miércoles, 15 de abril de 2009
EL TRABAJO ESPIRITUAL SE HACE EN SOLEDAD - MARIE-MADELEINE DAVY (II)
El solitario no tiene nada que acumular; él se libera de estorbos
En la soledad, la dificultad consiste en comprender que lo esencial no es actuar, sino ser. Si nos encontramos a alguien y le preguntamos ¿Qué haces? él responderá precisando lo que hace; tal oficio, tal profesión.... ahora bien, la soledad enseña esto: lo importante es ser, es decir existir llegando a ser auténtico.
El punto es el símbolo de todo esto. El punto es el cruce. El solitario no tiene nada que adquirir, solo tiene que despojarse.
EN LA SOLEDAD ESTAMOS RELIGADOS
En la soledad se va a escuchar, a percibir el susurro del silencio. El silencio tiene una voz. El silencio habla. El silencio enseña. Nos dice algo. Acuérdense de San Bernardo de Claraval. Él está en su celda, las ventanas y las puertas están cerradas. De repente, siente la llegada de una presencia. Él quisiera ver, y no ve nada. Quisiera oír; todo está mudo. Le gustaría palpar con las manos, pero nada puede tocar. Bernardo experimenta en sí mismo algo inusitado. El grano de mostaza del que habla la Biblia, el grano de arroz, la presencia, misteriosa e innombrable, se mueve, como si hubiera una brisa. En el Génesis, el Eterno está en la brisa. Después súbitamente, la presencia desaparece de allí. En la soledad, en los momentos en los que uno se acerca al fondo, estamos religados. ¿Religados a qué? ¿a quién?. Religados al Eterno, religados a algo innombrable. No se puede decir nada, absolutamente nada.
En la soledad mis raíces ya no están pegadas en aquello que es transitorio. Las raíces que se sumergen para hacer subir la savia, no pertenecen ya más al mundo visible. Es el mundo invisible el que nutre; el mundo invisible que no cesa de aligerarnos del peso de las pruebas que nos pone la existencia.