Prestemos atención a algunos de los párrafos de Dom Porion, de sus sermones a los monjes cartujos:
El Espíritu Santo (...) es un espíritu de infancia; es Él quien da a nuestros corazones reconocerse hijos de Dios, les da el amor y la confianza en nuestro Padre del cielo, como dice san Pablo. (p.125)
El nacimiento de Nuestro Señor es una renovación de la creación. Los Padres de la Iglesia han comparado el Niño Dios, bajo el triple velo del seno materno, de la gruta y de la noche, a la semilla escondida de donde brota una floración nueva para el mundo entero. Toda vida, en efecto, comienza en lo secreto, se cubre inicialmente de misterio y de silencio. Y Nuestro Señor es la Vida misma: Ego sum vita: nosotros no meditamos suficientemente este nombre, tan rico de sentido, que Él mismo se ha dado...(p. 119).
... no es en vano que la vida sobrenatural es llamada gracia: es que ella es vida por excelencia, brote más íntimo, don más puro aún y más inesperado que el de la naturaleza: ella es, en efecto, participación de los privilegios divinos, que ninguna inteligencia creada supiera posible. Tengamos el espíritu de la gracia, el espíritu de la liberalidad divina: en la manera de recibir, es preciso recibir sin duda ni vacilación lo que Dios nos da sin cálculo; y en la manera de dar, imitar por una generosidad perfecta la divina abundancia de esta agua viva y comunicarla a todos, bebiendo de ella de todo corazón. (p.120).
La vida espiritual (...) nada hay de lo cual no saque provecho: el alma fiel halla su bien en cada acontecimiento, un principio más profundo que el de la vida natural le permite fortificarse, edificarse al contacto con todas las cosas. Si no es así para cada uno de nosotros, si tantos accidentes nos turban y nos desorientan, quiere decir precisamente que no somos suficientemente interiores: nos es necesario descender a lo más secreto de nosotros mismos, recogernos pacientemente y reencontrar, en la soledad con Dios, esta dirección divina, esta fuerza misteriosa, gracias a la cual, de nuevo, estaremos en condiciones de asimilarnos armoniosamente, sin excepción, lo que nos llega y lo que nos rodea. (p.121-122).
Para designar la alianza y la fusión del hombre con su Dios de modo más simple, se adoptará una fórmula de valor más general hablando de vida de amor y de unión. La vida contemplativa sin embargo está así bien denominada para expresar el ideal de una caridad particularmente directa y desinteresada. La contemplación, en efecto, es el acto de un alma que se olvida, inmóvil, ante algo más bello que ella misma. (Tal es la naturaleza de la admiración, el poder de la belleza contemplada, en razón de que nos aparta de lo que somos, nos vuelve indiferentes al "yo"). El acto de caridad contemplativa es el más simple y el más inmediato. Aquí aún podemos señalar la continuidad de procedimientos de la naturaleza y de la gracia: toda vida es amor y todo amor es olvido de sí, consiste en perderse para hallar un valor más alto: en todas partes en la naturaleza, la vida se perpetúa por la inmolación de los individuos, sacrificados a cada generación para que la llama que recibieran se transmita y se extienda siempre viva. Pero es por excelencia en el dominio de la gracia donde esta abnegación es necesaria y donde ella es feliz: Qui perdiderit animam suam... El alma posee el don de olvidarse más perfectamente que todo otro viviente. Ella posee, si lo quiere, la transparencia de un espejo absolutamente límpido: puede, no teniendo más forma propia, reflejar en toda su profundidad el Inifinito divino. Fijar a Dios así, en la calma y el recogimiento, es la fuente de toda verdadera sabiduría: no seremos señores de nosotros mismos, no poseeremos justicia y prudencia verdaderas a no ser que por una audaz y pura acogida, dejemos a Dios hacer en nosotros Su Voluntad, ser en nosotros lo que Él quiere ser. (pp. 122-124).
Ser contemplativo, es recibir el Verbo divino, concebirlo espiritualmente y no tener con Él más que una vida. La Santísima Virgen es pues el modelo de los contemplativos, es la madre de la verdad como del amor hermoso. A nosotros imitarla como hijos generosos y fieles. (p. 107).
