno, que alumbra su propia tierra. Y este sol también posee deslumbramiento y energía. Inunda de claridad la mirada del hombre espiritual y lo transforma en cuerpo glorioso. Hablando de la belleza del alma, San Bernardo dice que la voz está afectada por la calidad de su presencia. La mirada y la voz permiten descubrir la realidad más o menos luminosa de ese sol interior.

Si el sol externo fecunda y hace germinar flores y frutos, el sol interno posee su propia fecundidad, engendrando los dones del espíritu. El hombre espiritual, en el que el sol interno se levanta, no sólo ilumina su propia tierra, sino que propaga su claridad sobre el universo. Ligado al cosmos, participa de todo lo que está vivo, y expande la vida sobre sí mismo: vida imperecedera. Del mismo modo que el viento se encarga en la naturaleza de transportar el polen, el soplo del hombre espiritual esparce el germen, ya no sobre los cálices de las flores, sino en el corazón del los hombres.