jueves, 5 de enero de 2012
Pero –se me dirá- ¿qué hacer frente a la injusticia reiterada de tantos tiranuelos, cuando la angustia nos oprime, cuando nos vemos asediados y abofeteados por ese poder tecnócrata, que todo lo ocupa y lo invade, que ya no nos trata como a verdaderas personas? ¿Qué hacer cuando perdemos consideración y paz, cuando ni siquiera respetan nuestras dolencias y nos arrojan en medio de una calle desierta para morir de hambre?
En primer lugar sabe una cosa: Dios no resuelve los problemas de corte abstracto o genérico. Esos, tantas veces, no existen o se resuelven y desaparecen en el marasmo de la necedad del mundo. Por tanto -¿sabes?- sólo estás tú. Sí, es verdad, te dejaron solo... Pero yo digo otra cosa: lo único que hay es esto: lo que ahora vives. Entonces: ¡calla!. Aquiétate y retírate. Siéntate en tu escondrijo. Date tiempo. No te respondas rápido. Si es posible duerme un minuto. Haz, presto, un espacio. Lo peor de todo es que ese barullo que te asalta te niega ese mínimo espacio. Y, en él, no encuentras nada.