Se ha dicho que la dulzura es el resumen de todas las virtudes cristianas: está hecha sobre todo de paciencia y de benevolencia, de respeto y de amistad hacia todas las almas, y también hacia todos los seres, porque una persona dulce (delicada) es dulce con las cosas como con los hombres. Es en el fondo un acuerdo con la voluntad de Dios bajo todas sus formas, un tierno consentimiento a todo lo que es; es también la actitud requerida fundamentalmente para quien desee purificar, despejar su ojo interior. No existe vida contemplativa sin una inmensa paciencia. La luz sólo penetra las almas pacíficas: la tranquilidad es la primera disposición requerida para que se hagan transparentes las profundidades del espíritu. El arte de contemplar las cosas divinas, es el arte de ser calmo.
-La dulzura está hecha también de indulgencia y de misericordia, de una lucidez que permite ver los seres en la claridad divina de cada uno, no reteniendo más que las razones para tener confianza y para amar. San Juan de la Cruz ha señalado con notable fuerza, hasta qué punto esta benevolencia es indispensable para todo progreso interior... (pp.108-109).
Una delicada melodía anima estas palabras y las vierte, con asombrosa simplicidad, para mostrar el camino de la contemplación.
Él mismo había enseñado a un amigo suyo, enamorado del Arte, a descubrir que todos los trascendentales: el Uno, la Verdad, el Bien, la Belleza, son indisociables los unos de los otros y su unidad es la gloria de la vida.
En la introducción a su traducción francesa de los poemas de Hadewijch de Amberes, decía Dom Porion acerca de las místicas del siglo XIII: sobre los orígenes de este movimiento extático femenino y el tipo de emancipación que manifiesta, se han hecho numerosas hipótesis. Si bien fue particularmente intenso en el norte de la Francia actual, en Bélgica, en Renania y en Baviera, presenta con los movimientos contemporáneos de piedad femenina y laica en otros lugares -en Italia sobre todo- semejanzas reveladoras, no sólo en las tendencias hacia la vida evangélica y apostólica y en una cierta autonomía, sino hasta en las fórmulas audaces que traducen las experiencias interiores (...) Aún considerando solamente los hechos esenciales, se observa al movimiento extático nacer en el punto de encuentro de dos corrientes generales y poderosas de la época. Por una parte, la reacción de las almas religiosas contra la corrupción, o simplemente contra la secularización del clero: Cátaros, Valdenses, predicadores errantes de toda especie, Frailes Predicadores dedicados a combatir la herejía con sus mejores armas, Humillados, Franciscanos espirituales y "Fraticelli": de una o de otra parte de la frontera dogmática, estos movimientos no dejan de traducir, en términos semejantes, una imperiosa y única necesidad -el retorno a formas simples, sinceras y directas de vida religiosa- del cual la difusión de las beguinas fue una manifestación muy próxima en el noroeste de Europa. Por otra parte, la época en la cual las vemos expandirse es aquella cuando la conciencia individual, en este proceso de liberación de formas tradicionales y colectivas que no cesa de dejarse sentir a todo lo largo de la historia (al menos de la historia de Occidente), marca en adelante un paso decisivo (...) En fin, la época en la que aparecen las beguinas no es la de la liberación de la mujer, sino aquella en la cual comienza el reino de la dama, que debía en verdad formar el alma del Occidente y fijar definitivamente los trazos de su cultura. Sin duda, la misión de nuestras hermanas no ha cesado jamás, las Clotilde y las Radegunda habían sido, a lo largo de las edades bárbaras, las intérpretes de un imperativo de pureza y de dulzura (delicadeza). Pero en el siglo XIII, la revolución espiritual de la que hablamos -conciencia nueva de la soledad del alma con Dios, de su nobleza divina, de su libertad intangible- fue en gran parte la obra de las vírgenes extáticas, y no dejó por otro lado de tomar sus expresiones, en una medida curiosa, a la literatura cortés, de la cual la dignidad femenina fue la inspiradora y el objeto. Es este uno de esos momentos de la historia cuando la mujer, madre de renovaciones y de auroras, saca de las profundidades sagradas de su ser una fresca inspiración para las civilizaciones de la letra y del hierro; y en el orden espiritual, es entonces frecuente que más ingenuas, protegidas por una preciosa ignorancia, más pacientes también y más prontas al sacrificio, dan ellas a la vida religiosa un impulso nuevo. Así vemos a las beguinas crear una lengua para traducir sus apasionadas experiencias, buscar con Dios una conjunción más inmediata y más total, proclamar como una suerte de evangelio interior una exigencia nueva del eterno Amor.(...)
