lunes, 30 de abril de 2012

una oración directa -LA ORACIÓN DEL MAESTRO ECKHART - Alberto E. Justo


No pretendo introducir, en modo erudito, esta versión castellana, que aquí presento, de una oración del Maestro Eckhart. Por el contrario, el interés de semejante publicación es abrir más caminos a la plegaria, precisamente cuando hay tantos que descubren, en la dimensión contemplativa de toda vida cristiana, una vocación y una misión peculiares.
La historia de la Espiritualidad, en especial de la Mística, es una trayectoria de traducciones y de versiones de todo género. El papel desempeñado, por ejemplo, por la Cartuja de Colonia, no puede ser soslayado toda vez que se pretenda apreciar el influjo de la mística renana y flamenca en el mundo de expresión latina. Los espirituales, por lo general, han sabido superar las barreras del lenguaje, sobre todo las pretendidas limitaciones idiomáticas, para ganar el corazón de una experiencia que los ha hermanado más profundamente que la misma lectura de obras y de textos. La comunión entre Eckhart y San Juan de la Cruz no puede ser explicada solamente por medio de un estudio filológico. Desde luego éste será útil en su nivel, pero es necesario ir mucho más allá. Lo mismo puede decirse de la Beata Isabel de la Trinidad y de Jan van Ruusbroec... Es claro que la lectura de los santos no posee la misma clave que la de los especialistas.
Sin ver oposiciones donde no las hay, interesa, en cambio, proponer un estilo de lectura que arranque un secreto mayor a cuanto los mismos espirituales han considerado expresión insuficiente de una experiencia siempre inefable.
Se trata del género de la lectio divina. Lectura orante, en realidad, para pasar más allá de la simple letra o introducirse en el misterio que ella cela. Diríamos que eso que está escrito ha de alcanzar y tocar directamente a la vida.
Un monje nos cuenta que hallándose particularmente interesado en conocer el pensamiento de un célebre maestro, ya desaparecido, importunaba a los discípulos de aquél con preguntas de todo género, que estos sólo respondían con dificultad... Hasta que uno de ellos le dijo: -si quiere saber qué pensaba realmente el sabio sea como él y lo sabrá. La escena, muy simple, es aleccionadora.
Ser como él. Nada de extraño, sobre todo si lo despojamos de más y de menos. En efecto, con frecuencia desdibujamos una figura o empequeñecemos el significado de una imagen cuando comenzamos a someterlas a las cantidades. Lo hacemos así deteniéndonos en establecer el mayor o el menor parecido o emprendiendo una suerte de torneo entre lo mejor y lo peor, según nuestro modo de ver; aspectos que quedan, desde luego, reservados a un misterio que nos supera.
En cambio nos interesa otra cosa, a saber: la comunión en el mismo padecer y la misma orientación. Es indudable, y es un hecho de experiencia, que el mismo deseo, quizá la misma expectativa o necesidad, lleva a una unión, y por tanto a un conocimiento, de nueva índole y mayor profundidad. Los mismos interrogantes, tal vez la misma angustia, un dolor similar, generarán una comunión por encima de cualquier cálculo.
El que se aproxima a la obra de un espiritual, en el presente caso del Maestro Eckhart, ha de plantearse interrogantes afines y prestar atención a la intención profunda del autor. Son las afinidades las que seleccionan y llevan, por fin, a la comunión. Se recordará el lugar de la connaturalidad, pero es preciso pasar más adelante.
En efecto, decía un Cartujo (un verdadero lector del Maestro Eckhart en nuestros días) que los textos sobran. En los textos se halla lo que el Señor dice en el corazón... ¡Maravillosa invitación al silencio y a la profundidad!... Eso que yo recibo y acojo, lo que leo y se incorpora como una vivencia plena de sentido, no es tanto lo escrito ahí fuera sino lo que Dios pronuncia en lo secreto del alma y se reconoce a partir de la lectura. (...) on ne trouve rien dans les textes, on y retrouve seulement ce que Dieu prononce dans l' âme. La ratio studiorum devrait s' accompagner d' un ars obliviscendi: il importe que l' homme apprenne, mais combien plus qu' il désapprenne des choses acquises! Que l' intelligence se souvienne de sa virginité et de sa solitude, elle qui doit à sa pure essence d' être toujours neuve et nue, au premier instant du premier matin!
L' esprit qui monte vers la rencontre intérieure traverse le temps en oblique comme un éclair, sa vie n' est pas conquête, acquisition, progrès, mais dépouillement libérateur.
Tal suenan las palabras del Cartujo que explican muy bien este paso hacia la interioridad. Porque es el Espíritu de Dios quien obra y ora en el corazón de sus hijos y es precisamente en su Presencia donde se hallan el origen y la fuente de toda comunión.
Se trata, pues, de otro género de lectura, distinto del que adoptan, por lo general, los especialistas o quienes, con no pocos prejuicios, intentan el estudio de los textos a partir ¡de lugares comunes! Nada de eso. Así como atendemos y oímos, con respeto, lo que nos enseña un gran maestro, así -y no de otra manera- nos recogemos en una lectura que nos hablará mucho más de cuanto dice la sola letra.
Las obras de arte poseen un destino encantador: llevar a quien las contempla por encima de ellas mismas; conducir a su propia superación. De aquí surge ese despojo saludable e imprescindible si no queremos permanecer atados a una letra que acaba por asfixiar.
No hablamos de autores, tendencias o escuelas (¡muchas veces sólo presentes, como fantasmas, en los manuales y en las acostumbradas y fatigosas repeticiones de los perezosos!). No buscamos esas cosas. El propósito es descubrir lo que Dios pronuncia en el corazón. Por ello partimos desde el autor, desde el contenido que hemos hallado a través de su expresión escrita, sin duda limitada, por el hecho de ser expresión.
Ahora bien, hay mucho más. Es fundamental el desinterés en la lectura. En efecto, a los autores espirituales es necesario aproximarse sin interés de usufructo o de cualquier utilización. Sapientia ludit: se trata, como decía nuestro Cartujo, de jugar a ser el objeto (el "juego" es desinteresado). Porque contemplar es lo contrario de poseer. La contemplación -téngaselo bien presente- nunca es una posesión, es, en cambio: dejar ser el ser. La inteligencia contemplativa es humildad y carece de término: no se busca definirla ni medirla de ningún modo. Es el Misterio, tan límpido como insondable (...) No pueden separarse el amor y la contemplación de la intelección así entendida...
Es conveniente acercarse con humildad y leer con asombro. No es necesario abundar en el material ni perderse en análisis sin fin. Ir directamente a lo esencial, evitando perderse por los arroyuelos o por las sendas marginales. Y, desde luego, huir la polémica infructuosa. El Misterio no se abre a los discutidores sino a la audacia de la mirada que ha sabido no detenerse.
Ingresar por el fondo del aula, modestamente. Permanecer en silencio y no subir a los estrados... Renunciar a la vanidad de la última palabra. Sosiego y paz; en definitiva: abandono.
Tales pueden ser los modos acertados para asimilar una gran lección o recogernos en la plegaria.
El texto de la Oración del Maestro Eckhart puede verse, en versión inglesa, en W. Wackernagel, "The Prayer of Meister Eckhart" en Eckhart Review n.7 (1998), pp. 39-40.

