viernes, 9 de octubre de 2009

LA MIRADA CONTEMPLATIVA - MARIE MADELEINE DAVY ( XI )


LA MIRADA CONTEMPLATIVA

La lucidez permite desprenderse de las ilusiones. Corremos siempre el riesgo de confundirnos sobre nosotros mismos y sobre nuestros pretendidos progresos. Ahí, una vez más, opera el renunciamiento a uno mismo. La cercanía de los misterios oculta la sombra y el vano cuestionamiento.

Las intuiciones provocan iluminaciones. Estas son preciosas. No obstante, la inteligencia, que intelige dentro, parece preferible. Ella tiene la ventaja de manifestarse en un continuo ejercicio. Intuición e inteligencia sutil pueden unirse y corresponderse. Se enriquecen mutuamente. La experiencia enseña que las revelaciones se sitúan obligatoriamente más allá del oído, de la vista y de las sensaciones. Una certeza se impone, su inmediatez sorprende. De ahí un sobrepasar la fe y las diversas creencias, la entrada en el desvelamiento de los misterios.

La mirada contemplativa atraviesa las envolturas protectoras. Como una flecha rápida, hace diana alcanzando el centro. Bruscamente uno sabe, sabiendo que no se sabe nada con relación a la amplitud del verdadero conocimiento. Los velos se desgarran, pero siempre hay otros nuevos que es importante quitar. «El tesoro está escondido». Conviene aceptar el hecho de verlo a través de grietas, de enrejados. Atravesadas las zonas de sombra, la luz brota. La oscuridad no proviene, como se podría creer, de fuera. Ella no es fruto de los acontecimientos. Esta negrura emana de nosotros mismos, de nuestra falta de apertura, de dilatación, de la importancia dada a hechos nimios que cargamos con una importancia irrisoria. Llega un momento en el que todo se vuelve trampolín, incluso las pruebas son consideradas como pistas de despegue. El gusto de lo amargo, de lo ácido, no tarda en endulzarse y en transformarse en miel. ¡degustación extraordinaria!

Pocos hombres son concernidos por la meditación. Y esto no tiene ninguna importancia. La meditación no presenta una panacea para intentar animar la profundidad de la interioridad. Las vías son diferentes. Ningún camino podría ser privilegiado. A cada uno toca encontrar el suyo, y a veces en un más allá de las habituales rutinas. Una misteriosa comunión se establece entre los hombres, que se manifiesta en perpetuos intercambios según la ley de los vasos comunicantes. Un donador se vuelve, un instante después, en receptor. Los papeles y las funciones se mezclan, con la única condición de mantenerse en una perpetua apertura. En el ámbito de la autenticidad, el rico puede volverse pobre y el miserable, colmado.

En lo exterior, el meditante no se distingue de los demás hombres. Se mantiene discretamente en lo incógnito en el sentido de Kierkegaard. Amante de la soledad, experimenta la necesidad de esta. No busca la marginalidad, pero a él le es necesario vivir la plenitud de su diferencia siempre respetando la del otro. Es en la profundidad de la soledad donde recupera sus energías y descubre su fondo, su interioridad siempre nueva y viva. Para nada busca la consideración. Además, ningún egoísmo le retiene, ya que se desliga incansablemente de si mismo. Una suave compasión no cesa de moverle. Todo en él es apertura en las dimensiones humana y divina que florecen en su interioridad sin por ello instalarse fuera.

¿Quién puede percibir entre la multitud al hombre interiorizado? ¿Quién puede descubrir en su mirada contemplativa una chispa de eternidad? Angelus Silesius responde a esta pregunta diciendo: «Un corazón que tiene ojos y que vigila».



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Extraído de: Questión de... nº116: Marie-Madeleine Davy, Les Chemins de la profondeur. Revue trimestrielle - Albin Michel, B.P. 21 - 84220 Gordes (Francia).

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http://usuarios.lycos.es/contemplatio/con-lamirada.htm