Las líneas que caracterizan esta mística son fáciles de trazar ya que enfoca un solo punto y se apresura a llegar a él con una sabia impaciencia. Sin duda, los medios por esencia han de ser superados y el esfuerzo por hacerlo es común a toda doctrina espiritual, pero la búsqueda de lo inmediato es la actitud fundamental de la mística especulativa, y no podemos dejar de volver muchas veces sobre este motivo: sin medios (sonder middel), (...). La superación (dépassement) se aplica aquí a las palabras, a las razones, a los signos, en un sentido también a las obras y a las virtudes. Más aún, son también las distinciones personales, según estos autores, las que deben "desfallecer" (défaillir) en la Unidad. A la contemplación del Uno (...) corresponde en el alma un cierto desasimiento del obrar. No obstante esta vacancia interior, en los doctores cuya doctrina nos es más conocida, no hay una pasividad de todo el hombre, una egoista inercia; por el contrario puede y debe acompañarse con una perfecta disponibilidad hacia el prójimo, con una incansable diligencia en el deber, pero sin que el ocio íntimo (ledicheit) sea turbado. Esta mística contemplativa halla su punto de partida en el ejemplarismo: concibe el desarrollo espiritual como un retorno a lo que es, a lo que hemos sido desde toda la eternidad y no hemos dejado de ser en el Verbo. Por otra parte, a raíz de una nueva superación, luego de haber "recuperado lo que es nuestro" y alcanzado en el pensamiento divino nuestra verdad ideal, ella quiere que aún más allá de las ideas, el espíritu se pierda en la simplicidad de la Esencia. Mística esencial, mística de retorno a la Verdad innombrada, de la "caída" (chute) de las personas en el abismo de la Deidad, de la desaparición de los números y de los modos (...). En este camino, sin embargo, quien quiera seguirlo está invitado, desde el inicio, a otros muchos desasimientos: estos espirituales llevan todas las virtudes a una suerte de libertad, pero
Y en la introducción a su versión de las Cartas de la misma escritora mística: aún nos descubre algo más del secreto y don admirable de la contemplación. Señala que a la primera lectura de los escritos hadewijchianos, llamará la atención el lugar que allí tiene una noción más abstracta, aquella del Amor subsistente y de su imperio absoluto. (...) la caridad (el Amor) que nos inspira nos santifica, se identifica a la tercera Persona de la Trinidad santa (...) el Amor personificado por los poetas corteses - la Minne - es celebrado por su poder y sus virtudes divinas < Minne (femenino), palabra común al neerlandés medioeval y al alemán, se remonta etimológicamente al latín memini, mens, al inglés mind, etc. : es originariamente el pensamiento (viviente en nosotros) de la persona amada. Los Minnesinger habían tomado la noción ya personificada de los trobadores>. Minne (para Hadewijch -por ejemplo), es a veces, o simultáneamente: la Esencia divina -el Verbo encarnado- la llama que arde en nuestra alma y la levanta a Dios - y el prójimo que amamos en Cristo (...) Puede reconocerse en esto un juego, análogo a aquél que el señor Huizinga caracterizó de manera muy pertinente en otros místicos, y señaladamente en San Francisco de Asís, cortesano de la Pobreza. Esta es personificada en modo lúdico, y desafía sin embargo la seriedad (le sérieux) del mundo. Lo mismo en nuestra beguina: Hadewijch juega sin ninguna duda, pero en la partida con el Amor ella empeña su visión de Dios, su honor eterno.