Alberto E. Justo, OP



ORACIÓN DEL MAESTRO ECKHART

¡Oh alta riqueza de la naturaleza divina!
Muéstrame tu camino, el mismo que en tu sabiduría has dispuesto,
y ábreme el tan precioso tesoro al que Tú me invitas:
comprender con inteligencia sobre toda creatura,
amar con los ángeles y ser íntimo familiar de tu hijo único,
nuestro Señor Jesucristo,
heredar de Tí y acogerte según tu sabiduría eterna.
Y, con tu auxilio, ser preservado de todo mal.

Pues Tú me has levantado por encima de toda creatura
y has impreso en mi el sello de tu eterna imagen.
Tú has vuelto mi alma
inasible a todas las otras creaturas
y nada has creado a Ti más semejante
que el ser humano según el alma.
Enséñame a vivir de tal manera
que nunca me encuentre sin Ti
y que el flujo de tu obra amante en mi jamás halle obstáculo.
Que yo nunca me rinda
a ningún deseo fuera de Ti.

Señor, tu espíritu es inasible a toda creatura
y Tú espiritualizas el alma
para que, en su condición espiritual,
sea levantada sobre toda creatura,
de suerte que por tu sabiduría eterna
se baste según tu voluntad divina
y que en la gracia sea liberada
de cuantas imágenes indignas
haya podido absorber en ella.

Pues Tú has hecho tuya el alma según tu naturaleza
y la has emparentado contigo.
Guárdala, pues, para que no se establezca en ella
nada que no seas Tú mismo.