lunes, 17 de agosto de 2015

Un texto de Juliana de Norwich


"Entonces nuestro buen Señor abrió mi ojo espiritual y me mostró mi alma en el centro de mi corazón. La vi tan grande como si fuera una ciudadela infinita, un reino bienaventurado; y tal como la vi, comprendí que es una ciudad maravillosa. En el centro de esa ciudad se encuentra nuestro Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, una persona apuesta y alta, obispo supremo, rey solemne, señor honorable. Le vi espléndidamente vestido. Se sienta erguido en el centro del alma, en paz y reposo, y gobierna y guarda el cielo y la tierra y todo lo que es. La humanidad y la divinidad se sientan allí en reposo; la divinidad gobierna y protege, sin instrumento ni esfuerzo. Y el alma está enteramente habitada por la divinidad, supremo poder, suprema sabiduría y suprema bondad.
"Jesús no abandonará nunca el lugar que ocupa en nuestra alma, pues en nosotros está su hogar más íntimo y su morada eterna y es su mayor delicia habitar allí. En esto reveló el deleite que tiene en la creación del alma del ser humano; pues así como el Padre podía crear a la criatura, y así como el Hijo podía crear a la criatura, igualmente el Espíritu Santo quería que el espíritu del ser humano fuera creado, y así se hizo. Por ello la santísima Trinidad se regocija sin fin en la creación del alma humana, pues vio, desde antes del principio, que en ella se deleitaría eternamente."
(Libro de Visiones y Revelaciones, cap. 68)