Este escrito nos presenta, con claridad, los perfiles de una vocación, tal vez más que de una escuela en sentido estricto. Se trata de la vida más alta que, en realidad, no requiere movimiento local, ni traslación, ni viaje, ni complicación alguna, sino una simplicidad interior que es fruto de la liberación decisiva, que es la que se opera en el espíritu.
En la presente peregrinación algo nos ha de faltar siempre. La aspiración comporta continuar ardorosamente, con ese Fuego que recibimos y que se acrecienta sin cesar. Su presencia ya es todo, pero deseamos más. Una y otra instancia permanecen: el gozo de ser poseídos y el deseo no apagado. ¿Parece contradictorio? Parece, pero -desde luego- no lo es. Porque en el viaje está todo Dios y Él mismo se hace viaje para que vayamos, sin desmayo, por Él y en Él. Es Dios quien se da todo y se da más y no hay contradicción en ello.
Todo enamora, y más -mucho más- lo que no sé (o, tal vez, nunca llegue a saber): porque estoy cierto y seguro que es Él mismo que me posee y que eso que me parece lejano es en Él y de Él lo que me posee más...
Traduzco y copio, ahora, el esquema que el mismo autor, Beato Paolo Giustiniani, eremita, hizo de su maravillosa obra Secretum meum mihi o dell' Amor di Dio. Lo editó, en 1941, el Sacro Eremo Tuscolano (sopra) FRASCATI, Roma: Esquema y breve suma o argumento de los siguientes pensamientos extemporáneamente excogitados y escritos:
a. Primer folio. Cogitación primera: A nada estoy reducido, y no lo sabía. Contiene 4 modos de aniquilación:
1. mal: el alma se reduce a nada "y no lo sabe" cuando yace en el pecado y no conoce su miseria, ni posee sentimiento alguno para levantarse de ella:
2. mal: el alma reducida a nada, "pero lo siente y lo sabe", cuando está en el pecado, pero conociendo ya por divina gracia, comienza a querer levantarse y convertirse a Dios;
3. bien: redúcese el alma a nada "y siéntelo", cuando por ardor de amor de Dios vive ya no en sí misma sino sólo en Dios, o más bien Dios en ella, sea en Dios o a Dios sintiendo en sí;
4. bien: redúcese a nada el alma "y no lo sabe", cuando por excesivo amor de tal modo se transforma en Dios, que no ama más ni a sí misma en sí, ni a sí misma en Dios, ni Dios en sí, sino sólo Dios en Dios, a sí misma ni en si misma ni en Dios sintiendo, ni tampoco sintiendo Dios en sí, sino Dios en Dios.
a folio 6. Cogitación segunda: Vivo ya no yo, sino que en mi vive Cristo. En la cual se trata, por comparación con la vida que hay en nosotros, cómo en tres modos vive el alma por amor en Dios:
1. como vive la carne no en sí sino en el alma, toda vida teniendo del alma y en sí misma estando muerta,
así vive el alma, por el primer modo de amor, no en sí sino en Dios, no amándose a sí misma;
2. como, más sutilmente considerando, no vive la carne ni en sí ni en el alma, porque no tiene por sí en sí vida, donde viva o en sí o en el alma sino que más bien el alma vive en la carne, comunicándose a la carne, donde la carne no recibe aquella vida, donde vive,
así, por un más alto amor, no vive el alma ni en sí ni en Dios, porque no se ama ni en sí ni en Dios, sino que sólo vive Dios en ella, porque no se ama en sí, ni a sí en Dios, sino que sólo ama a Dios en sí;
3. como el alma humana vive, porque vive la vida, pero el alma no vive ni en sí ni en la vida, porque no tiene el alma vida en sí misma, como tiene Dios, ni vive en la vida, porque no tiene otra vida donde viva, que no sea esa vida, sino que sólo vive la vida,
así el alma por amor vive, pero no vive ni en sí ni en Dios, ni Dios en ella, sino que sólo vive Dios en Dios; y por esto ella vive, ya que transformada en Dios, cuando no se ama en sí ni a sí en Dios ni a Dios en sí, sino sólo a Dios en Dios.
a folio 13. Cogitación tercera: Dios es caridad, y quien está en caridad está en Dios y Dios en él y Será Dios todo en todas las cosas. En la cual se trata:
El alma humana tiene dos vidas: 1. una esencial, es decir por Dios que es vida y fuente de vida, 2. la otra amorosa, es decir por Dios, que es amor y origen fontal de amor;
y por semejanza con la vida por esencia, se hallan en el alma tres vidas por amor:
1. como el alma por esencia no es en sí misma sino en Dios, de quien tiene el ser, así el alma amante no vive en sí sino en Dios, no amándose en sí misma;
2. como el alma, más sutilmente considerando, no vive ni en sí ni en Dios, porque no es vida, ni tiene vida en sí misma, con la cual viva en Dios, sino sólo Dios vive en ella, porque tanto vive el alma, cuanto Dios que es vida, a aquella se comunica, de donde vive Dios en ella y no ella en Dios,
así, por más alto amor, el alma a Dios levantada ya ni en sí vive ni en Dios, no amándose ni en sí ni en Dios, sino Dios en sí misma;
3. como, sutilísimamente investigando, se halla que el alma no vive ni en sí ni en Dios, sino sólo Dios en ella, más aún, comunicándose Dios, que es vida y fuente de vida, al alma y a las otras creaturas vivientes, vive Dios no en las creaturas sino en sí mismo, y si bien haya un ser solo Dios, aún según nuestro entender más perfecto ser tiene Dios en Dios, que Dios en las creaturas,
así, a altísimo amor levantándose, el alma ya no vive ni en sí ni en Dios ni Dios en ella, no amándose ni en si ni en Dios, sino sólo amando a Dios, y no más a Dios en sí misma sino a Dios en Dios, amando a Dios no por sí misma sino por Dios, y en su más perfecto ser; de donde ni vive en sí ni en Dios ni Dios en ella sino sólo Dios en Dios; como ella no ama ni a sí en sí ni a sí en Dios ni a Dios en si misma, sino sólo a Dios en Dios; y este es perfectísimo amor.
En el mes de agosto de 1982 visité, por vez primera, el Sacro Eremo Tuscolano (cerca de Frascati), de los Camaldulenses reformados del Monte Corona. Allí conocí la obra del Beato Paolo Giustiniani y anoté, en aquella oportunidad, los siguientes párrafos, entresacados de sus escritos:
Se entra en Religión para seguir a Cristo y a Él solo (...) Domingo y Francisco fueron hombres... Pero Jesucristo es Hijo de Dios: es a Él a quien ellos siguieron. Nosotros imitamos verdaderamente a Domingo y a Francisco, a Agustín y a Benito, cuando seguimos a Jesucristo: ellos mismos se esforzaron en imitarlo. Jesucristo es la verdadera cabeza, el camino, el término.
Studiosa lectio - ordinata meditatio - devota oratio. San Pablo sugiere a Timoteo cuatro modos de oración: I Tim. II, 1. Yo adoro...
Cuando él está inmerso en profunda oración queda totalmente absorbido por la presencia de Dios solo (...) nada puede ser obstáculo a las actividades espirituales y hacer la oración difícil como la falta de ejercicio y nada dispone mejor y vuelve más prontos a la oración como la práctica habitual de ella. Quien quiera orar fácilmente, ore asiduamente.
Sólo Dios en Dios. Dios es amor y quien está en el amor tiene a Dios en sí mismo y él está en el amor... Nada podrá separarme de la caridad de Dios que está en Jesucristo... (Donde hay amor, está la paz) (...) El alma que se halla toda recogida en Dios es imperturbable como Dios: ella siempre estará en paz (...) el alma enamorada de Dios no puede perder su paz, aún si se encuentra en medio de las tribulaciones... Oprimida por las tribulaciones, no busca otro refugio que no sea Dios (...) ¿Dónde está la paz de Cristo? En ningún otro lugar fuera de la cruz de Cristo... Quien busca la paz en otra parte se engaña. El alma in seipsa, non tamen de seipsa, sed de eo qui est verum gaudium, vera quies, vera consolatio, Jesus dulcissimus.
Alberto E. Justo (caminohacialaaurora.com.ar)